No sólo
la doctrina de la Iglesia, sino las propias palabras de Jesús sobre el
matrimonio se reinterpretan ya de maneras muy distintas. Según el
biblista Silvio Barbaglia, en los Evangelios la indisolubilidad absoluta
vale sólo para las parejas que viven como hermano y hermana “por el
reino de los cielos”.
En las casi
sesenta mil palabras de la exhortación apostólica post-sinodal, las
palabras “indisoluble” o “indisolubilidad” aparecen apenas once veces. Y
ni siquiera una vez en el amplio y crucial capítulo octavo, ese sobre
las parejas “llamadas irregulares”:
> “Amoris lætitia”
Pero no hay nada escrito que clara y explícitamente menoscabe el dogma sobre la indisolubilidad del matrimonio cristiano.
De hecho,
según el cardenal Christoph Schönborn –exégeta oficial de la exhortación
por investidura del Papa Francisco–, las excepciones que surgen aquí y
allá conciernen sólo al “discernimiento personal y pastoral de los casos particulares”,
pero no afectan de ninguna manera a la doctrina, ni tan siquiera ponen
en duda la permanente absolutidad de las palabras de Jesús contra el
divorcio: “Lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mateo 19, 6).
En
realidad, sobre este punto específico, actualmente no están libres de
contestaciones e reinterpretaciones, en los distintos niveles de la
Iglesia, ni el dogma ni los Evangelios; tampoco después de la
publicación de la “Amoris lætitia”.
De hecho,
en lo que atañe a la doctrina de la indisolubilidad son ya muchos los
que teorizan que el amor esponsal puede “morir”, disolviéndose también
el vínculo sacramental. Por no hablar de la difundida praxis de dar la
comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, lo que también
desmiente de hecho la indisolubilidad del matrimonio.
Sin
embargo, sólo un número muy pequeño de exegetas se ha atrevido, hasta
ahora, a reinterpretar de manera radicalmente nueva los Evangelios sobre
este punto, sosteniendo que ni siquiera para Jesús la indisolubilidad
del matrimonio era algo categórico.
Uno de
estos exegetas es el monje camaldulense Guido Innocenzo Gargano,
estimado estudioso de los Padres de la Iglesia, anteriormente prior del
monasterio romano de San Gregorio al Celio, docente en el Pontificio
Instituto Bíblico y en la Pontificia Universidad Urbaniana, según el
cual Jesús no habría revocado en absoluto la concesión mosaica del
repudio, ni excluido jamás del reino de los cielos a quien recurre a
ella “por la dureza del corazón”:
> Para los “duros de corazón” vale siempre la ley de Moisés (16.1.2015)
> Qué diría Jesús si fuese un padre sinodal (3.7.2015)
Otro es el
biblista Silvio Barbaglia, sacerdote de la diócesis de Novara y docente
de Sagrada Escritura en la facultad teológica de Italia septentrional,
en un ensayo que está desde hace pocos días en las librerías:
> S. Barbaglia, “Gesù e il matrimonio. Indissolubile per chi?”, Cittadella Editrice, Assisi, 2016
Su exégesis
recorre un camino distinto al que recorre la del padre Gargano. En su
opinión, Jesús sí que ha pronunciado palabras que son inequívocas acerca
de la indisolubilidad del matrimonio. Pero no las ha dicho para todos,
sino sólo para un círculo restringido de sus discípulos, las parejas
casadas que habían dejado todo -familiares, propiedades, costumbres-
para seguir en la misión itinerante, en fidelidad matrimonial absoluta
pero también, a partir de ese momento, en continencia sexual perfecta,
como “eunucos por el reino de los cielos”.
¿Y los
otros discípulos, mucho más numerosos, que no seguían a Jesús en su
misión, sino que permanecían en sus ciudades y aldeas y en familias de
tipo patriarcal? A estos –explica Barbaglia–, Jesús no les pedía el
inmediato distanciamiento de las tradiciones mosaicas, incluido el
“libelo de ripudio”.
Ellos, sin
embargo, podían ver en las parejas misioneras que vivían en castidad
como hermano y hermana la anticipación profética de la vida de los
resucitados, “en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mateo 22, 30), de la que podían sacar estímulo para “un camino de purificación” de los propios modelos matrimoniales, aún marcados por rasgos no conformes – repudio, poligamia, etc. – a “como era en principio”, a Adán y Eva antes del pecado.
También
Pablo –prosigue Barbaglia– hizo lo mismo. A algunos, a las parejas que
partían en misión, como Aquila y Priscila, les proponía la elección
profética: “El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen”
(1 Corintios 7, 29). Pero a los otros, los más numerosos, no les pedía
abstenerse sexualmente, sino una relación lo más estable y fiel posible.
Y, según
Barbaglia, lo mismo debería hacer la Iglesia hoy. No “universalizar”
para todos el dogma de la indisolubilidad, en cada condición de espacio y
de tiempo, sino distinguir entre los dos grados de la vida matrimonial:
el de los pocos llamados a una vocación esponsal particular “por el
reino de los cielos”, y el de la multitud.
Para la
multitud el vínculo matrimonial se fundaría sencillamente sobre el
bautismo y para celebrarlo como matrimonio cristiano bastaría una simple
bendición.
Mientras que el sacramento real del matrimonio estaría reservado sólo para los pocos que lo abrazan “por el reino de los cielos”,
tal vez después de años de vida de pareja como simples esposos
cristianos y después de haber tenido hijos. El sacramento marcaría el
inicio de una nueva vida pobre y misionera, en la que se renunciaría el
ejercicio de la sexualidad y con fidelidad indisoluble también después
de la muerte de uno de los cónyuges.
La
indisolubilidad valdría, por lo tanto, de manera absoluta sólo para
estos pocos, mientras que para los muchos –escribe Barbaglia– tendría
“forma relativa, aunque con tensión hacia la absoluta”. Y esta
situación, “que es la común y ordinaria para la mayoría de los
cristianos, podría permitir que se resolviera positivamente también el
añoso problema de la comunión a los bautizados, divorciados y que se han
vuelto a casar, que piden volver a empezar en la Iglesia una nueva vida
de fidelidad”, con o sin un previo camino de penitencia según las
responsabilidades de cada uno en la ruptura del vínculo anterior.
Barbaglia
presenta este doble grado de matrimonio como un “ejercicio de escuela”,
por ahora sólo teórico, derivado de susodicha exégesis de los
Evangelios. A la que hay que añadir también otra “hipótesis”, que atañe al clero casado.
Tal como
hacían en la Iglesia primitiva los sacerdotes y los obispos casados, que
ejercían su ministerio absteniéndose de las relaciones sexuales con sus
esposas, así, según Barbaglia, podría ser de nuevo también en la
Iglesia católica del mañana.
Diáconos,
sacerdotes, obispos ejercerían su ministerio en los respectivos estados
de celibato o matrimonio, pero “ambos con la connotación de ser ‘eunucos
por el reino de los cielos’, como en el grupo apostólico de Jesús y en
la Iglesia de los orígenes”.
Un
“ejercicio de escuela”, éste último, que ciertamente no encontrará mucho
favor en quienes hacen campaña a favor de un clero casado, y que
tampoco lo imagina en continencia sexual perfecta.
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Silvio Barbaglia es un exegeta no exento de originalidad. Su penúltimo libro es:
> S. Barbaglia, “Il digiuno di Gesù all’ultima cena. Confronto con le tesi di J. Ratzinger e di J. Meier”, Cittadella Editrice, Assisi, 2011
En la
secular disputa entre quienes sostienen que la última cena fue una cena
pascual y quienes en cambio –siguiendo la cronología de Juan– la
anticipan a la noche anterior, Barbaglia toma posición demostrando un
acuerdo pleno entre los cuatro Evangelios. En su opinión, la última cena
de Jesús fue una “cena de ayuno” la noche de Pascua para estar en medio
de sus discípulos como “aquel que sirve”.
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Sandro Magister
Vía InfoVaticana
Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.
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