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miércoles, 17 de junio de 2020

Hacia una nueva realidad alternativa


 

REUTERS

 
Las consecuencias de la pandemia han sido muy asimétricas en los distintos países a los que ha golpeado. No sabemos con exactitud las causas (coyunturales o estructurales) de los diferentes impactos, y eso es algo que se estudiará durante bastante tiempo y que ya están investigando las fiscalías de países democráticos como Francia o Italia. Parece pertinente investigar las sombras de la gestión de la crisis y sus consecuencias directas en la salud y la economía de los distintos países, sobre todo en casos en los que sus dirigentes han mentido acerca de la magnitud de la crisis y sus causas, o acerca de los errores de la propia gestión.
Mentir es tan antiguo como la política. La propaganda y la hipocresía, la manipulación, son omnipresentes en la historia de las luchas por el poder político. El filósofo judío alemán Max Horkheimer observó que la sumisión de la verdad al poder está en el corazón de la modernidad. Hannah Arendt escribió en su ensayo Verdad y política que las mentiras y una comprensión elástica de la verdad son un sello distintivo de muchos y muy diferentes movimientos políticos. Borges equiparó el fascismo con "pendientes intelectuales resbaladizas" o "tropezones intelectuales". Para Adorno, la noción de la verdad fascista estaba enraizada en la fetichización de la realidad y de las relaciones de poder establecidas. Estos y otros pensadores analizaron las mentiras del fascismo y otros totalitarismos, desarrollando distintas teorías que Federico Finchelstein repasa en un interesante libro, Breve historia de la mentira fascista.
Para expertos en populismo como Finchelstein, los mentirosos populistas y los fascistas «juegan en una liga propia». Como explica el autor, sus mentiras salen de toda métrica: "Mienten sin consecuencias, reemplazan el debate racional con paranoia y resentimiento, y ponen en duda la realidad misma". El único móvil de estos demagogos populistas es la ejecución y ampliación de su poder, para lo cual mienten, explotan el resentimiento, señalan chivos expiatorios, incitan el odio, esconden todas las torpezas de su gestión y políticas debajo de eslóganes y convierten el oportunismo político en la norma.
Intelectuales como Rob Riemen llevan tiempo alertando sobre una «crisis de la civilización», una amenaza a valores fundamentales que debemos proteger y mantener para seguir siendo sociedades civilizadas. La verdad es uno de esos valores pervertidos. Muchas personas se han acostumbrado a la mentira, la falsedad se ha difundido significativamente más lejos, más rápido y más ampliamente que la verdad gracias a la combinación de técnicas de manipulación de demagogos populistas, conocidas como gaslighting. Algunos trucos clásicos de este tipo de manipulación: socavar la perspectiva del interlocutor, controlar el tema de conversación y negar la verdad de un hecho objetivo. Lo estamos viendo a diario: un político señala un error de gestión concreto; el otro le da la vuelta al argumento o evade el asunto y le responde con otra acusación diferente, desviando el tema de la conversación.
Dado que la verdad cada vez más se pervierte, se desdibuja y se manipula, la mentira parece costar poco o nada a los líderes populistas; si acaso, se traduce en un menor apoyo electoral, aunque raramente. La mentira no se puede suprimir mientras subsista la causa que la hace inevitable o legítima, que es la pérdida de su valor para el propio votante, para quien el conocimiento de la realidad es un acto de fe en el líder. Esto es así porque que la confianza del votante está totalmente delegada en el líder populista, quien encarna, la soberanía del pueblo, esa confortante pero dudosa idea de Rousseau. La novedad, hoy, es que algunas de las mentiras y fallos de gestión de líderes populistas durante esta pandemia han tenido efectos nocivos en la salud y en la economía de los países. Si la lealtad personal al líder triunfa sobre la pésima gestión de la crisis, sobre la mezquindad de la mentira, quizás es porque estos líderes han conseguido eludir la molestia de enfrentarse a un electorado crítico.
A medida que avanzamos hacia la nueva normalidad y vamos recuperando el contacto social y la movilidad, vemos que los líderes populistas intentan convencernos de que su gestión ha sido brillante y tratan de reformular sus errores como triunfos con mentiras emotivas. Algunos gobiernos han gastando millones en publicidad, mensajes y contenido propagandístico para que parezca como si toda la gestión de la crisis hubiera sido un éxito. La propaganda emotiva acaba calando en el ciudadano sentimental. Acabarás creyendo que siempre dijeron que el uso de la mascarilla era recomendable. La imágenes eran no recomendables para mayores de edad. Los hospitales no estaban tan llenos. Si las marchas y manifestaciones convocadas por gobiernos tuvieron alguna incidencia en la propagación del agente patógeno, fue muy marginal. Fuimos el país que realizó más test... Técnicas de gaslighting para que acabemos por dudar de todo lo que, de forma directa o indirecta pueda apuntar a un error o fallo de gestión de la crisis.
En definitiva, se trata de negar los fallos de gestión y crear de una realidad alternativa que se basa en las ideas y las fantasías del líder populista. Para evitar que los ciudadanos entiendan lo que sucedió durante estos meses, veremos una de las batallas entre propaganda y libertad de información más grandes en la historia moderna. La cura de fantasía y la desconexión de la realidad seguirán calando en parte del electorado, que gusta de tomar el café de las mañanas con su dosis diaria de propaganda. Para algunos, ciudadanos resplandecientes bajo el sol de su amado líder, toda investigación será vista como un complot, una jugada maestra de golpistas y un dolor de cabeza. Otra posibilidad es que en sociedades mejor informadas y con mayor libertad de prensa, algunos ciudadanos sean más críticos y más conscientes sobre las elecciones que toman como votantes y consumidores de información. Repasar y hablar machaconamente de los errores de gestión puede ser un ejercicio sano para salir realmente fortalecidos de cara a otros futuros riesgos y gestiones de crisis. Reconocer lo que se hizo bien, y lo que no. Pero es más fácil enamorar al votante sentimental, apelar a la universal adoración al poder, ¡eso sí que es deporte nacional!.

                                                            CRISTINA CASABÓN*   Vía EL MUNDO
*Cristina Casabón es periodista y consultora de comunicación.

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