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jueves, 13 de febrero de 2020

Vuelve el 'Macron Napoleón' y proyecta su sombra al Mediterráneo ante el vacío alemán

Francia está asumiendo un rol más protagonista en el Mediterráneo y se acerca a Grecia y Chipre ante el vacío generado por Alemania en su choque con Turquía


Foto: El presidente francés, Emmanuel Macron. (EFE) 
 
El presidente francés, Emmanuel Macron. (EFE)
 
 
Alemania debería tener el músculo, la influencia y la capacidad para liderar Europa, para ser la voz cantante no solo puertas adentro en las salas de reuniones de Bruselas, no solo para liderar los mecanismos internos de la Unión, sino también para el 'Big Game', la gran partida, el tablero global. Pero Berlín no ocupa ese lugar, y aunque quizás con menos capacidad o autoridad para hacerlo, la Francia de Emmanuel Macron no quiere dejar pasar esa oportunidad.
Hay varios campos en los que el Elíseo trata de tomar la delantera, y hay un buen ejemplo: la polémica entrevista con 'The Economist' a Macron en la que aseguraba que la OTAN estaba en "muerte cerebral" y que ha estado marcando la agenda de los últimos meses y promete seguir haciéndolo. Muchas veces de manera polémica, saliéndose del tiesto, Macron va poniendo sus puntos sobre la mesa. Ahora, en las primeras semanas del año esa proyección exterior de Francia se está haciendo notar en el Mediterráneo.
Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, ha decidido salir de la árida Anatolia en búsqueda de una mayor influencia y control estratégico del Mediterráneo, una carrera en la que también participa Rusia. Todo ante un relativo vacío europeo. Muchos identifican el interés de Ankara y Moscú por la guerra civil libia como una mera tapadera para poner un pie en el norte de África.

Turquía juega con sus vecinos

Hace tiempo que Turquía estira todo al límite. Ankara ya ha realizado una serie de intentos de comenzar perforaciones de gas natural en aguas bajo el control de Chipre que han llevado a varios roces entre la Unión Europea y el Gobierno turco, con quien el club comunitario tiene un acuerdo para la gestión migratoria. Este pacto lo utiliza Erdogan de forma puntual para recordar a los principales socios comunitarios que es él quien contiene una nueva crisis migratoria en Europa.
Ahora el Gobierno turco también extiende esas actividades al mar Egeo. En noviembre firmó un acuerdo con Libia para redibujar fronteras marítimas, y la línea del acuerdo, que Grecia considera no válido, cae demasiado cerca de Creta, la principal isla helena. La presencia de barcos de perforación turcos en el Egeo no hace más que aumentar la presión y la tensión entre Ankara y Atenas.
Lejos de sacar músculo, Merkel no ha defendido a Grecia en esta situación. Muchos en Atenas vieron con malos ojos que la canciller viajara recientemente a Ankara, donde recibió un espejo como regalo por parte de Erdogan que cabreó todavía más a los griegos. La falta de críticas hacia la actitud del Gobierno turco acabó por irritar a muchos en la capital helena.
La situación en Grecia es grave. Atenas denuncia continuas violaciones ya no de sus aguas por parte de embarcaciones turcas, sino también de su espacio aéreo. Ankara, lejos de buscar desinflamar la situación, ha pedido que el Gobierno heleno desmilitarice casi una veintena de islas en el mar Egeo.
Y justo cuando se generaba un vacío incómodo por la inacción y el silencio de Berlín, y también en parte por la incapacidad del Gobierno griego de obtener el respaldo de Washington, la semana pasada Macron anunció que Francia está lista para enviar embarcaciones militares a las aguas griegas para proteger el territorio del país europeo frente a las agresiones turcas.No es la única acción con la que Macron está proyectándose hacia el Mediterráneo. El pasado verano se celebró una cumbre, a iniciativa del francés, en la que se reunieron países del Mediterráneo occidental, tanto Estados miembros de la UE como socios norafricanos.

Merkel y el egoísmo alemán

Por otro lado, la decisión de Merkel de viajar a Ankara y no mover los hilos suficientes para que la situación respecto a Turquía cambie no es el primer ejemplo de un movimiento que parece egoísta y que saca de quicio a los socios europeos. Hace un año, y después de varios titubeos París acabó apoyando a Berlín en la necesidad de seguir adelante con el gaseoducto Nord Stream II, que conectará directamente a Alemania con el suministro ruso, dejando en una posición delicada a Ucrania, Polonia y los países Bálticos, estados obsesionados con el riesgo de una Moscú cada vez más agresiva. Los aísla y, además, prolonga la difícil dependencia energética europea del gas ruso.
La sensación extendida es que Alemania sigue sin jugar al ‘Big Game’ porque vive obsesionada con sus problemas y fobias internas. La perspectiva de una nueva crisis migratoria le provoca una parálisis problemática que deja a los pies de los caballos a Chipre y Grecia, y sus relaciones con Rusia parecen más importantes que las prioridades de seguridad de su propia familia europea al este.
Muchos reciben con optimismo que Alemania empiece a despertar en algunos aspectos: está comenzando a aumentar su inversión en defensa de manera sorprendente, aunque el ejército alemán sigue demasiado por detrás. En cualquier caso, con sus intentos por estar más presente en el Mediterráneo, por proyectar la imagen de una Francia con una mirada más global, Macron ha mostrado una importante torpeza en otros aspectos, como fue la decisión de vetar la ampliación hacia los Balcanes, un elemento fundamental para estabilizar la región y frenar el avance de la influencia rusa hacia una zona de interés prioritario para la UE.
Tampoco será fácil que Francia ocupe el lugar que tenía el Reino Unido en lo que a seguridad y defensa se refería. Londres era la gran potencia europea: tenía el mayor ejército, el más avanzado, el país con más capacidades, con una mejor red de inteligencia y con la experiencia necesaria. Francia tiene algunas de esas cosas, pero está lejos de poder proyectarse como lo ha hecho el Reino Unido. No tiene la capacidad técnica, la visión global ni la confianza del resto de socios europeos.
                                  
                                                           NACHO ALARCÓN  Vía EL CONFIDENCIAL

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