Que los deseos sobrepasen los límites de lo posible es casi una definición porque, como ya supo ver Aristóteles, la capacidad de desear es potencialmente inagotable. De ese contraste se pueden sacar energías creativas, si se aprende a conjugar el deseo con la dura disciplina de la limitación, o una serie, que puede llegar a ser inmanejable, de decepciones. En política los deseos debieran estar un poco de más para las gentes con cabeza, pero siempre hay individuos dispuestos a excitar la imaginación del común con las cosas menos razonables. Entonces se puede producir una explosión, porque la amenaza de la barbarie siempre está a un palmo de nosotros, pero, con mayor frecuencia, se produce una decadencia larga y pronunciada, como aquella que parece afectar al buen sentido de norteamericanos, ingleses, franceses… y españoles, con distintas letras, pero con una música aburridamente similar: un quererlo todo y ya, sin que nadie pueda reprocharles nada. Ante el deseo desafiante, puede parecer que la realidad se convierte en una mera mentira, pero nunca es del todo el caso.
Lo malo de las crisis es que las lecciones de una no suelen servir para las demás
Épocas de crisis, mentiras en catarata
Las épocas de crisis son más proclives a las efusiones, a la política de los sentimientos, a lacursilería de la que hablaba ayer mismo Roger Senserrich en Vozpópuli, pero lo malo de las crisis es que las lecciones de una no suelen servir para las demás, cada cual quiere apurar la suya y se vuelven a cometer una y otra vez los mismos errores. Desde que existe esa máquina de promesas indoloras que es el Estado, los políticos irresponsables le han dado una y otra vez a la maquinita del gasto, que es la mejor manera de hacer amigos y llevarse algo a la boca, seguros de que nadie les va a pedir cuentas por ser generosos con el dinero que los ciudadanos crédulos suponen siempre ajeno. Así hemos llegado a una deuda casi impagable y asoman los hocicos los asnos que aseguran que no se habrá de pagar, porque los políticos han inventado efectivamente el motor perpetuo, el gasto sin fondos, el milagro infinito. Ante esa exhibición de munificencia es lógico que el personal no se canse de pedir, ya que pagan los demás, los otros, los muy ricos, los alemanes o los americanos, quien haga falta.
Un átomo de cordura
Seguramente la pregunta clave que un elector sensato pueda hacerse frente a las próximas elecciones no tenga mucho que ver con las promesas respectivas, pues, sin excepción, son ficciones, sino con algo mucho más elemental: ¿quién puede contribuir mejor a poner la política española en un modo reflexivo, en condiciones de preguntarse qué cosas que venimos haciendo se debieran dejar de hacer? La gran responsabilidad de Rajoy ha sido precisamente la de no hacer realmente nada serio en esa línea, convencido de que decir la verdad a los españoles sería tanto como invitarles a echarlo de Moncloa, pero sin caer en la cuenta de que perecerá de igual manera, pero sin el consuelo de haber hecho lo que debiera, algo que sí hubiere podido salvarlo. Rajoy ha sido víctima de esa enfermedad endémica entre ciertos supuestos conservadores que consiste en mirar para otro lado esperando que nadie se dé cuenta de que, para hacer las mismas políticas sociales, es preferible declararse rogelio.
Si hay algo teóricamente imposible es que repita Gobierno en época de tormenta general un político de tan escasas gracias y tan abundantes errores
Albert Rivera le ha pedido a Rajoy que reflexione, pero si Rajoy entendiese necesario reflexionar, ni habría puesto esos SMS que puso a su tesorero, ni se habría dedicado a expulsar del partido a todos aquellos que habrían podido ayudarle a pensárselo dos veces… antes de pasarse al ideario del rival arrepentido y desprestigiado, antes de hacer el zapaterismo sin Zapatero que trata de describir con tintes heroicos, como si su resistencia al rescate hubiese sido una hazaña solitaria, un gesto de gallardía, aunque sea. Si hay algo teóricamente imposible es que repita Gobierno en época de tormenta general un político de tan escasas gracias y tan abundantes errores, un personaje dispuesto a afirmar que ha llegado a la meta inalcanzable, cuando el resto del mundo está convencido de que apenas se ha movido de su casa.
Gatos y perros
La campaña del PP parece inspirada en la convicción de que cualquier mañana la mayoría de españoles despertará cayendo en la cuenta de la suerte que han tenido al ser gobernados por Rajoy durante casi cinco años, y lo tontos que han sido al no darse cuenta de un don tan enorme. Sus estrategas, que cada día se conforman con menos, cometen un doble error, pensar que las mejoras fingidas pueden convertirse en reales a base de dar la matraca, y creer que habrá un resorte oculto en el tradicional pesimismo español que nos llevará a lo del viejo chiste “Jesusito que me quede como estoy”, y a eso han dedicado sus mejores esfuerzos, aunque con una política de medios cuyos desastres efectivos son difícilmente superables. Su lema es “A favor”, pero cuando dicen de qué son incapaces de apearse de la confusión que se instala en el caletre de cualquier político poco reflexivo, lo bueno me es atribuible en exclusiva, lo malo es inevitable. El PP pide estar a favor de Rajoy y de lo que no tiene remedio, y parecen confiar en que ambas cosas sean lo mismo.
El debate a cuatro
El nivel de nuestra prensa se describe bien diciendo que han abundado quienes afirman que Rajoy fue el vencedor del reciente debate. Esa pedagogía que cree que hay que darle leña al mono hasta que se aprenda el catecismo es lo que muchos entienden como deber de informar, como independencia. Los políticos convocados, salvo, parcialmente, en el caso de Albert Rivera, estuvieron bastante flojos, pero no muy distintos a cómo son, y el espectáculo fue encorsetado, un paquete de tópicos en buena parte de su desarrollo, como suele ser el debate político en España, insincero, retórico y miedoso. Pero, al menos en dos momentos, hubo una excepción que imagino se cobrará en buenos votos, y me refiero de nuevo al candidato de Ciudadanos. Tumbó a la lona al sabihondo de Iglesias, que metió la pata como pocas veces, siendo como es un tipo habilidoso ante las cámaras, y sacó de sus casillas a Rajoy, que cree injusto tener que repetir los ejercicios de oposición a presidente con tanta frecuencia. Creo que Rivera fue el mejor, el más cercano a lo que cabe esperar de la política y, aunque tendrá que mejorar, permitió un cierto brillo y una migajita de esperanza. Sánchez es una pena, tiene cualidades, pero le falta convicción, es una máquina de repetir tópicos más gastados que el asiento de un taxi. Rajoy es Rajoy, un mal paso de la derecha que quizá la conduzca al abismo, e Iglesias, que solía quedar bien, se metió en charcos porque suponía que se lo iba a llevar de calle: pues no, nunca se ha visto a Iglesias tan amuermado, porque no está acostumbrado a que nadie le pare los pies con autoridad, convicción y una pasión que indica que se cree en lo que se dice.
Pablo Iglesias no está acostumbrado a que nadie le pare los pies con autoridad, convicción y una pasión que indica que se cree en lo que se dice
La prolongada crisis política tendrá que superarse con la aparición de un electorado menos bizcochable, harto de la paciencia con la que ha consentido que se le suplante. No cabe esperar de Rajoy grandes reflexiones, simplemente hace lo que cree saber, pero sí se puede suponer que muchos electores empiecen a hacer un voto más pausado, una ecuación entre sus deseos y lo que resulta posible. Entonces pudiera haber sorpresas y no necesariamente ingratas, en apenas una semana lo sabremos.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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