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viernes, 29 de abril de 2016

LAS ELECCIONES AMARGAS

Si lo que pretendía Rajoy con la actitud que ha mantenido desde el pasado mes de diciembre es cerrar su mandato sin el baldón de ser el primer presidente de gobierno incapaz de lograr la reelección, es posible que crea encontrarse ahora un poco más cerca de lograrlo, sólo posible, mientras que lo que es seguro es que ha contribuido, tanto como cualquiera de los 350 diputados, y seguramente más que ninguno de ellos, a que los españoles desconfíen todavía un poco más de las instituciones y, sobre todo, del personal que las encarna.
Rajoy seguirá jugando al absurdo de pedir una coalición imposible con quienes detesta
Repetición, no segunda vuelta
El sistema español no contempla las segundas vueltas, que se celebran siempre en unas condiciones muy distintas a la primera, de forma que a lo que nos veremos enfrentados a finales de junio, es a una absurda repetición de los comicios, y, si nadie hace algo para evitarlo, a un panorama sensiblemente similar al que hemos padecido. Es de esperar que la mera posibilidad de que se pueda producir el caso de que haya que recurrir a una nueva repetición haga que los mismos diputados que ahora han patinado sobre su sillón sin hacer nada para cumplir sus obligaciones con los ciudadanos cambien de actitud, pero estoy dispuesto a apostar que Rajoy no será el primero en dar ejemplo, que seguirá jugando al absurdo de pedir una coalición imposible con quienes detesta, con aquellos que piensan lo que piensan de él, y no son los únicos, aunque tal vez decidan ser un poco más comedidamente hipócritas con su conducta verbal.
Una lección no aprendida
Los españoles se han negado a dar la mayoría a cualquiera de los dos partidos que se han alternado en el gobierno desde 1981 y no se alcanza a ver las razones por las que podrían cambiar esa actitud de base en los próximos sesenta días. Rajoy no ha movido un dedo para resolver positivamente el problema parlamentario planteado por los resultados, ha pretendido que el Rey le sacara las castañas del fuego, afortunadamente sin conseguirlo, y ha decidido tomarse a chacota, en lo que ha tenido éxito, bien acompañado por abundantes palmeros, el único intento mínimamente positivo que se ha hecho en el Congreso para formar Gobierno. Es verdad que el acuerdo de Ciudadanos y el PSOE prefiguraba un Gobierno que cualquier liberal debiera ver con seria prevención, pero no cabe pensar que haya sido esa la razón de Rajoy para el desdén, seguramente le haya parecido que las subidas de impuestos no eran suficientemente duras o que la Justicia quedaba peligrosamente libre para examinar vaya usted a saber qué cosas.
Cuando se ha sugerido la posibilidad de que Rajoy se hiciese a un lado, que asumiese una renuncia personal que podría haber abierto el camino del pacto que decía perseguir, los terminales amigos se han lanzado a una incontenible campaña contra el pobre Sánchez que, al parecer, abrigaba la insólita pretensión de ser presidente del gobierno, cuando todo el mundo sabe que Rajoy sólo pretende el bien común, y, de manera muy altruista y secundaria, y sólo si fuere posible, el bien propio, muy en último término.
Los votantes del PP se van a ver ahora ante una nueva prueba de fidelidad a machamartillo
Si no quieres caldo, dos tazas
Los votantes del PP se van a ver ahora ante una nueva prueba de fidelidad a machamartillo, la de volver votar a quienes se han olvidado de cualquiera de sus preferencias y deseos, con el hermoso motivo de que, de hacerlo, caerán en manos de dueños aún peores. Es obvio que ese planteamiento obtendrá sus rentas, pero está por ver que vayan a ser mayores que las de diciembre y, más difícil todavía, de que puedan lograr mayores réditos con la ayuda del sistema electoral, que puedan reponer a Rajoy en la Moncloa. Resulta muy indeseable, pero bien pudiera suceder que la resistencia de Rajoy, en lo que sería su postrer y no menor desatino, acabase propiciando un gobierno de izquierda radical y ese temor será, con certeza, el contenido efectivo de su programa para junio, para tratar de que sus electores prefieran seguir siendo maltratados por los suyos en lugar de enfrentarse a un maltrato ajeno, que es fácil que resultase más llevadero que la correa corta de Montoro y el arbitrismo leguleyo de la sabihonda.
¿Bipartidismo u otra cosa?
Abundan los analistas sensatos que recomiendan la vuelta de la burra al trigo a la vista de los disparates de los nuevos, pero puede que haga falta ser bastante máslisto de lo que es la media para que el electorado adopte esa solución en tan corto plazo, en lugar de seguir la tendencia que se abrió paso en diciembre. Mucho no han hecho sus señorías como para cambiar el voto de nadie, y es algo que habría que hacer.
Dado que el bipartidismo es una tendencia muy fuerte y bastante universal, lo más inteligente sería cambiar los agentes del dueto, antes que la partitura. No hay que esforzarse en suponer que Rajoy vaya a cambiar nada, de forma que la única posibilidad de cambio está en la otra orilla del río que nos lleva. Parece bastante claro lo que trataría de hacer un líder de fuste del sector de la izquierda moderada, de entre aquellos que comprenden que el capitalismo, en cualquiera de sus acepciones, tiene escasa alternativa, y que es necesario que la política provea sistemas de equilibrio y de balance. No cabe esperar nada de quienes crean o digan creer que se puede hacer algo distinto, lo de Venezuela, por ejemplo, pero un socialdemócrata valiente trataría de hacer que la fuerza electoral de la izquierda se concentre en el centro y se agarraría con fuerza al pacto suscrito con Ciudadanos, un partido sin mácula, aunque los lebreles rajoyanos se apresurarán a  atribuirle la muerte de Manolete, cuya inspiración de fondo y sus orígenes se encuentran, precisamente, en el centro izquierda, y que ayudaría al PSOE a recuperarse de la absurda dolencia que le lleva a desear una España tan dividida e inviable como sea posible para beneficio de los personajillos provenzales que han crecido como un sarampión infantil en un país envejecido y que, a ratos, parece alelado.
Una alianza capaz de cambiar las reglas del juego
Desde que Aznar decidió dejar el PP en malas manos, la política española se ha debatido entre una socialdemocracia vergonzante pero decidida a todo lo impropio, la de Rajoy, y una izquierda destructiva y retrograda que ha permitido, con regocijo y apoyo explícito de la inteligencia rajoyana, la aparición de un esperpento que, lleno de buenas intenciones aparentes y causas decentes, como la de pedir una comisión de investigación sobre el accidente ferroviario de Santiago, está, sin embargo, preñado de un repertorio de soluciones que multiplicarían nuestros problemas de manera criminal.
Puede resultar necio esperar que algo cambie, pero, a veces, de en medio del desastre surge la esperanza
Que los electores pudieran optar por un centro izquierda moderado con Sánchez y Rivera, llevaría a Rajoy al paro por la dinámica del voto útil: no se olvide que entre ambos partidos, y por separado, ya han tenido más votos que el PP, y más escaños, que podrían crecer notablemente. Esta estrategia conduciría a medio plazo a una redefinición de la izquierda moderada, que tiene una sólida base en la cultura política de gran parte de los españoles, y obligaría al partido supuestamente conservador, a ser una fuerza liberal y a abandonar para siempre sus herencias del sistema autoritario. Tal vez demasiado, hay que reconocerlo, para la política alicorta que se ha hecho epidémica en España.
España al pairo
No creo que se le ocurra a Rajoy volver a presumir de sus éxitos económicos, aunque sin duda se los reconocerían con alborozo en los terminales apesebrados, pero todo puede ocurrir. Mientras dejamos que crezca el virus disparatado del populismo, nadie se ocupa en serio de  nuestros problemas económicos de base, se sigue tirando del gasto con una alegría irresponsable, se continúa castigando con una insolencia burocrática y regulatoria demencial cualquier posibilidad real de que florezcan iniciativas empresariales, y continuamos produciendo títulos y egresados de escasísima solvencia, engañando de manera continuada a los jóvenes cuyos recursos no les concedan otra posibilidad. Por lo demás, España parece extrañamente fuera del mundo y ni siquiera un Obama ya con muy poco que hacer se ha tomado la molestia de comprobar los éxitos del gobierno y las inteligentes iniciativas de tanta comunidad autónoma como tenemos. Frente a este panorama, puede resultar necio esperar que algo cambie con unas elecciones irresponsablemente repetidas, pero, a veces, de en medio del desastre surge la esperanza, porque, incluso en España, sigue siendo cierto que no se puede engañar siempre a todos, y no hay duda de que se lleva mucho tiempo engañando a la mayoría, para provecho de muy pocos.

                                                         J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ PÓPULI

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