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martes, 25 de febrero de 2020

La revancha de la historia: ¿es Europa una colonia digital?

¿Es Europa digitalmente soberana o nos hemos convertido en una colonia digital? ¿Estamos a tiempo de 'independizarnos' o debemos conformarnos con ser consumidores de tecnología?

Foto: Imagen de Gerd Altmann en Pixabay. 

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

 Allá por los años noventa, aquellos que 'nos metíamos' en internet teníamos la petulancia de llamarnos a nosotros mismos 'internautas', como si la red fuese un mar desconocido y bravío en el que adentrarse resultara peligroso. Algunos entonces comparaban internet con una plaza universal que se le hubiera abierto al planeta y a la que cualquiera podía acudir a charlar, comprar, ligar, pasearse… Yo escribí un artículo titulado “Internet, por donde sigue la Historia”, en el que anunciaba que algún día existirán naciones digitales; países sin territorio físico a los cuales se podrá pertenecer por elección para pagar menos impuestos y recibir mejores servicios. Que, igual que ya puedes elegir a tu proveedor de telefonía, no muy tarde se podrá elegir también a un proveedor de salud, educación, seguridad y pensiones, y que no necesariamente tendrá que ser un país analógico.

Diez años más tarde, en la primera década de este siglo, apareció una red social llamada Second Life que ofrecía la posibilidad de disfrutar de un avatar virtual para vivir una vida doble: en el mundo analógico, por un lado, y en el mundo digital, por el otro. Desde el principio de internet hemos tenido la impresión de que la red duplicaba la realidad, aunque de un modo postizo; la realidad seguiría siendo la que se puede tocar y manipular y el mundo electrónico conformaría otra realidad, pero proyectada, igual que el cine o la televisión imitan aquello que se puede tocar porque verdaderamente existe.
Hoy sabemos que únicamente existirá una realidad en el futuro y que será la llamada 'realidad digital'
No han ido por ese camino esquizofrénico las cosas. Hoy ya sabemos que únicamente existirá una realidad en el futuro y que será la llamada 'realidad digital'. Nuestro yo analógico se va a ir quedando poco a poco atrás, como todas aquellas necesidades orgánicas que la buena educación fue relegando históricamente al ámbito de la privacidad. El ser humano educado no come o no se muestra sin ropa en público, por ejemplo. Así, nuestro yo analógico acabará siendo solo el soporte de nuestro yo digital, o del conjunto de nuestros diversos yoes digitales, para ser más exacto.
En este contexto de transformación, conviene resaltar algunas circunstancias que, pese a ser visibles, no parece que estén siendo tenidas suficientemente en cuenta:
Primera, la política no existe en el universo virtual. Una vez cruzamos la frontera del mundo analógico al mundo digital, la política y los políticos dejan de tener nada que decir y el imperio de la ley es sustituido por el imperio de la programación. Los programadores son los legisladores digitales. Sucede lo que el algoritmo decide, el algoritmo manda. Resultan patéticas, en este sentido, las cartas y plegarias de los dirigentes europeos al propietario de Facebook rogándole que sea bueno y no nos haga daño, sin ir más lejos.
Segunda, en la economía digital, las necesidades de los consumidores virtuales se satisfacen con datos, ni con trabajo ni con bienes, y tampoco con capital. En general, tendemos a pensar que la economía de datos consiste en que los datos que liberamos al 'navegar' por internet pueden utilizarse para hacernos publicidad, pero eso es solo el principio. Con nuestros datos, los que liberamos y los que no queremos liberar, se nos alimentará, curará, empleará, educará, protegerá, manipulará, torturará e incluso matará en un futuro no muy lejano. La inteligencia artificial y el internet de las cosas funcionarán con datos, no con jornadas de ocho horas, no con carbón o petróleo. Quien no esté trabajando ya con datos llega un siglo tarde a la próxima década.
Tercera, quien no posea tecnología propia será una colonia digital de quien la desarrolle. Si lo relevante serán los datos que compongan nuestro yo digital y el espacio en el que ese yo se aloje o los algoritmos que le permitan existir, no ser propietario de la tecnología que da soporte a los servicios que recibimos o al trabajo que realizamos equivaldrá a ser un inmigrante digital en una patria prestada.
Y cuarta, la revolución tecnológica que está en marcha abrirá brechas sociales insalvables entre quienes tendrán empleo y quienes lo perderán al ser sustituidos por robots, y entre quienes se beneficiarán de los avances de la biotecnología y los que no, que quizás incluso vean reducida su esperanza de vida respecto al presente.
En este contexto, la Comisión Europea ha presentado su libro blanco sobre inteligencia artificial y estrategia europea de datos, que constituye un primer paso de la estrategia digital europea que se ha propuesto desarrollar. Más vale tarde que nunca. Ahora estaría bien que este debate se hiciera sitio también en la agenda política española, dicho sea sin intención de hacer reír a nadie.
Este libro blanco ha abierto ya un debate en el que todos estamos involucrados. Al calor del documento, 'Politico' afirma que la Unión Europea deberá defender sus valores en la gran partida digital. El 'Financial Times' recuerda que en Europa solo un país invierte significativamente en inteligencia artificial, el Reino Unido, que ya no es miembro de la UE. Y 'The Economist', que si Europa quiere convertirse en la tercera 'tecno-esfera' no lo va a conseguir con restrictivas medidas proteccionistas. La polémica está servida, ahora se trata de participar desde España o dejar una vez más que inventen ellos.
Nos presentamos a la carrera con mucho retraso. El año pasado ninguna, ¡ninguna!, de las principales empresas digitales del mundo era europea
Lo cierto es que nos presentamos a la carrera con mucho retraso. El año pasado ninguna, ¡ninguna!, de las principales empresas digitales del mundo era europea. No existe un sistema operativo (para ordenador o móvil), navegador, red social, servicio de mensajería instantánea o motor de búsqueda del que se pueda decir que es europeo. Ni siquiera tenemos una nube de datos europea, nuestros datos se almacenan bajo la supervisión de terceros. Y en estas circunstancias es pertinente formularnos la siguiente pregunta: ¿es Europa digitalmente soberana o más bien nos hemos convertido en una colonia digital? ¿Estamos a tiempo de 'independizarnos' o debemos conformarnos con ser consumidores de tecnología y no programadores de algoritmos?
Las coacciones a las que el Gobierno de Trump está sometiendo a los países europeos que intentan poner impuestos a las multinacionales digitales que obtienen cuantiosos beneficios en esos territorios sin contribuir podrían ser un indicio de que realmente nos consideran su colonia digital. ¿Por qué nuestros agricultores deben ser rehenes de que Google no quiera pagar por ejercer una actividad lucrativa en España o Francia? Da ganas de disfrazarse de indio y arrojar al mar el cargamento de té de los barcos anclados en el puerto de Boston, digo de Valencia, Róterdam o Marsella.
Por no mencionar la forma en que Estados Unidos y China están disputándose la supremacía digital sobre nuestro mercado de más de 500 millones de consumidores y que indicaría que ya no contamos como competidor y que se trata de saber bajo qué órbita vamos a caer. Habrán oído hablar de la polémica creada en torno a la tecnología 5G y la compañía china Huawei.
Antes que nada, es necesario entender de qué estamos hablando. 5G se refiere a la red móvil de quinta generación. La primera generación fue la que introdujo los teléfonos móviles desde los que solo era posible hacer llamadas. La segunda generación nos trajo los mensajes de texto, los famosos SMS (Short Message Service). La tercera generación, 3G, nos permitió navegar por internet, aunque fuese de manera bastante rudimentaria. Y la cuarta generación, que es la que verán en la mayoría de sus 'smartphones' si miran la parte superior de la pantalla, 4G, es la que introdujo la banda ancha, es decir, mayor cantidad de datos y a mayor velocidad, lo que permite hacer videollamadas o ver un vídeo en YouTube.
¿Qué va a suponer entonces el 5G? Pues en esencia, supone que la cantidad de datos será infinitamente mayor y viajarán mucho más rápido que con el 4G. Por ejemplo, descargarse una película —de manera legal, es importante recordarlo— será una cuestión de segundos. Pero también permitirá que todo dispositivo electrónico pueda conectarse con otros a su alrededor e interactuar, desde la lavadora o la nevera hasta los paneles digitales del metro. Es lo que se llama el internet de las cosas, cuando las cosas toman decisiones por nosotros. El principio de la inteligencia artificial aplicada a la vida de cada uno de nosotros.
¿Dónde está el problema? En que, de momento, la única que ha desarrollado esa tecnología es China, a través de la empresa Huawei. Y, por razones que todos ustedes entenderán, existen ciertas reticencias a permitir que China pueda tener acceso, a través del 5G, no solo a los datos más sensibles de un Estado sino a la información producida por millones de ciudadanos en tiempo real. Mi pregunta es: ¿quien pone las carreteras sabe lo que contienen los camiones que circulan por ellas? Esa es la respuesta clave.
Sin embargo, en ningún caso es aceptable la presión que está ejerciendo EEUU contra la UE para que vetemos, como ha hecho Trump, la participación de Huawei en el desarrollo de las infraestructuras de 5G. Tengo la sospecha de que detrás de esas amenazas no hay tanta preocupación por la seguridad como miedo a perder en favor de China y quizá de Europa la ventaja competitiva que ahora ostentan sus empresas en la economía digital.
No podemos quedarnos fuera de la carrera solo para beneficiar a EEUU. Nosotros también aspiramos a liderar la inteligencia artificial
Hoy por hoy, sin Huawei no hay 5G posible en Europa y no sé si debemos permitirnos el retraso que conllevaría semejante veto. No podemos quedarnos fuera de la carrera solo para beneficiar a EEUU. Nosotros también aspiramos a liderar la inteligencia artificial. No somos la colonia digital de nadie.
El Consejo Europeo debe posicionarse con claridad, no dejar a cada país solo frente a los gigantes chino y americano. Después de todo, lo que está un juego es la soberanía digital europea.

                                ESTEBAN GONZÁLEZ PONS  Vía EL CONFIDENCIAL

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