El empeño de Sánchez en hacer grande a Rajoy.
EFE
Parece bastante claro que Rajoy recuerda más al
predecesor de Churchill que al líder inglés, porque prefiere cualquier
cosa a enfrentarse seriamente con los problemas que nos afligen, pero
sus enemigos son de tal naturaleza que pueden acabar convirtiéndolo en
un sir Winston. Tal vez sea eso en lo que piensa el presidente cuando
repite sus paseíllos veraniegos en la santa compaña del marido de doña
Ana Pastor, que dirige el Congreso con la misma regla con la que ha
hecho su gran carrera política, a saber: hay que hacer siempre lo que
diga Mariano.
El caso más notable es el de Sánchez, porque ya
se sabe que Iglesias es, más bien, un secundario contratado, pero
tampoco habría que menospreciar el empeño de los secesionistas que tanto
hacen porque Rajoy parezca una especia de galáctico de la política.
Sánchez y la vaciedad de las vaciedades
El
líder socialista recuerda cada vez más a ese personaje de un anuncio de
automóviles que es capaz de copiar todo lo que se le antoja nuevo para
estar a la última, es decir, para ser de izquierdas, pero que se confunde en el momento decisivo y, en lugar de comprar el coche ideal, se compra el perro del chauffeur,
es decir la vaciedad de vaciedades de la nación de naciones, una idea
que es tan de izquierdas como, por poner un ejemplo sencillo, la burbuja
inmobiliaria o cualquier estafa tipo Ponzi.
En su descargo, cabe decir
que esa solemne nadería viene formando parte de la gutapercha ideológica
del PSOE desde que se le ocurrió a Peces Barba, que en paz descanse.
Esa mutación, tamizada por el genio de Zapatero, ha llegado a formar
parte del fenotipo socialista sin que nadie, o casi nadie, haya
identificado correctamente la nefasta influencia electoral de tamaño
dislate.
El PSOE ha vivido durante mucho tiempo de un cierto voto mayoritario en Cataluña, pero Felipe González cometió el inmenso desliz de dejar ese capital en manos de la burguesía catalanista del PSC
El PSOE ha vivido durante mucho tiempo de un
cierto voto mayoritario en Cataluña, pero Felipe González cometió el
inmenso desliz de dejar ese capital en manos de la burguesía catalanista
del PSC, a la que pertenecían sin excepción ese inolvidable grupo de
líderes que culminó con Maragall.
Durante muchos años fueron capaces de
mantener en vigor el juego de manos de sostener al tiempo la política de
despilfarro en Andalucía y la retórica catalanista de izquierdas, un
truco que tuvo su momento de esplendor en la segunda victoria de
Zapatero, pero que acabó por perecer a manos de una lógica implacable en
tiempos del tripartito, en esa presidencia catalana de Montilla, cuando
se vio que la impostura (una injustificable sobrecarga fiscal a los
catalanes, aunque no solo a ellos, para financiar los excesos de los
feudos socialistas) acabó por resultar insostenible, pese a las
insensatas maniobras de Zapatero con Mas y a su absurda apuesta por un Estatut que ya no alcanzaría a soportar el hechizo. Desde entonces, el PSOE es esclavo de un PSC cada vez más endeble, un partido desquiciado y sin fuelle, al que se trata de mantener a flote con una idea absurda, con un expediente de doble lenguaje que deja a Orwell convertido en un alevín a la hora de imaginar perversiones en exclusivo beneficio del que manda.
La nación de naciones
Decir
a los catalanes, pues de eso se trata, que van a ser más que el resto,
pero van a seguir siendo como los demás, es tomarlos por tontos, a ellos
y todos los españoles, sin excepción. En política, el concepto de
nación es suficientemente clara y significa un ámbito de soberanía, la
capacidad de tener fronteras y defenderlas, la capacidad de tomar
decisiones sin consultar a nadie de fuera.
El taimado Pedro Sánchez pretende hacerles comulgar con esa rueda de molino 'pecesbarbiana' de la 'nación de naciones', y cree que podrá hacerlo llevado por la fuerza de la izquierda
Eso es lo que quieren, contra toda lógica,
contra toda ley, y contra toda historia, los secesionistas, pero el
taimado Pedro Sánchez pretende hacerles comulgar con esa rueda de molino
pecesbarbiana de la nación de naciones,
y cree que podrá hacerlo llevado por la fuerza de la izquierda, por los
votos de sorianos, albaceteños, asturianos, etc. que serían los
primeros estafados por entregar su voto por la igualdad para que los
señoritos catalanes puedan ser tan distintos como les pluguiere, para
que puedan asegurar que sus impuestos no acaben financiando a esa
especie de tontos de baba de españoles cejijuntos, vagos y torpes que
describen los antropólogos secesionistas, además de poder gozar de una
justicia hecha a medida de sus sabias, interesadas e inmemoriales formas
de gobernanza.
Pero también para que puedan seguir en el machito esa
colla de munícipes del PSC que no se atreven a llevar la contraria al
nacionalismo identitario, que no quieren quedar fuera del paraíso
catalán, no porque crean que se va a producir, pero sí por estar seguros
de que nunca habrá otra política distinta a la que proclama esa
identidad tan narcisista y ventajosa.
Homenaje a Cataluña
El
mismo Orwell que inmortalizó la burla de las consignas totalitarias
(todos iguales, pero unos más iguales que otros) haciendo ver su
atropello de cualquier lógica, su desprecio a la capacidad de pensar de
las personas libres, su desenfrenado autoritarismo, palidecería
avergonzado de la timidez de sus alegorías frente al continuo disparate
que producen los secesionistas, frente a sus desprecio a la razón, pero
seguramente se quedaría todavía más perplejo al ver que alguien pretende
aliviar semejante demencia con procedimientos similares, al ver cómo
los socialistas pretenden tener la solución al problema que plantea una
voluntad de secesión, por fortuna no mayoritaria, empleando cataplasmas
verbales, convirtiendo la política en una especie de diálogo de besugos,
en la venta de fórmulas absolutamente vacías que pretenden sacar
beneficio táctico al poner en un mismo plano a quienes plantean la
ruptura del orden constitucional y a quienes tienen el derecho y la
obligación de defenderlo.
Los que vieron en él una oportunidad de renovación del socialismo pronto tendrán que reconocer lo gravemente errados que han estado
Puede que durante algún tiempo hayan gozado de
cierto mérito las fórmulas sencillas, y proponer una contradicción en
los términos como solución a cualquier problema real, es un caso extremo
de simpleza, pero los tiempos ya no están para semejantes chifladuras.
Los españoles tenemos un problema grave con el secesionismo catalán,
pero llegaremos a tener uno todavía mayor si damos en pensar que la
solución de ese conflicto pudiera estar en un trabalenguas, si ponemos
nuestros destinos en manos de quienes propongan vaciedades y falsas
salidas: no queda otra solución que decidir una cuestión espinosa, si se
trata de memos incapaces de pensar racionalmente, o si estamos ante
sinvergüenzas que quieren comprar nuestra voluntad con engañifas. Tal
vez quepa pensar, no queda mucho tiempo para comprobarlo, que Pedro
Sánchez está haciendo, simplemente, una oferta táctica
hasta conseguir hacerse con todo el poder en el PSOE, y a la vista está
que no acaba de funcionarle, pero si persiste en proponer su bálsamo de
Fierabrás como quien predica el evangelio, habrá que darle pronto de
alta en la nómina de los muy necios, y los que vieron en él una
oportunidad de renovación del socialismo pronto tendrán que reconocer lo
gravemente errados que han estado.
España y sus caricaturas
Sánchez
entró en la gran política poniéndose ante una bandera nacional cuyo
tamaño hacía empalidecer a la que Aznar mandó poner en la madrileña
plaza de Colón, y ese gesto pudo significar que el PSOE se libraba
definitivamente de esa espuria identificación de España con el
franquismo, cosa que, por cierto, ha sabido hacer muy bien el núcleo
complutense de Podemos. Ahora, en cambio, parece que le flaquea el
patriotismo y que, por reinar en el PSOE, está dispuesto a reconocer que
están en lo cierto quienes atribuyen a España la condición de engendro,
quienes pretenden negar la única soberanía nacional, estupidez en la
que pueden acabar cayendo también los podemitas que se han aliado con lo
peor de cada casa, en cada una de las esquinas en las que bullen los
“vivas a Cartagena”. Es una desgracia que habremos de llevar con
paciencia, pero seguros de que no se trata de una malformación natural
ni, y en eso se equivocó Ortega, de un mal que hayamos de limitarnos a conllevar. Cuarenta años de conllevanza
deberían tenerse por prueba cierta, pero que una fuerza de izquierdas
quiera crecer a base de convertir un prejuicio insolidario, y con base
histórica y social en el más puro y cerril carlismo antiliberal, es un
regalo demasiado generoso a Rajoy: porque esa forma tan tontamente
inapropiada de decir “no es no” al gallego puede acabar convirtiéndose
en su salvoconducto para su cuarta legislatura, y aún para la quinta.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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