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domingo, 31 de marzo de 2019

EL ITINERARIO


Ningún político no separatista había admitido en 40 años de democracia la viabilidad de la desintegración de España


Ignacio Camacho


Sólo el apabullante control que el Gobierno ejerce sobre la agenda mediática y la falta de mordiente que la derecha está demostrando en su campaña pueden explicar que el escándalo de las declaraciones de Miquel Iceta haya durado apenas un par de jornadas. Ante una oposición menos dividida y sobre todo menos desorientada, el PSOE estaría ahora mismo cercado por las consecuencias de esas palabras y sufriría severas dificultades para mantener su ventaja. Porque no se trata de una manifestación más o menos extemporánea de un subalterno sin jerarquía orgánica, sino del principal asesor del presidente en política catalana. Y sobre todo porque no sólo es la primera vez que un político teóricamente constitucionalista (?) admite como un horizonte viable -y se supone que legal- la idea de que Cataluña se separe de España, sino que aconseja a los partidarios de la secesión un calendario y una estrategia para lograrla. Ese chocante giro en una cuestión tan decisiva carece de precedentes en cuarenta años de democracia, durante los que la indisolubilidad de la nación y la unidad del Estado han sido las bases incuestionables e incuestionadas de la convivencia ciudadana. Ninguna sociedad política europea dejaría pasar sin debate una novedad clave, de trascendencia neurálgica, sobre su problema colectivo de mayor relevancia.

Sin embargo, el gabinete sanchista ha salido del trance sin excesivo aprieto. Un portavoz se ha limitado a decir que se trataba de una reflexión individual formulada en circunstancias inapropiadas -el escenario preelectoral- y en el momento incorrecto. Nadie se ha molestado siquiera en negar el fondo de la sugerencia ni en desmentir el contexto. Y no ha pasado nada: 48 horas escasas de relativo jaleo, opacado en seguida por la polémica de los abortos neandertales y el desplante de Borrell a un periodista extranjero. Sánchez continúa levitando sobre sus viernes electorales llenos de ofertas de empleo mientras su principal representante en Cataluña pone fecha y método a una independencia que significa la fisión desintegradora del Estado de Derecho.

Pero el mensaje está enviado. Y coincide con el proyecto del separatismo más pragmático, el de ERC, el partido con el que Iceta coquetea desde hace años, el que puede resolver la próxima investidura con el respaldo de sus parlamentarios. Esperad, ha venido a decirles, no tengáis urgencia con los plazos; reunid una mayoría amplia mientras nosotros gobernamos y dentro de una década no habrá forma de sujetaros. Un recado dirigido también a los votantes soberanistas menos hiperventilados: en Madrid hay alguien dispuesto a escucharlos. El viaje a su Ítaca mitológica es viable si saben respetar el itinerario. 

Ahí queda dicho. Y ocurrirá si los españoles no son conscientes del peligro. Aún está viva la oportunidad de impedirlo. Dentro de diez años no valdrán lamentos retrospectivos.


                                                                                         IGNACIO CAMACHO   Vía ABC

De Manso a Lacalle: el populismo económico llega también a la derecha

El frikismo intelectual de algunos han colocado a la derecha en un terreno desconocido: porque el partido que hizo bandera de la seriedad en la gestión ahora se ha dividido en dos


Foto: El presidente del PP Pablo Casado (c), junto a la vicesecretaria de Sectorial, Isabel García Tejerina, y los economistas Carlos Rodríguez-Braun (i), Lorenzo Bernaldo de Quirós (2ºi), y Daniel Lacalle (2ºd). (EFE)

El presidente del PP Pablo Casado (c), junto a la vicesecretaria de Sectorial, Isabel García Tejerina, y los economistas Carlos Rodríguez-Braun (i), Lorenzo Bernaldo


En materia de política económica, el PSOE ha utilizado durante años una táctica tan arriesgada como eficaz. Cuando los socialistas estaban en la oposición, tiraban de corazón (del ala situada más a la izquierda). Cuando llegaban al Gobierno, tiraban de cabeza.

Así, si Alfonso Guerra metía con calzador en el programa electoral de 1982 la promesa de crear 800.000 puestos de trabajo, después Solchaga se encargaba de dejar claro que los gobiernos no crean empleos, y que por ello era absurdo prometer nada al respecto.

La ecuación funcionó con precisión matemática: una cosa era el partido y otra el Gobierno. El primero representaba las esencias de la izquierda, atizaba las emociones de los votantes y con este fin controlaba el programa electoral. El segundo se encargaba del día a día, de la acción de Gobierno. Durante las campañas, mandaba el primero. De las legislaturas, se encargaban los segundos, gestores como el propio Solchaga o más adelante Pedro Solbes.




También Pedro Sánchez, salvando las distancias, intentó repetir esta fórmula después de ganar las primarias a Susana Díaz. Al frente del área económica puso a Manuel Escudero, un heterodoxo economista que se encargó de la ponencia del "nuevo PSOE" y que defendía, entre otras cosas, que su objetivo no era "recuperar el Gobierno" sino "reinventar el capitalismo". Cuando Sánchez llegó a la Moncloa, sin embargo, puso a Nadia Calviño al frente de Economía: prefirió la ortodoxia de una funcionaria de Bruselas a los experimentos de su hasta entonces gurú económico, a quien mandó a París como embajador ante la OCDE (un lugar mucho más apropiado para las gaseosas).

La fórmula de los socialistas, eficaz al principio, se resintió con el paso del tiempo: en la actualidad son muy pocos los votantes que dicen votar al PSOE por su capacidad de gestión de la economía (son muchos más en cambio los que dicen hacerlo por sus políticas sociales, por tradición, o por su identificación como "partido de izquierdas"). Seguramente porque, como decía Lincoln, quizás se pueda engañar a algunos todo el tiempo, y a todos en algún momento, pero lo que no se puede es engañar a todo el mundo todo el tiempo. O también, otra manera de verlo, es que a fuerza de separar el corazón de la cabeza, los presidentes del Gobierno socialistas (ahora Sánchez o antes Zapatero) terminaron por pensar que la gestión de la economía se podía hacer a pachas, ora por uno (la cabeza) ora por otro (el corazón), desoyendo aquel consejo de Olof Palme que tantas veces repetía Felipe González: a un ministro de Economía no se le puede hacer caso solo la mitad de las veces, sino hay que hacerlo el 99% (el propio Felipe aclaraba que la única razón para no llegar al 100% era no subvertir el reparto de roles entre el presidente y sus ministros).

El PP siempre optó por un modelo distinto: gestores fríos, sin apenas décimas de fiebre ideológica. En algunos casos, tal vez demasiado despojados de ropaje alguno, pero al menos con un control absoluto de los asuntos económicos. Ni Aznar ni Rajoy se inmiscuyeron en las propuestas económicas tanto como lo hizo Zapatero o ahora lo hace Sánchez.

El PP siempre optó por un modelo distinto: gestores fríos, sin apenas décimas de fiebre ideológica

Y la fórmula (menos carga ideológica pero más control sobre el área económica) les funcionó mejor, como le había funcionado a González con Solchaga. Desde entonces los votantes suelen reconocer al PP una valoración mayor en la gestión de los asuntos económicos.
Por eso, las apuestas de PP y Vox en materia económica, suponen un giro de 180 grados sobre la tradición más reciente. Vox ha encargado su programa económico a Rubén Manso, un inspector del Banco de España que entre otras cosas propone la vuelta al patrón oro. El patrón oro fue un sistema monetario internacional que saltó por los aires en la década de 1930 (después se transformó en un patrón oro ajustado, el sistema de Bretton Woods, en el que las monedas establecían su paridad con el dólar y este a su vez tenía una convertibilidad fija en oro; también este sistema saltó por los aires en 1971).

La mayor parte de los economistas coincide en que el patrón oro, si no causante, fue al menos responsable de la severidad de la crisis económica durante la década de los treinta. A día de hoy, defender la vuelta al patrón oro es de un frikismo muy marginal: para entendernos, es tanto como defender como principal medida de política penitenciaria que los presos lleven grilletes atados a una bola de hierro negra. Para una parte (muy minoritaria), situada a la derecha del partido republicano, el patrón oro tiene un componente totémico: representa una época en la que los bancos centrales estaban atados de pies y manos, porque el patrón oro ajustaba automáticamente la masa monetaria (debido a la convertibilidad de las monedas en oro), fuera del control de las autoridades monetarias. En este sentido, el patrón oro es una especie de sueño húmedo del monetarismo de Milton Friedman, que recomendaba a los Bancos Centrales aplicar reglas automáticas para el control del dinero en circulación.

Defender la vuelta al patrón oro es como defender como principal medida de política penitenciaria que los presos lleven grilletes atados a una bola

Daniel Lacalle, gurú económico de Casado y candidato al Congreso por el PP, defiende una posición menos radical que el patrón oro, pero bastante más que la de Friedman. Lleva años defendiendo que la respuesta de los Bancos Centrales a la crisis (acomodaticia en los tipos de interés y de barra libre de liquidez) va camino de provocar una hiperinflación generalizada y una crisis financiera aún más grave que la anterior. Tanto tiempo lleva defendiéndolo que es posible que en algún momento, a lo largo de las próximas décadas, termine por acertar (los ciclos económicos tienen una naturaleza recurrente). No es su única opinión controvertida: hace unos días defendía como modelo de financiación autonómica extender el concierto vasco al resto de CCAA, otra idea importada de la derecha norteamericana. Como en la mayoría de ideas de Lacalle hay un gramo de razón (la falta de corresponsabilidad fiscal de las CCAA), varios kilogramos de falacias (las enormes diferencias en la composición del gasto público entre España y EE.UU., o la artificial distinción entre concierto y cupo -hablar de uno sin hacerlo del otro es como no decir nada-) y finalmente la impresión de que se busca más la provocación que el debate intelectual.

Hace unos días, en el debate económico en la Sexta, Lacalle mostró un gráfico para justificar su propuesta de bajar impuestos que rozaba el esperpento: comparaba la evolución de la recaudación tributaria entre 2012 y 2014 (en plena recesión) y entre 2015 y 2017 (en plena fase expansiva). Según él, la mayor recaudación en la segunda etapa demostraba que "bajar impuestos funciona". Al menos Laffer garabateó unas curvas en una servilleta.

El frikismo intelectual de algunos, y los argumentarios de plató de televisión de otros, han colocado a la derecha en un terreno desconocido

El frikismo intelectual de algunos, y los argumentarios de plató de televisión de otros, han colocado a la derecha en un terreno desconocido: porque el partido que hizo bandera de la seriedad en la gestión, el que sacaba pecho por habernos puesto a dieta hasta conseguir cumplir con los criterios de Maastricht y entrar en el euro, ahora se ha dividido en dos. No es difícil entender por qué Aznar anda un poco desquiciado. Los que fueron un día sus votantes ahora pueden terminar votando la vuelta al patrón oro o extender los conciertos económicos a todas las regiones españolas. Si en lugar de Aznar, fuese Rajoy quien estuviese de campaña, apuesto a que ya se le habría escapado una de sus citas favoritas, la que se atribuye al Conde de Romanones: "Joder, qué tropa".


                                                                              ISIDORO TAPIA    Vía EL CONFIDENCIAL

RECOMPONER EL CENTRO DERECHA, CONSTRUIR UN PROYECTO



Albert Rivera y Pablo Casado.


Albert Rivera y Pablo Casado. EFE


Ha vuelto Papá Noel en plena primavera. Ha regresado el hombre de los regalos navideños con presentes para todos los gustos. En el saco sin fondo del olentzero socialista hay obsequios de todos los colores. Dádivas para todos los gustos. Hay ingreso mínimo vital, fin del copago farmacéutico, matrícula universitaria gratuita, dentista con cargo al Estado, plazas gratis de guardería, hay todo eso y mucho más, que está el hombre que lo tira. Pedro es uno de esos granujas que sigue pensando que la sociedad española es tonta de baba, es aquel país que Claude G. Bowers, embajador americano en España entre 1933 y 1939, retrató compasivo en su libro de memorias ("Mi misión en España") labrando el campo yermo o sirviendo cochifrito en fondas de carretera, que no sabía leer ni escribir y que sigue sin saberlo, una sociedad fácilmente manipulable a la que se puede seguir engañando con collares de cuentas. Pedro es como aquellos caciques que en los bautizos de los pueblos salían al pórtico de la iglesia y lanzaban a la pobre gente allí congregada caramelos a puñados veteados con monedas de a perra gorda, y cómo reía el miserable viendo el espectáculo de aquella turba de pillos peleándose a cuatro patas por las migajas que su opulencia desparramaba por el suelo. 

Pedro no dice una palabra del desafío separatista en el programa electoral del PSOE, ni de cómo va a pagar esa noria de regalos, pero tampoco lo necesita, porque todos lo imaginamos o, mejor, lo sabemos de sobra. Freír a impuestos a las clases medias, y ahogar un poco más a las empresas, sobre todo a las pymes, que las grandes ya se apañan. El control del déficit, el freno a la deuda pública, el saneamiento de la Seguridad Social, las pensiones, etc., son pájaros volando en la mentalidad cuarteada por la ambición de quien se cree llamado al poder por derecho propio. El rédito electoral que supone ocupar la Moncloa, el reparto de renta vía gasto público, la caída en el abismo del marqués de Galapagar y, sobre todo, la división de la derecha en tres bloques parecen augurar la victoria de este atrabiliario personaje a quien el PSOE serio, el de siempre, descabalgó en otoño de 2016 de la secretaría general por miedo a que hiciera lo que precisamente terminó haciendo a su regreso a Ferraz. Ahora podría volver a gobernar a lomos de entre 120/130 escaños, dicen encuestas difíciles de creer, una cifra que ahora parece logro fastuoso pero que, comparada con los 202 de González en 1982, o los 186 de Rajoy en 2011, es en realidad una porca miseria. 
El PSOE de Sánchez es una escombrera similar a la que Rajoy dejó como herencia en el PP. Constatación de la abisal profundidad de la crisis política española
Que puede no le sirva para formar Gobierno. El sorprendente anuncio de Rivera en La Coruña, lo más relevante de la semana, ofreciendo a Casado un Gobierno de coalición “para echar a Sánchez”, ha venido a cegar la vía, a taponar la brecha de un posible acuerdo postelectoral entre socialistas y Ciudadanos. Cierto que todo el mundo tiene derecho a sospechar, pero, a falta de prueba en contrario, hay que creer a Rivera y su decisión de ligar el futuro de C’s al de la derecha política. Y gobernar reeditando el pacto de la moción de censura con comunistas y separatistas se antoja un imposible metafísico, porque inimaginable resulta asumir que España, país desarrollado miembro destacado de la UE, acepte suicidarse a cámara lenta durante los próximos años con un nuevo Gobierno Sánchezstein. Más allá del populismo ramplón, del izquierdismo trasnochado de este ágrafo ahíto de poder, en el PSOE de Sánchez no hay nada. Nada que suene a proyecto de país. Muchas bolsas de caramelos salpimentadas con monedas de a perra gorda. Obviada la manipulación que de este vuelo gallináceo hacen todos los días los medios afines (con RTVE y Prisa en cabeza), el PSOE de Sánchez es una escombrera similar a la que Rajoy dejó como herencia en el PP. Constatación de la abisal profundidad de la crisis política española.    
  
Abocados probablemente a otra legislatura tan breve como miserable, con Gobierno en funciones y eventuales nuevas elecciones en otoño. Podemos se ha estrellado con su idea-monopolio de reinar en la izquierda sobre las cenizas del PSOE, y C’s ha comprobado ya los límites de su ascensión a los cielos de la derecha, fusión por absorción del PP mediante. Es la esencia de la crisis española: la ausencia de recambio para la difunda Transición. Nada en el horizonte. Simples juegos malabares cargados de malos presagios. Imposible imaginar ahora al líder capaz de rescatar al PSOE de la garras de este aprendiz de tiranuelo para reconstruir un partido socialdemócrata al uso, comprometido con la unidad de España, la libertad y prosperidad de sus ciudadanos a largo plazo. No menos complicado es el viacrucis que le espera al PP. Aquella derecha capaz de representar a la mitad del censo electoral que levantó Aznar, decidió un día suicidarse sola. En realidad, nuestra izquierda exquisita y progre no necesitó poner en práctica las prédicas al alimón de Felipe y Cebrián (“El discurso del método”, mayo 2001; “El futuro no es lo que era”, abril 2002), porque ella misma se encargó de situarse fuera de juego con sus groseros errores, su congénita cobardía y, por qué no decirlo, su tendencia a meter la mano en la caja.

Expulsar a liberales y conservadores


La estocada se la dio el propio Aznar cuando decidió apuntar con su divino dedazo al peor de los delfines que aspiraban a la sucesión. De la puntilla se encargó Mariano cuando, Congreso de Valencia, junio de 2008, apenas un mes después de su segunda derrota electoral a manos de Zapatero, decidió expulsar del PP a liberales y conservadores, gente sospechosa que molestaba en la tarea de achatar ideológicamente al PP hasta convertirlo en un mero gestor de los eventos consuetudinarios de la mano de listísimos tecnócratas duchos en aprobar oposiciones a los cuerpos de élite de la Administración. Conservadores y liberales terminaron por hacerle caso. Ya se han ido: se agrupan en Vox, y ahora el PP tiene muy difícil volver a ser lo que fue escindido en dos mitades, que en realidad son tres porque, a resultas de su incapacidad para defender la unidad de España, traicionando su razón de ser, en Cataluña brotó con fuerza Ciudadanos, una derecha más centrada en lo social y en lo que a derechos y libertades individuales se refiere. 

Mariano dejó el PP convertido en un barbecho, un páramo sobre el que Casado está intentado construir una nueva alternativa capaz de volver a agrupar a la familia ahora dividida. Es la gran tarea que tiene por delante: resetear el centro derecha, darle un cuerpo doctrinal, liberarle de atavismos del pasado e insertarle en el mundo globalizado que vivimos enarbolando las banderas de las grandes reformas que el país tiene pendientes. La derecha gobernará en España mientras sea capaz de abanderar unas reformas que jamás emprenderá la izquierda, empeñada en el reparto equitativo de la miseria. Mucho antes de las bombas del 11-M, el PP había empezado a perder el poder cuando, en los dos últimos años de Aznar, se olvidó de las reformas. Sobre los miedos de Rajoy y su posterior mayoría absoluta, poco que añadir. Su labor reformista se frenó en seco a finales de 2013, segundo año de Gobierno. Luego fuese y no hubo nada, salvo desencanto.
El sueño húmedo de muchos socialistas consiste en imaginar un Gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos. Desafiando las rotundas manifestaciones en contra de Rivera. Haciendo de tripas corazón

No será tarea fácil. Lo más probable es que tenga que pasar algunos años por el desierto de la oposición antes de volver a Moncloa. La formación de Gobiernos municipales y autonómicos –obligadamente de coalición en muchos lugares- tras las elecciones de mayo podría ser el momento adecuado para el inicio a ese proceso de acercamiento entre PP y C’s, que solo el tiempo dirá si acaba en boda. Muy difícil, por no decir imposible, que haya noticias sobre eventuales alianzas para el Gobierno de la nación antes del 26 de mayo. En contra de lo que machaconamente pronostican las encuestas, todo parece muy abierto. Mucho voto oculto. En el espectro de la derecha, Vox es ahora mismo el rey del mambo. El partido de Abascal está experimentando el mismo boom que registró Podemos en 2015. El riesgo evidente de Vox, hoy excelsa representación de la España cabreada, es que, como le ha ocurrido a Podemos, termine también desinflándose tras el fogonazo de este irrepetible 2019, para quedarse en un partido con una representación equivalente a la que Podemos-IU podría ostentar en el otro extremo.

Idéntico paralelismo, con vuelta del revés, podrían registrar los resultados de PSOE y PP la noche del 28 de abril. Ábalos apuntaba esta semana esa curiosa circunstancia, asegurando ante amigos que el PSOE podría lograr los mismos escaños que ahora tiene el PP (137), mientras que el PP quedaría algo por encima de los que ahora mantiene el PSOE (entre 90 y 100). Llamativa vuelta a la tortilla. Al margen del infatuado Sánchez, el sueño húmedo de muchos socialistas consiste en imaginar un Gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos. Desafiando las rotundas manifestaciones en contra de Rivera. Haciendo de tripas corazón. Sería una solución, el mal menor, a la que le obligarían sus propios votantes, o una parte importante de los mismos, puestos en el brete de evitar el horror que para el futuro del país supondría un nuevo Gobierno PSOE prisionero de comunistas y separatistas. 
El riesgo es real. La separación de Cataluña de España, referéndum mediante, es para Sánchez una mera cuestión de tiempo. Para ser más precisos: es cosa de 10 años, el tiempo que Iceta estima necesario para que el cuarenta y tantos de voto independentista de hoy se convierta en un imparable 65% -con ración extra de educación supremacista y mucha TV3-, lo que supuestamente obligaría a la democracia española a abrir la puerta de salida a la élite separatista catalana. Una década que coincide, más o menos, con el tiempo que Sánchez se imagina residiendo en Moncloa con el apoyo del independentismo. Mientras llega el santo advenimiento, Iceta recomienda más autogobierno y más dinero. Ponérselo fácil, vamos. Es lo que está en juego el 28 de abril.


                                                                               JESÚS CACHO    Vía VOZ PÓPULI

NO PENSÉIS EN CATALUÑA, ESTÚPIDOS

"No pienses en Cataluña ni hables de economía, estúpido", anota en letras bien grandes Iván Redondo tanto en la pizarra del Consejo de Ministros como en la del cuartel general del PSOE.

/ULISES CULEBRO


En su regreso al futuro de la España zapateril de 2008 por parte de Pedro Sánchez, su jefe de gabinete y gurú electoral, Iván Redondo, quien ya debe tener escritas algunas cuartillas de su futuro libro de éxito, Yo hice presidente a un doble perdedor, ha concebido una campaña vintage. Pero minuciosa en sus propósitos hasta el punto de contabilizar el número de votos -un tercio del censo del 28-A- que pueden reportar esos viernes electorales del Consejo de Ministros. Esta Mesa tan bien provista se erige en comité de la costosa campaña emprendida por un presidente que promovió hace nueve meses una investidura Frankenstein para comparecer ventajosamente a las urnas.

Como en el camarote de los hermanos Marx, se echa en falta un Chico Marx que le grite a Sánchez, mientras Harpo hace sonar su bocina: "¡...Y dos huevos duros!". Pero ya se sabe que los votantes suelen dar su sufragio a quienes les prometen el oro y el moro, aunque sepan que eso no hay erario que lo aguante. Mucho menos una España avejentada en la que cada vez más viven del Presupuesto a costa de los menos. Estos cirineos deben cargar con la cruz a cuestas de este clientelismo neocaciquil.

A este fin, Redondo rescata del baúl de los recuerdos muchos de los artilugios de Zapatero para enmascarar la grave crisis que entonces como hoy se cernía sobre los españoles. Además la agravó disparando el gasto político con el objetivo añadido de aprovisionarse de los sufragios precisos que reafirmaran en el poder a aquel presidente por accidente merced al big bang de la masacre islamista del 14-M de 2004.

En su odisea electoral de 2008, como ahora su legatario Sánchez, Zapatero puso sordina a todas las señales de alarma y apeló a un ardid de burlador de ópera como el Don Giovanni de Mozart. En concreto, al cuadro en el que el libertino es amenazado con ser desenmascarado por una pretendiente a la que deshonra prometiéndole matrimonio. Para escapar del atolladero, el donjuán recurre a su fiel Leporello para que le explique a la dama boba que él es persona disoluta y promiscua en conquistas. A ver si así desiste de su estéril empeño. "Cuéntaselo todo -concluye-, excepto la verdad".

De igual guisa, Zapatero burló a Rajoy endilgándole a Solbes el papel de Leporello en su ya histórico debate con Pizarro. Así lo hizo su vicepresidente plantándose para la función un aparatoso parche en el ojo. De este modo, no se le veía la viga mientras afeaba la paja en la pupila de un desconcertado contrincante. A éste no le sirvió de nada cantarle por jotas las verdades del barquero. Pero una cosa era salvar aquel entuerto y otra vivir engañado mucho tiempo con unas ensoñaciones de las que Zapatero se despertó abruptamente. Una llamada de Obama le advertía en mayo de 2010 de que se acabó lo que se daba y que debía recoger sus bártulos de La Moncloa.

Curiosamente, su campaña de reelección había estado inspirada en la del presidente estadounidense. Fue a raíz de que su jefe de gabinete en la oposición, el sociólogo malagueño Torres Mora, creyera encontrar la solución a los problemas de comunicación del PSOE en un afamado libro del neurolingüista George Lakoff. Este profesor en Berkeley había teorizado -y puesto al servicio de Obama- que quien se apodera del marco (mental) domina el discurso político. Lo ejemplificó con una experiencia docente. Tras encarecer a sus alumnos que "no penséis en un elefante" (símbolo republicano), éstos no pudieron quitarse de la cabeza al paquidermo, lo que equivalía a enfocar los asuntos desde la óptica republicana.

En su manual, el taumaturgo rememora la pifia de Nixon al manifestar que no era un chorizo. Dicho lo cual, faltó tiempo para que todo el mundo lo viera como tal. Parejo desliz al de Zapatero cuando el 14 de abril de 2010 -aniversario del naufragio del Titanic- no tuvo mejor golpe de gracia que proclamar en Singapur que el barco de la economía española "va a seguir navegando con fortaleza porque es un poderoso transatlántico". Nada más pronunciar la palabra «transatlántico» (que se asoció a Titanic), el Directorio franco-alemán -junto a EEUU y China- lanzaría un misil la línea de flotación del zapaterismo causando el naufragio de su timonel. Para su fortuna, ya no existían los juicios de residencia que depuraban las responsabilidades de los servidores de la Corona en la América española.

Al igual que Zapatero no quiso pensar en la crisis, atendiendo al método Lakoff, Sánchez lo emula.
Lo acreditó en la presentación de un programa con idéntico número de medidas (110) al de escaños de Rubalcaba en las elecciones de 2011 que le costaron el mando del PSOE y que ahora su sucesor se plantea como una aspiración desde los 85 que atesora. Así, en el prontuario que desplegó con una escenografía característica del Obama presidencial, cuya estética -riel de banderas incluido- ya calcó con sus polémicas instantáneas en un Falcon que emplea con la habitualidad de un utilitario, no se registra ninguna referencia al proceso independentista de Cataluña ni a la depresión económica en lontananza, pero sí un largo incensario de gasto político.

"No penséis en Cataluña ni habléis de economía, estúpidos", anota en letras bien grandes Iván Redondo tanto en la pizarra del Consejo de Ministros como en la del cuartel general del PSOE, si es distinguible lo uno de lo otro. Entre James Carville, asesor de Clinton, y George Lakoff, consultor de Obama, su opción -muletilla aparte- es clara.

Se entiende que Sánchez no quiera pensar en ninguno de esos dos elefantes. No le hacen gracia ni las alarmas del Banco de España ni que Miquel Iceta saque los pies del tiesto al no descartar un referéndum pactado "si el 65% de los catalanes quiere la independencia". Al plantear un porcentaje y un plazo, el líder del PSC ya está admitiendo implícitamente el ficticio derecho de autodeterminación de Cataluña y de expropiación al resto de los españoles de su soberanía. No supone, desde luego, una entera novedad por parte del PSC. Sus diputados votaron favorablemente una iniciativa nacionalista en esa dirección rompiendo la disciplina de voto del PSOE en tiempos de Rubalcaba. Entre ellos, la actual ministra Batet.

Pero sí evidencia el disimulo táctico con los socios de investidura de un Sánchez que se ha allanado a los independentistas. Cesó al abogado del Estado por reclamar delito de rebelión para los golpistas del 1-O. No retiró los lazos amarillos de los edificios y espacios públicos -pese al compromiso del ministro Marlaska- hasta que ha intervenido la Junta Electoral. Y ha debido de ser el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, el que proteste ante el Senado francés por el nefando comunicado suscrito por 41 de sus miembros cuestionando el Estado de derecho en España. Todo ello sin que La Moncloa diga esta boca es mía ni haga nada con las legaciones de la Generalitat en el extranjero desde las que encizaña contra la democracia española. Luego el ministro Borrell se escandaliza porque la prensa internacional se trague la comida basura de quienes no le dejan siquiera asomarse a su ilerdense pueblo natal, lo que interioriza un PSC que le veta en sus listas a las generales.

La certeza de ese programa oculto está encima de la mesa, como la carta robada del relato de Poe. De hecho, tras la Rendición de Pedralbes con Torra -así permanece en la resolución oficial del Consejo de Ministros del 8 de febrero-, se cede en la existencia de "un conflicto", se compromete "una respuesta democrática" (consulta), se consiente un relator y se excluye cualquier alusión a la Constitución. Al respecto, no se precisa ningún perspicaz detective Dupin que descubra el memorándum que reposa sobre el escritorio de Sánchez.

En parangón con lo que ya hizo en los comicios autonómicos, tratando de agraciarse el apoyo de los nacionalistas del «ahora paciencia, mañana independencia» con su defensa del indulto para los rebeldes de octubre, Iceta, con el mismo afán y propósito, anticipa la estrategia que Sánchez soterra para que no le cueste su derrota en gran parte de España. Asimismo, el PSC trata de concitar igualmente el voto útil de antiguos votantes de Podemos y de los Comunes de Ada Colau, la emperatriz del Paralelo. Pero, al igual que ha sobrevenido con los globos sonda económicos del Gobierno, estos anuncios obran consecuencias por sí mismos al adquirir el marco de referencia independentista.

Han evitado al elefante, pero no al burro secesionista, un pollino al que no se le puede apartar la cara si no se quiere ser coceado y marcado con sus herraduras. Como Zapatero cuando trazó con Maragall una estrategia suicida, Sánchez no sopesa que ha entregado a los separatistas su arma más letal, el del relato, para que se haga inevitable el desmembramiento de España.

En esa encrucijada, lo primordial para Sánchez y el bloque que encabeza (Podemos e independentistas) es que la alternativa a la andaluza entre PP, Cs y Vox se haga tan odiosa que galvanice el voto a favor de su comunidad de intereses. Para escamotearlo, se vale de Vox. Daríase la paradoja de que una formación que, siendo hija de las concesiones del PSOE al separatismo y de los paños calientes del PP, cooperó decisivamente a arrebatarle el poder a su enemiga íntima Susana Díaz podría ser ahora el ancla de Sánchez azuzando el fantasma de Vox, una vez corporizado al sur de Despeñaperros.

Mucho más cuando Vox causa el mismo fenómeno que explica el fulgor Trump. Evocando a su elefante, Lakoff opina que, cuanto más se discuten sus opiniones, más se activan e incrustan en la mente tanto de derechistas como de izquierdistas. "Ataques o apoyes a Trump -pondera-, ayudas a Trump".


                                                                               FRANCISCO ROSELL    Vía EL MUNDO

sábado, 30 de marzo de 2019

Nicolás Redondo Terreros: "O pactan PP, PSOE y Cs o no hay solución para el problema catalán"

Licenciado en Derecho, fue secretario general del PSE y secretario...

Licenciado en Derecho, fue secretario general del PSE y secretario federal de Relaciones Institucionales del PSOE en 2000. Fue diputado en el Parlamento vasco entre los años 1984 y 2002 Colaborador habitual de medios, es miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO. /ANTONIO HEREDIA


P. Aunque lleva desde 2001 apartado de toda responsabilidad en el PSOE, sigue siendo militante. ¿Tiene decidido a qué partido votará el 28-A?

R. En principio sí, pero es secreto. [Risas] Que saquen los lectores sus conclusiones.

En uno de sus últimos artículos publicado en EL MUNDO, en plena polémica por el relator, daba a entender que se estaba planteando dejar el PSOE...

-Esto necesita una reflexión amplia. El denominador común de la relación de los partidos constitucionales con los nacionalistas en estos 40 años ha sido la subordinación. En una primera etapa fue por una vocación de integrarles en el sistema del 78. Después, se pasó a dejarles tranquilos, casi sin molestarles, y con la responsabilidad casi exclusiva de gobernar en sus territorios -Cataluña y País Vasco- a cambio de que ayudaran a gobernar en España, con tanta influencia como para poder quitar Gobiernos. Y, con el 1-O, se abre un tercer escenario en el que los independentistas catalanes deciden golpear el Estado de derecho. En ese marco, las relaciones con los independentistas catalanes deben ser diferentes. La posibilidad de crear dos mesas de diálogo en las que el Estado participara con la misma fuerza y legitimidad que los secesionistas, me pareció una barbaridad. Y ya me preocupaba que, tras la moción de censura a Rajoy, quizá necesaria y saludable en ese momento, no se hubieran convocado elecciones de inmediato. Porque un Gobierno dependiente de los independentistas y Bildu no era razonable. Por todo, como socialista, creo que había llegado el momento de decir hasta aquí hemos llegado.

Pero usted, tanto antes como después de dejar sus cargos en el PSOE, ha vivido otros muchos episodios en los que ha expresado su malestar...

-En estas cuatro décadas de democracia, hemos vivido situaciones dolorosísimas con ETA que no se pueden comparar con nada. Pero el principio del fin de la banda terrorista se produce cuando los dos grandes partidos [PSOE y PP] deciden que, gobierne quien gobierne, la política antiterrorista no va a cambiar. Para el Estado de derecho, el desafío independentista en Cataluña es más grave, porque ETA nunca pudo quebrarlo y en cambio ahora se está abriendo una crisis del Estado. Y, por ello, los grandes partidos deberían llegar a un pacto que pase por dos puntos. Primero, acuerdo de una política determinada -la que fuere, no la prejuzgo-, respecto a Cataluña que no cambie gobierne quien gobierne. Segundo, comprometerse a que los partidos nacionales que estén en la oposición, en momentos de trascendencia en la gobernación de España harán innecesarios los votos de los nacionalistas. Si PP, PSOE y Ciudadanos no se ponen de acuerdo, no solucionaremos nunca el problema catalán.

Deja fuera a Podemos y Vox...

-Sí. Ya dije hace unos años que Podemos suponía un problema para España. Es una expresión de populismo de izquierdas y siempre he alertado de que el PSOE no debe jugar a Podemos, porque ganaría Podemos. Y digo lo mismo de Vox, cuya irrupción hay que vincularla con el auge de la extrema derecha en Europa. A mí esta expresión política me da miedo.

¿A qué se refiere con lo de la crisis del Estado?

-Yo creo que no se puede hablar seriamente de que España esté en riesgo, pero el independentismo catalán sí ha conseguido que podamos hablar de una crisis de Estado. En realidad, el 1-O supuso su derrota y un fracaso para nosotros, sólo funcionaron las fuerzas de seguridad de a pie y la Justicia, no creo que ningún representante político, sobre todo los que estaban en el Gobierno, puedan sentirse mínimamente orgullosos de la respuesta dada a lo sucedido los últimos cuatro años en Cataluña. Esa realidad nos obliga a debatir sobre la relación que los partidos constitucionales tienen que tener con los independentistas.

Varios senadores franceses han firmado esta semana un documento denunciando a España por «represión» contra los líderes del procés...

-En todos los países podemos encontrar gente que no se cansa de hacer el ridículo. Francia es un país ejemplar, pero de lo único que no puede dar lecciones es de descentralización política. Cuando en el norte de los Pirineos, en el Mediterráneo y en el Cantábrico, lleguen a la autonomía política que han llegado en el País Vasco y Cataluña, podremos hablar en igualdad de condiciones... Eso no lo veo en el próximo siglo.

Decía que para el PSOE jugar a Podemos es malo, pero a Sánchez, según las últimas encuestas, parece que su estrategia le está funcionando...

-Los populistas pueden ganar al partido competidor o, con frecuencia, se da el contagio ideológico. No hay sorpasso, pero porque el otro partido acaba moviéndose hacia su espacio ideológico. También Casado, tras las elecciones andaluzas, legitimó el discurso de Vox. Esa capacidad contagiosa del populismo hace que, aunque no gane, influya en las posiciones de los partidos mayoritarios.

¿Qué opinión le merece el portazo de Albert Rivera a toda negociación con el PSOE?

-Un error. Las políticas de alianzas se tienen que establecer siempre después de las elecciones. En la hipótesis de que el PSOE ganara y fuera suficiente para gobernar con un acuerdo con Cs, a un ciudadano como yo lo que le importaría es que ese Gobierno saliera adelante. Un partido que quiera ganar, transformar el país, liderar, tiene que remangarse y mancharse. No digo que se dé un cheque en blanco, pero si existen posibilidades de acuerdo PP-Ciudadanos o PSOE-Ciudadanos, o entre los tres, creo que la mayoría de los españoles se sentiría más tranquilo con ellas... Entiendo la desconfianza que provoca hoy el PSOE. Pero es un error mayúsculo querer expulsarlo del hecho constitucional. Como lo es que los socialistas metan en el mismo saco a PP, Cs y Vox. Parte de los problemas que arrastramos tienen como origen el Pacto del Tinell. No se pueden establecer cordones sanitarios en torno a ningún partido constitucional...

Al PSOE le sopla el viento de las encuestas a favor, pero las heridas internas siguen abiertas...

-El conflicto del PSOE no se ha solucionado porque no ha habido debate político. ¿Qué diferencias existen entre Pedro Sánchez y los demás? No es una cuestión de listas... Las primarias dan todo el poder al líder. Sánchez tiene más poder que Felipe, e Iglesias más que Carrillo, o Casado que Rajoy... ¿Existen dos formas de ver el socialismo español, pueden convivir en el PSOE, o no? Esas son las verdaderas cuestiones, no las listas. La realidad es que nadie ha expresado ninguna discrepancia de fondo, sin que ese debate suponga crisis internas. Los partidos de masas tradicionales han entrado en crisis en todo Occidente. Y deben aligerar sus estructuras y adaptarse a la realidad. Para ello, deben permitir multiplicidad de corrientes. Lo que no cabe es el silencio de los corderos. Había mucho más debate en el PSOE con González -guerristas, UGT, Izquierda socialista, renovadores...- que ahora.

Si el PSOE obtiene un buen resultado el 28-A y Sánchez revalida el Gobierno con apoyo de los partidos de la moción de censura, ¿qué le parecería?

-Sería un error. No hay posibilidad de diálogo real con los independentistas. Un Gobierno no puede depender de ERC. Eso es malo para España.

¿Pero no podríamos vernos abocados a una ingobernabilidad crónica?

-No. Porque si se dejara de dar la llave de la gobernabilidad a los nacionalistas dejarían de ser necesarios y los que no son necesarios e influyentes terminan siendo excluidos de la liza electoral por la voluntad ciudadana mayoritaria. Es el mismo error que ha cometido el PP con Vox al legitimar su discurso y por lo tanto hacerle útil e influyente para muchos ciudadanos... No estoy de acuerdo con que su apoyo pueda servir para formar Gobiernos...

Ciudadanos siempre ha sido muy duro contra los derechos históricos y el Concierto vasco. ¿A usted qué le ha parecido la repentina asunción del convenio económico y de la foralidad navarra para pactar con UPN?

-Lo tienen que explicar mucho y bien. Creo que en Navarra existe una situación muy complicada, pero es una contradicción. El problema de la foralidad y de los regímenes económicos vasco y navarro está en la relación ancilar que se ha tenido con el nacionalismo. Se ha utilizado el cupo como moneda de cambio para que te aprueben los Presupuestos, y el cálculo termina siendo oscuro e injusto, generando la sensación de privilegio... La negociación debe y puede ser transparente, ecuánime y solidaria con el resto de España.

Denuncia la posición acomplejada que se ha mantenido con los nacionalistas... Pero, ¿no le parece más grave dejar que los símbolos propios de determinados territorios se conviertan en patrimonio exclusivo de ellos?

-Yo creo que sucede lo contrario, el problema es que, en muchos casos, ha dado la sensación de que la negociación con los nacionalistas ha sido un proceso por el que hemos acabado pensando igual que ellos. Se ve menos en el PSE, y mucho más en el PSC. Y no somos nacionalistas aunque algunos sean criptonacionalistas, sin saberlo. Ese entreguismo nos ha perjudicado mucho, y es más claro en la izquierda que en la derecha. Un cierto vacío ideológico en los últimos 20 años en la izquierda se ha ido rellenando con políticas identitarias y con las políticas de los movimientos sociales que están fuera de los partidos, lo que ha repercutido en la calidad del espacio público. Hoy vemos cómo los partidos están rehenes, o van detrás, de los movimientos sociales, que se basan en políticas de identidad que, si no pasan por un espacio común deliberativo como el de los partidos, se acaban convirtiendo en fraccionadoras.

¿Cree que el problema catalán está sirviendo de antídoto en el País Vasco?

-El proceso histórico reciente es muy diferente. El terrorismo lo ha condicionado todo. Por otro lado, el nacionalismo vasco ha sido en general más pragmático que el catalán. El PNV ha optado por objetivos gradualistas, en absoluto maximalistas, lo que hace que el debate público sea más distendido. Eso sí, a través de esta estrategia gradualista, el PNV ha obtenido un poder que no había tenido nunca, sin que le pasen factura sus bochornosos zigzagueos en Madrid -lo mismo apoya la moción de censura a Rajoy que mañana echa si hace falta a Sánchez-. Y el decaimiento de los partidos nacionales en el País Vasco es claro. Si les haces imprescindibles en Madrid e interlocutores únicos en el País Vasco, y no ofreces alternativas a ellos, el voto lo tienen asegurado... En la Transición, existía la idea de que se les podía integrar... Pero el milagro del nacionalismo es que transforma el azar en destino, lo que les permite dar una seguridad ficticia en los tiempos convulsos que vivimos...el pasado siempre es un buen refugio para los mediocres.

¿Cree que en el País Vasco se está pasando página del terrorismo demasiado rápido?

-Los pueblos tienden a pasar página rápido de todo lo que es desagradable. Es injusto, claro. Pero yo soy más partidario de la historia que de la memoria. La memoria es automática, es de grupo, es reivindicativa, y muchas veces muy justamente, es también combativa. Y en el caso de las víctimas, con causa. La historia es algo más amplio, más sereno. Las víctimas deben seguir siendo una viga moral de la construcción de España. Pero la dignidad de los que estuvieron, estuvimos, contra ETA, no es un estandarte exclusivamente nuestro, una vez derrotada la banda ese plus moral es ya de toda la sociedad. Lo importante es que hemos derrotado a ETA. No hay en el mundo ningún país en el que el final de una banda terrorista haya supuesto menos cambios que en España. Aquí, con los errores que se quieran achacar al Gobierno de Zapatero, no se ha cambiado un decreto, una norma, la Constitución... Y, sin cambiar nada, les hemos derrotado. La expresión de esto, desagradable estética y moralmente, es que algunos de ellos están en las instituciones. Pero esa ubicación institucional es la representación de su derrota.

¿Está la sociedad preparada para ver a Otegi como candidato a lehendakari?

-Yo tengo la peor opinión sobre Otegi. Pero si su inhabilitación llega a su fin no tengo nada que decir desde punto de vista político. Ahí justamente reside nuestra superioridad moral sobre él.

Antes hablábamos de historia y de memoria. ¿Qué le parece el intento plagado de dificultades del Gobierno de exhumar los restos de Franco?

-Yo no estoy en contra. Pero deben respetarse varias condiciones básicas. Los españoles ganamos al franquismo el 15 de junio de 1977, cuando todos los partidos se pudieron presentar a las urnas. Aquello fue un gran acto de reconciliación. Que los restos de Franco estén en El Valle de los Caídos o que vayan a otro lugar no puede repercutir un ápice en la apreciación sobre la calidad de nuestro sistema democrático. Segundo, hay que tener cuidado con que no renazcan las ascuas de lo que provocó aquella sangrienta etapa que se prolongó durante los 40 años de la dictadura. En tercer lugar, estamos obligados, porque eso es lo que nos da superioridad, a ser respetuosos con las leyes y con los derechos de la familia. Los españoles tendemos a destruir realidades magníficas por conseguir utopías irrealizables. En conclusión, se haga lo que se haga, que Franco no sirva para dividir a la sociedad, porque habría ganado antes, y volvería a ganar ahora.


                                                      NICOLÁS REDONDO TERREROS  Vía EL MUNDO

Iglesia católica, ¿dónde estás? El grito de un misionero de frontera














Un padre misionero que está en la frontera desde hace años, a miles de kilómetros de Roma, me escribe: “Ya no es posible tener dudas sobre dónde nos está llevando quien gobierna la Iglesia: a un punto en el que quién está vivo tiene, por fuerza, que reaccionar. ¿Cuánto más podemos permanecer en silencio?”.

Sin embargo, mientras tanto él ha roto su silencio. Y lo ha hecho con estas dieciséis fulminantes reflexiones.

Convertirse… ¿a qué?

1. Ya está claro. La Iglesia católica ya no es la que era antes de 2013. Y me gustaría ver si alguien consigue definir qué es la Iglesia católica hoy.

2. Y me planteo este problema porque me afecta personalmente. Si tengo que presentar la Iglesia a quien está fuera de ella, necesito saber, sobre todo, a qué tipo de Iglesia pertenezco. Y, en segundo lugar, ¿qué tengo que decir?

3. Nosotros que vivimos en países de misión, en los que hay tantas religiones que viven más o menos en armonia, nos distinguimos, más que por la doctrina y las teorías, por la vida práctica, el hábito, las leyes, las costumbres, las obligaciones.

Por ejemplo, los musulmanes no comen cerdo, se circuncidan, observar el ayuno durante el Ramadán, se pueden divorciar y casar varias veces, pueden tener dos o más esposas, rezan cinco veces al día, sobre todo el viernes, etc.

Los hindúes no comen carne bovina, ayunan antes de algunas fiestas, las mujeres se casan una sola vez incluso si muere su marido, honran a un gran número de divinidades, creman a sus muertos, etc.

¿Y los cristianos católicos? Hasta hace algún tiempo se podían casar una sola vez hasta la muerte de uno de los cónyuges, sus sacerdotes y religiosas debían de permanecer célibes, obedecían al Papa, eran devotos de la Virgen y de los santos, no creían en brujos y espíritus, no hacían sacrificios animales, en la iglesia los hombres y las mujeres rezaban juntos, comían cualquier tipo de carne o pescado, el domingo tenían la obligación de descansar e ir a misa, etc.

4. Jesús resucitado mandó a sus apóstoles a bautizar a todos los pueblos de la tierra en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así se ha difundido el cristianismo y ha plasmado las costumbres, las leyes y los hábitos de civilizaciones enteras. Todo esto ha tenido como fruto muchos mártires y santos, muchos de los cuales tuvieron experiencias místicas que nos hicieron partícipes de destellos del paraíso.

5. Para tener todos estos dones y gracias, estas personas se han convertido y han abandonado con muchas privaciones sus comunidades de origen y su modo de vivir.

6. Pero ahora yo, como misionero, ya no sé qué es la Iglesia católica. Y desde que observo que el Papa, los cardenales y los obispos gradual e inexorablemente toleran el adulterio, aprueban la sodomía, bendicen los matrimonios homosexuales, admiten la igualdad de la salvación con las otras religiones… ¿a qué tipo de conversión tengo que invitar a los demás?

7. Lo mismo vale también para cualquier persona en Occidente que tal vez sea atea o no creyente. ¿Por qué razón debería convertirse y aceptar nuestra fe si profesamos todas estas cosas? Entiendo ahora algunas frases del Papa en las que dice que no hay que hacer proselitismo. Se necesita mucho valor para intentar convencer a las personas a que crean en estas aberraciones.

8. Por suerte, nuestros obispos aquí, en misión, no hablan de todas las cosas extrañas que se discuten en Roma. La única novedad es que ahora hacen un poco más fáciles los procesos de nulidad de los matrimonios, a pesar de que la gente no lo acepte de buena gana, dado que han aprendido que el matrimonio no se debe anular en ningún caso.

9. El riesgo es que se llegue al escándalo que, en este como en otros países de misión, sólo los cristianos, protestantes y católicos, aprueben el adulterio y la sodomía. De hecho, entre los musulmanes y los hindúes el adulterio (es decir, una relación fuera del matrimonio) es un crimen que es castigado a nivel comunitario y civil. La sodomía está considerada un acto gravísimo y es motivo de reprobación. La poligamia de los musulmanes no tiene nada que ver con el adulterio porque es un contrato social ratificado por el rito matrimonial, con todas las obligaciones de mantenimiento de las esposas y de los hijos.

10. Lo tragicómico de todo esto es que en otras religiones, aun sin conocer el Evangelio, no faltan normas morales sólidas y basadas en el sentido común y la naturaleza, mientras que ahora el cristianismo, en sus líderes oficiales, fomenta y apoya el modo de vivir y la moral de los tiempos precristianos. ¡Jesús ha venido para nada, entonces!

11. En Alemania hay incluso quien se burla de los obispos de África tachándolos de retrógrados, porque en su continente está prohibida la homosexualidad. Falta sólo que se fomente un nueva “evangelización” en nombre de este nuevo evangelio al que se le ha dado la vuelta, es decir, en realidad, una nueva imposición de las falsas conquistas antropológicas de Occidentes a los pobres que tienen la mente sana.

12. Lo que no entiendo es la sumisión y el silencio de tantos obispos y sacerdotes. No veo ni siquiera una resistencia pasiva. Los mártires se enfrentaban a la muerte. Pero hoy, sólo algunos laicos que no están vinculados a estructuras eclesiásticas hablan en voz alta, mientras que sacerdotes y obispos – salvo raras excepciones – callan por miedo a chantajes y acusaciones infamantes.

13. Se sigue predicando que no hay que dividir, sino unir. Y por lo tanto, permanecer callados, porque una oposición abierta causaría demasiado daño a la Iglesia. Pero esta actitud respetuosa acaba favoreciendo precisamente estos desastres.

14. El Papa lo sabe y hace todo lo posible para tutelarse a sí mismo. Sus continuos viajes, los acuerdos con los luteranos, los acuerdos con los musulmanes, los acuerdos con China, etcétera, son todos ellos trincheras que lo defienden. ¿Cómo es posible criticarle cuando en todas partes es acogido con gran pompa y aplausos?

15. Una precaución que los vértices de la Iglesia adoptan cuando hablan y deciden y hacen sínodos es no ir mínimamente en contra de los esquemas y el credo LGBT. Ni una sola vez se han preguntado si Dios Padre piensa algo de esto y si Dios Padre piensa lo mismo. Dios Padre no se queja nunca, y al haber dado Jesús las llaves a Pedro piensan que pueden usarlas como les plazca, como si fueran los dueños.

16. Sin embargo, el Espíritu de Dios está siempre vivo. Y, por lo tanto, también hoy estamos seguros de que hay muchos santos que aún permiten que Dios viva en medio de nosotros. ¡Oh, Señor, quédate con nosotros!



                                               Sandro Magister   Vía Católicos ON LINE

SÁNCHEZ DESARBOLA A LA DERECHA

Populares y naranjas no disponen de caladero de nuevos electores. O se lo restan a Vox —y en ese propósito han errado la estrategia para conseguirlo— o están condenados al estancamiento


Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)


La estrategia de Pedro Sánchez para ganar las elecciones del 28 de abril está funcionando. Tanto por aciertos propios como por deméritos ajenos. El perfil bajo del presidente del Gobierno, los constantes anuncios de los viernes tras el correspondiente Consejo de Ministros, como el de este viernes, (los decretos leyes y esas 110 medidas programáticas) sin consideración alguna a su coste presupuestario, la preterición completa en sus discursos y propuestas de la situación en Cataluña —ayer las ministras Batet y Celaá corrigieron al incorregible Iceta— y un silencio sepulcral en el PSOE que ha digerido las purgas en las listas electorales con un acatamiento disciplinario casi trapense son las líneas maestras de un plan que cuenta, además, con los errores previsibles que iba a cometer la derecha y que, efectivamente, está cometiendo.

Como ha escrito Ignacio Varela en este diario, el voto se perfila posicional (izquierda-derecha) y ya no inspirado principalmente en razones territoriales (unidad nacional-proceso soberanista catalán). Mientras que en Andalucía, el impacto de la vecindad del Ejecutivo de Sánchez con el de Torra y los excesos intolerables del separatismo —además de otras circunstancias específicas de la comunidad— propiciaron la desmovilización de la izquierda y la ebullición de la derecha que, aunque fragmentada, sumó lo necesario para hacerse con la Junta, aquellas variables ya no concurren como entonces.

La disminución de la intensidad de la crisis catalana impacta sobre los argumentarios de campaña del PP y de Cs y les obliga a alterar el paso

El desarrollo de la vista oral del juicio en el Supremo a los dirigentes políticos y sociales de la asonada de otoño de 2017 en Cataluña está demostrando que la insurrección secesionista incurrió en un minimalismo revolucionario casi patético. En esa misma línea, la errática trayectoria del gobierno de Joaquim Torra y el enfrentamiento entre los partidos independentistas —con la posibilidad muy verosímil de que el PSC sea la primera fuerza en Cataluña el 28-A—, desposee de su inicial dramatismo a la crisis independentista, lo que amortigua la motivación y la movilización de la derecha y tapona la migración del voto del PSOE hacia Ciudadanos.

La disminución de la intensidad de la crisis catalana —que Sánchez se encarga de acentuar al obviarla en su programa de manera taimada— impacta sobre los argumentarios de campaña del Partido Popular y de Ciudadanos (Vox va por libre) y les obliga a alterar el paso. Añadamos a este cambio de agujas la pésima gestión que ambos partidos han realizado en la confección de sus listas electorales. Los conservadores —además de prescindir del sector "marianista"— se han deslizado por la presentación de candidaturas banales en las que conviven desde toreros a pastores evangélicos, pasando por tertulianos. El caso de Ciudadanos es distinto, pero no distante.

Pero quizás lo peor de lo que les ocurre a los dos partidos de la derecha —mediatizados por la amenaza de Vox— es que no han sabido articular una relación virtuosa entre ambos. Rivera y Casado desconciertan con su extraña vinculación que pasa de la afinidad a la ácida discrepancia en el espacio de solo unas horas. Si Rivera, haciendo explícito lo obvio y con el solo propósito de convencer a sus posibles electores de que nunca gobernará con Sánchez, ofrece un gobierno de coalición a Casado, este le responde con la hiriente ironía de que le nombrará titular del ministerio de Asuntos Exteriores de su futuro (y muy improbable) gobierno. Rivera replica que le ofrecerá al popular el ministerio de Universidades. Un intercambio de golpes dialécticos profundamente estúpidos.

Mientras en el bloque de las derechas el trasvase de voto es endogámico y, además, no recibe suministros adicionales del socialismo, este se beneficia del desplome de Unidas Podemos. Los electores anteriores de Pablo Iglesias se refugiarán en la abstención o acudirán —voto útil— al PSOE de un Sánchez que ha logrado configurar un "filopopulismo" con algunas evocaciones de los morados. En Ferraz y la Moncloa trabajan con la caída de UP con mucho cálculo, porque su descalabro excesivo podría terminar por perjudicar la alianza con la que Sánchez maquina y en la que cuenta con el apoyo, suficiente pero reducido, de Pablo Iglesias; en todo caso un socio incómodo y de difícil manejo.

Quizás lo peor de lo que les ocurre a los dos partidos de la derecha es que no han sabido articular una relación virtuosa entre ambos

Al PP y a Ciudadanos les ocurre todo lo contrario: Vox imanta a su electorado y, por efecto del sistema electoral, lo fragmenta restándoles escaños en las circunscripciones con menos diputados asignados. De ahí la irrupción del expresidente Aznar —sintomática de la intuición de lo que Ignacio Camacho en 'ABC' supone podría ser un "batacazo" electoral de la derecha— con un mensaje central: "No hay que repartir armas, sino concentrar votos". Populares y naranjas no disponen de caladero de nuevos electores. O se lo restan sustancialmente al partido de Abascal —y en ese propósito, tanto Rivera como Casado han errado de momento la estrategia para conseguirlo— o están condenados al estancamiento. Y así, Sánchez ganará.


                                                        JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS  Vía EL CONFIDENCIAL

AMLO

Mi señor don Felipe: si quiere V. M. un consejo, haga como que no ha oído a este botarate que tiene muchos más problemas que V. M. Si acaso, envíele un queso de la Vega del Pas, o unas anchoítas de Santoña

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador EFE


Conocí a Andrés Manuel López Obrador hace muchos años, en una recepción de la espléndida Embajada de España en México DF. Estaba yo contemplando un magnífico retrato de Carlos III pintado por Anton Raphael Mengs que tienen allí (obviamente, copia; el original está en el Prado), cuando se me acercó un ancianito de corta estatura, calvo y muy simpático que, sin más, me soltó: 
“Era tonto, pero supo rodearse de buenos ministros”. Era el gran compositor español Rodolfo Halffter, a quien le quedaba muy poquito para morirse en el país que le acogió tras la guerra civil. 

Yo, sorprendido por la frase, le contesté:

–¡No me diga! ¿También Esquilache?

A Halffter no le dio tiempo a contestar porque una tercera voz, detrás de nosotros, sentenció:

–Sí, señor. Ese fue el mejor de todos. Nos libró de la peste de los jesuitas, pues.

Era un tipo muy obsequioso y sonriente que, a renglón seguido, nos atizó una perorata tremenda sobre Esquilache, Aranda, Campomanes, Grimaldi, Tanucci, Wall, Ensenada y por ahí seguido hasta llegar al conde de Floridablanca con todos sus filisteos. Aquello no se acababa nunca. Bien, pues aquel pesadito era López Obrador, que estaba demostrando que se sabía la lección de carrerilla y que no dejaba de incluirse, mediante el uso de la primera persona del plural, en el número de los españoles: nos libró de los jesuitas, nuestro rey, un ministro nuestro y no italiano (Aranda), etcétera.

En un momento en que aquel repelente niño Vicente paró para tomar aire, Halffter me susurró: “No se preocupe. Tuvo pocos estudios, por eso aparenta”. Un minuto después, el gran músico pretextó una urgencia prostática y me dejó solo con aquel tipo, algo mayor que yo, al que no parecía importarle en absoluto que yo no replicase nunca a aquella cellisca de datos y opiniones sobre Carlos III, su amada esposa (María Amalia de Sajonia) y su puñetera madre (Isabel de Farnesio).
Aquel pesadito era López Obrador, que no dejaba de incluirse, mediante el uso de la primera persona del plural, en el número de los españoles: nos libró de los jesuitas, nuestro rey…
Hablaba por los codos pero me cayó bien. Primero porque me dijo, sin dejarme tiempo para preguntarle, que sí, que había nacido en un pueblito pequeño, que su familia procedía de Santander y que de chico había despachado pantalones y zapatos en la tienda de su padre, y que estaba muy orgulloso de eso. Luego fue a la Universidad y empezó a prepararse para lo que quería ser.

–¿Y qué quiere ser usted?

Presidente de México.

Lo dijo con toda naturalidad, como si fuese lo más normal del mundo. Yo por entonces no sabía, y probablemente él tampoco, que para ser presidente de México es necesario ser previamente una de estas dos cosas: o bien una persona sumisa y obediente a las mafias políticas del país, a las que hace ya años se ha añadido el inmenso poder de los narcotraficantes, o bien un personaje completamente inofensivo que ocupe el puesto mientras los que de verdad mandan se ponen de acuerdo en otro nombre. Si repasan ustedes la lista de presidentes, desde Lázaro Cárdenas para acá, no será fácil que hallen excepciones a esta norma.

Nunca le volví a ver, pero López Obrador, a quien en su país todo el mundo llama por su acrónimo AMLO, siguió cayéndome bien durante años. Primero porque parecía creer sinceramente en lo que decía. Y segundo porque era un cabezota impresionante. Se presentó a las presidenciales por primera vez en 2006 y la maquinaria del poder, que no se fiaba de él, le robó las elecciones con la misma facilidad con que los matones del patio le roban el bocadillo a un crío: cambiaron los votos necesarios para que pareciese elegido un tipo irrelevante como Felipe Calderón, que hoy vive en Massachusetts sin mayores remordimientos. AMLO volvió a intentarlo en 2012, y le pasó lo mismo: se decidió que el presidente fuese Enrique Peña Nieto, un señor cuya cabeza tuvo siempre como principal función servir de base a un elegantísimo peinado.

Pero a la tercera, el año pasado, AMLO sacó más de 30 millones de votos; es decir, más que todos los demás candidatos juntos, y ya no hubo forma de birlarle la presidencia. Desde el primer día se las tiene tiesas con las mafias del petróleo, con las maquinarias de los grandes partidos, con los corruptos del nuevo aeropuerto del DF, con los narcos… y con sus propios seguidores, que se creyeron su retórica populista del tipo “asalto a los cielos”, como otro que yo me sé, y que no le van a consentir una decepción. Un ejemplo. Hace un par de meses se descubrió que un gran gentío había agujereado un oleoducto para robar gasolina. En ello estaban cuando llegó el Ejército. Pero AMLO mantuvo quietos a los soldados porque no quería reprimir a “los suyos” (¿los suyos eran los ladrones?), hasta que el oleoducto estalló y mató a 120 personas. Entonces se le echaron encima todos, los suyos y los de los demás.
¿Por qué ha soltado esa memez, indigna de un bobo sin bachillerato, alguien que se sabe de memoria a todos los ministros del Carlos III y que hablaba como si fuese español nieto de santanderinos?
Este señor que tiene, al menos sobre el papel, tanto poder como Felipe González en 1982, ha dicho esa barbaridad de que el Rey de España debería pedir perdón por las atrocidades cometidas durante la conquista. ¿Por qué ha soltado esa memez, indigna de un bobo sin bachillerato, alguien que se sabe de memoria a todos los ministros del Carlos III y que hablaba como si fuese español nieto de santanderinos? Creo que es evidente: necesita atraer a su ya gran mayoría a los indigenistas ultranacionalistas, y para ello no duda en usar la peligrosísima retórica patriotera. Nosotros, los españoles de hoy, sabemos bien que esa parlería tiene mucho más riesgo para la convivencia y la democracia que un oleoducto agujereado y rodeado de fumadores. Pero él seguramente no lo sabe. O cree, como le ha pasado a la derecha de aquí, que “ya se les pasará”. Como decía mi abuelo Luis cuando veía a alguien correr hacia el despeñadero, “para él hace”.

Vargas Llosa ya ha puesto en su sitio a este sudoroso equilibrista político que no deja de sonreír como si estuviese seguro de algo, pero a mí me gustaría hacerle una pregunta. Cuando este azteca con abuelos de Santander habla de las “atrocidades de la conquista” ¿se refiere, por ventura, a las matanzas que los aztecas cometían contra los tlaxcaltecas, a los que capturaban, subían al teocalli y destripaban deportivamente para extraerles el corazón aún vivo y ofrecérselo a sus dioses, a ver si con eso hacían llover? ¿Esas son las tradiciones que pretende recuperar el parlanchín AMLO mientras espera disculpas del Rey de España por llevar a aquellos seres adorables y pacíficos atrocidades tan inicuas como el idioma o el Derecho?

Mi señor don Felipe: si quiere V. M. un consejo, haga como que no ha oído a este botarate que tiene muchos más problemas que V. M. Si acaso, envíele unas corbatas de Unquera, o un queso de la Vega del Pas, o unas anchoítas de Santoña. Seguramente le gustarán. Y deséele suerte, que parece que la necesita.


                                                                                     INCITATUS    Vía VOZ PÓPULI

viernes, 29 de marzo de 2019

ES HORA DE SUPERAR LA LEYENDA NEGRA







No se entiende que el Gobierno parezca avergonzarse de Cortés o Elcano como para excluirlos de su Plan de Acción Cultural.



En el calendario de conmemoraciones que planificó el Gobierno para 2019 se echan en falta dos efemérides que cualquier otro país habría convertido en asunto de Estado: la llegada de Hernán Cortés a México en 1519 y la primera circunnavegación del globo a cargo de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano.

Cuando el ministro de Cultura, José Guirao, presentó su plan de impulso a la cultura en el mundo, justificó así la ausencia de fasto alguno por el quinto centenario de la gesta de Cortés: "Es que allí ese tema es complicado". 

A su lado estaba Borrell, que acertó a matizar a Guirao ponderando aquel encuentro entre dos mundos que alumbró el México moderno, tal como recordamos hoy en nuestro suplemento Papel. El ministro de Exteriores ha criticado otras veces la estúpida asunción de la leyenda negra que aún daña la imagen de España y cuyos nefastos efectos propagandísticos explota sin rebozo el independentismo. 

Lo triste es que esa retórica no encuentre traducción alguna en el Plan de Acción Cultural del Gobierno, entregado a una noción groseramente politizada de la cultura por la cual Cortés o Elcano se convierten en hitos problemáticos de ardua reivindicación.

No se entiende de otro modo la esperpéntica gestión del aniversario de la primera vuelta al mundo, odisea -financiada íntegramente por la Corona española- que comenzó el portugués Magallanes (naturalizado español) y concluyó tras penalidades sin cuento el guipuzcoano Elcano. Cierta mojigatería que confunde el reconocimiento con el nacionalismo explica que se llegue tarde a la iniciativa de reclamar esa hazaña como Patrimonio de la Humanidad, idea que partió de Portugal y a la que España se sumó como si fuera el actor secundario, cuando asumió el riesgo de la empresa hace cinco siglos.

Los anómalos complejos que provoca en España la historia de España han proporcionado el enésimo ejemplo en el veto del equipo de Manuela Carmena a la colocación en Chamberí de una estatua en honor de los últimos de Filipinas, propuesta en la que el Ejército lleva trabajando meses para celebrar los 120 años del inolvidable sitio de Baler. El proyecto ya está casi terminado pero Ahora Madrid no da su permiso para la instalación por considerar que homenajea a "un ejército colonial". El mismo estólido argumento con que los líderes populistas denuestan el Doce de Octubre, incapaces de interpretar la historia sin los sesgos del presente.

No se trata de exhibir orgullo folclórico, sino de expresar gratitud por la pertenencia histórica a una de las naciones más avanzadas y democráticas del mundo. Que algunas opiniones públicas extranjeras sigan comprando los clichés de la leyenda negra es lamentable, pero mucho más lo es que ciertos sectores ideológicos sigan alentándolos aquí. España y sus símbolos merecen estudio, respeto y memoria. Una nación en permanente negación de su ayer no podrá nunca encarar sin rémoras su futuro.



                                                               EDITORIAL de EL MUNDO



                                                                                                        





LAS TRAMPAS DEL VOTO ÚTIL




























Primera providencia: a los españoles les encanta votar. En su virtud, la campaña electoral se anticipa todo lo que puede a través de la precampaña, que es algo tan redundante como el preaviso o el precontrato. 

En el caso de la actual precampaña, a los partidos parlamentarios ya establecidos se añade un recién llegado, un raro monosílabo latino: Vox. Tan novedoso es que el PP, partido que se considera de gobierno y cuyo presidente nos hace creer que es el "líder de la oposición", difunde por todos los medios la oferta del "voto útil". 

Dada la inmoralidad de tal gesto, al menos lo concentra en la utilidad del voto para las provincias pequeñas. Se dirige sobre todo a los posibles votantes de Vox para decirles que su papeleta no va a servir de nada, que va a ir a la basura y que mejor será reconvertirla directamente y dar el voto al PP. Vergüenza ajena da contemplar un gesto tan poco democrático.

Pero sucede que una gran proporción de los actuales voxeros en su día fueron peperos. El cambio se produjo porque el PP, aun estando en el Gobierno, no cumplía sus expectativas. Por ejemplo, aun teniendo la mayoría absoluta, no fue capaz de detener la política de inmersión lingüística en Cataluña o de anular la desgraciada ley de memoria histórica. 


Así pues, la reacción de muchos posibles votantes de Vox ante la solicitud del voto útil por parte del PP es sobremanera enérgica: hay que reforzar a Vox. Razonan así: Vox no es un partido de poder como el PP o el PSOE, al menos no lo es todavía. Es un partido de testimonio, de voz; de ahí su nombre. No interesa tanto ganar como de conseguir el mayor número de votos para que se note su presencia.

La salmodia del "voto útil" por parte del PP dirigida a Vox lleva a una tensión artificial entre los dos partidos emparentados. Podría ser algo natural, puesto que la política es también confrontación. Pero lo malo es que, tal como están las cosas, después del escrutinio del 28 de abril, PP y Vox habrán de entenderse, colaborar, pactar. Así que mal camino de resentimientos es este del "voto útil".

Dado que Vox se trata de un partido nuevo, es lógico que despierte tantos prejuicios, tanto negativos como positivos. Esto es, el observador intenta clasificar un hecho nuevo con la experiencia acumulada del pasado. Así que la reacción espontánea de muchas personas, movidas por la propaganda, es la de clasificar a Vox como algo que parezca conocido: un partido neofranquista, de extrema derecha, ultra, violento. Claro está, todo eso son romances, prejuicios negativos para no tener que pensar.

En una campaña electoral hay una prima indirecta para los candidatos que pertenecen a los partidos establecidos, sobre todo a los que ostentan cargos públicos en cualquier nivel (internacional, nacional, regional, local). Este no es el caso de Vox, al ser por el momento un partido extraparlamentario. Esa situación supone, por ejemplo, que a sus candidatos les sea más difícil el acceso a las facilidades públicas para locales u otros servicios públicos. 


En la campaña electoral, los partidos establecidos (gobiernen o estén en la oposición) lógicamente encuentran más oportunidades para conseguir sus escaños en el Parlamento. Pero, por lo mismo, también puede suceder que obtengan menos escaños de los que poseen. En cambio, Vox, al partir de cero diputados, con tal de que consiga uno pocos, incluso uno solo, ya habrá triunfado psicológicamente, al menos en la moral de los afiliados. Es claro que pasar de no tener nada a tener algo se ve como una hazaña, una irrupción en la arena política. Hay docenas de partido que no la consiguen.

Un elemento gratis de propaganda electoral es la bandera de España. Aunque pueda parecer increíble, casi todos los partidos han sido renuentes al utilizar la bandera nacional en los mítines y manifestaciones. Lo que distingue a Vox es que desde el primer momento no escatimó el gasto de que ondeara una profusión de banderas de España en sus actos públicos. Tal ha sido su éxito que ahora casi todos los demás partidos se han percatado de la utilidad de ese elemento simbólico. Algo parecido se puede decir del himno nacional.

El hecho de que Vox sea un partido extraparlamentario quiere decir que no recibe dinero público para sus gastos. De ahí que fuerce la figura del afiliado o simpatizante que aporte su óbolo al partido. La consecuencia es que de esa forma se consigue una masa de adictos muy comprometida, cosa que es menos perceptible en los partidos establecidos. La masa de fieles simpatizantes hace que la intención de voto se transmita de boca a boca. Es el mejor sistema de propaganda. Es sabido que la probabilidad de que una persona vote a un partido se determina porque así lo hacen las personas con las que más se relaciona.

La gran ventaja de Vox es que se habla mucho de tal partido, aunque no tenga mucha historia. Su gran inconveniente es lo mal que se entiende con sus parientes, PP y Ciudadanos. Ya se sabe que, en los conflictos personales, los que se dan entre parientes resultan particularmente enconados.



                                                     AMANDO DE MIGUEL  Libertad Digital