Juan Manuel de Prada
En una de sus habituales (y apabullantes) iluminaciones proféticas, Leonardo Castellani señala que, al final de los tiempos, la Finanza apátrida y el comunismo harán pandilla, una visión que para los espíritus mostrencos resulta por completo ininteligible; pero de la que ya vamos viendo los primeros síntomas. El Gobierno que ahora tenemos en España, por ejemplo, es un gobierno lacayo de la Finanza apátrida y, a la vez, aureolado de retóricas comunistas. Pues la Finanza apátrida, al arrasar el tejido económico sano que proporciona la propiedad bien distribuida, genera resentimiento social; y nadie sabe encauzar mejor (para los intereses de la Finanza apátrida) el resentimiento que el comunismo.
Medidas tan aspaventeras como la subida (birriosa) del salario mínimo, que se disfrazan de «justicia social», no son en realidad sino apuestas de la Finanza apátrida, que necesita un mundo en el que las clases medias estén cada vez más deterioradas; un mundo en donde cada vez más personas cobren salarios mínimos que, sin embargo, no sean tan ínfimos como para que su resentimiento se vuelva contra los auténticos causantes de su desgracia, sino… contra quienes todavía cobran algo más que ellas. Así, mediante la devastación de las clases medias y la conversión de los pueblos en hórridos hormigueros rezumantes de resentimiento, el comunismo y la Finanza apátrida hacen pandilla, mientras avanzan hacia su objetivo común, que como nos enseña Castellani es la creación de un Estado Mundial ateo, bien rebozadito de derechos de bragueta y dulces morfinas eutanásicas.
En esta alianza entre la Finanza apátrida y el comunismo, la derecha hace el papel de médico de urgencias si la coyuntura económica lo exige; y, en todo lo demás, el papel de tonto útil. Sobre la condición de tonto útil de la derecha no hay sino que advertir (por ceñirnos a sucesos recientes) su inconsistente oposición a la eutanasia con grotescos argumentos de tipo financiero; a los que también recurre, por cierto, para defender lastimosamente la permanencia de Cataluña en España (salvo cuando las cosas se encrespan, que recurre al testiculario y al 155), sin fibra ni vibración alguna para abanderar una auténtica catalanidad hispánica. Así que la derecha, incapaz de ofrecer principios atractivos sobre cuestiones cruciales, se limita a mantener cohesionados a sus adeptos, con chuminadas como el episodio vodevilesco del garrulo Ábalos y la pizpireta Delcy; a la vez que entrega la plaza al enemigo en las cuestiones sustantivas que conforman la mentalidad de la época. Y es natural que así sea, pues los principios que alimentan a esta derecha son los principios liberales que justifican la autodeterminación (lo mismo para eutanasiarse que para independizarse). Castellani, con visión profética formidable, nos enseña también que el liberalismo sienta siempre -impepinablemente- las bases doctrinales para que, a la postre, «un grupo de sabios socialistas, bajo la coartada de la Adoración del Hombre, gobiernen el mundo autocráticamente y con poderes tan extraordinarios que no los soñó Licurgo». Ese futuro avizorado por Castellani ya ha llegado; con la salvedad de que el grupo de socialistas que nos gobierna no son ni siquiera sabios, sino lacayos al servicio de la Finanza apátrida. Y para combatir la alianza del comunismo y la Finanza apátrida que posibilitaron los principios liberales sólo existe una medicina, que es el pensamiento tradicional. Todo lo demás es un inoperante día de la marmota, con la matraca de Ábalos y Delcy sonando machaconamente en el hilo ambiental.
JUAN MANUEL DE PRADA
Publicado en ABC.
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