Las elecciones de diciembre certificaron que el sistema político vigente está afectado por dos deficiencias básicas. En primer lugar, la ausencia de una mayoría social suficiente para apoyar cualquiera de las opciones clásicas en nuestra historia reciente. En segundo lugar, la existencia de una clase política completamente incapaz de suplir con oficio esa deficiencia de fondo. El diagnóstico nos obliga a admitir que España está íntimamente fragmentada, y que lo que se nos ofrece como política es impotente para atacar los verdaderos problemas. No hace falta ser muy agudo para ver que se trata de un síndrome bastante común en Occidente, pero, puesto que mal de muchos, consuelo de tontos, parece lelo no empeñarse en encontrar nuestro propio remedio.
Los podemitas están al acecho esperando que la pura negatividad, por supuesto sin esperanza alguna, llegue a su cenit
La solución no está a la vista
Desafortunadamente, no es razonable esperar de las próximas elecciones un cambio sustancial del marco. Los actores clásicos continúan sin entender el drama que supuestamente protagonizan, los podemitas están al acecho esperando que la pura negatividad, por supuesto sin esperanza alguna, llegue a su cenit, mientras mienten de manera aún más sistemática y pueril que los mentirosos habituales, y Ciudadanos no parece alcanzar la entidad necesaria para arreglar tanto despropósito, aunque seguramente sea el mejor refugio de los afligidos con la cabeza sobre los hombros.
Los resultados electorales pueden suponer un gran susto, a nada que la mayoría social que siguió a Zapatero en 2008 decida echar una cana al aire con el catálogo onírico-político de Ikea, o bien una dura prueba para el resto de actores, pero es muy difícil imaginar que sean capaces de alumbrar una salida duradera.
Las grietas de una sociedad rota
En España hemos hecho que la realidad sea potestativa, que las mentiras más tontas oficien como datos evidentes, que la ley sea muy poco más que una cuchufleta, y que la unidad y la fuerza que debiera emanar de la soberanía conjunta se rinda de oficio a las ocurrencias de cualquiera. Zapatero fue quien inició este proceso de deslegitimación del sistema, y fue seguido con un cierto entusiasmo por los once millones de españoles que pensaban que iban a tocar el cielo, aunque el poeta que ahora lo proclama no hubiera inventado todavía el lema. “Cómo que no hay dinero para hacer política?” le espetó a Solbes el impetuoso Zapatero que no necesitaba otra cosa que contar nubes. Ese estado mental de negación infantil de las evidencias sigue muy vivo entre nosotros y es el caldo que alimenta el ímpetu podemita, es el error garrafal que cometió el PSOE con tal de terminar con el predominio de la derecha, y podría llegar a suceder que la aplicación de esa medicina por manos menos timoratas los lleve por décadas a la insignificancia.
Algo todavía más grave que la corrupción, la insignificancia
No se trata solamente de que la clase política está infectada de corrupción, lo peor es que está anonadada por la sensiblería más estúpida y dispuesta a hacer lo que sea para que nadie les tilde de nada. Desde el momento en que una ley aprobada en Parlamento no se cumple de manera inmediata por todos los poderes públicos, o que una sentencia del juez competente no se pone de inmediato en práctica, para no hablar de legislaciones abiertamente inconstitucionales como ciertas piezas inspiradas en las políticas de género, el sistema se queda sin pilares de sustentación y cualquier política que se proponga, resultará igualmente inverosímil, y eso quiere decir que puede haber llegado la hora de las CUP, de los soberanistas, de Podemos, de Ganemos y de lo que fuere menester, porque cualquiera que pueda reclamar cualquier cosa estará enteramente en lo cierto, en su derecho.
Este estado de inanidad política hace que las propuestas de los partidos sean un calco de las de sus rivales y que todo se juegue en la caja tonta
Este estado de inanidad política hace que las propuestas de los partidos sean un calco de las de sus rivales y que todo se juegue en la caja tonta, que el PP haga un video de gatitos al tiempo que proclama que el país no está para bromas, o que el PSOE y Ciudadanos después de defender juntos un programa de Gobierno se pongan a hablar de otra cosa, a ver si esta vez cuela.
Hacia la sociedad del conocimiento, pero sin esfuerzo
Los políticos han convencido a muchos ciudadanos de que sus deseos son leyes, de que la soberanía es individual, de que nadie podrá oponerse a lo que cada cual considere su derecho. Así se nos promete el camino hacia una sociedad del conocimiento, pero todo se queda en que cada vez hay que estudiar menos, en que no hay que esforzarse ni limitarse en nada. El público lo razona a su modo: el otro día escuché a un dirigente de una de las APA de alcance nacional, que no serán más allá de cuatro gatos, argumentar contra las reválidas diciendo que era absurdo examinar a alguien que ya había demostrado saber lo que se supone necesita. No es que yo esté muy a favor de las reválidas, pero con ese argumento tampoco sería necesario examen alguno, bastaría que alguien, su padre, por ejemplo, asegurase que el alumno ya ha respondido una vez a cualquier cuestión como para hacerle perder el tiempo frente a una hoja en blanco: títulos para todos ya, derechos históricos, y subidas de impuestos para los ricos, que son muchos y abusan. Además, ya han dicho los de Podemos lo que gustan oír los sindicalistas, que si no hay dinero se pinta, y si no que lo ponga la Merkel que para eso les compramos los BMWs.
El abismo a la derecha
En el marco de una socialdemocracia indiscutible, una y diversa, que se nos ofrece por todas partes, y en el que también aspira a confundirse Podemos, el PP de Rajoy ha entregado su destino a un tecnocracia administrativa muy miope y ha hecho del Parlamento el lugar de la no política, lo que ha reducido la pugna electoral a una cuestión de sillones: aunque la hipocresía reinante le reproche a Podemos el cinismo de haber reclamado los sitiales decisivos, no es nada distinto lo que ha hecho el PP al negarse a cualquier cosas que proclamar su victoria de diciembre, es decir, su derecho a seguir en la poltrona. Como han escrito con gracia en El Mundo Today, Rajoy estaría encantado con presentarse para presidente provisional.
La peculiaridad española en un panorama internacional muy infectado por el populismo es que, al menos en teoría, nuestro populismo está en la izquierda y no en la derecha como en Francia, Inglaterra o Estados Unidos. Pero eso ha podido ser así porque el PP de Rajoy ha renunciado a cualquier identidad, se presenta como el partido de la no-política, como la encarnación de un cierto sentido común apoyado en el falseamiento sistemático de todos los indicadores básicos y en el miedo que puedan sentir los ciudadanos más temerosos frente a la llegada de unos mentirosos algo más creativos amparados por el cabreo, intenso, aunque difuso, que siente mucha gente frente a una política tan bastardeada.
PP y PSOE han creído que podrían seguir dedicados a sus fruslerías y clientelismos sin darse cuenta de que la España real les reclamaba una política distinta
Una sociedad muy distinta a la de hace tres décadas
PP y PSOE, PSOE y PP, han cometido el mismo pecado de frivolidad y de suficiencia. Han creído que podrían seguir dedicados a sus fruslerías y clientelismos sin darse cuenta de que la España real les reclamaba una política distinta, que no han sabido articular. Tienen un drama común, que ya casi no les defiende nadie que no les deba el empleo, la subvención o la mangancia. Han ido viendo cómo se quebraba la legitimidad del sistema que sostenían, pero no han tenido la energía suficiente para reaccionar y arreglarlo. Ahora podría ser ya tarde, ojalá no lo sea. Rajoy ha querido vivir de los garbanzos de Fraga, sin tener sus tirantes, mientras el PP consentía una cleptocracia sistemática en un buen número de instituciones, y en sus mismas barbas genovesas. El PSOE, por su parte, se ha dedicado a dar de comer, normalmente con malas artes, a sus miles de clientes sin pararse ni un minuto a considerar en serio las consecuencias de sus políticas, de la mala educación que han implantado, de la irresponsabilidad que han defendido, de esa izquierda intemporal y cutre a la que siguen invocando como si fueran una especie de ejército de salvación. Quieren fingir un orgullo que no pueden sentir, y no han hecho ni el diez por ciento del esfuerzo que necesitarían para rectificar y pedir disculpas educadamente. Entre unos y otros han protagonizado una cortísima legislatura muy lamentable que ha hecho las delicias de los enemigos frontales de la democracia, esos que ahora se aprestan al relevo si los españoles de buen sentido no lo impiden con su voto, pero se lo han puesto muy difícil, la verdad. Ni se han esforzado en seguir mereciendo la lealtad de sus votantes históricos, ni han hecho el menor esfuerzo por comprender lo que sienten y piensan de ellos las nuevas generaciones de españoles a los que han malacostumbrado con su populismo de baja intensidad.
Ojalá el respingo que nos puede dar el 26 de junio sirva para que se pueda defender la democracia con más y mejor democracia, no con menos y peor.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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