Hace décadas que Estados Unidos de América tiene puesta su mirada y sus intereses en Asia-Pacífico, pero de vez en cuando echan un vistazo a la vieja Europa que tantos quebraderos de cabeza les ha causado a ellos y al mundo en el último siglo. Y estos días ha sido Obama, el presidente saliente, el que se ha dado una vuelta por Inglaterra y Alemania para tomar el pulso de la situación. Ha aprovechado para exhortar a los ingleses a que no abandonen la UE, aunque todos sabemos qué opinión se tiene al otro lado del Atlántico de la misma, y en Alemania se ha reunido con la Canciller Merkel y los máximos responsables ejecutivos de Francia, Gran Bretaña e Italia para disponer de elementos de juicio con vistas al famoso y casi desconocido tratado de libre comercio que se negocia con las instituciones europeas. Todo ello sin olvidar que el gallinero europeo anda revuelto, en gran parte por las consecuencias de la crisis financiera que pueden alterar significativamente los equilibrios geopolíticos del Continente.
Se están recogiendo los frutos del modelo impuesto a principio de la década de los 90
Los problemas europeos no son sólo las estadísticas
Probablemente, por deformación o por pura inercia, se tiende a enjuiciar los problemas europeos recurriendo a las estadísticas y a si suben o bajan las décimas de PIB. No niego la importancia de ello, pero, desde mi punto de vista, el asunto es de mayor alcance y consiste en contemplar cómo se ha ido deteriorando la economía de los diferentes países y cómo la deuda pública ha crecido para suplir la falta de recursos provenientes de la producción de bienes y servicios. El caso de España, aunque no sólo, es paradigmático de lo que afirmo y aquí, como en el resto de países, se están recogiendo los frutos del modelo impuesto a principio de la década de los 90, consistente en conjugar dos factores que se han demostrado letales para el crecimiento económico y la estabilidad social; me refiero a la preeminencia de lo meramente financiero y a la desertización industrial derivada de una malentendida globalización.
La
incapacidad de los Estados y de sus gobiernos para defender los
intereses nacionales, ordenando sus modelos productivos con iniciativas
públicas serias y fundadas, acompañadas de la administración rigurosa de
los recursos, ha producido el crecimiento exponencial de la deuda y el
retraimiento de la iniciativa privada, asfixiada por la fiscalidad
rampante y, en algunos sectores, por la diarrea regulatoria. Esta última
es la afición más extendida en el seno de la UE y de sus organismos
reguladores para defender la
permanencia de los costosos complejos burocráticos de Bruselas y
Francfort, cuyos beneficios para los contribuyentes europeos son un
secreto encerrado bajo siete llaves. Por ello, es lógico que
desde otros lares se observen entre bromas y veras las cabriolas del
gallinero europeo que, si se prolongan, pueden derivar en males mayores,
teniendo en cuenta que el conflicto de Ucrania sigue abierto y que el
Mediterráneo está como está.
Líderes europeos en horas bajas
El
presidente Obama se ha reunido en Hannover con cuatro líderes europeos
que, a grandes rasgos, son representativos de lo que acontece:
Inglaterra se debate entre seguir con una silla en Bruselas o no,
Alemania se ve obligada a atender algunos frentes abiertos en su
interior por problemas en la industria automovilista y bancaria a los
que se suma la guinda de los refugiados, que ha removido viejos demonios
de la política germana. En cuanto a Francia, las hipótesis apuntan a
cambios sustanciales en menos de un año con la presencia del Frente
Nacional en las máximas instituciones de la V República y la posible
marginación del partido socialista. Sólo Italia, bajo el mandato de
Renzi, ofrece una imagen de mayor estabilidad, aunque su mapa político
está lejos de consolidarse.
Los problemas europeos podrían terminar envenenando al conjunto de la política internacional
No
es extraño que el presidente americano haya apelado a la unidad y a la
fortaleza europeas, aunque es de suponer que será consciente de la
vanidad de tales proclamas y que, por ello, se llevará el sentimiento de
que el que le suceda en la Casa Blanca tendrá que atender los asuntos europeos con mayor intensidad de lo que lo ha hecho él mismo, para evitar males mayores. Y eso será independiente de que el sucesor sea republicano o demócrata, ya que al fin y al cabo los problemas europeos podrían terminar envenenando al conjunto de la política internacional, cuyo liderazgo, mientras no se demuestre lo contrario, corresponde a la potencia norteamericana.
Sin embargo, ni hay autocrítica ni se recapacita y seguimos oyendo la retahíla de lugares comunes, normalmente de carácter financiero o de exaltación de los recortes de derechos sociales y políticos, bajo el eufemismo de las reformas estructurales, con la ausencia llamativa de planes de inversión y de protección de lo que va quedando de los sectores productivos europeos. Lo único claro es la perseverancia en el empobrecimiento y el aumento de la desigualdad que resulta fácil predecir adónde nos conducirán, porque no hace falta recurrir a los augures para afirmar que los que dirigen la UE trabajan con ahínco para arruinarla, a pesar de sus protestas constantes de fe en ella.
MANUEL MUELA Vía VOZ POPULI
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