Hay una pregunta que se formula el ciudadano. Cuando se trata miembros de la élite política y económica, sospechosos de graves delitos, algunos reciben todo el peso de la ley pero otros tienden a irse de rositas, ¿a qué se debe esta asimetría?, ¿cuál es la diferencia entre ellos? Mientras Luis Bárcenas o Francisco Granadosfueron encarcelados sin miramientos, los Pujol o Rodrigo Rato continúan disfrutando de su libertad. Mientras Emilio Botín o los "Albertos" se libraron de cualquier castigo, recibiendo incluso doctrinas jurídicas ad hoc , Javier de la Rosa o, de más rabiosa actualidad, Mario Conde, ingresaron en prisión para cumplir condena. Este último constituye un caso muy ilustrativo, ¿que tendrá Conde para ser el pupas, el pimpampum, el monigote que recibe todas las bofetadas?
Se tolera el delito pero... de ningún modo saltarse las reglas
Salvando la intensidad o la cuantía, todos esos personajes cometieron irregularidades similares. Su dispar destino no es fruto de la posición; invariablemente eran ricos y poderosos. Ni de la consistencia de las pruebas. Ni del mero azar, esa mala suerte de sacar la bolita equivocada. Para que un miembro de la élite política o económica sea castigado duramente, no basta con que, presuntamente, se apropie del dinero del accionista o del contribuyente. Debe, además, infringir esas particulares reglas no escritas que rigen esos mundillos. Bien es sabido que en ciertas organizaciones informales, como la mafia, existen normas muy estrictas que todos sus miembros deben cumplir. Se tolera el delito pero... de ningún modo saltarse las reglas. Ahí reside el trato tan dispar, el distinto rasero aplicado a cada uno de los personajes.
Aunque la corrupción siempre fue endémica en España, el Régimen del 78 introduciría una nueva dimensión. Dejaría atrás la corruptela de carácter individual y artesanal, para pasar a una corrupción organizada, donde la concesión del favor y el cobro de la comisión se llevaría a cabo por personas distintas y en diferentes momentos del tiempo. Se formó un conglomerado de ubicuas y complejas tramas que cubriría todos los rincones de la geografía, unas redes en las que participarían todos, del Rey al concejal. Y del concejal al empresario. Parte del dinero recaudado financiaría los gastos de los partidos pero la mayor parte fluiría a cuentas privadas en determinados paraísos fiscales.
Las reglas del Patio de Monipodio
Una vez que el sistema se fue "perfeccionando" las relaciones dentro del colosal entramado corrupto se hicieron cada vez más complejas, implícitas y sobreentendidas. El gigantesco Patio de Monipodio generó sus normas tácitas, unas reglas informales que todos, políticos o empresarios, debían acatar, so pena de recibir un castigo ejemplar. El código de conducta incluye respetar la jerarquía, abstenerse de invadir la demarcación de otros y, sobre todo, acatar estrictamente la omertá o ley del silencio.
Lo que verdaderamente se castiga en las élites no es llevarse el dinero, sino romper la ley del silencio
Lo que verdaderamente se castiga en las élites no es llevarse el dinero, sino saltarse las reglas no escritas, especialmente la ley del silencio. Pobre de quien se atreve a airear las miserias del sistema, contar al público cómo funciona realmente. Quedó ya patente en 1981, cuandoAlonso Puerta fue expulsado de su partido, y desposeído fulminantemente de su acta de concejal, por denunciar públicamente la corrupción sistémica en el Ayuntamiento de Madrid. Bárcenas actuó a placer durante años pero se anudó la soga al cuello cuando dio publicidad a su famosa libreta.
Mario Conde es un ejemplo paradigmático para comprender el funcionamiento del sistema. Aceptó las perversas reglas mientras estuvo en la cima pero intentó retorcerlas en su provecho, adaptarlas a su particular modus operandi, forzar los límites aunque tuviera que saltarse la jerarquía establecida e invadir la demarcación de otros. Con osadía y astucia pudo entrar por los resquicios del sistema. Se hizoíntimo de Juan Carlos, una amistad que, bien es sabido, requería inmensa fortuna. Mucho menos costoso resultó obtener un doctorado honoris causa por la Complutense, entrar por la puerta grande en unos ambientes universitarios que abundan en almas dispuestas a venderse a precio de saldo. Poderoso caballero es don Dinero.
El castigo es... por irse de la lengua
En el fondo, la conducta de Conde no fue distinta a la de muchos otros. Pero su ambición, petulancia e inclinación a la ostentación eran muy superiores. También su ingenuidad. Así, sobrevaloró sus fuerzas, se sintió capaz de saltarse las normas informales y alcanzar la cúspide, convertirse en el protagonista indiscutible de la España contemporánea. Lo que determinó finalmente su condena fue la estrategia de airear, presuntamente, las vergüenzas de peces muy gordos, con la complicidad de un famoso periodista, que también acabó cayendo en desgracia. No fue consciente de que el sistema es implacable con tal violación de la omertá. Conde no fue más villano que otros, incluso menos que algunos. Pero tampoco un héroe: no denunció el perverso sistema hasta su caída, sólo tras ser engullido por la implacable maquinaria.
Más que protegidos por la justicia, nos encontramos a merced de la arbitrariedad
Incluso al salir de la cárcel, continuó soltando perlas, dejando miguitas para quien tuviese la perspicacia de seguirlas. Narra, por ejemplo, enLos días de gloria (2010), cómo en 1987, habiendo acordado la venta de empresaAntibióticos S.A. a un grupo italiano, sólo faltaba la preceptiva autorización del gobierno español, que se negaba a concederla. Por fin, el pago de dos millones de dólares a un intermediario obró el milagro: el gobierno cambió súbitamente de criterio y autorizó la venta de la compañía. Un buen caso que ilustraba cómo se pagan y cobran las comisiones. Conde no se callaba ni bajo el agua, algo muy de agradecer para el ciudadano, pero bastante molesto para quienes ostentan el poder. Corre gran riesgo quien airea las alcantarillas del sistema, mostrando al público lo que se cuece por allí. Todo esto explica los últimos acontecimientos, el trato tan dispar otorgado a quienes cantanLa Traviata frente a los que mantienen la omertá.
Los ciudadanos comunes somos condenados si sustraemos algo ajeno. No es el caso de las élites. Mediante el control de los altos estamentos judiciales, la fiscalía o las fuerzas de seguridad, el sistema tiende a proteger y exonerar a políticos, empresarios, financieros, al rey emérito y a otros miembros de la Casa Real ... si se atienen a las normas no escritas, principalmente a esa repugnanteomertá. Pero corta de un tajo la cabeza de quienes osan sacar los pies del plato, infringir esas reglas informales. Más que protegidos por la justicia, nos encontramos a merced de la arbitrariedad.
JUAN M. BLANCO Vía VOZ PÓPULI
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