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sábado, 26 de agosto de 2017

Sería ruin hacer de una marcha contra el IS un ensayo de la Diada

 /AFP-PHOTO

Una manifestación multitudinaria va a recorrer esta tarde las principales arterias de Barcelona para expresar la repulsa por los últimos zarpazos yihadistas que han dejado 15 víctimas mortales y para gritar que "no tenemos miedo" (No tinc por). Concentraciones así son necesarias para demostrar unidad ante el terrorismo y exorcizar de un modo colectivo el desgarro que provoca el terrorismo. Pero, por desgracia, hoy se corre un serio riesgo de que algunos perviertan el sentido de la manifestación y, sin importarles si quiera el dolor de las víctimas, la acaben convirtiendo en una marcha independentista y contra los símbolos de España, a modo de ensayo general de la Diada.
Sin ir más lejos, Puigdemont dinamitó ayer esa unión con una irresponsabilidad mayúscula con unas incendiarias declaraciones al Financial Times afirmando queya tienen "más de 6.000 urnas". "No veo cómo puede parar el Estado el 1-O", retaba desafiante. Y, sobre todo, acusando al Gobierno de "hacer política con la seguridad" de los catalanes. Poco antes, Rajoy había ofrecido una comparecencia en la que había tratado de contemporizar con el Govern. Puigdemont está instalado en su huida hacia adelante, y ya demostró que antepone el plan soberanista al interés general cuando hace una semana, sólo un día después del atentado, declaró sin sensibilidad alguna que "la hoja de ruta" del procés seguía su curso.
Resultaría de tal inmoralidad que se manipulara la marcha, con el espanto yihadista tan reciente, que ojalá la inmensa mayoría de los catalanes que van a participar de buena fe rechacen la intentona de ERC, la CUP y varias organizaciones que abogan por la independencia. Pero, en todo caso, hoy todos los españoles estarán desde la distancia en esta manifestación contra el terror.
Y, por ello, y por la situación de excepcionalidad en la que vivimos por la amenaza yihadista, es una decisión acertada la asistencia del Rey. Como dijo ayer Rajoy, Don Felipe, como jefe de Estado, representará en la Ciudad Condal a todos los españoles que quisieran estar allí y que no pueden hacerlo en persona. Indudablemente, es noticia, dado que será la primera vez que un rey de España acuda a una manifestación. El precedente más directo fue la participación del mismo Don Felipe, como heredero, en la celebrada en Madrid tras el 11-M. Por la especial magistratura que encarna un rey, es indudable que no puede prodigarse en manifestaciones y su asistencia debe responder a motivos extraordinarios. Como es el caso.
Hoy, más que nunca, la ciudadanía reclama la unidad de sus dirigentes, y la presencia de Don Felipe contribuye a que se visualice. Aun a sabiendas de los riesgos que conlleva, por el afán del independentismo catalán para aprovechar un acto de interés internacional para hacer propaganda de su choque con el Estado. Así, abochorna la petición de los separatistas de que la manifestación se llene de esteladas y de crespones negros en señal de rechazo al Rey y al Gobierno español.
Los anticapitalistas de la CUP, que sostienen al Govern, llevan politizando la manifestación toda la semana, amagando con no asistir si acudían el Rey y Rajoy. Y la alcaldesa Ada Colau ha demostrado escasa talla enredándose en la búsqueda de alternativas que apaciguaran a los antisistema. Para ello ideó que fueran colectivos de la sociedad civil quienes encabecen la manifestación. No pasa nada porque los políticos vayan detrás. Lo grave es que lo que algunos pretenden es que no estén los dirigentes de la nación, cuando son los representantes de todos. El propio Govern, ERC y la filial catalana de Podemos han seguido la estela de la CUP hasta el punto de pretender que una marcha contra el Estado Islámico se convierta en una palanca del procés. En el colmo de la desfachatez, las mismas formaciones que rechazan la presencia de Don Felipe o de Rajoy, están encantadas de recibir a líderes de partidos como Bildu, que no se caracterizan precisamente por sus ascos al terrorismo.
No cabe duda de que las circunstancias políticas tan difíciles han influido también en La Zarzuela. Ante el mayor desafío al que se enfrenta el Estado, muchos ciudadanos de Cataluña y del resto del país hubieran percibido como una dejación de responsabilidades por parte del Estado el que el Rey no acompañara hoy en el dolor a la segunda ciudad española, cuando acaba de sufrir su peor mazazo desde el atentado etarra de Hipercor. Hace, ni más ni menos, lo mismo que cualquier otro jefe de Estado en aquellos países que han sido también sacudidos despiadamente por el yihadismo.

                                                                           EDITORIAL de EL MUNDO

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