El terrorismo islámico no se afronta desde
la fobia, ni desde el buenismo, porque entre otros importantes defectos
comparten el fundamental de no asumir la realidad, y es bien sabido que
ésta es la condición necesaria para transformarla. Y la realidad es
esta: El yihadismo es al Islam lo que el estalinismo fue al marxismo.
Y
no son unos pocos alelados, los “estalinistas” musulmanes, como lo
muestra la magnitud de las organizaciones que lo encarnan. El Daesh; Al
Qaeda, no son cuatro pelados. La capacidad para inculturalizarse de esta
interpretación del Islam es extraordinaria. Desde los territorios
musulmanes de Filipinas hasta el Cáucaso, de Bosnia a las sangrientas
guerras de Oriento Medio, toda la costa mediterránea de África y los
extensos territorios del Sahel y su entorno. Y claro está, la minoría, que en Europa prueba una y otra vez, matar.
Como
cultura que surge de una concepción religiosa, presenta problemas
graves. Uno es el de su dificultad para asumir con plenitud la libertad
entendida también como el derecho al error religioso.
La idea de que
esta situación obedece solo a una dinámica evolucionista, y que ya
alcanzará ese estadio, resulta muy incierta. En realidad, el Islam, en
un pasado ya un tanto lejano (Averroes, sería su nombre más conocido)
estaba mucho más abierto al diálogo cultural que ahora. Averroes era un
aristotélico y batalló por ello. En su obra “Refutación de la
refutación” (Tahafut al-tahafut) defiende la filosofía aristotélica
frente a las afirmaciones de Al-Ghazali de que la filosofía estaría en
contradicción con la religión y sería, por lo tanto, una afrenta a las
enseñanzas del Islam. Acabó perdiendo, de manera que una buena parte de
sus obras las conocemos por su traducción al latín, porque fueron
destruidas por la censura musulmana. Así siguen. A partir del siglo
XIII, el Islam liquidó literalmente la teología, el pensar y debatir
sobre la naturaleza de Dios y la filosofía; la reflexión sobre la vida
humana, su sentido y su fin, al margen del planteamiento coránico. No
puede existir ninguna forma de pensar que se sitúe fuera -no digamos ya,
contra- del Corán. Un buen ejemplo de cómo concibe la filosofía el
Islam es consultar la página de Wikipedia,
elaborada bajo sus criterios. La nula presencia de nombres a partir del
siglo XIII y la idea de la supremacía absoluta del Corán son bien
patentes, en un texto que intenta “quedar bien” con la filosofía.
Todo esto se traduce en intolerancia
religiosa. No existe ningún país islámico donde las otras confesiones
religiosas puedan producirse en libertad. El cambio de religión, la
predicación, está prohibido. Varía la dureza del castigo, desde la
muerte a la prisión. Y no se trata solo de una imposición del poder,
sino de un ethos, es decir, un conjunto de costumbres y
tradiciones, virtudes y vicios, perjuicios, creencias y supersticiones,
de la propia comunidad. El ethos musulmán no es su cultura, es
decir, ideas e instituciones, pero refuerza la intolerancia. No es, por
tanto, aunque también y mucho, solo una cuestión de leyes
La
experiencia directa de los cristianos árabes, coptos o libaneses, sobre
la vida con la comunidad musulmana, lo es todo menos fácil, excepto
cuando el régimen político ha sido laico, lo que normalmente siempre ha
coincidido con una dictadura.
Pero, esto es allí, en los países de origen. Pero ¿qué sucede aquí con los inmigrados, sus hijos y los conversos?
Todo
musulmán se considera parte de la comunidad islámica que trasciende las
fronteras y los límites políticos. Su misión histórica es preservar su
identidad y continuidad. Su fundamento es el sometimiento a la voluntad
de Allah, la obediencia a Su Ley y el compromiso con Su Causa “Una
verdadera comunidad islámica es el guardián atento de la virtud y el
mayor enemigo del vicio. Lo que se espera de la comunidad se espera
igualmente de cada miembro, porque la comunidad es una entidad orgánica,
y cada individuo debe rendir cuentas a Allah.” Esto significa que
cabe asumir las leyes y costumbres de los infieles que sirvan al Islam,
pero que se debe vivir al margen de las que se le opongan. Y en algunos,
ese estar al margen, se convierte en beligerancia radical.
Un
musulmán puede integrarse en nuestra sociedad secular, individualista y
hedonista, pero carecerá de raíces. Puede convertirse al cristianismo,
pero deberá encontrar en él una comunidad tan fuerte como la islámica. Y
esto conduce a una buena reflexión para los católicos. ¿Ofrecemos
auténticas comunidades? ¿Lo son nuestras parroquias? La comunidad
musulmana acoge, orienta, tiene una moral clara e inteligible, y en eso
se asemeja a la fuerza del cristianismo original, que contraponía a la
confusa y heterogénea moral pagana, unos criterios sencillos y
fundamentados de ética.
¿Mantenemos esta condición o nuestra moral ya
flota sobre un mar bizantino de consideraciones, que permiten
interpretaciones contradictorias de los hechos y las leyes? La respuesta
es obvia, y por esta razón el Islam tiene conversiones en nuestro país.
Pero, volvamos al Islam y a la gran pregunta. ¿Puede nuestra sociedad integrar una comunidad que solo quiere ser ella misma y expandirse en nombre de Allah?
Creo que sí. Un camino es propiciar que vivan de acuerdo con la exigencia del Profeta: “Hemos
hecho de vosotros una nación moderada, una comunidad bien integrada,
una “ummah” equilibrada, para que seáis testigos, de los hombres, y para
que el Profeta sea testigo de vosotros” (2:143). De manera que,
como predica el propio Islam, su comunidad debe ser ejemplar, servir de
punto de referencia para los demás, evitar los excesos, la rigidez tanto
como la evaporación instantánea. Hallar una vía intermedia de acción,
ser constante y coherente, tener principios y permanecer flexibles a la
vez. En este hábitat, la mentalidad terrorista no tendría cabida, no
encontraría un ethos en el que acomodarse. El marxismo no se volvería estalinista.
Pero
esto no es fácil cuando las leyes y comportamientos son tan contrarios a
la idea de Dios y a una moral compartida por todos los creyentes, sea
cual sea su credo, surgida de la ley natural. ¿Cómo razonar a un
musulmán que su matrimonio con más de una mujer, formando diversas
familias, que contempla el Corán, es ilegal, mientras lo es el
matrimonio de un homosexual con un transgénero que ha virado a hombre,
pero que se embaraza y tiene un hijo? ¿Cuál está más cerca de la ley
natural y de la cultura humana?
Pero si
al mismo tiempo nosotros no construimos una comunidad virtuosa, no
tendremos nada valioso que ofrecer. Solo dispondremos de leyes e
individuos cada vez más solos. La gran tarea católica hoy es reconstruir
nuestras comunidades en las virtudes cristianas, dejándonos de
sociologismos baratos, y relativismos que solo generan confusión. Si lo
hacemos, todos saldremos ganando, no solo los cristianos.
Y recuerde a Merkel: “no hay muchos inmigrantes, ni musulmanes, lo que hay son pocos cristianos”.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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