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viernes, 3 de enero de 2020

Humano, posthumano y angélico


Opinión

Albert Cortina


El transhumanismo pretende ofrecer una cosmovisión de sustitución postcristiana para los hombres y mujeres del siglo XXI.
Transhumanismo: una cosmovisión de sustitución postcristiana
En efecto, la utopía transhumanista/posthumanista (o distopía, según se mire) pretende construir una visión del ser humano, de la humanidad y del cosmos alternativa a la que propone el cristianismo.
Ante la elevación sobrenatural del hombre mediante la gracia santificante propuesta por la espiritualidad cristiana, el transhumanismo apuesta por el mejoramiento humano mediante las biotecnologías exponenciales.
A través de la biomejora, es decir, la mejora moral del ser humano conseguida mediante la modificación genética y otras tecnologías disruptivas, la persona adquiriría desde su nacimiento las cualidades que de acuerdo a los valores de una sociedad posthumana la harían “mejor”. El humano aumentado, potenciado, con mayores capacidades físicas, sensoriales y cognitivas seria el transhumano de hoy y el posthumano del futuro.
Elevación del hombre al estado sobrenatural
Según la cosmovisión cristiana Dios pudo haber creado al hombre en un estado puramente natural, destinado a un fin puramente natural. Pero no fue así: Dios creó al hombre en estado de gracia, a su imagen y semejanza, elevándolo al orden sobrenatural, como había hecho con los ángeles, y destinándolo, como a ellos, a un fin sobrenatural.
El estado sobrenatural del hombre comprendía en el origen de la Creación los dones sobrenaturales y los preternaturales.
En la espiritualidad cristiana se entiende por dones sobrenaturales: La gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.
1. La gracia santificante es un don sobrenatural que da como una segunda naturaleza al alma para que participe, en cierto modo, de la vida divina.
2. Las virtudes sobrenaturales son disposiciones permanentes del alma, por las que el hombre hace el bien moral de manera sobrenatural y meritoria.
3. Los dones del Espíritu Santo son perfecciones sobrenaturales que Dios concede para obedecer dócil y prontamente sus inspiraciones y facilitarnos el ejercicio de las virtudes.
El catolicismo explica que la vida moral de los cristianos está sostenida por los siete dones del Espíritu Santo.
Dichos dones son los siguientes:
a) Sabiduría: Es el don de entender lo que favorece y lo que perjudica al proyecto de Dios. El Espíritu Santo nos fortalece nuestra caridad y nos prepara para una visión plena de Dios.
b) Entendimiento: Es el don divino que nos ilumina para aceptar las verdades reveladas por Dios. Mediante este don, el Espíritu Santo nos permite escrutar las profundidades de Dios comunicando a nuestro corazón una particular participación en el conocimiento divino, en los secretos del mundo y en la intimidad del mismo Dios.
c) Consejo: Es el don de saber discernir los caminos y las opciones, de saber orientar y escuchar. Es la luz que el Espíritu nos da para distinguir lo correcto e incorrecto, lo verdadero y lo falso.
d) Ciencia: Es el don de la ciencia de Dios y no la ciencia del mundo. Por este don el Espíritu Santo nos revela interiormente el pensamiento de Dios sobre nosotros.
e) Piedad: Es el don que el Espíritu Santo nos da para estar siempre abiertos a la voluntad de Dios, buscando siempre actuar como Jesús actuaría. Si Dios vive su alianza con el hombre de manera tan envolvente, el hombre, a su vez, se siente invitado a tener piedad y amor con todos.
f) Fortaleza: Este es el don que nos vuelve valientes para enfrentar las dificultades del día a día de la vida. Vuelve fuerte y heroica la fe. Nos da perseverancia y firmeza en las decisiones.
g) Temor de Dios: Este don nos mantiene en el debido respeto ante Dios y en la asunción a su voluntad, apartándonos de todo lo que le pueda desagradar.
El fin del hombre, de este modo, es sobrenatural, pues hemos sido elegidos en Cristo antes de la creación del mundo para ser santos.
Por otro lado, en la espiritualidad cristiana se entiende por dones preternaturales los siguientes: don de integridad, don de impasibilidad, don de inmortalidad y don de ciencia infusa.
1. El don de integridad consiste en la total inmunidad de concupiscencia desordenada. O sea, el primer hombre tenía su razón sometida a lo más elevado, a Dios; su apetito sensitivo no poseía ningún movimiento desordenado. Este don removía del hombre todos los obstáculos de orden moral que pudiesen impedir la vida sobrenatural de la gracia.
2. El don de impasibilidad es la inmunidad de sufrimientos, es decir, el don de no sufrir, la exención de todo dolor o sufrimiento del alma y del cuerpo. Ninguna perturbación espiritual o corporal podía alterar la perfecta felicidad natural de los primeros padres en el Paraíso para que su unión con Dios pudiese desarrollarse en paz y tranquilidad.
3. El don de inmortalidad consistía en que el cuerpo humano mortal por naturaleza no sufriría la muerte -que es la degradación de los diversos elementos de toda materia viva- y viviría algún tiempo en el Paraíso Terrenal, siendo trasladado al cielo (visión beatífica de Dios), sin pasar por el terrible y doloroso trance de la muerte.
4. El don de ciencia infusa es el conocimiento infundido por Dios de muchas verdades naturales y sobrenaturales, suficientes para conocer todo lo que les convenía a nuestros primeros padres.
Como contrapartida a esos inmensos beneficios, fue presentada al hombre una prueba.
Debía cumplir la ley divina, guiándose por las exigencias de la ley natural grabada en su corazón, y respetar la única norma concreta que Dios les diere: la prohibición de comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, plantada en el centro del Jardín del Edén. Era la tentación de llegar a ser como dioses.
Una vez consumada la transgresión del precepto por parte de Eva y posteriormente también por Adán, en el mismo instante, quedó destituida el alma de la gracia divina.
Cuando la gracia abandonó el alma, desapareció la obediencia de las leyes del cuerpo a las del alma. El primer pecado fue una revuelta interna contra Dios que rompió la sumisión de la razón a Dios y produjo la ruptura y desorden de las facultades inferiores.
Según nos narran las Sagradas Escrituras, por el pecado original nuestros primeros padres perdieron los dones sobrenaturales y los dones preternaturales. No obstante, gracias a la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo la humanidad recobró la gracia santificante y los dones sobrenaturales, que son los más importantes, pero no se recobraron los dones preternaturales.
Por el pecado original de soberbia nuestro entendimiento experimenta gran dificultad para conocer la verdad y evitar el error, especialmente sobre el orden moral y sobrenatural.
Por dicho pecado original, nuestra voluntad siente gran dificultad para vencer el vicio y practicar la virtud.
Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida por el pecado original, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el campo de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres. También ignorar que la naturaleza humana esta hecha para amar, a imagen y semejanza del Dios-Amor, nos lleva al sufrimiento y al sinsentido vital.
Elevación de los ángeles al estado sobrenatural
La cosmovisión cristiana afirma que hay mucho más en este mundo de lo que es visible. En este sentido, los ángeles están a nuestro alrededor, y muchas veces nos preguntamos quiénes son y para que están aquí. Los ángeles son seres totalmente espirituales, que viven en una realidad que es totalmente distinta a la nuestra.
San Juan Pablo II en su Audiencia General del 23 de julio de 1986 afirmó que “en la perfección de su naturaleza espiritual los ángeles son llamados desde el principio, por virtud de su inteligencia, a conocer la verdad y a amar el bien que ellos conocen en verdad y en una forma más completa y perfecta que lo que es posible para el hombre”.
Dado que el acto de la Creación es un acto de la Santísima Trinidad, debemos entender que los ángeles fueron creados por Cristo y para Cristo.
Tradicionalmente para la cosmovisión cristiana todos los ángeles en el mundo fueron creados en una instancia al principio de la creación.
Una teoría que resulta interesante es que en el primer día, cuando Dios hizo “la luz”, “la luz” que hizo fueron los ángeles (Gen. 1,3). Esto es después confirmado cuando Dios “separo la luz de la oscuridad“, refiriéndose posiblemente a la rebelión de los ángeles liderados por Lucifer (Gen. 1:4)
Esta exposición es también mencionada por San Agustín en su obra Ciudad de Dios en este sentido: “Porque cuando Dios dijo «Hágase la luz, y la luz existió», si somos justos al creer que en esta luz se realizó, la creación de los ángeles, entonces ciertamente fueron creados como participes de la eterna luz que es la inmutable Sabiduría de Dios, por medio de la cual, todas las cosas fueron creadas, y de quien llamamos el unigénito Hijo de Dios; para que ellos, siendo iluminados por la Luz que los creó, pueden así mismo ser luz y ser llamados 'Día' en la participación de la inmutable Luz y Día que son la Palabra de Dios, por medio de la cual tanto ellos como todo lo demás ha sido creado” (Libro 11, Capitulo 9).
Según los primeros Padres de la Iglesia, los ángeles no solo estaban presentes en el comienzo de la Creación, sino que les fue encomendada la tarea de gobernar el mundo natural. Ellos son instrumentos de Dios en el mundo. Debemos notar que esto no quita mérito del dominio de Dios sobre la tierra, pero simplemente pone a los ángeles como un “instrumento” de Dios. Dios trabaja a través de ellos para retransmitir Su plan y para ordenar el mundo natural.
Respecto a los ángeles, Santo Tomás de Arquino afirmó que la elevación sobrenatural de los ángeles tuvo lugar al mismo tiempo que Dios los creó. Los ángeles fueron elevados al estado de gracia, pero no al estado de glorificación.
También los ángeles fueron sometidos a una prueba moral para merecer, con la ayuda de la gracia y su libre cooperación, la visión beatífica de Dios, en un estado definitivo y glorioso.
Los ángeles buenos superaron la prueba y recibieron como premio la felicidad eterna del Cielo.
Los ángeles caídos, capitaneados por Lucifer, se rebelaron contra la voluntad divina y fueron castigados eternamente en el infierno, siendo transformados en demonios, instigadores del mal en el mundo.
Alumbramiento del ángel posthumano
Como ya hemos señalado al principio del presente artículo, el transhumanismo sostiene que la humanidad tiene la posibilidad y la obligación moral de mejorar las capacidades de la especie humana mediante el uso de la ciencia y las nuevas tecnologías con la intención de alumbrar a un ser transhumano, con mayores capacidades físicas, sensoriales y cognitivas de las que tenemos ahora y, posteriormente, a un ser posthumano, es decir, a un ser que ya no sería humano sino superior a él.
Las supra-capacidades que promete el transhumanismo para los seres humanos mejorados del futuro son las siguientes:
1. La superinteligencia, que entronizará definitivamente a la diosa Razón.
2. La superlongevidad, que persigue vencer el envejecimiento y alcanzar la inmortalidad cibernética.
3. El superbienestar, que tiene como objetivo eliminar el sufrimiento y ofrecer un mundo feliz.
En múltiples ocasiones el neognosticismo tecnológico que supone el transhumanismo/posthumanismo resulta ser la cosmovisión ideal para la Nueva Era de la hipermodernidad. En este sentido, esta pseudo-religión tecnológica propone representaciones angélicas de los seres posthumanos. Y es entonces cuando cabe preguntarse: ¿a qué ángeles se estarán refiriendo los transhumanistas?
La artista Marina Núñez, en una serie de infografías denominadas Ángel Caído que desarrolló para la exposición Luz y Tiniebla en la Catedral de Burgos en 2008, nos da una pista de que representa la unión entre lo angelico y lo posthumano. Núñez realiza un ejercicio interesante de encuentro iconográfico entre aspectos propios del humanismo y de la teología cristiana con preocupaciones propias del cientifismo materialista del que hoy es heredero el transhumanismo y el posthumanismo.
El relato bíblico de la caída de los hombres y de los ángeles por orgullo tiene un correlato secular en el rechazo clásico a la transgresión de los límites. Como en el caso de Prometeo, también en el mito de Ícaro, la hibris o desmesura, la desobediencia, causa siempre la catástrofe.
La confusión de los límites entre lo humano y lo no humano, entre lo natural y lo sintético o tecnológico, es el espacio propio de lo híbrido y del cyborg. De este modo, el transhumanismo y el posthumanismo pretenden expandir una ideología que modifique radicalmente los modelos ontológicos y antropológicos clásicos, desarrollando una cultura evolutiva que desafíe las fronteras naturales, hibride las especies, desborde los límites biológicos y trasgreda las esencias.
Cabe pues hacernos la siguiente pregunta: ¿Pretende el transhumanismo y las antropotécnicas más utópicas del siglo XXI alumbrar humanos y ángeles caídos que ambicionen ser Dios?


                                                                  ALBERT CORTINA
                                                                  Publicado en español en Frontiere. Rivista di Geocultura.

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