Parece que las vacaciones de Gobierno y Parlamento se van a prolongar lo que queda de año, haciendo buena la vieja expresión de que en España las cosas provisionales suelen ser las más duraderas. Con independencia del fracaso que ello significa en términos institucionales, lo más llamativo es que los causantes principales o accesorios del mismo se aprestan a apurar hasta el fondo el mantenimiento de la interinidad, con la confianza vana de cambiar las corrientes de fondo que dieron lugar a los resultados del 20D. Cambio que sólo sería posible, si el clima político y social que los causó se transformara en una mejoría de las condiciones de vida de importantes sectores del pueblo español. Sin negar algunos logros positivos en materia macroeconómica, estos son tan magros en términos de conjunto y de expectativas, que no alterarán la balanza electoral, si no aparecen otros factores aparte del espectáculo ya conocido por la opinión pública durante estos meses. Y eso me hace pensar en que, si finalmente muere esta legislatura la semana próxima, el clima político se tornará bronco con el peligro de que pueda despertar sentimientos indeseados en los hasta ahora pacíficos electores españoles.
Los que han disfrutado del poder a lo largo de décadas se resisten a reconocer que, sin haberlo perdido del todo el 20D, tienen la necesidad de compartirlo con otros
La negación de las responsabilidades políticas
Aunque sea reiterar lo dicho por muchos analistas, la causa principal de que nos encontremos en el escenario actual es que los que han disfrutado del poder a lo largo de décadas se resisten a reconocer que, sin haberlo perdido del todo el 20D, tienen la necesidad de compartirlo con otros recién incorporados a la palestra del Parlamento. Entre eso y la negativa de los líderes castigados electoralmente a asumir su derrota, los caminos para la formación de gobierno a la usanza tradicional, quedaron cegados desde el primer día. Lo ocurrido desde entonces es buena muestra de ello, y lo que es más, es un anticipo de lo que aguarda si esa guerra de trincheras no termina en alguna clase de armisticio. Y ese únicamente podría surgir de las propias Cortes que hasta el momento han acreditado su inanidad, capitaneadas por un presidente del que no consta actuación alguna para propiciar una salida institucional, basada en un proyecto cercano a los deseos de los electores del pasado diciembre.
La realidad es que, a pesar de las proclamas de haber entendido los mensajes y de que era imperativo el diálogo entre los grupos parlamentarios, nada de eso ha sucedido, salvo el intento protagonizado por el PSOE-Ciudadanos que, aun reconociendo el esfuerzo de sus protagonistas, se ha demostrado claramente insuficiente para obtener el respaldo de las Cortes. Por ello, parece claro que hay que extraer las enseñanzas del fracaso y no obstinarse en mantener inalterados intentos baldíos que no conducen a nada. Se supone que, si hay elecciones, cada cual llevará aprendida la lección de estos meses que han sido de aprendizaje para unos y de realidades amargas para otros, lo que debería facilitar planteamientos de otra naturaleza y, desde luego, más ambiciosos que los habidos hasta ahora. Probablemente, el principal de ellos deba ser el reconocimiento de que el tinglado institucional necesita una reestructuración radical y no un mero calafateado y que cualquier Gobierno que se forme habría de asumir ese objetivo, proponiendo un programa sencillo para ejecutarlo en un bienio como máximo, para concluir en Cortes Constituyentes.
El modelo político quedó desarbolado el 20D y nadie sabe cómo enfrentar esa realidad
Ni siquiera cambian los procedimientos fracasados
Otra de las enseñanzas de los meses de impasse es la de comprobar lo vetustos que son nuestros procedimientos electorales en comparación con los de otros países en los que, en cuestión de horas o como mucho de escasos días, se forma gobierno y se empieza a trabajar. Aquí permanecemos en la época de la diligencia, adobada con una profunda desconfianza entre los actores del desarrollo electoral, lo que lo convierte en insufrible y encima estéril. Es cierto que se ha soportado con paciencia por parte de los contribuyentes, pero puede llegar el momento en que esta se agote y se manifieste con escasa participación en los nuevos comicios. Pues bien, ni siquiera esos aspectos han sido capaces de corregir estas Cortes, cuyas facultades, empezando por la iniciativa legislativa, han tenido íntegras desde el 13 de enero pasado. Verdaderamente lamentable, ir a elecciones con las mismas normas y procedimientos, cuya obsolescencia es un secreto a voces. Otra razón añadida para concluir que el modelo político quedó desarbolado el 20D y que nadie sabe cómo enfrentar esa realidad.
En unos días conoceremos en qué para todo esto, si siguen las vacaciones o se acortan por mor de alguna decisión de última hora. Sea lo que sea, la crisis española seguirá en la sala de espera hasta que aparezca el proyecto que plantee su resolución de forma pacífica y democrática. Mientras tanto, observaremos el juego de luces y sombras con el que se nos viene obsequiando en este tiempo vacacional.
MANUEL MUELA Vía VOZ PÓPULI
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