El hispanista británico combate los mitos que construyeron la identidad española. “Los políticos de ahora no tienen ni idea de qué es una nación", asegura
'La rendición de Granada', de Francisco Pradilla.
A este historiador le irrita el debate entre políticos sobre si España es una nación o si hay varias naciones en ella, hay quien dice que son ocho. También le irrita la tendencia del poder político a manipular el pasado, desde la Reconquista a la derrota catalana de 1714, para dar un barniz histórico a su (pobre) discurso. “Los políticos de ahora no tienen ni idea de qué puede ser una nación, o qué sería una nación de naciones. No han investigado qué se quiere decir al hablar de nación. Es solo un juego de palabras”, afirma vehemente Henry Kamen (Rangún, Birmania, 1936), hispanista británico residente en Barcelona, doctorado en Oxford, miembro de la Royal Historical Society de Londres, autor de una treintena de libros sobre España y amigo de la polémica. La mayoría de expertos, advierte, han abandonado el debate de qué es una nación porque no hay forma de llegar a una conclusión indiscutida. Los políticos harían bien en hacer lo mismo.
Kamen publica ahora La invención de España (Espasa), un ensayo demoledor para todos los mitos sobre los que se ha querido construir la identidad nacional. Dicho sea lo de invención sin ánimo de ofender: todos los Estados modernos han tenido que crear su identidad en los últimos dos siglos con lecturas fantasiosas de su pasado. Solo que algunos (Francia) han tenido más éxito que otros (España). “También Francia acusaba, en el siglo XIX, problemas de cohesión, sentimiento nacional y unidad lingüística. Aún en 1870, no lograban reclutar campesinos para el Ejército porque no entendían su habla. No había motivos para que España no pudiera seguir el mismo camino”.
El problema de fondo, defiende en su libro, es que “para unir España ha habido que inventar la nación, procurando, al mismo tiempo, aceptar en ella mil años de diversidad y contradicción”. El autor británico rebate sin tapujos todos y cada uno de los mitos nacionales: desde Sagunto y Numancia a Covadonga y Lepanto, figuras tan ambiguas como El Cid, conceptos tan difusos como la raza hispánica o el discurso de la decadencia inexorable.
Franco no tenía ideología porque no sabía nada de nada. En los ganadores de la Guerra Civil no había cultura, salvo algunos falangistas inteligentes como José Antonio
El mayor mito de todos quizás sea la Reconquista. Henry Kamen explica por qué no puede considerarse un mismo fenómeno todo lo ocurrido en la Península ibérica a lo largo de ocho siglos. “Ninguna campaña militar en la historia de la humanidad ha durado tanto”. El mismo término Reconquista no aparece hasta 1796. Y se utiliza desde entonces por los conservadores “para subrayar la supuesta gloria de España, usando un concepto equivocado para servir a una ideología”, opina.
Las circunstancias de la toma de Granada en 1492 no tienen nada que ver con las que decidieron la batalla de Navas de Tolosa, casi tres siglos antes y en el contexto de una cruzada internacional. “Fernando e Isabel no reanudaron un proceso que se había interrumpido, sino que dieron comienzo a una etapa diferente”, dice. Por no remontarse más allá, a la rebelión de Pelayo en Covadonga, nunca documentada y probablemente ficticia. Kamen tampoco compra el relato de un Al-Andalus idealizado, obra de los románticos extranjeros del siglo XIX fascinados por la herencia islámica en España. El esplendor de Al-Andalus, dice, se limita a un periodo muy breve en Córdoba, en el siglo X, y otro posterior en Granada.
El historiador británico Henry A. Kamen. VÍCTOR SAINZ
El autor se niega a aceptar la unión dinástica de Castilla y Aragón como el momento fundacional de la nación española. “En realidad, no creó ni siquiera un Estado. En los más de dos siglos que siguieron a la unión de las coronas de Isabel y Fernando, no se tomó ninguna medida para lograr la unión política de la Península”. Es a partir de 1700 cuando los Borbones emprenderán la unificación política, en un principio solo administrativa. Fue un proceso lento.
“Hasta las Cortes de Cádiz de 1810 no estalló en España la chispa del patriotismo, pero incluso entonces la fusión de las provincias en una sola nación fue un proceso que dependió mucho del mito y la leyenda”. España no tuvo bandera hasta bien entrado el siglo XIX, y la Marcha Real no se adoptó como himno hasta el XX, lo que para el hispanista es un indicador de un débil sentimiento nacional.
No veo ningún motivo para usar ese concepto de la leyenda negra. No tiene sentido. Si pasaron cosas desagradables en un país, habrá que analizarlas
La unificación borbónica no acabó de aplastar, en su opinión, los localismos tan arraigados en la Península. Kamen comparte la crítica de que la identidad española se construyera alrededor de la de Castilla, pero discute que la centralización borbónica fuera tan represiva. El catalán, por ejemplo, seguía siendo la lengua común en la calle y las iglesias tras imponerse el castellano a nivel administrativo.
El británico se niega a participar en la polémica entre Imperiofobia e Imperiofilia, los libros de Elvira Roca Barea y José Luis Villacañas, respectivamente, con visiones opuestas de la leyenda negra. Y la corta de raíz: “No veo ningún motivo para usar ese concepto de la leyenda negra. No tiene sentido. Si pasaron cosas desagradables en un país, habrá que analizarlas. Y muchas de las críticas más fuertes y contundentes fueron hechas por españoles”.
Sin embargo, Kamen niega que la Inquisición desempeñara un papel tan relevante como suele considerarse. Calcula que el Santo Oficio no llevó a cabo más de 3.000 ejecuciones en España en toda su historia, que nunca se desplegó en todo el territorio y que su papel era sobre todo de control social. No cabe ver ahí la razón del atraso cultural y científico de España: miren mejor en la educación. Incluso relativiza la influencia de la religión católica en la edad moderna. En el siglo XVI, recuerda, los obispos lamentaban en sus escritos la ignorancia del pueblo de su propia religión. “La Iglesia tenía poder y riqueza, pero el pueblo tenía poco de devoto”, más allá de las manifestaciones folclóricas, dice. El relato de una España profundamente católica se debe a pensadores como Marcelino Menéndez Pelayo, quien a finales del XIX “exageró la realidad sobre la religiosidad de los españoles para enfrentarse a los liberales anticlericales”.
Tiene una visión crítica del Imperio español, pero rechaza que pueda hablarse de la “conquista de América”. “Existe la idea equivocada de que todos los imperios se basan en la conquista, cuando después del romano ninguno fue así”. La colonización no era una conquista, sino una empresa con participación internacional. Del lado de Hernán Cortés luchaba población local contra sus enemigos en América; del mismo modo que en Flandes combatían tropas de muchas nacionalidades; o la presencia española en Filipinas nunca pasó de una porción pequeña del territorio. "Tampoco Inglaterra conquistó la India, pues no habría podido. Hoy EE UU domina el mundo sin haberlo conquistado”, zanja la discusión.
La Inquisición no tuvo tanto impacto. Ni el pueblo era tan devoto como se dice
El libro resulta irreverente con la idea de una nación española, pero no lo es menos con el independentismo catalán. Le irrita particularmente el mito del 11 de septiembre de 1714, la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión presentada como una heroica resistencia de los catalanes frente al absolutismo castellano. “Han preparado una versión mítica de la sublevación masiva del pueblo; eso nunca ocurrió, es una falsificación total”. Lo que sí hubo fue “un complot, concebido por un puñado de dirigentes catalanes, para invitar a los británicos a ocupar Cataluña y ayudar a separarse de España”. Y añade: “¿Encontraron los británicos a un pueblo ansioso por liberarse de sus opresores Borbones? De ninguna manera”. Aquel conflicto, dice, fue más bien un enfrentamiento civil entre catalanes dentro de una guerra internacional.
Pero lo mismo cabe decir de la Guerra de Independencia. “Esos dos conflictos tienen en común que el elemento decisivo fue la intervención extranjera”. Solo que a partir de 1808 los intereses ingleses se impusieron a los franceses, al revés que en 1714. Destruyamos otro mito: las Cortes de Cádiz. Kamen se remite a José María Blanco White para calificar la Constitución de 1812 como “una fantasía en un trozo de papel”.
La versión mítica de 1714 como la sublevación de los catalanes es una falsificación total
Residente en Barcelona desde los años noventa, Kamen se sorprende por la evolución reciente del catalanismo desde el nacionalismo al separatismo, lo que, opina, nunca fue lo mismo. Una aspiración clásica del nacionalismo era “ejercer un papel fuerte en el destino de España, ser importantes en Madrid”. No esto. Lamenta que el sistema electoral en Cataluña beneficie al campo sobre la ciudad, y asegure así el dominio nacionalista del Parlament. Como lamenta la debilidad del Gobierno central por la fragmentación política, que en su opinión dificulta hallar soluciones que estabilicen el país.
Y, tras estudiar a todos los reyes que han pasado por España, ¿cree que tiene futuro la monarquía hoy? “Opino que la actual funciona muy bien. Hace lo que tiene que hacer”. Tiene una historia complicada detrás, sí, porque los españoles “van siempre expulsando a reyes, invitando o rechazando a familias reales, y declarando repúblicas”. De modo que la monarquía española “no tiene tanto apoyo como la del Reino Unido, es una pena, pero es una institución importantísima que hay que mantener”.
RICARDO DE QUEROL Vía EL PAÍS
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