Artículos para reflexionar y debatir sobre temas y cuestiones políticas, económicas, históricas y de actualidad.
Translate
miércoles, 2 de agosto de 2017
CÓMO MADURO AMAÑÓ LAS ELECCIONES
Las elecciones constituyentes fueron
un paripé para forzar la transición desde el actual autoritarismo
competitivo que caracteriza al sistema político venezolano hasta una
dictadura tradicional
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, celebra el resultado de las elecciones a la Constituyente. (Reuters)
El pasado domingo 30 de julio, el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro forzó la celebración de elecciones a la Asamblea Constituyente. El propósito del chavismo ha sido evidente desde el comienzo: disolver la actual Asamblea Nacional (donde la Oposición goza de una amplia mayoría) y redactar una nueva Constitución que otorgue poderes aún más despóticos a Maduro:
la Constitución vigente, elaborada por el propio Hugo Chávez para
gobernar autoritariamente el país, se le ha quedado pequeña al nuevo
autócrata venezolano.
Desde su misma génesis, las elecciones constituyentes fueron un absoluto paripé para forzar la transición desde el actual autoritarismo competitivo que caracteriza al sistema político venezolano hasta una dictadura tradicional
donde todos los poderes se hallen formal y realmente concentrados en il
Duce. La Oposición se negó a presentar candidatos a tal paripé
prototiránico: no por carecer de apoyo popular (hace menos de dos años
logró una rotunda victoria legislativa con más del 65% de los votos
emitidos), sino porque no reconocía legitimidad a tal farsa electoral y porque, además, los comicios fueron diseñados para poder manipular los resultados al antojo del Gobierno.
La inmensa mayoría de ciudadanos tiende a sacralizar el rito democrático
en todo el globo: desde la perspectiva del culto democrático, las
elecciones son una experiencia cuasirreligiosa en la que cada sufragio
individual se transubstancia en la voluntad general y soberana del
pueblo. Así las cosas, no se concibe la posibilidad de que todo ese rito
sea únicamente un teatro diseñado por el propio gobierno para
consolidar su poder: esto es, no se concibe la posibilidad de que las elecciones puedan amañarse para que alumbren —y legitimen socialmente— aquel resultado que el gobierno de turno desea que sea alumbrado.
Pero lo cierto es que los fraudes existen en todos los sistemas
electorales, incluso en las democracias más avanzadas (para un resumen
de todas las artimañas contenidas en el sistema electoral español, puede
leerse este artículo de Lago y Montero).
De hecho, incluso existe una disciplina dentro de la ciencia política
especializada en el estudio de los métodos de manipulación electoral: la herestética.
Los procedimientos de amaño electoral son muy variados: desde los más
burdos (pucherazo o invención de las actas de mesa) a los más
sofisticados (gerrymandering
de las circunscripciones, barreras electorales, requisitos para el voto
o fórmulas electorales). Los diversos equilibrios de fuerza entre la
sociedad y el Gobierno condicionan que este último pueda abusar más o
menos de la herestética, pero ésta siempre se halla presente en alguna
medida.
Manifestantes
opositores se enfrentan a agentes de la Guardia Nacional Bolivariana en
rechazo a las elecciones de la Constituyente. (EFE)
En
el caso de las recientes elecciones venezolanas, la oligarquía
bolivariana tiró por la calle de en medio, y no se ruborizó lo más
mínimo a la hora de defraudar tanto cómo gustó. Las vías fueron muy diversas:
Manipulación del censo electoral:
Todas aquellas personas inscritas en el registro electoral tienen
derecho al sufragio activo; todas aquellas personas no inscritas en el
registro electoral carecen del derecho al sufragio activo. El censo, por
tanto, es una herramienta fundamental para o bien inflar el número de
votantes afines (por ejemplo, fallecidos que aparecen inscritos) o bien
limitar el número de votantes díscolos: de ahí que deba estar
ampliamente fiscalizado para evitar fraudes. En estas elecciones, el
Gobierno se saltó
la fase de consulta, impugnación y solicitud de incorporaciones en el
registro electoral. Asimismo, tampoco se auditó externamente ni el censo
territorial ni los censos sectoriales. Es decir, el Gobierno elaboró el
listado de votantes a su medida.
Pucherazo en el reparto sectorializado de los escaños:
Suele describirse a la democracia como el principio de “un hombre, un
voto”. En los recientes comicios venezolanos, este principio no se
respetó. La Asamblea Constituyente está integrada por 545
representantes: 364 son elegidos territorialmente, 8 por los pueblos
indígenas y 173 por los diferentes “sectores económicos y sociales” (79
por parte de los trabajadores, 8 por campesinos y pescadores, 5 por los
empresarios, 28 por los pensionistas, 5 por los discapacitados, 24 por
los estudiantes y 24 por los consejos comunales y comunas). Los
ciudadanos que forman parte de alguno de estos sectores tenían derecho a
votar dos veces: una por sus representantes territoriales y otra por
los sectoriales. Dejando de lado que, como ya indicamos, los censos
sectoriales tampoco han sido auditados, lo que hizo el Gobierno con este
peculiar reparto de escaños fue duplicar el voto de aquellos ciudadanos
más manejados por el régimen (control sindical de trabajadores o
estudiantes y dominio de las comunas).
Barreras para la presentación de candidatos:
Aunque la Oposición anunció que no presentaría candidatos, tampoco le
habría sido nada fácil hacerlo de haberlo querido. Para postularse como
candidato electoral, el Gobierno exigió recoger el equivalente al 3% de
las firmas de la circunscripción territorial o sectorial por la que se
concurría. La clave del asunto fue que, en esta ocasión, se invalidó que
los venezolanos pudieran prestar su firma biométricamente, de manera
que cada candidato tuvo que recopilar ese 3% de las firmas a mano y en
apenas un plazo de 20 días. Evidentemente, para muchos candidatos habría
sido imposible lograrlo en un lapso tan breve, de modo que la Consejo
Electoral (controlado por el chavismo) podría haber rechazado las firmas
aportadas por la Oposición y, al mismo tiempo, aceptar las firmas
falseadas por el bolivarianismo.
Manipulación de las actas de mesa:
Las actas de cada mesa electoral son el documento donde se recoge la
relación de votos emitidos por el conjunto de los electores. Siendo el
voto secreto, constituyen la única prueba que atestigua el contenido de
los sufragios depositados en la urna. Justamente para evitar cualquier
manipulación del acta, suele buscarse que éstas sean vigiladas por los
interventores de los distintos partidos implicados, o incluso por
supervisores internacionales. En estas elecciones, sin embargo, no hubo
ni interventores de la Oposición ni supervisores internacionales, de
modo que el chavismo tuvo vía libre para manipular las actas a su gusto
(especialmente tras reducir a la mitad el número de mesas electorales,
lo que también redujo a la mitad el número de personas de confianza
necesarias para amañar las actas de mesa).
Pucherazo en los centros de contingencia:
Venezuela vive instalada desde hace años en un estado de violencia
extrema (cada año son asesinadas casi 18.000 personas). El
empobrecimiento masivo con el que Maduro ha castigado a la población,
así como la escalada de conflictividad política, no han hecho más que
alimentar este clima de violencia y desesperación. Acaso por todo ello, y
aun cuando el Gobierno de Maduro hubiese respetado el escrupulosamente
el procedimiento electoral, habría sido aconsejable no celebrar estas
elecciones en un clima de “anormalidad democrática”. Pero en lugar de
posponer la convocatoria de una Asamblea Constituyente hasta que se
pacificara el país, el Ejecutivo bolivariano aprovechó el contexto
social para crear los llamados “centros de contingencia”: unas mesas
electorales extraordinarias y supuestamente resguardadas de las zonas de
violencia donde podía emitir su sufragio cualquier venezolano.
Nuevamente, la falta de control sobre las actas de mesa permitió que un
mismo ciudadano votara varias veces: una en la mesa electoral que le
correspondía originalmente por el censo y otra(s) en cada centro de
contingencia que visitara. Bastaba, pues, con que el chavismo instara a
sus hordas bolivarianas a visitar diversos centros de contingencia para
multiplicar los sufragios emitidos.
Gerrymandering en las circunscripciones electorales:
El chavismo no sólo controló quién podía votar, cuántas veces podía
votar, qué candidatos podían concurrir a los comicios y qué se había
votado, sino que también manipuló el mecanismo para transformar los
votos (falsamente) emitidos en diputados. Como ya hemos dicho, en estas
elecciones se elegía a 364 diputados en las diferentes circunscripciones
territoriales: lo esperable habría sido que se mantuviese una cierta
proporcionalidad entre la población de cada circunscripción y los
diputados allí escogidos. Pero no. El mecanismo fue mucho más simple:
cada municipio de Venezuela (con independencia de su población) escogía
un diputado; cada capital de estado escogía dos diputados; y Caracas
escogía a siete. Si tenemos en cuenta que, además, el número de
municipios por estado tampoco guarda relación con su población, este
mecanismo proporcionó mucha mayor relevancia electoral a las zonas
rurales (prochavistas) que a las zonas urbanas. Por ejemplo, el estado
de Zulia (el más poblado de Venezuela y mayoritariamente antichavista)
tenía asignados 22 constituyentes para una población de 4,3 millones de
habitantes; en cambio, el estado Falcón seleccionaba a 26 con apenas un
millón de habitantes.
En definitiva, las elecciones venezolanas del pasado domingo fueron un fraude de principio a fin.
El chavismo detentó un control absoluto y arbitrario sobre cada una de
sus etapas, con lo que pudo manipularlo a su completo antojo. De ahí que
el Gobierno asegure que ocho millones de venezolanos acudieron a votar
(y escogieron a los candidatos chavistas) a pesar de que, en las
elecciones parlamentarias de 2015, el chavismo apenas cosechó 5,6 millones de apoyos, y a pesar de que todas las encuestas reflejaran un
rechazo del proceso constituyente que abarcaba a entre el 70% y el 80%
de la población. Estamos, pues, ante unos comicios sin ninguna garantía
y, por tanto, sin ninguna credibilidad: es, simplemente, un golpe de Estado encubierto de rito electoral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario