La corriente pop dominante en la Transición suscita polémica cultural y consenso entre los políticos
Cuarenta años de la movida: ¿el timo cultural más brillante de la democracia?
Chicos maquillados. Tecladitos estridentes. Medio millón de personas apretadas en Paseo de Camoens (Madrid) para ver si escuchaban algo del concierto gratuito de The Smiths en San Isidro 1985. España protagonizó uno de las mutaciones sociales más abruptas del siglo XX, al pasar en unos pocos años del nacionalcatolicismo de Franco al hedonismo militante del primer PSOE, borracho de poder con sus diez millones de sufragios de 1982. Para ambientar aquella jarana, se abrieron de par en par las puertas del sistema (radio, televisión, contratos públicos...) a un puñado de veinteañeros pimpantes, narcisistas y a menudo hiperventilados (alguno de ellos, con un enorme talento para el pop). Fue “la juerga más mediática de la historia”, según feliz expresión de la periodista musical Patricia Godes, que vivió todo aquello en primera fila. Justo el lunes que viene se cumplen 40 años del pistoletazo de salida de todo aquello. El problema es que su impacto apenas se ha debatido. ¿Qué valor cultural tuvo aquella explosión juvenil? ¿Estamos ante una edad de oro de nuestra música, cine y cómics o más bien ante un brillante espejismo? ¿Hemos logrado superar este paradigma? Estas cinco preguntas quizá sean útiles para situar el debate.
¿Por qué tuvo tanto impacto la movida?
Cuarenta años de franquismo consiguieron aislar a España del impacto de la revolución sexual, la contracultura y de gran parte del desarrollo de la industria cultural global. Con la llegada de la democracia, todos esos procesos nos invadieron de golpe, muchas veces sin tiempo para digerirlos. Quienes tuvieron ventaja a la hora de interpretar lo que sucedía fueron los hijos de familias con dinero, cuya posición les permitía visitar Londres, Nueva York, San Francisco, Ámsterdam o Los Ángeles. Basta mirar el catálogo de una editorial tan emblemática como Anagrama para ver como sus lanzamientos pasan de una feroz militancia antisistema (ensayos sobre Cuba, las Baader Meinhof o el maoísmo) a un interés por los conflictos de la intelectualidad bohemia anglosajona (de Bukowski a Martin Amis, pasando por John Waters o la generación ‘beat’). Ya nadie pensaba en justicia social: el neón rosa se hizo cargo de las cosas.
¿Significa esto que la movida fue un movimiento apolítico? Dejemos que conteste Pedro Almodóvar, la figura cultural clave de este periodo. “La frivolidad se convertía casi en una postura política, en un modo de enfrentarse a la vida que rechazaba absolutamente la pesadez (...) El ‘petardeo’ era un modo muy elocuente de ver la vida, que anulaba absolutamente todas las actitudes juveniles inmediatamente anteriores, por ridículas, desfasadas, anacrónicas y, sobre todo, por poco prácticas". Dicho de otro modo, fue una especie de apología de la sociedad de consumo, como dejan claro himnos de la época como “Enamorado de la moda juvenil” (Radio Futura), “Busco algo barato” (Mecano) y “Quiero ser un bote de Colón” (Alaska y los Pegamoides). Para un español medio, indistinguibles de campañas de Galerías Preciados.
¿Cuál fue el papel del PSOE en todo aquello?
Cuando alguien señala al PSOE como protector oficial de la movida, inmediatamente recibe la acusación de conspiranoico. En parte, es una respuesta razonable: el PSOE no inventó la movida, ni se reunió con agentes culturales en la cafetería del hotel Ritz para diseñar un movimiento a medida de sus necesidades políticas. Fue todo más sencillo: se lo encontraron hecho y tuvieron la inteligencia cultural de intuir que los jóvenes españoles necesitaban un respiro frente a la solemnidad del discurso franquista y de las obligaciones de la militancia comunista. “El PSOE de los ochenta mercantilizó la cultura y culturizó la mercancía”, denunciaba hace poco a Vozpópuli el escritor de izquierda Montero Glez.
Lo explicó magistralmente Enrique Moral Sandoval, concejal del Ayuntamiento de Enrique Tierno Galván, icono socialista del periodo. “Éramos un ayuntamiento joven, que nos queríamos comer el mundo. Las primeras fiestas grandes que yo organizo, que son el San Isidro de 1981, se hacen con una idea política muy clara: tomar la calle”. Los atentados de ETA, el activismo de las asociaciones de vecinos y la violencia de grupos filofascistas hacía de la calle algo explosivo. Apostar todo a la fiesta era una forma astuta de tener movilizada la ciudad, pero evitando conflictos políticos.
El periodista musical José Ramón Pardo recuerda que la llegada de la democracia supuso la rebaja de la edad para votar hasta los dieciocho años, convirtiendo a los jóvenes en un nicho electoral muy codiciado. También hay que recordar que el PSOE alcanzó antes al poder municipal que el estatal, adquiriendo el control de los presupuestos locales para festejos. Dar máxima visibilidad a grupos modernos en medios y fiestas ayudaba al PSOE a transmitir el mensaje de que eran el partido que estaba con la noche, la cultura y el hedonismo. “Teniendo en cuenta que las pérdidas de esos conciertos podían cargarse a los 'gastos de fiestas', se empezó a distorsionar el mercado de las galas. Hoy es difícil que un empresario independiente sea capaz de contratar figuras porque él sí debe garantizar una rentabilidad económica", lamentaba. El ayuntamiento de Madrid llegó a ser el promotor privado que más dinero gastaba en conciertos de toda Europa, según Billboard.
Además de las calles de Madrid, el PSOE puso alfombra roja a la movida en Radio Nacional y TVE. Lo mismo hizo el grupo PRISA, más por conveniencia política que por convicción, como explicaba Juan Luis Cebrián. "En la Transición democrática, hay un intento de devolución a la calle, en un sentido bastante populista, del liderazgo moral, estético y cultural. Esa inicial liberación de la calle acaba convirtiéndose en el curiosísimo fenómeno de las terrazas de Madrid, que es heredero directo de la movida, pero que tienen connotaciones cada vez más clasistas y cada vez más elitistas. Visto así, pienso que la movida estaba anunciando el posmodernismo, un movimiento muy individualista, muy hedonista, muy volcado al exterior…”. Se puede decir más alto, pero no mucho más claro. PRISA apoyó un movimiento con escasa sustancia cultural porque venía bien a los interese electorales del PSOE.
¿Fue la movida una explosión de libertad?
La gran mentira de aquella época consiste en hacer creer al público que las únicas fuerzas censoras fueron los editorialistas del diario ABC. La campaña contra el grupo punk Vulpes, por su canción “Me gusta ser una zorra” (1983), resulta una tierna anécdota comparada con la censura sistemática impuesta por el PSOE en los medios públicos. El ejemplo más palmario fue el final del programa televisivo La Bola de Cristal en 1988, que ya venía sufriendo un férreo control por parte de altos ejecutivos de Pilar Miró, directora de RTVE cien por cien afín al felipismo. Sufrieron llamadas constante para protestar contra sátiras a políticos de la época, desde Reagan y Thatcher a Felipe González.
El programa se censuró por desatender las advertencias. “En Radio Televisión Española había muchos fachas y muchos sociatas, que acabaron llevándose muy bien. Por lo demás, la censura en ‘la casa’ era cosa asumida de toda la vida, a nadie extrañaba la nueva censura de los felipistas y guerristas después de tantos años de censura franquista. Cuando te quejabas de ello en conversación con algún trabajador fijo de la casa, se echaba a reír…”, explica el periodista José Luis Moreno Ruiz. El cantautor Javier Krahe sufrió vetos en televisión y ayuntamientos socialistas por su canción “Cuervo Ingenuo”, donde criticaba las promesas rotas de Felipe González sobre el ingreso en la OTAN. Los medios de comunicación de la época trataron a cantautores, grupos heavy de barrio y a la escena rumbera como residuos del pasado o reflejos de una España cutre, cuyas composiciones no merecían salir de los expositores de las gasolineras.
¿Sirvió para modernizar España?
Este es el gran debate cultural que debería mantenerse en este cuarenta aniversario. Hasta ahora, se ha impuesto el discurso triunfalista, a pesar de las lúcidas objecciones de intelectuales de primera fila. Rafael Sánchez Ferlosio denunció que la movida trajo una frivolización cultural irritante. Prestigiosos cineastas como Luis López Carrasco y Luis E. Parés argumentan que los ochenta rebajaron sustancialmente el nivel artístico de nuestras películas, por culpa de la cuestionada Ley Miró. “La mayor pérdida que sufrió el cine de la década fue la de dejar de relacionarse críticamente con la sociedad a la que pertenecía, cosa que no había pasado ni durante el franquismo (piénsese en el cine de los cincuenta, con películas como Surcos, Esa pareja feliz o El inquilino). El cine español de los ochenta pasó a ser un cine acrítico, más centrado en un esteticismo consensuado (las prácticas de vanguardia fueron desterradas) o en la accesibilidad de las narrativas antes que en contar su propio tiempo o el pasado reciente”, destacan.
Quizá el momento cultural más bochornoso fue la visita a Madrid de Andy Warhol en 1983, donde la aristocracia punk se mezcló con miembros de la familia March y conseñoras y señoritas de alta sociedad como Pitita Ridruejo, Isabel Preysler y Ana Obregón. Juntos le rindieron homenaje, sin saber muy bien quién era ni qué representaba. La escena ha sido descrita numerosas veces como una secuela ochentera de Bienvenido Míster Marshall. ¿Conclusión? Lo más probable es que la movida combinase efectos emancipadores (visibilización de la diversidad sexual, apego a las libertades) con ciertos componentes de paletismo carpetovetónico. Además de la visita de Warhol, la proliferación como setas de museos de arte contemporáneo o la transformación de la prensa cultural en catálogo de consumo de productos “in”, que se decía entonces. El agitador cultural Borja Casani, director de la revista La Luna de Madrid, reconoce que los modernos se pasaron años usando la palabra posmodernidad sin tener muy claro qué significaba.
¿Qué permanece vivo de todo aquello?
Más de lo que imaginamos. Personajes televisivos como Mario Vaquerizo serían imposibles sin la movida. Taampoco tendríamos traperos de éxito como C. Tangana, que consideran que su máxima inspiración viene de Andy Warhol y Salvador Dalí, los dos iconos ochenteros por excelencia. Ambos ponían el dinero y la fama por encima de cualquier otra consideración. El diseñador Palomo Spain, clave en la imagen de Rosalía, sigue triunfando en las pasarelas con colecciones donde mezcla a El Greco con la ruta del bakalao, una propuesta totalmente en sintonía con la movida. Por si fuera poco, todos los grupos políticos de la capital de España han mostrado su acuerdo en crear un museo de la movida. Hay que reconocer el talento político de Esperanza Aguirre y Federico Jiménez Losantos para explicar a la derecha que los valores de la movida no se oponena la cosmovisión neoliberal.
En el fondo, si la movida ha pervivido tanto tiempo es porque supo anticipar el mundo que se nos venía encima. Así explicaba Alaska, una artista de máxima inteligencia, su fascinación al conocer la propuesta vital de Andy Warhol: “Se adelantó a su tiempo, sobre todo la forma en que trató los medios de comunicación. Al crear la Warhol TV, se convierte en el primer 'youtuber', con su adicción a las polaroids fue el primer 'instagramer' y con sus ‘Diarios’ es el primer 'blogger'. Entonces, si viviera hoy, Warhol sería un 'influencer', que básicamente es lo que representa su figura. Warhol se inventa en el siglo XX conceptos que triunfarían en el XXI, como la fama, el valor de la copia frente al original y también el concepto de superestrella, que lo mismo valía para un chapero como Joe D'allesandro que para una actriz como Liza Minelli. Básicamente, eso es en lo que ha derivado el concepto de 'celebrities' hoy en día. Si viviese todavía, Warhol estaría haciendo un 'reality show' y llevaría todo el día una cámara al hombro para contar cada cosa que estuviera haciendo. No se trata de debatir si Warhol está o no vigente, sino de recordar que gran parte de lo que la mayoría consideramos arte o entretenimiento estaba ya en Warhol en los años sesenta”. No hay más preguntas, señoría.
VÍCTOR LENORE Vía VOZ PÓPULI
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