Muchos de ustedes recordarán aquel domingo por la noche de marzo de 1996 en el que José María Aznar, que acababa de derrotar al PSOE con 9,7 millones de votos, el 38,7% y 156 diputados, apareció en el balcón de Génova con cara de funeral y pronunció unas extrañas y confusas frases. Estaba traumatizado. Por fin había ganado al invencible Felipe pero le faltaban 20 escaños para la mayoría absoluta y no tenía más remedio que pedir la ayuda de Pujol, que había sacado 16 diputados. Con CiU se colocaba en 172 escaños y podría ser investido (con cinco diputados más del PNV de Arzallus). Sin Pujol, era cadáver. La cara de Aznar aquella noche de victoria era todo un poema.
Mucho se especuló entonces sobre que Pujol y Roca no apoyarían al PP, que había ganado con una campaña que criticaba la “debilidad” de Felipe ante Cataluña. En la acera de Génova se había coreado aquello de “Pujol, enano, habla castellano”. También se decía que CiU acabaría apoyando la investidura del PP, pero que exigiría otro candidato. Y sonaron los nombres de Abel Matutes (cercano a Fraga y luego ministro de Exteriores) y de Alberto Ruiz-Gallardón. Pero Aznar superó la cara de funeral, asumió que la bisagra necesaria era el nacionalismo catalán, negoció duro con los que algunos en Madrid calificaban de “mercaderes”, cedió bastante (más competencias policiales para los Mossos, supresión de los gobernadores civiles y otras cosas, como algunos consejos de administración de empresas medio públicas) y acabó firmando los pactos del Majestic, perfilados finalmente por Joaquim Molins, el portavoz de CiU que sustituyó a Miquel Roca, y Rodrigo Rato. La legislatura, con mayoría precaria, duró cuatro años y hay consenso en que fue la mejor de todas las que España ha estado gobernada por el PP. Años después -afrontando algunas críticas internas y externas-, Pujol filtró que no había tenido otro remedio que apoyar a Aznar porque se lo habían pedido el Rey e incluso Felipe González. España no podía entrar en una etapa de inestabilidad gubernamental.
Bueno, las cosas son ahora diferentes pero tampoco tanto. Rajoy no ponía cara de funeral este domingo cuando salió al balcón de Génova armado con 7,9 millones de votos, el 33% y 137 diputados, sino que dio tres botes para contentar a los jóvenes de la calle que coreaban: “Yo soy español… español, español”. Y no dijo palabras más profundas, aunque si más claras, pero sin abandonar su proverbial tancredismo: “Me dicen ahí [señaló a la acera] que diga que hemos ganado las elecciones… pues sí, bien, hemos ganado”. No, no era la cara de funeral de Rajoy pero tampoco exhibía el besucón entusiasmo de Soraya ni saltaba con la gracia de Andrea Levy, que creía estar en una discoteca.
Rajoy sabía que había dado un relevante paso adelante. Contra pronóstico, había subido 14 diputados y casi cinco puntos respecto al 20-D. Tenía pues más autoridad moral ante la sociedad española y ante su partido pero sabía que de verdad -tras el vino y las rosas de la noche electoral- estaría en una situación un poco más complicada que Aznar en 1996. Le faltan no 20 sino 39 diputados. Una enormidad. Rajoy sabe -o debe saber- que el PSOE no va a aceptar ni una gran coalición (su comportamiento histórico ante el PSOE tampoco se lo merece) y queni siquiera se va a abstener. Como sucedió en el 96, la salvación está en la bisagra y no hay otra que Ciudadanos, en donde también manda un catalán que no es nacionalista y que -al contrario que Pujol- sí va a discutir el nombre del próximo presidente. Aznar no tenía Bárcenas en el armario y el caso Naseiro estaba entonces más enterrado que el sepulcro del Cid.
Con los 32 diputados de Rivera, que ha perdido un mísero 0,9% de los votos pero nada menos que ocho escaños, Rajoy puede sobrevivir. Sin Rivera, es hombre muerto. Con Rivera sumará 169 diputados y aún puede recurrir al PNV (difícil, porque en otoño hay elecciones en Euskadi y Urkullu no estará para pactos salvo a precio de subasta) y a los canarios. Pero en último extremo, el PSOE ni querrá ni podrá aparecer como el culpable de unas terceras elecciones si Rajoy y Rivera han pactado y articulado una coalición de 169 escaños. Incluso podría recurrirse a un apaño de Estado: no se abstendría el grupo parlamentario socialista sino que se sugeriría a unos cuantos diputados que -en aras de la estabilidad- se quedaran en el bar en el momento de la votación. Exigir al PSOE más es soñar, porque para la gran mayoría de sus dirigentes el objetivo prioritario es seguir siendo el primer partido de la izquierda e impedir que en las próximas elecciones (que pueden ser antes de cuatro años) un Iglesias menos histérico, o el más simpático y flexible, consiga el 'sorpasso'.
Rajoy habla de gran coalición o de pacto con el PSOE por cálculo o porque la indignación con Rivera debe ser alta. El PSOE es el enemigo. Del enemigo se puede esperar casi todo y contra el enemigo se puede hacer incluso más (por ejemplo, algún empecimiento a Podemos). Pero Ciudadanos es un partido ideológicamente próximo y duele más que las miserias propias sean denunciadas por alguien cercano. Pero la desconfianza entre Rajoy y Rivera (y a la inversa) no puede (en todo caso, no debería) ser mayor que la que en el 96 existía entre Aznar y Pujol.
En el 96, que el nacionalismo de Pujol ayudara a gobernar a Aznar era como querer mezclar agua
con aceite, pero aquella legislatura fue la mejor del PP
Además, para Rajoy un pacto con Rivera es mucho más conveniente que un pacto con el PSOE. El PSOE, para hacerse perdonar por su electorado, tendría que exigir cosas como la abolición urgente de la reforma laboral, algo que incluso los economistas socialistas más lúcidos saben que tiene contraindicaciones. Por el contrario, entre Luis de Guindos y Luis Garicano, todo iría más rodado.
Pero, claro, el pacto con Rivera no será gratis, como tampoco lo fue el de Aznar con Pujol. Recuerdo que a mitad de aquella legislatura -cuando Aznar iba cumpliendo las cláusulas escritas y no escritas del pacto del Majestic-, Pujol comentó en un círculo íntimo: “Ya sé que el pacto con el PP no ha sido bien visto por muchos de los nuestros, pero va bien y si sigue así, al final se cumplirá aquello que dijo Alfonso Guerra de que a España no la va a conocer ni la madre que la parió”.
Aznar cedió competencias a Cataluña y ahora Rajoy tendrá que negociar una nueva ley electoral, cambios en la judicatura y un protocolo contra la corrupción
Cito la anécdota porque el apoyo de Pujol tuvo un precio alto en la cesión de competencias a Cataluña. Pero también ayudó a Aznar, porque lo moderó y lo centró (mientras CiU fue necesaria). De la misma manera, el irremediable pacto del Majestic con Rivera tendría un precio alto para el PP pero también ayudaría a centrar a Rajoy, que buena falta le hace a juzgar por el talante de su legislatura con mayoría absoluta. En el precio podría ir una reforma de la ley electoral que a Rajoy no le interesa nada (y que se tendría que pactar con el PSOE), la reforma del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional y -ahí está la madredel cordero- la separación de cargos del PP inculpados en procesos de corrupción. Y alguna difícil salida honrosa -que no fuera escurrir tramposamente el bulto- para los casos Bárcenas, Gürtel…
Creo que Albert Rivera es, funcionalmente y 20 años después, el Jordi Pujol de 1996 y que un nuevo pacto del Majestic entre Rajoy y Rivera es inevitable. Los 32 diputados de Rivera de hoy valen para Rajoy tanto o más que los 40 del 20-D y los 16 de Pujol en el 96. Por lo que me llega, Rajoy está algo irritado y puede estar tentado de ningunear a Rivera (como Aznar hizo con Pujol, hasta que le necesitó), pero se equivocaría gravemente. La política no se hace con el estómago sino con el cerebro.
Con Rivera y 169 diputados, Pedro Sánchez tendrá un comportamiento de hombre de Estado. No tendrá otra opción y hará una inversión de futuro. Pero si Rajoy se queda con 137 escaños y no es capaz de pactar ni con los liberales de Ciudadanos, no creo que ni Pedro Sánchez ni cualquier otro dirigente socialista le saque las castañas del fuego.
Si Rajoy no logra pactar ni con los liberales... no habrá nuevas elecciones sino posiblemente un Gobierno de centro-izquierda con presidencia del PSOE
Se irá quemando a fuego lento, y con un Rajoy (y si quieren, también un Rivera) desacreditado por no haber sabido pactar, unas nuevas elecciones tampoco son inevitables. En aquel momento, quizá después del verano, con el país abrumado y con una Europa recientemente impaciente, el líder socialista (sea el que sea) puede ofrecer a Pablo Iglesias y a Albert Rivera un Gobierno de centro-izquierda. Y en esas circunstancias, ni Iglesias (salvo que siguiera en éxtasis) ni Rivera la podrían rechazar. E incluso podrían aplaudir Joan Rosell, Jean-Claude Juncker y el propio Mario Draghi. Por aquello de que más vale un Gobierno incierto que la parálisis y el caos de un no Gobierno.
La leyenda apócrifa que corrió por Cataluña decía que al final de aquella noche de marzo del 96, la 'hinchada' del PP dejó de corear aquello de “Pujol, enano, habla castellano” y entonó el “Pujol, guaperas, habla como quieras”. Pues eso, que en Génova les conviene aprender rápido a querer a Albert Rivera.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
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