Cuando la derecha cumple su función ideológica no hay populismo que valga; no hay más que ver en qué ha quedado Nigel Farage.
¿Por qué el Brexit? Es la pregunta que se formulan muchos ciudadanos europeos que ven con estupor el hecho de que el Reino Unido haya dejado de formar parte de la Unión Europea. ¿Por qué los británicos votaron de manera tan rotunda en favor de Johnson? ¿Por qué la UE no ha tenido reflejos para evitarlo? ¿No le importa que uno de los países que ha estado en ella casi desde el principio se marche abriendo una puerta que puede ser utilizada por otros Estados miembros? Ninguna de estas preguntas admite una respuesta sencilla. No obstante, voy a intentar descifrar algunas de las claves que posiblemente nos ayuden a comprender.
Por situar las cosas en algún punto que sirva de introducción, podríamos recordar la pregunta retórica que formuló Margaret Thatcher en uno de sus primeros discursos como líder del Partido Conservador: "Ellos tienen su ideología, ¿por qué nosotros no podemos tener la nuestra?". Obviamente, "ellos" eran los laboristas, los mismos que acaban de cosechar una derrota electoral de carácter descomunal. Quizá Thatcher ha sido uno de los pocos líderes conservadores europeos que ha tenido la valentía de poner el dedo en la llaga sobre uno de los mayores problemas que sufre la derecha occidental.
El aideologismo es una característica que en el juego político europeo solo se puede predicar de la derecha. La izquierda, por naturaleza, siempre es ideológica, mientras que los conservadores, incluso cuando ganan las elecciones por mayoría absoluta, son incapaces de desplegar un programa político ideológico, debiendo conformarse con gestionar la economía. Al menos ha sido así hasta hace muy poco tiempo, porque en la actualidad las cosas parece que empiezan a cambiar, tal y como la victoria de Johnson pone de manifiesto.
Incluso para algunos referentes intelectuales de la derecha europea, como el conocido periodista Jean-François Revel, la ideología de derechas no existe, porque las ideologías -según él- son un mal que impide al hombre analizar los asuntos políticos, económicos y sociales sin los prejuicios que aquéllas generan. Para Revel, igual que para Fernández de la Mora (ex ministro franquista, autor en 1971 del Crepúsculo de las ideologías), todas las ideologías son nocivas (son subproductos del talento humano). Así pues, para una buena parte de los referentes intelectuales y partidarios de la derecha hay que huir del doctrinarismo (Rajoydixit) y dedicarse únicamente a cosas serias y de sentido común, como gestionar la economía, administrar los servicios públicos con eficiencia y no complicarse la vida con filosofías.
Sin embargo, las ideologías no son meros constructos elaborados por ciertos filósofos o activistas políticos. La ideología es un producto de la mente humana que se crea a partir de la genética de cada persona y en el que influyen la educación, el entorno y las relaciones personales y profesionales que a lo largo de la vida tenemos y que nos permiten elaborar nuestra propia narrativa vital. Este es el itinerario que conduce a que las personas, al llegar a la madurez, tengamos una moral más próxima a la derecha o a la izquierda. Así lo han puesto de manifiesto estudios académicos. Por tanto, no es cierto que la derecha sea incompatible con la ideología. El mundo se halla dividido en dos porciones prácticamente iguales que se corresponden con la de las personas que poseen una moral ideológica de derechas y con la de las que la tienen de izquierdas.
Y esto, ¿qué tiene que ver con el Brexit? Mucho. Lo que Johnson ha hecho no es ni más ni menos que deshacer el embrollo que contribuyó a agravar Cameron cuando, allá por el año 2005, logró alcanzar el liderazgo de los tories. Por aquel entonces estaba al frente del Gobierno Tony Blair, quien había llegado al poder en 1997 a través de su conocida Tercera Vía. Ésta, ideada por el sociólogo Anthony Giddens, consistía en una revolución del laborismo por medio de la inyección, dentro de la ideología izquierdista, de fundamentos, principios y medidas de naturaleza conservadora, tales como la defensa de la familia, el fortalecimiento del matrimonio, los límites al Estado, la responsabilidad individual y no social respecto de los delitos, el fomento de la iniciativa privada y la racionalización fiscal.
Por aquel entonces, los conservadores británicos estaban desesperados: los laboristas llevaban en el poder casi 10 años y, además, les estaban robando a los tories una parte importante de sus cimientos políticos (como dijo Cameron, utilizando la metáfora de Lackoff, "en la habitación hay un elefante"). Para intentar contrarrestar dicho efecto, a Cameron no se le ocurrió otra cosa que inventar el compassionate conservatism, que fue expuesto a los restantes miembros de su partido en su conocido discurso Arreglando nuestra sociedad rota. Este conservadurismo social no era sino la Tercera Vía, pero vuelta del revés: un programa político para un futuro gobierno conservador, trufado de valores y principios típicos de la izquierda. A esto había que añadir la influencia que la corrección política tiene sobre la derecha, que no la deja ser ella misma, por lo que algunos dicen que se encuentra "acomplejada".
Pues bien, todo esto lo vio Johnson hace algún tiempo, dándose cuenta de que la única manera de salir de este embrollo era apelando directamente a los fundamentos morales de los votantes derechistas y, a la vez, tratando de convencer a algunos votantes de la izquierda. Lo que Johnson ha hecho no es más que apelar al capital social de la nación británica, que muchos ciudadanos del Reino Unido empezaban a percibir en peligro a causa de su permanencia en la Unión Europea.
En efecto, la defensa del capital social de la nación es uno de los fundamentos ideológicos de la moral derechista, seguramente el más importante de todos. Afecta a la moral propia de los individuos y es fácil que a su través se pueda conectar con los votantes. Esta ha sido la base del éxito de Johnson, haber sabido llegar al fundamento moral de todos los votantes derechistas británicos y, además, haber dado algunas razones a muchos izquierdistas para defender, junto con los conservadores, el capital social de su nación. Fíjese el lector que cuando la derecha cumple su función ideológica no hay populismo que valga (miren en qué ha quedado el partido de Farage: el 2% de los votos y ningún escaño).
¿Y por qué la UE no ha tenido (o no ha querido tener) los reflejos para evitar la salida de los británicos? En mi opinión, tiene que ver con los prejuicios y el dogmatismo. Los dirigentes europeos, empezando por Merkel, están instalados en su propia ensoñación. Han puesto en marcha la locomotora y en ningún caso miran en qué estado se encuentran quienes viajan en los vagones. El maximalismo utópico-burocrático parece haberse adueñado del único discurso posible: "La solución de los problemas de Europa es más Europa", "Europa será solidaria o no será" (esto último se lo escuché a José Ignacio Torreblanca, europeísta convencido). Aunque fuera cierto, el interés primordial de cualquier maquinista sensato no debería ser llegar cuanto antes lo más lejos posible, sino la seguridad y el bienestar de todos y cada uno de los pasajeros. Si, por llegar más pronto y más lejos, los pasajeros están mareados y los vagones van dando bandazos, hasta el punto de que a la llegada a la estación término ha descarrilado la mitad, acaso convenga reducir un poco la velocidad y empezar a preocuparse por el pasaje.
Estoy de acuerdo con Rodrik en que los gobernantes no han sido sinceros con sus gobernados a la hora de explicar que, de los tres lados del triángulo formado por la democracia, la globalización y el Estado-nación, no es posible mantener los tres. China juega con dos: globalización y Estado-nación, y el Reino Unido parece que ha escogido democracia y Estado-nación. Quo vadis Europa? ¿Qué rumbo cogerá cada uno de los países europeos durante los próximos años?
Si la UE desea no seguir perdiendo vagones, yo le recomendaría que se parase a pensar si es posible conciliar el europeísmo y la conservación del capital social de cada una de las naciones que la forman. Este es uno de los grandes retos del Viejo Continente, pero si cabe, todavía más y, sobre todo, de la derecha europea.
JUANMA BADENAS* Vía EL MUNDO
*Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica.
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