La palabra fascismo se usó como sinónimo de progresismo, modernización y revolución
Alberto Pérez de Vargas
En Fascismo de Roger Griffin (Alianza, 2019) -Griffin es profesor de Historia Moderna y Ciencia Política en la Universidad Brookes (Politécnica) de Oxford- se vuelve a abordar la confusión que hay en torno al término y a la oscura elaboración del concepto, para cuya génesis hay que remontarse a la Italia de 1919, cuando terminada la primera gran guerra europea, todos parecían querer poner el contador del tiempo a cero. Ya he tratado en alguna ocasión, la proximidad al socialismo de los líderes e ideólogos del fascismo, y tengo a Robert Michels, autor de Los Partidos Políticos-obra de extraordinaria trascendencia- y pionero de la socialdemocracia alemana, por paradigma del socialista evolucionado hacia el fascismo. Pero el proceso o, si acaso, la proximidad ideológica del socialismo al fascismo, se da en no pocos e importantes casos; y desde luego en líderes como Adolf Hitler y Benito Mussolini.
Hay mucho escrito sobre el asunto, pero me he detenido en Griffin porque se declara incapaz de definir el fascismo: todo el mundo sabe lo que es cuando se habla de ello, pero nadie sería capaz de explicar de qué se trata. No es cuestión de detenerse en el rico debate que plantearía la cuestión, pero hay algo común en los diferentes modos de oponerse a la democracia o en tratar de deteriorarla o destruirla; me refiero al adanismo: el pasado se da por acabado, ahogado en sus errores, y se impone empezar de cero. El poder lo ejercerá una oligarquía jerarquizada y se consolidará el pensamiento único; ni el dinero ni los hijos son de nadie, como ya dicen algunas ministras del actual Gobierno de España. Habrá que abolir la propiedad privada, nacionalizar la producción y controlar la educación y los medios de difusión tal como se hace hoy día en España.
Escribe M. P. Villatoro (ABC, Libros, 04.01.2020) comentando el ensayo de Griffin, que ya en 1914, el Duce había creado el "Fascio d´Azione Rivoluzionaria", cuyo objetivo era que Italia entrase en la guerra: se generalizó entonces la palabra fascismo, como sinónimo de progresismo, modernización y revolución. Ya después, hacia 1922, consolidado el leninismo en la universalización de la pragmática marxista, fascista adquirió el significado que hoy se le da y que, en realidad, alude tácitamente a lo contrario de comunista. La democracia es otra cosa, algo que nada tiene que ver ni con lo uno ni con lo otro: lejos, muy lejos, de estos menesteres y propósitos.
ALBERTO PÉREZ DE VARGAS Vía EUROPA SUR
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