Ha cuajado la idea de que la automatización masiva generadora de desocupación, que al principio apareció de una forma un tanto tímida pero no por ello poco polémica, sería el resultado de la actual revolución tecnológica, la cuarta, en apariencia más suave que las anteriores, que operaria sustituyendo los trabajos más repetitivos por autómatas, sin que la generación de la nueva tecnología genere el equivalente de puestos de trabajo que destruye.
Sería el caso de la sustitución parcial o total de los conductores en los ferrocarriles, transporte público urbano y camiones. Claro que por si sirve de consuelo se puede siempre acudir a que este temor ha estado siempre presente ante el cambio tecnológico. Cuando en los años veinte del siglo pasado se generalizó en Europa la luz eléctrica, desapareció toda una profesión, la de quienes encendían la iluminación pública a gas.
La primera revolución industrial comenzó bien entrado el siglo XVIII en el Reino Unido,
para extenderse por Europa Occidental y Norteamérica, y los cambios se
prolongaron hasta la primera mitad del siglo siguiente. La consecuencia
fue un crecimiento del PIB y de la renta per cápita nunca visto, y
además durante un largo periodo de tiempo.
La segunda revolución Industrial data convencionalmente desde 1850 y el comienzo de la Primera Guerra Mundial, en 1914.
La transformación industrial afectó, sobre todo, a la producción de
nuevos materiales a gran escala, caso paradigmático del acero, el gran
impulso de la química y los transportes, la producción de energía y la
expansión de la mecanización. Se dieron también importantes cambios
organizativos, como la primera globalización, una mayor intervención del
estado y una mejora de la eficiencia de las organizaciones.
La tercera revolución se produce de la mano de Internet
y las energías renovables, y aparece ya en el siglo XX. Se produce
también una nueva e intensa globalización y una reducción de los costes
del transporte, especialmente del aéreo, que da lugar a la formación de
un turismo de masas. A diferencia de los anteriores, tiene efectos sobre
la productividad, sobre todo en relación a las industrias TIC, aunque no es evidente que no sea un problema de medición más que de efecto real.
La cuarta revolución, también llamada Industria 4.0, o ciber industria, entre otras denominaciones es la que estamos empezando a vivir.
Si sus efectos negativos se confirman como hasta ahora todo parece apuntar, se
va a consolidar una desocupación masiva que determinará que muchas
personas no trabajen nunca o lo hagan por periodos cortos y en distintos
lugares.
Esta trasmutación significaría que el progreso ya no equivaldría a más y
mejor ocupación. Daría lugar a masas que desde su juventud ya no
tendrían el trabajo en el centro de sus vidas. El cambio es rotundo,
radical. ¿Cómo combinar esta posibilidad con la idea de un trabajo
digno, el estímulo para mejorar – que la revolución liberal burguesa lo
limitó solo a un estímulo económico-, a la pensión de jubilación y el
seguro de desempleo? Sin trabajo no hay nada de eso.
Desde el punto de vista económico, que con ser complicado es solo una de las grandes dificultades, un posible enfoque sería garantizar a todo el mundo una renta universal, una posibilidad que Suiza acaba de rechazar por amplia mayoría ahora mismo.
Se trata de una opción muy costosa, y que además solo podría plantearse
garantizando previamente una pensión suficiente para todos. La renta
universal deberá cubrir todo el periodo de vida activo e inactivo, y no
significar una reducción de los derechos de los jubilados con mayores
prestaciones, porque entonces se produciría una expropiación de los
débiles.
Pero esta solución encierra muchos problemas. Económico en primer término:
el incremento de productividad de la automatización debería ser lo
suficientemente importante para financiar esta medida, y además ser
claramente identificable en términos fiscales.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
Muchas gracias al blog por todas las buenas recomendaciones, me parece bastante importante que diariamente incluyamos el orar en nuestra vida.
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