Un hecho común a la historia actual es la consideración de que la cuna de Europa no es Roma, sino la llamada Edad Media. Un concepto, por demás impreciso, y que bien puede ser sustituido por otro más exacto: cristiandad.
Dan cuenta de ello, desde la última de estas interpretaciones, la de Tom Holland y su libro Dominio, pasando por la obra fundamental de Cristopher Dawson, Los orígenes de Europa, por Thomas E. Woods JR. Como la Iglesia construyó la civilización Occidental, Europa y la Fe de Hilaire Belloc, Lo que Europa debe al Cristianismo, de Dalmacio Negro, incluida Aristóteles y el Islam de Sylvain Gouguenheim, para citar unos cuantas obras bien conocidas.
Ha habido una tendencia interesada desde la Ilustración de presentar aquel periodo de la historia, preñado de connotaciones negativas, como lo contrario de la época de la luz, con Grecia y Roma, cuando en realidad no es así. Primero, porque quien no deja el legado de los antiguos es la cristiandad. Y segundo, porque es falso a tenor de los hechos que hubiera un decrecimiento de la cultura, sino una recuperación después del hundimiento del Imperio romano y que precisamente esto fue posible gracias al cristianismo.
Y es que no hace falta ser un experto para pensar que algo culturalmente pobre hubiera podido dar lugar a las catedrales y monasterios, sus bibliotecas y universidades, que jalonan Europa. Incluso en el ámbito de lo más elemental y necesario, la agricultura, la base de aquella sociedad fueron las fundaciones benedictinas, quienes llevaron a cabo una revolución agraria que facilitó superar las periódicas hambrunas.
No es posible pensar en una época oscura, teniendo delante a Dante y su Divina Comedia, el renacimiento carolingio y el Otoniano, con tantas mujeres al frente. Fue entonces cuando nació Europa. Tanto es así, tan profundo ha sido aquel legado, que si se observan los límites de los estados miembros de la Comunidad Económica Europea surgida del Tratado de Roma de 1957, es fácil constatar su coincidencia con los límites del Sacro Imperio Romano Germánico.
El cristianismo ha esculpido nuestra cultura, incluidos los perjuicios, creencias, virtudes y escala de valores. Incluso entre aquellos que se declaran contra él, que reniegan de los postulados cristianos. Quien haya leído la mejor obra de Charles Taylor, y tiene muchas buenas, Las Fuentes del Yo. Los orígenes de la identidad moderna es influencia moldeadora del cristianismo en todas las ideas de nuestra época. Cómo la interioridad del ser humano, explícita en el relato de Jesús, evidente en San Pablo, se desarrolla en San Agustín, hasta configurar la gran novedad del pensamiento y moral europea y occidental, sobrepasando todos los límites: la primacía de la individualidad que, sin el encauzamiento de Dios, termina por convertirse en la primacía del deseo y su satisfacción en el fin de nuestra sociedad desvinculada.
Pero hoy, como ya anunciaba proféticamente Péguy a principios del siglo XX: “Vivimos en un mundo moderno que ya no es solamente un mal mundo cristiano, sino un mundo incristiano, descristianizado… Esto es lo que hace falta decir. Esto es lo que hay que ver. Si tan solo fuera la otra historia, la vieja historia, si solamente fuera que los pecados han vuelto a rebasar los límites una vez más, no sería nada. Lo que más sería un mal cristianismo, una mala cristiandad, un mal siglo cristiano, un siglo cristiano malo… Pero la descristianización es que nuestras miserias ya no son cristianas, ya no son cristianas”.
Hoy, transcurridos casi cien años, la transmutación de oro a plomo casi ha culminado. Lo que ahora existe es una Europa cada vez más deslavazada, porque su Imperium cruje por todas sus costuras, con un sistema de valores contradictorios, como sucede con los relictos incoherentes. Es así porque se han cercenado las raíces que les daban sentido. En realidad, hoy Europa es una gran apostasía, que recuerda el rechazo de las élites y la mayoría del pueblo de Israel al anuncio de Jesucristo, que nosotros conocemos por el llamado Sermón de la Montaña, que tan bien explica Romano Guardini en El Señor.
Es posible que el cristianismo en Europa se acabe convirtiendo en algo parecido a lo que son los cristianos en tierras del islam. Pero también cabe lo contrario, y entonces la imagen más próxima sería la caída de Roma; y también cabe la posibilidad de un difícil encuentro entre el secularismo europeo y un cristianismo renacido. Nadie posee la respuesta, en todo caso creemos que es razonable afirmar que sin cristianismo es improbable la continuidad de Europa, y que está en nuestras manos y oraciones, y la gracia de Dios, el encontrar la respuesta necesaria.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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