Cinco meses después, regresó Albert Rivera al opulento Casino de Madrid para destilar su proyecto de país a la élite empresarial y bancaria de la capital. Pero esta vez la expectación en el almuerzo del foro ABC-Deloitte no era ni de lejos la de aquel día otoñal, cuando no cabía ni un alfiler y el viento que soplaba desde las encuestas era muy favorable. Incluso algún golpe de demoscopia situaba a Ciudadanos comoprimera fuerza en intención de voto para el 20D. El foro que se encontró ayer Rivera tuvo notables ausencias con respecto al coloquio del 29 octubre, la sala VIP lució más espaciosa y los corrillos del aperitivo no colapsaron el hall como entonces. Hasta en la zona destinada a la prensa había mesas vacías, cuando en la anterior ocasión la organización tuvo que habilitar dos estancias para acoger a plumillas, reporteros gráficos y camarógrafos.
El pausado ir y venir de camareros sirviendo el menú de carpaccio de salmón y confit de pato no se asemejaba ni de lejos al trasiego de platos de la otra vez. De una boda de pudientes, el escenario cambió a una de clase media, esa que Rivera ensalzó este jueves como la llamada a propiciar un “cambio a mejor” frente al “cambio a peor” del populismo. El Madrid de los negocios y del mundo financiero no mostró especial entusiasmo por la cita, y eso que su cercanía con las elecciones (apenas 24 días) era mayor que la del año pasado, cuando todavía restaban casi dos meses. Un tiempo que se hizo demasiado largo para el líder centrista.
Hasta en la zona destinada a la prensa había mesas vacías, cuando en la anterior ocasión habilitaron dos salas del Casino
Entre los grandes empresarios de la urbe hubo quienes se acercaron a la calle Alcalá a escuchar a Rivera, como el presidente de ArcelorMittal, Gonzalo Urquijo, o el de Elecnor, Fernando Azaola, pero fueron más los habituales que no lo hicieron. La mochila del pacto sellado con el PSOE todavía pesa demasiado sobre las espaldas de Rivera. El acuerdo de El Abrazo contemplaba, por ejemplo, ensanchar las bases del impuesto de sociedades para obtener mayor recaudación, lo que dio pie a los socialistas a ir más allá y cuantificar la propuesta: pretendían elevar la recaudación del impuesto en 4.000 millones a través de la revisión de las múltiples exenciones y bonificaciones. La patronal mostró su frontal oposición.
Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Rivera se topó con un auditorio con menos presencia de consejeros delegados y directivos (¿votantes desencantados?) que en su debut como presidenciable, cuando era etiquetado como el chico del Ibex. Para elevar el ánimo, apeló ayer a la unidad frente al populismo rupturista y parafraseó al canciller alemán Otto von Bismarck, afirmando que "la nación más fuerte del mundo es, sin duda, España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo".
"Si no soy presidente o vicepresidente, no pasa nada"
Albert Rivera se presentó en octubre como el mejor candidato para evitar esa autodestrucción. Y este jueves, volvió a reivindicarse como tal, aunque el público ya no lo viera tan cerca del Consejo de Ministros como hace cinco meses. El líder naranja dijo que le "encantaría ser el presidente de este país", pero reconoció ser "consciente de que si no soy el presidente o vicepresidente, no pasa nada. Estoy dispuesto a no ser un obstáculo", confesó. Rivera que salió del Casino como presidenciable en otoño, lo hizo esta vez alicaído, desalentado, como Leopoldo de Hohenzollern Sigmaringen, el candidato teutón apoyado por Bismarck que disputó -sin éxito- el trono de España a Amadeo de Saboya. Al primogénito del príncipe prusiano Antón, de apellido impronunciable, lo bautizaron los madrileños como Leopoldo 'Olé, olé, si me eligen'. Pero no lo fue y tuvo un papel testimonial, como el que le puede aguardar a Rivera.
SEGUNDO SANZ Vía VOZ PÓPULI
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