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domingo, 16 de febrero de 2020

Europa: identidad y ciudadanía

El poder catártico de una "ciudadanía europea" solo tendrá legitimación democrática si inspira un proyecto de identificación que concilie valores e intereses

Foto: Una bandera de la Unión Europea izada en Francia. (EFE) 

Una bandera de la Unión Europea izada en Francia. (EFE)

"Ninguna comunidad puede arraigar un sentido de pertenencia si no tiene fronteras que proteger". Con esta obviedad se despachó Macron a principios del año pasado en una misiva a la ciudadanía europea. En la misma línea abogó en una entrevista icónica en 'The Economist' por una defensa europea. Para un centrista 'radical' no deja de ser una excelente llamada al orden a la ristra de nacionalistas como Vox, Salvini, Le Pen, y compañía en su crítica pueril al 'globalismo' y al magma de la izquierda con su 'buenismo' progresista y arsenal ideológico.
Ahí está Sánchez que cuando enarbola la bandera europea, descansando del “diálogo quimérico con Cataluña”, abraza la digitalización, la economía verde y la cohesión, pero esquiva ligeramente dos vectores claves para la integración: inmigración y defensa, para los que su voluntad desbordante de buenas intenciones elude respuesta. La desconexión casa con la realidad y la falta de pragmatismo en ambos lados del espectro populista, en estos frentes es tan ingenua como para socavar un debate imprescindible en torno a una identidad y ciudadanía europeas.
La canciller alemana, Angela Merkel. (Reuters)
La canciller alemana, Angela Merkel. (Reuters)
Mientras la Francia de Macron lo tiene claro, en Alemania el relevo a una Merkel centrista se fermenta con presiones a la derecha. El cordón sanitario a la xenófoba derecha radical del AfD se ha preservado por principio pero queda por ver si en la cuestión crítica de integración de Europa se identifican otros cordones sanitarios, que la tienen suspendida y en convalecencia los últimos cinco años. De ese choque conceptual tectónico entre identidades europea y propiamente nacionalista que se ve venir, podría cristalizar un concepto clave de ciudadanía europea con el que desarmar todo el espectro populista, desactivar las inconsistencias del euro y dar legítima validez al instrumentario de protección en torno a la frontera, la defensa y —la inmigración avalado por Macron— de facto refundar la Unión Europea.
Mientras la Francia de Macron lo tiene claro, en Alemania el relevo a una Merkel centrista se fermenta con presiones a la derecha
En el lustro que viene se solapan la “Conferencia sobre el Futuro de Europa” (2020-22), las elecciones alemanas (2021) y las francesas (2022): Europa se la juega. En un mundo del siglo XXI a la intemperie de la escoria autoritaria de China, Putin y probablemente la revalidación de Trump al frente de EEUU, solo una Alemania que debata y tome en serio las propuestas de Macron auspicia una Europa soberana que nos saque de la irrelevancia y el atropello. El poder catártico de una "ciudadanía europea" solo tendrá legitimación democratica si inspira un proyecto de identificación que concilie valores e intereses. Para ello, extraer de las derechas populistas nacionalistas la consigna de la identidad y conjurar una dimensión europea es como se gana esta batalla.

Guerras culturales, populismos vs. identidad europea

En estos tiempos de fragmentación política, populismos de turno y crispación retroalimentada, la ofuscación fatídica está muy de moda. Alcanza incluso un debate que por genérico parece fatuo: de dónde viene y a dónde va Europa. Con tanta historia con la identidad, el desarraigo, y la desafección puede suscitar emociones fuertes y encontradas, unas por exceso otras por defecto.
Decir hoy en día, por ejemplo, que la cultura occidental ha sido el corazón de la civilización resulta políticamente incorrecto, aunque también una obviedad a tenor de lo que se aprende en el colegio. Atisbar que ese papel es un gerundio de civismo en permanente resolución y no un derecho divino hiere sensibilidades o simplemente deja indiferente, arropado por el frenesí consumista. Al fin y al cabo, sí hubo un intento de suicidio europeo. Occidente está huérfano de dirección, con Trump a punto de repetir como presidente de EEUU y Europa que no acaba de dar un golpe en la mesa.
Decir hoy en día que la cultura occidental ha sido el corazón de la civilización resulta políticamente incorrecto, aunque también una obviedad
Desde la izquierda populista: el “multiculturalismo”, la “ascendencia moral” y la crítica de la Historia con categorías modernas, la condena del “hetero-patriarcado”, del colonialismo, el enjuague del islamismo, o el repudio del siglo americano… Todas ellas son expresiones hiperbólicas de una agenda ideológica en la que, por narices toda costumbre tiene que ser opresora y toda innovación liberadora. Se hace más justicia al sentimiento que inspiran que a la verdad. Del otro lado, del nacionalismo populista de derechas, la consagración de una visión reduccionista, estrábica, de la historia en torno a un supuesto “destino nacional” y su adscripción confesional es fuente de identidad y acción política.
Al hecho probado de la civilización como proceso de intercambio cultural, Europa como un privilegio geográfico en torno al Mediterráneo, que le den. Epítome moderno de esta tendencia, el “Brexit “: como españoles dan ganas de confraternizar con el inglés y pasarles un brazo por el hombro.
Nigel Farage, del Partido Brexit, hablando con los partidarios pro Brexit. (Reuters)
Nigel Farage, del Partido Brexit, hablando con los partidarios pro Brexit. (Reuters)
Entre tales paroxismos, el sentido racional, sereno, crítico de lo que ha supuesto la Europa de los últimos siglos para la civilización (Grecia, Roma, el cristianismo, el Renacimiento y la Ilustración) se olvida a pesar de ser materia de primer orden escolar. Con el desarraigo y la desafección viene también el desnorte en la proyección aunque cualquier psicólogo sabe que la salud mental requiere precisamente eso: un sentido de dirección, no un enclaustramiento onanista. La mirada crítica sugiere que todas estas contribuciones nacionales al proceso civilizatorio son interesantes precisamente por su carácter vehicular, por lo que queda de ellas en otros… La apropiación identitaria y su consigna política es un juego insulsamente pueril. Todo el cinturón de la derecha radical europea: Vox, Salvini y compañía: un canto retrógrado a la luna.
El éxito de la vocación en el mundo, a lo ajeno, a lo desconocido, al descubrimiento…, consagran al individuo y su libertad de conciencia —que contesta, que refuta—, como el valor cardinal de Occidente y la modernidad (Spinoza). Y de ahí, al resto del mundo. Todo lo demás se sigue: eclosionan a la par ciencia y sociedad abierta, la “democracia liberal” y desde aquí al sueño de la pax kantiana y el imperio internacional de la Ley. La razón puede no levantar las más arduas pasiones —¿o quizás si?— pero tiene la endemoniada virtud de agarrarse a Ia realidad y exponerse a la refutación continua. Nunca pasa de moda. ¿Hay algo más tradicional, más clásico, que esto? La articulación político social en torno a ese vector cardinal que devino es lo propiamente europeo, el núcleo de su identidad. Y por ello en sociedad democrática, la Ley como consenso irrefutado pero refutable tiene un valor axiomático: nadie está por encima.
En este siglo XXI en el que el Occidente anglosajón pierde fuelle arrastrado por propuestas populistas de reivindicación nacionalista, en el que problemas internacionales van a exigir una coordinación y compromiso sin precedentes, Europa y la defensa de un sistema internacional —basado en reglas— que compromete la superación de soberanías nacionales- el multilateralismo, encarna el mejor y último reducto de una sociedad abierta internacional. En esa pira se queman 500 años de nacionalismo y guerras fratricidas. Esa comunidad de propósito, esa proyección de futuro, es un rasgo inexcusable de una identidad propiamente europea. En la encumbración del individuo tiene su mejor garantía y, probablemente, también un crédito pendiente sobre la China autoritaria.
Toda la proclama de Macron en torno al sentido de pertenencia de Europa es un baño justo de agua fría a la deriva populista de buenismo progre
Esta identidad europea, desde lo que hay de común en raíces y pasado a lo que se pretende proyectar como futuro, es tan ubicua que por presente deja de reconocerse, como el aire. En la vorágine consumista de atención corta, de 'likes' y políticamente histriónica de los tiempos, se ignora lo que se tiene, a riesgo del consumidor. En rigor, la idea de identidad europea en toda su asepsia es suficiente para abortar todo el argumentario populista histriónico de cualquier signo, desde la filosofía de la butifarra o la 'txapela', hasta las excentricidades de la ideología de género o la proclama nacional de cuño nostálgico y episcopal.
Qué pereza. Para la España de turno que tuvo el mérito titánico de proyectar globalmente el mundo clásico, (lex romana por encima de la gens... siempre obviado por la narrativa nacional anglosajona) el proyecto de integración europea es parte inextricable de su identidad. Las reivindicaciones identitarias de cualquier signo podrán ser legítimas pero en esencia son redundantes. El individuo es el único sujeto de derechos y libertades fundamentales, y sin molestar, ya hace lo que le da la gana.
Toda la proclama de Macron en torno al sentido de pertenencia, la frontera, defensa e inmigración de Europa es un baño justo de agua fría y realismo a la deriva populista de buenismo progre y de valedores aledaños. Persigue la protección de esa identidad europea y de ahí eventualmente la conformación de una ciudadanía jurídicamente inconclusa en un mundo a la intemperie.
Defender la inclusividad requiere poner limites a la exclusividad, con la ley en la mano. A la manera de los antiguos: “Si vis pacem, para bellum”. Cuando se reúnen los Vox, Salvini, Le Pen y compañía, yo me pregunto: ¿qué realidad habitan? Si la gran desprotección de la ciudadanía viene precisamente por no tener suficiente Europa, por encontrarse estas soberanías aún nacionales, desnudas ante corrientes de globalización financieras, tecnológicas, demográficas, inapelables, sobre las cuales se ejerce simplemente un conato de coordinación en una Europa que todavía no es soberana. Un 1% de su PIB gasta Europa en coordinarse a través de la UE frente al 40% de media nacional. Da una idea de la desconexión entre propósitos e ideales y medios disponibles.

Alemania y los cordones sanitarios

Y con todo llegamos a Alemania —todos los caminos llevan a “Roma...”— El relevo de Merkel tras la caída de su heredera AKK por, entre otras cosas, no gestionar bien el cordón sanitario a la derecha xenófoba del AfD, es una incógnita. La presión hacia la derecha identitaria es probable, pero allí el cariz del debate tendrá otro rango. Se trata del país que consumió el cáliz del tribalismo hasta el paroxismo con las consecuencias conocidas.
Mientras en política interior el posicionamiento de las coaliciones ha sido bien centrista y prueba de ello es que el cordón sanitario a la xenofobia se ha mantenido con rigor, en “política exterior“ —léase integración de la UE— los vacíos legales, y las inercias de los mercados provocaron un enrocamiento minimalista con la integración del que no hemos salido todavia a pesar de la retórica. "Nein, nein, nein". Tan flagrante es la omisión que señalar otro cordón sanitario aquí es inevitable. Tan inevitable como anticipar que un choque tectónico entre ambos cordones, el extremo de una identidad nacional y la identidad europea, podrá definir Europa.
La integración está peligrosamente varada desde el 2015. En todos los frentes importantes para conseguir algún tipo de unión política, completando el euro con la unión fiscal y mutualizacion de riesgos, siempre se tropieza con la misma piedra: la lectura determinista y fatídica de las tensiones entre acreedores y deudores. En Alemania apenísimas se exploran y exponen las enormes economías y políticas de escala inherentes a una Europa integrada. Ni siquiera por un ejercicio de orden y lógica aplastante se han formulado. Las reticencias se fundamentan en parte en el “riesgo moral” de subsidiar económicamente la ineficiencia —bajo la estructura euro—, una lectura solo verosímil pero no veraz, como explicamos aquí.
Pero sobre todo por la narrativa electoralista de bloqueo a esa ultraderecha que denunció permanentemente los rescates griegos. Creando un cordón sanitario se formó otro tan fuerte que ha determinado toda la dinámica de integración y la tiene bloqueada.
La cultura del ahorro y el trabajo, con la ascendencia religiosa de la “moral protestante “, está profundamente arraigada en la psique teutona, hasta el punto de arriesgar hacer cuestiones de grado (ya todos los países euro con posiciones superavitarias por cuenta corriente, o sea, se ha cumplido con el propósito de reposicionar la competitividad en Europa) que aborten la integración. A la vez, nada les repele más que el troleo a la ley y mendacidad manifiesta en la cosa pública. Y ven mucho de eso en el Sur de Europa. ¿Les suena?
Una ciudadanía europea es, en definitiva, el antídoto nuclear contra la deriva identitaria de cualquier índole
La formulación jurídica de una “ciudadanía europea” en torno a esa identidad común en Europa tiene todas las propiedades catárticas para resolver el conflicto, para dar trascendencia política y superar el determinismo financiero. La disciplina, el rigor y el compromiso son el cimiento. Ahí están ya todos los mimbres internos para que se fragüe: un Parlamento Europeo esperando capacidad fiscal o un mercado financiero esperando al euro bono o la posibilidad de listas transnacionales para cargos de eleccion directa.
Por el exterior, la necesidad de Europa de erigirse en potencia política a la altura de su status económico, de tomar estratégicamente frontera, defensa, e inmigración, es apremiante. En estas consignas, gran parte de las vindicaciones de las derechas identitarias quedan vacías de contenido. Una ciudadanía europea es, en definitiva, el antídoto nuclear contra la deriva identitaria de cualquier índole.
La razón anda coja preservando 'tabús'. Que la redención del arrase brutal al ideario humanista de la Ilustración tras 75 años de ejemplaridad sea inexpiable es uno de ellos, en sociedad abierta te levantas. Que puedan escindir una vocación a la disciplina encomiable de la “predestinación religiosa” con el bisturí secular, cientifico, está por ver. En la resolución del conflicto Europa- nacionalismos- Alemania se juega el futuro de la UE. Los próximos 5 años serán determinantes y con Trump probablemente reelegido como presidente de EEUU. Tengo la profunda sospecha de que ambos cordones son incompatibles.

                          FERNANDO PRIMO DE RIVERA*  Vía EL CONFIDENCIAL
*Fernando Primo de Rivera Garcia-Lomas es abogado, economista e inversor

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