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sábado, 11 de junio de 2016

VOLUNTARISMO





La política, que tal como la concibió Aristóteles era la empresa más noble a la que podía encomendarse un hombre, se ha convertido hoy en una pasión innoble, a la que sólo pueden dedicarse los canallas o los disminuidos mentales (los primeros, con conocimiento de causa, y en busca de pitanza; los segundos, de manera inconsciente, al modo de tontos útiles).


Pues la premisa falsa sobre la que se asienta la política moderna no es otra sino la imposibilidad de conocer la realidad de las cosas; y de esta premisa falsa, a modo de corolario venenoso, nace en el político moderno el afán de construir un mundo artificial a su propia medida y según su santa voluntad (luego su éxito dependerá de que consiga hacer creer a las masas cretinizadas que su santa voluntad es también la voluntad general, o siquiera mayoritaria).


Esta supuesta imposibilidad para conocer la realidad de las cosas acaba haciendo imposible toda forma de política entendida al modo aristotélico; y, en su lugar, propicia una política fundada en filosofías idealistas, que postula que cada hombre puede 'crear' su verdad, dado que no hay una verdad objetiva y universalmente válida sobre las cosas (empezando por la propia naturaleza humana).


Se trata, pues, de una política puramente voluntarista que prescinde de la realidad y se dedica tan sólo al hallazgo de la utilidad, movida por el egoísmo o el sectarismo; o, dicho de otra manera, una política cuya praxis ya no se fundamenta en una theoria resultante del estudio de la realidad de las cosas, sino en una poiesis que es pura (y fantasiosa) voluntad de poder.
 
 
Pero para que esta política puramente voluntarista sea posible, para que no degenere en una pura anarquía, los votantes que la sostienen tienen que someter su voluntad a la voluntad de tal o cual partido que dice representarlos, o de tal o cual grupo parlamentario, que si es mayoritario podrá imponer su voluntad.


Y, a cambio de este sometimiento, los votantes reciben (a modo de algarrobas que se arrojan a los gorrinos) la posibilidad de liberarse de los tabúes, convirtiendo su polla o coño en rey o reina del mundo mundial, mediante lo que hemos dado en denominar 'derechos de bragueta', que son el 'soma' con el que esta demencial política voluntarista oculta sus fallas.


Una política voluntarista que, además de irracional, es ilógica; pues no sólo se funda sobre un error, sino que además no permite que ese error desarrolle su propia lógica. Lo explicaremos a continuación con un ejemplo muy evidente.


El voluntarismo pretende que la voluntad sea un poder prometeico capaz de 'crear' la realidad. Así, por ejemplo, se consagra un supuesto derecho a cambiar de sexo, contrariando nuestra propia naturaleza biológica, mediante un acto de expresión soberana de la voluntad, como si la libertad humana pudiera desvincularse de su propio ser.


Hoy no existe ningún partido político mayoritario que no proclame con alborozo este supuesto derecho; en cambio, son muchos los partidos que se resisten a aceptar el supuesto derecho de autodeterminación de los pueblos catalán o vasco, cuyo objetivo es exactamente el mismo que el supuesto derecho a cambiarse de sexo, con la única diferencia que, mientras quien se cambia de sexo niega una realidad biológica, los vascos o catalanes que desean independizarse sólo niegan una realidad histórica en la que, por supuesto, no faltan lazos biológicos, pero que no es biológica per se.


Ambos presuntos derechos se fundan sobre la misma premisa voluntarista y el mismo concepto erróneo de libertad (una libertad desvinculada del ser de las cosas, frente a la libertad verdadera, que sirve para perfeccionar las cosas, sin violentar su ser); y, en estricta lógica, reconocer uno exige reconocer el otro.


Además, el supuesto derecho de autodeterminación de los pueblos violenta menos la realidad de las cosas que el supuesto derecho al cambio de sexo. Sin embargo, comprobamos que los mismos que aplauden los cambios de sexo sacan pecho patriotero, oponiéndose a que Cataluña o el País Vasco se independicen; e inventan rocambolescos subterfugios legales para impedirlo, pretendiendo grotescamente que la voluntad mayoritaria de los vascos o catalanes no bastaría para su independencia, pues necesitaría el refrendo de la voluntad nacional.


En cambio, a nadie que quiera cambiar de sexo se le exige el refrendo de su familia, ni de sus vecinos, ni siquiera del usufructuario de sus órganos genitales.


Y es que algo que en su origen es falso, como el voluntarismo, acaba por cojones siendo también ilógico. Porque toda forma de falacia acaba generando putrescencias que sólo los canallas o los disminuidos mentales pueden tragarse tan campantes.





                                                    JUAN MANUEL DE PRADA  Vía XL Semanal

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