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martes, 1 de agosto de 2017

LA PATRIMONIALIZACIÓN DE LOS CARGOS

Todos deberíamos saber cuándo es el momento adecuado para “dejar la silla”, y nadie debería pretender ocupar el lugar que aún no le corresponde. Sería el único modo de que, todos, estuviéramos tranquilos.

La patrimonialización de los cargos. Hugo Alfredo Aguilar Jr


Hay un accidente doméstico bastante frecuente que se produce cuando en casa quieres alcanzar algún objeto subiéndote en una silla y te caes de ella. Pero este accidente doméstico, caerse de la silla, me ha recordado, con una mezcla de nostalgia, media sonrisa y mala conciencia, las bromas pesadas de mi infancia. Porque creo que, si no todos, casi todos los niños hemos reído, y sufrido, alguna vez, con la pesada broma de quitarle a alguien la silla en el momento en el que se va a sentar. Cuando le apartas la silla a alguien, siempre con la complicidad de algún compañero, que es quien incita a la víctima a sentarse, y ves como cae y queda tendido en el suelo, todo lo largo que es, y con lo que llevaba encima esparcido por el suelo, la diversión para los que la provocan está garantizada. No hay nada más divertido, para quien lo ve, que una caída imprevista de otro. Lo llamamos, sin dramatizar,  reírse del mal ajeno. Las risas y carcajadas, ante el ridículo del caído, con su expresión de sorpresa, de no entender nada,  duran varios minutos, mientras el impávido protagonista se levanta lentamente, recompone su ropa y recoge sus cosas. Pero cuando la víctima eres tú, cuando la broma, por llamarla de algún modo, la sufres tú, te das cuenta de la poca gracia que tiene. Caerte de una silla es algo tan extraño que nunca piensas que te puede ocurrir, y por eso mismo, si llega a suceder, cuando alguien te quita la silla y te caes, sientes un cierto odio hacia quien ha provocado dicha situación.
La expresión “quitar la silla”, o “el sillón”, sigue muy vigente en nuestro vocabulario porque, en nuestra sociedad
Afortunadamente, tales bromas, los adultos las abandonamos en nuestra adolescencia. Sin embargo, si seguimos utilizando el símil para analizar determinadas situaciones de nuestro quehacer diario. La expresión “quitar la silla”, o “el sillón”, sigue muy vigente en nuestro vocabulario porque, en nuestra sociedad, se ha convertido en una metáfora que indica que alguien te desplaza del puesto que hasta ese momento ocupabas. En cualquier orden de tu vida. Ya sea social, profesional, laboral, etc. Y esa posibilidad, la de que te quiten el puesto, o la de que tú se lo puedas quitar a alguien, es algo tan real que nos provoca las mismas sensaciones que, cuando éramos niños nos causaba el que nos quitaran la silla: inseguridad, angustia, perplejidad, no entender lo que pasa, etc. Vivimos en una sociedad que está estructurada de tal modo que, por un lado, todos dependemos de alguien. Todos, por muy bien situados que podamos encontrarnos en la estructura social en la que participamos, nos guste, o no nos guste, tenemos a alguien que manda más que nosotros y del que dependemos, y que nos puede “quitar la silla”. Y, por otro lado, todos notamos que hay gente detrás que nos empuja, sea cual sea el escalafón que ocupamos. Nos siguen otros con las mismas, y no negativas, ambiciones de querer prosperar en su propio proyecto de vida personal, como hemos podido crecer nosotros. Aspiran, legítimamente,  a “quitarnos la silla”, sin que ello deba ser entendido como una agresión personal injustificable.
Todos deberíamos saber cuándo es el momento adecuado para “dejar la silla”, y nadie debería pretender ocupar el lugar que aún no le corresponde
Pero, como diría mi sabia abuela, es “ley de vida”. Por eso vivimos en un grado de tensión y desconfianza que no tiene que ser, necesariamente, malo. Pero lo qué si es negativo, y mucho, es que la natural renovación que el transcurso de la vida impone, se haga utilizando determinadas presiones, malas artes, ocultaciones, falta de lealtad, difamando o generando artificiales, e injustificadas, por no ciertas, descalificaciones de otros. Es decir, que te “quiten la silla” de mala manera, de improviso, y sin entender porqué. Todos deberíamos saber cuándo es el momento adecuado para “dejar la silla”, y nadie debería pretender ocupar el lugar que aún no le corresponde. Sería el único modo de que, todos, estuviéramos tranquilos.

Además hay que tener también en cuenta lo que yo llamo la asunción de la interinidad. Aceptar que no podemos patrimonializar la silla. Durante nuestro “disfrute” de ella, nuestra ocupación de la misma nos confiere un cierto estatus que favorece tener amigos de coyuntura. Aprovechados que conscientes de tu posición, y de su propio interés, nos adulan para tratar de obtener algo de nosotros y de la posición que podamos ocupar. Esas adulaciones pueden terminar haciéndonos pensar que la silla es nuestra, que siempre la vamos a tener, olvidándonos que la mayor parte de las veces somos lo que somos por la silla que ocupamos. Esos aduladores interesados desaparecen de nuestras vidas en el mismo momento en el que nos bajamos, voluntariamente, o no, de la silla. Sea porque hemos decidido cambiar o porque alguien nos la ha retirado un día, que como los anteriores, pretendíamos sentarnos en ella.  Necio aquél que no sea consciente de ello. Es cuando descubrimos la diferencia entre los amigos de verdad y los de “conveniencia”, la suya. Y es entonces cuando se es consciente de la calidad de los amigos. De los que puedes acudir a ellos por cualquier circunstancia. Porque les, o, te necesiten. Estarán y estarás. Ya nos son tantos cómo creías tener sentado en lo alto y poderoso de la silla. Lo decía, con la ironía y gracia de buen gallego que era,  el ex ministro Pío Cabanillas Gallas: "Lo primero que pasa cuando te cesan es que ya no suena tu teléfono".

En definitiva cuidemos la silla pero no la patrimonialicemos. No es nuestra y otros querrán heredarla. No nos apeguemos a ella.


                                                                 VICENTE BENEDITO FRANCÉS    Vía VOZ PÓPULI

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