Resultan llamativos los aspavientos y los rasgados de vestiduras porque no se ha cumplido en 2015 el objetivo de déficit. Desde mi punto de vista, lo sorprendente hubiera sido cumplir con dicho objetivo, teniendo en cuenta cuál es la situación estructural de España, con un Estado hipertrófico, difícil de administrar, y una economía low cost como resultado del pinchazo de las burbujas especulativas que hicieron creer a muchos que estábamos en el panel de los ricos. Por ello, cualquier persona, aplicando su sentido común, observaría con incredulidad las afirmaciones sobre la mejora del déficit, acompañadas del crecimiento significativo de la deuda. Esto último es el verdadero indicador de que a España le aguarda un largo horizonte de incumplimientos, eso sí, procurando no llegar al descontrol absoluto, para lo que deberían practicarse políticas de saneamiento de gastos, empezando por la estructura del Estado, y planteando una negociación seria con la U.E. para cambiar sus exigencias. Ello requeriría presentar el plan de viabilidad español de los próximos cinco años, porque seguir vendiendo humo de cumplimientos imposibles es lo que de verdad crea desconfianza y agrava los problemas.
Cualquier gobierno al que le preocupe el futuro de sus compatriotas tiene la obligación de preparar un plan de viabilidad de esa empresa llamada España para someterlo a nuestros acreedores
Ni milagros ni proyectos realistas
En las circunstancias actuales, cuyos orígenes se remontan a mucho tiempo atrás, no se puede pedir a los gobernantes que hagan milagros, aunque algunos de ellos no se cansan de prometerlos en las campañas electorales permanentes que padecemos, pero sí se les debe exigir que se apliquen a estudiar los males que nos afligen y que prevean cómo corregirlos, poniendo sobre la mesa un proyecto global claro y sencillo. Por eso llama la atención quecuando hablan de la deuda, si es que lo hacen, sólo contemplan la famosa prima de riesgo, variable voluble y un tanto arbitraria que no depende de nosotros, y no se fijen en cómo crecen los volúmenes de aquella que, según las cifras oficiales, ya representa casi el 100% del PIB. A partir de ahí se pueden sacar muchas conclusiones, pero, desde mi punto de vista, la primera y principal es que cualquier gobierno al que le preocupe el futuro de sus compatriotas tiene la obligación de preparar un plan de viabilidad de esa empresa llamada España para someterlo a nuestros acreedores y, con la ayuda necesaria de la Unión Monetaria, aunar los deseos de cobro de los prestamistas y el funcionamiento regular del Estado y de sus servicios públicos. Me gustaría conocer alternativas a lo sugerido, que no sean las del socorrido dicho de que “el que venga detrás que arree”, que es en lo que parecen instalados muchos de nuestros responsables políticos.
El Gobierno se felicita porque la economía española evoluciona positivamente y confía que irá a más. De hecho, ese fue su mensaje para las elecciones del 20D y me imagino que lo será para las previsibles de junio de este año. Sin negar las mejoras y dejándonos de flagelar por el patinazo del déficit, convendría fijar la atención en los problemas principales, cuya resolución requerirá paciencia y decisión: un tejido productivo incapaz de generar empleo suficiente y digno y unas estructuras públicas sobredimensionadas, que succionan recursos fiscales y demandan deuda de forma exponencial. Por su parte, la iniciativa privada, que es frágil y escasa en España, carece de estímulos y de orientaciones para invertir, con la dificultad añadida de la selva normativa que se extiende a lo largo y a lo ancho del país; un marco apropiado para la especulación, que florece cuando el poder público, además de disperso y fragmentado, no está controlado, como acredita sobradamente la experiencia.
A la sociedad española no le interesan los discursos y la jerga tecnocrática de la economía financiera
Sustituir la jerga tecnocrática por la realidad que interesa
Cierto que todo lleva su tiempo, porque restaurar la higiene pública y reforzar la educación, que son dos pilares fundamentales del saneamiento patrio, tarda en dar sus frutos, pero tampoco hablamos de veinte o treinta años, que han sido los precedentes de la catástrofe actual. Al fin y al cabo, la fuerza de la nación se crece en la adversidad, si dispone de un proyecto serio que ofrezca un porvenir distinto al de la mera cuadratura contable de unas cifras o estadísticas, que casi nada significan para millones de españoles. Las encuestas del CIS han venido alertando sobre ello y las últimas elecciones de diciembre lo han atestiguado para sorpresa de quienes no se habían tomado la molestia de estudiar las encuestas y pulsar la realidad del país, que es bastante más que la de Madrid, Barcelona o Valencia. Creo que a la sociedad española no le interesan los discursos y la jerga tecnocrática de la economía financiera, tampoco el descubrimiento de secretos de Polichinela, como el de la desviación del déficit, que forman parte del catecismo del capitalismo de casino que tanto daño ha causado a los europeos en general y que ahora se refugia en el intercambio de cromos de la deuda soberana.
Los propagandistas y valedores de ese modelo financiero, que ha fagocitado a las instituciones europeas, son muy suyos de seguir con sus prédicas macroeconómicas, pero nuestros gobernantes, provisionales o definitivos, deberían trascender de ese marco absurdo y ponerse a trabajar sobre la realidad que es socialmente desigual y económicamente poco vigorosa. Las cifras están ahí a disposición del que quiera consultarlas, desde los boletines del Banco de España hasta los informes del Instituto Nacional de Estadística. Por eso, en este tiempo de interinidad, sería recomendable que los que aspiran a representar y a gobernar a los españoles rompan con los discursos tecnocráticos y cansinos que no conducen a parte alguna y se centren en elaborar un proyecto nacional para sacar al país del círculo vicioso de la deuda insostenible y de las exigencias inasumibles de terceros.
MANUEL MUELA Vía VOZ PÓPULI
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