Pedro Trevijano
He leído estos días el artículo del cardenal Cañizares Ni puedo ni debo callar, del que evidentemente sólo puedo recomendar su lectura.
Tengo claro que la vida política, conforme al dicho de Jesús: “Dad al César lo que es del César”, tiene su propia autonomía, y que a la Iglesia no le compete valorar los programas políticos, si no es por sus implicaciones religiosas y morales. Un ejemplo en esta línea la tuve en 1975, cuando, hablando con tres curas ingleses, me dijeron: “Los programas no son ningún problema, porque son prácticamente idénticos. El primer ministro laborista, Wilson, nos gusta más que la candidata conservadora, Thatcher, pero el equipo dirigente de los conservadores nos gusta más que el de los laboristas, y por ello, aunque los tres hemos votado laborista en alguna ocasión, esta vez vamos a votar conservador”.
El
problema evidentemente no es el mismo cuando lo que está en juego son
valores religiosos y morales importantes. Como dice don Antonio
Cañizares: “Es un horror el intentar conducir a nuestra sociedad por las
vías de la pérdida del sentido de la verdad, en definitiva por la
mentira y por el relativismo, cáncer social y cultural con metástasis
generalizada”.
De la mentira sólo voy a decir lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar. El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica (cf. Jn 8,44)” (nº 2482), si bien es verdad que a la hora de juzgarla hay que tener en cuenta su importancia y consecuencias. Pueden ser sin demasiada importancia, como las llamadas mentiras piadosas, o por el contrario erigir la mentira como principio del pensar, del hablar y del hacer, como sucedió en la Unión Soviética, con las terribles consecuencias conocidas. Lo que sí es indiscutible que tenemos un Gobierno que constantemente nos cambia de versión y todos recordamos la frase de Pérez Rubalcaba: “España no se merece un Gobierno que mienta”.
El problema es que detrás de estas mentiras está la ideología relativista. Los relativistas generalmente no creen en Dios o por lo menos son agnósticos, y en consecuencia tampoco en la Ley ni en el Derecho Natural. En consecuencia la Verdad y el Bien no son algo objetivo, sino que, llegado un momento dado, son perfectamente modificables: lo que ayer era malo, hoy puede ser bueno y al revés. En esta ideología no se piensa que contra el hecho no valen argumentos, sino que en un conflicto entre mi ideología y la realidad es la realidad la que debe adaptarse a mi ideología, y no al revés. No nos extrañe que, con una mentalidad así, los podemitas intenten vendernos como Estado ideal Venezuela. Es decir, defienden que no hay verdades objetivas, que todo es opinable y depende del punto de vista desde el que se mire, y que ni siquiera los valores esenciales, como la libertad, la vida, la justicia, el amor, la paz, son objetivos e inamovibles.
Para los fieles cristianos, el compromiso político es una expresión cualificada y exigente del empeño cristiano al servicio de los demás. En ocasiones, puede ser hasta un deber. Cantidad de veces he pensado en tantos alemanes que no quisieron entrar en política, seguramente para no complicarse la vida, pero la política entró en sus vidas y la arruinó con el nazismo. Pero el político cristiano ha de mantenerse fiel a su conciencia, por lo que es muy recomendable que la política no sea su único modo de ganarse la vida y así no tenga que tragarse sapos y culebras morales y religiosas.
En cuanto a los obispos y sacerdotes, la exhortación apostólica de Benedicto XVI Sacramentum Caritatis nos dice claramente: "El testimonio público de la propia fe… tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de la educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Los obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores” (nº 83).
La pregunta que tenemos que hacernos obispos y sacerdotes es muy clara: “¿He predicado lo que Cristo espera que yo predique?”. Como dijo San Juan Pablo II: “No tengáis miedo” y así evitaremos que España sea una nueva Venezuela.
PEDRO TREVIJANO Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
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