Un religioso eritreo, Mussie Zerai, ha logrado que se rescatara a miles de personas que han llamado a su móvil para pedir auxilio.
El sacerdote Mussie Zerai, en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, en septiembre de 2015. (Reuters)
Cuando el teléfono sonó a las tres de la madrugada en aquel seminario de Roma, al joven Mussie Zerai se le ocurrió que quizá se trataba de una broma pesada. Pero al descolgar supo que no era así: nadie podía fingir aquellos gritos de desesperación ni el rumor de las olas del Canal de Sicilia. Quien estaba al otro lado del teléfono era un compatriota eritreo que le imploraba ayuda y le suplicaba que salvara su vida y la del resto de personas a bordo de una barcaza a punto de zozobrar en aguas del Mediterráneo.
El aspirante a sacerdote no sabía qué hacer ni a quién recurrir; tampoco cómo tranquilizar a su compatriota para que le diera pistas sobre dónde podía estar la patera. Cuando lo logró, explica por teléfono a El Confidencial desde Suiza, despertó a un superior y entre los dos buscaron en las páginas amarillas el número de la Guardia Costera de la Marina italiana. Gracias a la voz de alerta que dieron los dos religiosos, los guardacostas localizaron la patera y condujeron a sus ocupantes, sanos y salvos, a la isla italiana de Lampedusa.
Fueron solo los primeros. Desde aquella llamada de una noche de 2003, Mussie Zerai, sacerdote eritreo -ahora de 41 años-, ha salvado a miles de prófugos de guerras, hambrunas y dictaduras. Al principio lo hacía solo, atendiendo a cientos de llamadas en su número de móvil personal a cualquier hora los siete días de la semana. Con el tiempo llegó a dominar la difícil tarea de tranquilizar a personas casi siempre aterrorizadas y explicarles cómo y dónde encontrar las coordenadas del GPS en los teléfonos por satélite que algunos llevan, la pista clave que ha conducido muchas veces -no siempre- a un rescate exitoso por parte de los guardacostas italianos.
“En 2003, un periodista italiano que había visitado las cárceles para inmigrantes del régimen de Gadafi me pidió ayuda para que hablara con un prófugo eritreo y luego le tradujera, por lo que llamé por teléfono a este compatriota que estaba preso en Libia”, recuerda Mussie Zerai.
"Si necesitas ayuda, llama a este teléfono"
Así llegó el número del religioso a manos de ese aspirante a refugiado eritreo que, en un rasgo de solidaridad, no se lo guardó solo para él sino que lo escribió en un muro de aquella prisión con la leyenda “Si necesitas ayuda, llama a este teléfono”. Desde aquella primera llamada de auxilio en 2003, ese teléfono no ha dejado de sonar. Su número salvador ha aparecido desde entonces no solo en las paredes de cárceles para inmigrantes del norte de África, sino también en las barcazas que llegan a Lampedusa e incluso en los contenedores metálicos en que los traficantes a veces esconden a los prófugos para atravesar el desierto de Sudán.
La voz de que el padre Zerai socorría a los refugiados en apuros corrió tanto y tan deprisa que muy pronto el religioso eritreo se vio desbordado. Entonces, “inspirado en su trabajo”, recuerda, se creó un centro de atención telefónica bautizado Watch the Med (vigila el Mediterráneo). En esa línea de atención urgente, docenas de voluntarios atienden en diferentes idiomas a candidatos a refugiados en peligro que llaman de lugares tan lejanos como Yemen o Indonesia. El padre Zerai ha creado también la agencia Habeshia, una organización sin ánimo de lucro cuyo fin es ayudar a la integración económica, social y cultural de las personas que necesitan protección humanitaria. El trabajo del religioso eritreo le hizo merecedor el año pasado de una candidatura al Nobel de la Paz. Según datos de la propia Guardia Costera italiana, sus llamadas indicando la posición de embarcaciones en peligro han salvado al menos a 5.000 personas desde 2003.
Cuando se premia a los regímenes culpables
El padre Mussie Zerai habla despacio y con un tono sereno. Su voz solo sube ligeramente de tono cuando evoca las políticas de la Unión Europea en materia de inmigración y asilo político, que define como “criminales”. Porque este religioso no solo proporciona coordenadas de barcazas perdidas; también trata de crear conciencia en entrevistas con el Gobierno italiano y las instituciones europeas que de momento han dado poco fruto. Tampoco duda en acudir a Lampedusa para visitar y hacer gestiones en favor de los refugiados encerrados en los centros de detención: “Hago lo que considero que es mi deber”, resume a El Confidencial.
Su trabajo ha saltado ya a las páginas de medios de comunicación internacionales y publicaciones como 'The New Yorker' y el diario 'The New York Times' le han dedicado amplios reportajes. La relevancia pública que ha empezado a adquirir le sirve de plataforma para denunciar lacras como la trata de seres humanos en Sudán y la península del Sinaí.
Los éxodos masivos de personas se ven agravados -sostiene- porque los regímenes "responsables de la fuga de estas personas obtienen financiación de la Unión Europea"Como tantos eritreos, Mussie Zerai fue un refugiado en su juventud. Nació en Asmara, la ahora capital eritrea, en 1975 y muy pronto se quedó huérfano de madre y también sin padre, pues su progenitor tuvo que huir del país para salvar la vida. Su infancia transcurrió en medio de los bombardeos de la guerra por la independencia de Etiopía, una independencia que llegó en 1991. Sin embargo, la liberación solo sirvió para dejar vía libre a una dictadura criminal que aún dura y de la que el entonces adolescente eritreo escapó para ponerse a salvo en Italia, el país que lo acogió a principios de los noventa.
No fue el único. Desde entonces, cientos de miles de sus compatriotas se han convertido en prófugos de un régimen a cuyos abusos nadie ha puesto coto. En 2015, recuerda el padre Zerai, “los eritreos fueron la segunda nacionalidad en número de refugiados llegados a Europa”. Esta diáspora y los éxodos masivos de personas de otras nacionalidades se ven agravadas -sostiene- porque los regímenes “responsables de la fuga de estas personas obtienen financiación de la Unión Europea”.
Los datos le dan la razón. Un informe de Naciones Unidas de principios de junio acusaba al régimen eritreo de “violaciones de derechos humanos masivas” y demantener en la esclavitud a cientos de miles de personas, amén de la práctica corriente de ejecuciones extrajudiciales y todo tipo de atrocidades. Se calcula que unos 5.000 eritreos huyen de su país cada mes. Ello no ha sido óbice para que la Unión Europea haya concedido recientemente a la dictadura eritrea un paquete de ayuda de 200 millones de euros. Ese mismo día, el pasado 23 de marzo, las instituciones europeas aprobaron a su vez financiar a la Administración del presidente sudanés Omar al Bashir para que controle mejor sus fronteras. Sobre Al Bashir pesa una orden de busca y captura del Tribunal Penal Internacional de La Haya por genocidio y crímenes de guerra y contra la humanidad.
Un “enorme cementerio”
“Las políticas europeas de inmigración de los últimos 20 años no solo se han centrado en vano en cerrar las puertas de Europa sino que han favorecido a los traficantes de personas e incluso el tráfico de órganos en países de tránsito. Cuanto más difícil y peligroso es entrar en Europa, más lucrativo es el negocio de los traficantes, que piden cantidades más altas a sus víctimas”, se lamenta el religioso.
“Europa solo sabe levantar muros y poner alambre de espino en lugar de tratar de comprender qué está pasando, por qué estas personas huyen y contribuir a crearles unas condiciones de vida dignas que eviten que tengan que poner en riesgo sus vidas. Eso no se hace desde luego financiando precisamente a los responsables de que estas personas tengan que escapar de sus países”, continúa.
Según cálculos de diversas organizaciones humanitarias, alrededor de 30.000 personas han muerto desde 1993 mientras trataban de alcanzar las costas europeas. Solo en 2015, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) contabilizó 3.771 fallecimientos. Esa cifra corresponde a las muertes registradas, pero su número real es seguramente mayor. La Unión Europea ha incumplido además hasta el momento la promesa que hizo en 2015 de acoger a 160.000 refugiados; a finales del pasado mes de abril, poco más de un millar habían sido reubicados. En el caso de España, que se había comprometido el año pasado a acoger a 16.000 refugiados, solo han llegado 62. De ellos, 39 son eritreos.
"Nuestra organización ha establecido unas becas de estudio para jóvenes eritreos en Etiopía. Incluso si estos jóvenes aspiran a llegar a Europa, dándoles una beca los estás reteniendo en Etiopía durante cuatro o cinco años"Los estados europeos se escudan en razones económicas, pero ese argumento no le vale al hombre a quien la prensa italiana llama ya “el ancla” o “el ángel guardián” de los refugiados. Para empezar, porque asegura que la política europea de inmigración se ha convertido en un “negocio”. Y cita el caso de Frontex, la agencia europea de control de fronteras.
“Frontex tiene un presupuesto de 90 millones de euros y aun así no logra evitar la entrada de personas que buscan refugio. Ese dinero se usa para expulsar a los refugiados, lo que cuesta unos 3.000 dólares por persona. Cuando luego sabemos que la comunidad de San Egidio y las iglesias evangélicas de Italia han establecido un corredor humanitario para traer a refugiados de forma segura y que esto solo ha costado 400 dólares por persona, es evidente que lo que falta es voluntad política”, dice el religioso.
En su opinión, hay alternativas. Por ejemplo, favorecer que los prófugos de guerras y dictaduras como la eritrea disfruten de condiciones dignas en los países que acogen a la mayoría de ellos; es decir, los estados vecinos: “Nuestra organización ha establecido unas becas de estudio para jóvenes eritreos en Etiopía. Incluso si estos jóvenes aspiran a llegar a Europa, dándoles una beca los estás reteniendo en Etiopía durante cuatro o cinco años, un tiempo en el que esa persona quizá se replantee si merece la pena arriesgar la vida poniéndose en manos de las redes de trata. Si después ese joven sigue queriendo venir a Europa y finalmente lo consigue, quien llegará será un profesional, por ejemplo un médico, que podrá contribuir al desarrollo de su país de acogida y ganarse la vida”.
“Europa debe reaccionar, porque, si seguimos así, el Mediterráneo va a terminar siendo un enorme cementerio”, concluye.
TRINIDAD DEIROS. KINSHASA (RDC)
Vía EL CONFIDENCIAL
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