Estoy convencido de que no somos conscientes de los impuestos que pagamos: el “sistema” está concebido para que no sea fácil conocer la cuantía exacta o aproximada que cada uno paga
En un anterior artículo me refería a la
importancia de visualizar los impuestos. Lo dije y lo reitero, porque
estoy convencido de que no somos conscientes de los impuestos que
pagamos. Es tanto el desconocimiento, que he llegado a pensar que el “sistema” está concebido para que no sea fácil conocer la cuantía exacta o aproximada que cada uno paga.
El salario medio de un español, según
datos oficiales del INE de 2013, últimos publicados, es de 22.697,86 €
brutos al año. De ese importe, hay que descontar un 6,35 %,
aproximadamente, en concepto de lo que se denomina cuota obrera de la
Seguridad Social (SS); en definitiva, de impuestos sobre el trabajo cuyo
destino es financiar las prestaciones públicas de la SS. En concreto,
1.441,31 €.
Además, hay que descontar también la retención a cuenta del
IRPF. De tratarse por ejemplo de un contribuyente con un hijo mayor de 3
años, tal retención asciende a 2.839,50 €. Sin embargo, lo que el
trabajador percibe es el “efecto” IRPF, esto es, lo que se le devuelve o ha de pagar en el mes de junio de cada año. Ese contribuyente, como casi todos, no es consciente de que ya ha pagado 4.280,81 €. Solo “graba”
en su memoria la cuantía que le devuelven o, en su caso, lo que
finalmente acaba pagando, en este caso, la módica suma de 50,56 €.
Y aunque lo cierto es que en la nómina de cada mes figuran tales
importes, lo cierto también es que no se interiorizan. Vaya, que no se
percibe lo que de verdad se paga, en nuestro ejemplo, un 19,08 % del
sueldo.
Pero lo más importante viene ahora. Ese
contribuyente, que prácticamente carece de capacidad de ahorro, paga
otros impuestos que todavía interioriza menos. Según determinados
estudios, destina el equivalente al salario de 25 días a pagar el IVA
(comida, vestido, medicinas, agua, luz, teléfono, etc.), el de 12 días a
pagar Impuestos Especiales (el combustible del coche, por ejemplo) y el
de 5 días a pagar otros impuestos (canon del agua, etc.), esto es,
2.611,81 €. En total, incluido IRPF y la cuota obrera de la SS, un 30,59
% de su salario. Respecto a estos otros impuestos se produce un
fenómeno que se conoce como “ilusión financiera”, esto es, que
el contribuyente no percibe realmente lo que paga a pesar de que en los
tickets y/o recibos de compra conste su importe.
Pero hay más. A ese importe hay que añadir
los impuestos que vía precio se nos repercuten al comprar cualquier
bien o servicio. Me explico. Todos los impuestos que pagan las empresas,
incluida la SS, son un coste para estas; coste que se repercute vía
precio a quienes consumimos sus productos o servicios. Es lo que se
conoce como “traslación económica” del impuesto, traslación que
es mayor o menor según lo que permita el mercado. Pero la idea, y esto
es lo importante, es que quienes finalmente acabamos pagando todos los
impuestos somos los particulares sin posibilidad de trasladarlos.
Así pues, de forma más o menos perceptible, inducidos por el efecto de la “ilusión financiera”, o como consecuencia de la mera y pura “traslación económica”, quienes verdaderamente soportamos la mayoría de la fiscalidad de este país somos los particulares.
No hay datos exactos sobre cuál es su cuantía o porcentaje, pero no me
extrañaría que se situara alrededor de un 40/45 % o más.
Sin embargo, el “sistema” está
tan inteligentemente diseñado que no nos percatamos de ello ¿Por qué?
Primero, y fundamentalmente, porque los impuestos no los pagan los
particulares directamente a Hacienda. Los pagan unos “intermediarios” llamados
empresas. Ellos ingresan la SS, la mayoría del IVA, los Impuestos
Especiales, la SS, el Impuesto sobre Sociedades y las retenciones a
cuenta del IRPF de los verdaderos contribuyentes. Segundo, porque la
campaña anual de IRPF es la “escenificación” de la bondad del
sistema ensalzando el esfuerzo anual en materializar cuanto antes las
devoluciones del impuesto y en facilitar al máximo su gestión y cercanía
con el contribuyente de “a pie” que se convierte así en el “protagonista”
principal del sistema. Sin embargo, nadie le recuerda que lo que se le
devuelve es el exceso de lo que se le ha cobrado con un año
aproximadamente de antelación sin retribución de ningún tipo, importe,
recuerdo, que ni él mismo ha ingresado directamente y cuya cuantía, y
por experiencia profesional, casi nadie recuerda.
¿Qué ocurriría si ese contribuyente
tuviera que ingresar directamente ese mismo importe? Me estoy refiriendo
al caso de que la empresa facilitase a la AEAT la información pero no
retuviera nada a cuenta. De esta forma, averiguaríamos además el grado
de conciencia y cultura fiscal de los españoles. Mucho me temo que la
experiencia sería muy negativa. Claro que esta experiencia
requiere un máximo compromiso de nuestros políticos, un ejercicio enorme
de pedagogía y transparencia, una ejemplaridad exquisita y una máxima
sinceridad y responsabilidad. Es, de hecho, un reto para
nuestros políticos y para la propia Administración. ¿No sería bueno? Yo,
al menos, apuesto por ello.
En definitiva, tenemos un “sistema” basado en el “fraccionamiento”
de lo que pagamos, con enormes dificultades para visualizar su importe y
en el que casi no ingresamos nada directamente, sino a través de “intermediarios”, y que una vez al año nos hace sentir bien. La culpa, los “ricos”
y las grandes empresas, que son, por cierto, quienes lo ingresan casi
todo. Pero quienes realmente lo pagamos, no lo olviden, somos los
particulares sin posibilidad de trasladar su coste a terceros.
ANTONI DURÁN-SINDREU Vía FORUM LIBERTAS
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