Carmen Castiella
“Leí en el periódico que no habría Apocalipsis. Para celebrar la buena nueva, fui al McDonald´s y pedí una hamburguesa doble”. Como el futuro no tenía ya límite y el avance implacable del consumo exigía cada vez una ración más de ketchup, el protagonista termina incendiando el McDonald's ante la insoportable perspectiva de un futuro vacío y sin límite temporal. “El incendio no ha sido grande, ni punto de comparación con el Apocalipsis. Pero era mejor que nada” (Slawomir Mrozek, La Mosca).
Occidente ha dado la espalda a su Creador para centrarse en sí mismo. Se niega a ser quien es para ser dios de sí mismo. Enjaulado en las estrechuras de su ego, se pierde un cielo de un azul infinito en el que habita Dios, única patria del alma. Ha dejado de buscar el rostro de Dios, aunque sea a tientas, para mirarse el ombligo. Sí, creo que el egocentrismo es el mejor termómetro de nuestro alejamiento de Dios y está en el centro de todos los ismos, inercias colectivas que abarcan consumismo, laicismo, relativismo, emotivismo, etc. Todo se inicia en el narcisismo de la criatura que ignora al Creador.
Borrada la trascendencia, el hombre termina empachado de ketchup incendiando el McDonald's al que fue a celebrar la muerte de Dios. Y es que “la lejanía de Dios equivale a la lejanía de uno mismo” (Benedicto XVI). Para Kierkegaard (lo tengo fresco porque he releído últimamente La enfermedad mortal), el pecado es el aislamiento del hombre de su Creador. Es no querer ser quien uno es: criatura. Para él, el ideal del hombre es el que vive en relación constante con la trascendencia.
Occidente, anegado en la postmodernidad, repite el manido “persigue tus sueños” para exorcizar sus fantasmas. Algo que parece tan inocuo como alcanzar metas a base de esfuerzo personal se ha convertido en religión. “Dream big, work hard”. Fe ciega en el activismo y la exaltación del esfuerzo personal. Superamos la esclavitud para caer en la autoesclavitud actual. Llevamos un ritmo enloquecedor por alcanzar unos sueños engañosos. Un bucle en el que giramos cada vez a mayor velocidad sobre nosotros mismos hasta entrar en trance emborrachados de estrés, móvil y smoothies supersaludables... Autoesclavos de nosotros mismos porque, si no hay más vida que ésta, el paraíso hay que vivirlo aquí y corre prisa.
Podemos llamarnos cristianos pero vivir como si Él no existiera. Todo depende del propio esfuerzo y tesón y de ser positivos, muy positivos. El mantra “Happy mind, happy life” mezclado con dirección por objetivos. Concentrados en desarrollar todo nuestro potencial, nuestra marca personal, nuestra autorrealización. Sin darnos cuenta de que, alejados de quien nos ha dado la vida, nos alejamos cada vez más de nosotros mismos, perdemos nuestra auténtica identidad, nuestro yo más verdadero. El “superhombre” es el menos humano y verdadero de los hombres. Desarraigado y apátrida porque “la única patria del alma es Dios” (San Agustín).
Frente a la exaltación del yo y del esfuerzo personal, “Dios da el pan a sus amigos mientras duermen” y asegura que “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”, además de “que quien pierda su vida por Mí la encontrará” y “quien quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo”.
Urge recuperar esa búsqueda desgarrada de sentido del hombre que busca la verdad. Ya no se escucha el grito de quien duda pero busca: “¡Muéstrame tu rostro, Señor!” por el atronador volumen con que suenan los podcasts motivacionales. Buscar la felicidad es legítimo, pero Occidente la rebusca, dando vueltas sobre sí mismo cada vez más confundido.
No me quiero poner cargante, pero cada vez que oigo el manoseado “Persigue tus sueños” me entra un aburrimiento infinito. Visualizo al individuo aplastado por la masa. Pura asimilación cultural que transforma a los acríticos “seguidores” en público sermoneado por “influencers”. Este discurso voluntarista y falso es una auténtica plaga en las redes, la literatura y el cine. “Todos tus sueños se hacen realidad si trabajas duro”, “Cree en ti”, “No hay nada imposible para el que se esfuerza”, “Todo está en tus manos”, “Los límites los pones tú”, “Puedes ser quien tú quieras”, “Aleja a las personas tóxicas que menosprecian tus ambiciones”, etc, etc. A mí personalmente me encantan las historias de superación personal y la competición deportiva, pero esto es otra historia. Es poner el ego en el centro e hincharlo hasta que revienta y autodestruye a la persona. Urge desenmascarar el mal porque se presenta muchas veces con disfraces y caretas de bien.
También percibo este gusto por “los sueños que siempre se cumplen si trabajas duro” entre cristianos que parecen haber perdido su identidad y huyen ante cualquier manifestación cultural demasiado “confesional”. Un Occidente que convierte por sistema pruebas tan serias como un cáncer en “batallas personales” en las que vence el que es positivo, confía en sí mismo y se pasa a la alimentación bio, en lugar de asumir su evidente incapacidad para controlarlo todo. Se resiste a rendirse y someterse a su Creador, transformando las pruebas y el dolor en continuos combates personales y oportunidades de autorrealización.
Pero, ¿Quién nos ha dado la vida?, ¿Quién nos mantiene en la existencia?, ¿Quién puede sostenerse solo frente a la inmensidad y complejidad de lo real? Siento compasión por la confusión de mis hermanos, pero más todavía por el corazón herido de mi Señor, el Creador al que hemos dado la espalda.
Volverse hacia el Creador y tratar de respetar su plan sobre el hombre no es hacer lo que más “jode” (a las navarras se nos disculpan los tacos por derecho foral), lo que fastidia. Dios no es un aguafiestas sino la mejor de las fiestas. Y ahora me permito un “arrebato final”, porque “si éstos no hablan, gritarán las piedras”. Y es que Dios no es solo el Amor, el Camino, la Verdad y la Vida sino también el Artista, el Todopoderoso, el Humorista, el Padre amantísimo y el Esposo del alma. El Amante que quiere nuestra felicidad y tiene infinitos recursos para regalárnosla porque Él, además de la sabiduría y el orden, es la creatividad y la risa, la belleza y el arte, el ingenio y la música y así hasta el infinito porque todo lo que es luminoso proviene de Él, que creó la luz donde solo había tinieblas y aleteó sobre el caos.
CARMEN CASTIELLA Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
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