"En España
reina la parálisis política", titulaba el pasado día 20 la portada de la
edición internacional de 'The New York Times'. Y tanto. El Rey espera a los líderes políticos
el lunes para que le digan qué han hecho hasta ahora para dar a España
un Gobierno; y todos ellos acudirán a la cita con las manos vacías. Aunque
fuera por decoro, deberían pasar estas últimas horas reunidos, negociando
frenéticamente -o al menos, aparentándolo-. Pero estamos en el límite
del plazo y, que se sepa, no hay una sola reunión programada entre
los partidos para evitar el ridículo mundial que vamos a hacer dentro de 48
horas. Hay que tener pachorra para que esté más inquieta la gente en la calle
que ellos en sus despachos.
El jefe del
Estado podría preguntar a Rajoy: “Usted es el líder del primer grupo
de la Cámara y, por tanto, el primer responsable de intentar formar un
gobierno. Durante estos cuatro meses, ¿cuántas veces se ha reunido con
los demás partidos para negociar?”. Respuesta: “No recuerdo si una o ninguna,
Majestad. Leí en los periódicos que no me querían de presidente y no me
molesté en llamarlos.”
Es cierto que
esto es un fracaso colectivo, pero de unos más que de otros. No puede exigirse
la misma responsabilidad a los dos primeros partidos del país, que tienen entre
ambos más del 60% de los diputados y han gobernado durante 35 años, que
a dos partidos que llegan por primera vez al Parlamento, que jamás han
estado en un gobierno y tienen dos grupos estimables, pero al fin y al cabo
minoritarios.
No es que Podemos y Ciudadanos se hayan lucido
precisamente; más bien han ofrecido un estreno deprimente de la
autodenominada “nueva política”, confirmando que el ser nuevo no te hace
necesariamente mejor. Pero si hay que señalar a alguien por este estropicio, es
al PP y al PSOE. Ellos tenían la obligación de sacar adelante esta situación; y
no es que no hayan podido, es que no han querido. Ambos se han
empantanado en el fango de los vetos y las exigencias inasumibles. Antes, su
forma de gestionar la crisis económica o su incapacidad para remediar la
aluminosis del sistema político y limpiarlo de telarañas los desacreditaron
ante la sociedad. Pero ahora han fracasado en lo más elemental:
hacer posible que del voto de los ciudadanos nazca un gobierno. Y este es, a mi
juicio, un fracaso invalidante para quienes lo han protagonizado.
Imaginar las calles inundadas de nuevo con los carteles de Rajoy/Sánchez
pidiendo el voto me produce bochorno, y me cuesta entender que no se lo
produzca a ellos.
Rivera sugiere ahora que ya que ni
Rajoy ni Sánchez pueden presidir un Gobierno con este parlamento, busquemos un presidente de consenso. La
propuesta quizá hubiera sido útil planteada de otra forma y en otro momento. En
el último suspiro y por sorpresa, es un truco oportunista más, un
penúltimo volatín en el “circo español” del que hablaba la crónica
de 'The New York Times'. Sus objetivos tácticos son obvios:
Primero, va a
favor de la corriente; a mucha gente de buena fe le suena bien esa música y
pensará que es una fórmula razonable para salir del atasco. Segundo, obliga
a Rajoy y a Sánchez a rechazarlo, acentuando la sensación de que lo único
que les importa es su poder personal; tercero, atrae los focos hacia sí en el
fin de semana decisivo; y cuarto, será el único que presente al Rey una
propuesta nueva. Además, recupera la soltería política de forma elegante: no rompe formalmente el acuerdo, pero deja
claro que Sánchez ya no es su candidato. El líder del PSOE irá a La Zarzuela
con los mismos 90 diputados que tenía en febrero.
Lo de Podemos es distinto porque su juego
realmente nunca tuvo que ver con el Gobierno de España. Estás a setas o estás
a Rolex, dice el conocido chiste de vascos. Iglesias lo tiene claro: él está
a Rolex (la hegemonía en la izquierda, o lo que el renegado Errejón llama “construir pueblo”) y lo
de las negociaciones siempre fue para despistar. Así que poco tendrá que
contarle al Rey, que está más interesado en encontrar setas con forma de
gobierno.
La gran novedad de estas elecciones
será el acuerdo entre Podemos e IU, que tiene
pinta de estar prácticamente hecho. ¿Por qué no fue posible en diciembre y sí
ahora? Porque entonces quien lo necesitaba para no perecer era IU y quien lo necesita ahora
para no pegarse una chufa en las urnas es Podemos. Un grande y un pequeño
solo se asocian cuando le conviene al grande.
Sea como sea, esta alianza puede
provocar un vuelco en el escenario resultante del 26-J. Esta
semana hemos conocido dos encuestas, una de Llorente y Cuenca y otra de 'El
País'. La primera parte de la situación actual y la segunda incorpora la
hipótesis de una coalición electoral Podemos-IU. Y aunque no proyecta escaños,
ya les digo yo que el impacto de ese acuerdo podría dar lugar a dos
escenarios políticos completamente distintos.
No puede exigirse la misma responsabilidad a los dos primeros partidos
del país que a dos partidos que llegan por primera vez al Parlamento
Si damos por buenos los datos de
intención de voto de ambos sondeos -muy parecidos entre sí-, en el primer caso
(con Podemos e IU compitiendo por separado) estaríamos ante una
probable mayoría de centro-derecha(PP+C’s). Y en el segundo caso (coalición
de izquierdas), tendríamos dos fuerzas de izquierda prácticamente empatadas y
muy cerca de sumar -con alguna ayuda extra- lo suficiente para formar un
Gobierno (este sí, a la valenciana, paritario… y lo de la presidencia, ya se
vería).
Así que comprobando que él mismo ha
abierto en su flanco derecho la frontera con Ciudadanos (el nuevo “voto
amigo”), previendo lo que puede ocurrir por su izquierda si se confirma la boda
Iglesias-Garzón y conociendo lo que se cuece en su casa, si yo fuera Sánchez me pensaría lo de
la propuesta de Rivera. Pero no teman cortesanos y ortodoxos, que no lo hará y afrontará su
destino con toda entereza.
En todo caso, tras el desfile de líderes por La Zarzuela y mientras se
dispone a firmar el decreto de convocatoria de las elecciones, Felipe VI podrá
exclamar, como Romanones: ¡Joder, qué tropa!.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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