Con el terrorismo actuando de forma transfonteriza y transnacional, lo que menos necesitamos son experimentos políticos de desconexión o de autosuficiencia
Varios agentes de los Mossos d'Esquadra en un control en Ripoll, Girona, tras los atentados. (EFE)
“No exagere, señoría”. Esta fue la displicente respuesta de un agente de los Mossos a la jueza de instrucción de Amposta que instó a profundizar en la investigación de la explosión de Alcanar, ante los indicios de que allí se había estado preparando un atentado apocalíptico.
Me pregunto si el policía respondería con la misma majeza a un señor magistrado del Tribunal Superior de Cataluña, por ejemplo. O si un oficial de la Guardia Civil con décadas de servicio prestaría más atención al requerimiento de la jueza, aunque solo sea porque esos funcionarios veteranos desarrollan un instinto de autoprotección burocrática que los induce a cubrirse las espaldas, un saludable 'just in case' aprendido en muchas horas de vuelo.
Hasta aquí el episodio, pero vamos a la categoría. La categoría es que el soberanismo policial es a la lucha antiterrorista como el colesterol a las arterias: puro veneno. Cualquiera que sea la estructura del Estado, la dispersión de la actuación policial no es buena medicina frente al terrorismo yihadista. Compartimentar esa lucha es una forma segura de empezar a perderla.
Digámoslo de una vez: tras un atentado de estas características, no existe un Estado en el mundo que entregue el mando de las operaciones a una policía regional.
Toda la comunidad internacional, política, judicial y policial coincide unánimemente en dos ideas: primera, que la guerra contra el terrorismo yihadista solo puede ganarse desde los servicios de información, internacionalmente conectados. Las ancestrales reservas de los Estados a compartir sus recursos de inteligencia nos están debilitando fatalmente ante el enemigo. Segundo, que la cooperación de los servicios de información debe ir acompañada de mandos operativos crecientemente integrados. Ayer mismo, el presidente del Parlamento Europeo declaraba en Onda Cero que Europa estará en desventajamientras no sea capaz de crear una réplica del FBI, con todas sus consecuencias (incluidas las cesiones drásticas de soberanía policial).
El soberanismo policial es a la lucha antiterrorista como el colesterol a las arterias: puro veneno
En EEUU, las policías de los Estados federados tienen competencias amplísimas en la lucha contra el crimen. Pero basta que aparezca la palabra “terrorismo” para que el debate sobre quién dirige ni siquiera se plantee. Nadie imagina a la policía de Nueva York reclamando para sí el mando operativo tras el 11-S.
En España, la lucha contra ETA avanzó decisivamente cuando se eliminaron los espacios estancos entre Policía Nacional, Guardia Civil y CNI, que por celos competenciales se cortociuitaban constantemente yse ocultaban información; y también cuando Francia autorizó la participación de policías españoles junto a sus gendarmes en las operaciones anti-ETA en territorio francés.
Si el terrorismo de nuestros días es transfronterizo y transnacional, la respuesta tiene que serlo también. Lo que menos se necesita en este campo son experimentos políticos de desconexión o de autosuficiencia; eso es caminar en la dirección contraria a la que exige la naturaleza global del desafío al que nos enfrentamos.
Bienvenidos sean los Mossos d’Esquadra a la lucha antiterrorista. Su contribución es imprescindible, como lo fue en su día la de la Ertzaintza en el País Vasco. No solo por su superior conocimiento del terreno, sino porque son la única fuerza policial desplegada físicamente en todo el territorio, llegando hasta el último rincón de Cataluña.
La guerra contra el terrorismo yihadista solo puede ganarse desde los servicios de información, que se encuentran internacionalmente conectados
Pero no puede ignorarse que los Mossos son un cuerpo reciente como policía integral y, en este terreno, inexperto. Este ha sido su debut, ya que el último atentado masivo en Cataluña, el de Hipercor, sucedió hace 30 años. Su caudal de información sobre las redes del terrorismo internacional es precario y, además, está sometido desde la política al peor estrés que puede sufrir un cuerpo jerarquizado, que es definir sus lealtades ante la inminente ruptura institucional en su propio país. Se admita o no, eso resta mucha atención, muchas energías y mucha cohesión.
Aun en el supuesto de que el 'procés' lograra avanzar hacia alguna forma de independencia, la policía catalana tardará mucho en alcanzar el bagaje y la 'expertise' antiterrorista de la Guardia Civil española, Scotland Yard o la Gendarmerie francesa. Por no hablar de nuestro CNI o de los legendarios MI5 y MI6. Así pues, aunque llegaran a ser políticamente independientes, seguirían siendo operativamente dependientes para proteger eficazmente a sus ciudadanos. Lo demás pertenece al mundo de la fantasía.
Comprendo la complejidad y las aristas de la situación que se vivió el 17 de agosto y en los días siguientes. La Generalitat quería poner a prueba ante el mundo sus “estructuras de Estado”, la más importante de las cuales es la Policía. Y Rajoy quiso evitar el espectáculo de un choque entre gobiernos y cuerpos policiales con los cadáveres aún en la calle y la incertidumbre dramática de si vendrían más ataques. Pero el escenario resultante, en mi opinión, fue una grave y disfuncional anomalía que no debe repetirse en el futuro. El principal responsable de ello es el Gobierno de España.
Por otra parte, cuesta entender que, tras la difusión mundial de un video del Daesh llamando a todos los yihadistas del mundo a atentar contra España, no se haya dado el paso de elevar al máximo el nivel de alerta antiterrorista. Supongo que tendrán sus razones; quizá una de ellas sea que la entrada en el nivel 5 supone sacar al ejército a la calle, y a nadie se le escapa lo que eso significaría en Cataluña en vísperas de su bacanal secesionista.
(Por decirlo todo, tampoco sé qué pintan los sindicatos de la Policía Nacional y la Guardia Civil, organizaciones gremiales ocupadas de los derechos laborales de sus miembros, encizañando sobre los evidentes desajustes policiales de estos días. Francamente, no creo que sea su papel ni el momento).
La buena noticia es que la Audiencia Nacional ha convocado a los responsables de los servicios de información de todos los cuerpos policiales implicados –Policía Nacional, Guardia Civil y Mossos d’Esquadra– y han acordado que, a partir de ahora, quien centralizará toda la investigación sobre los atentados de Cataluña será el Centro de Inteligencia Contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, que depende del Ministerio de Interior y que se creó precisamente para eso.
Por ahí se debía haber empezado, de hecho, debería ser algo automático. De haberlo hecho, quizá un policía poco reflexivo no habría respondido a las muy juiciosas dudas de la jueza de Amposta eso de “No exagere, señoría”, que es otra forma de expresar el castizo “señora, no incordie”.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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