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lunes, 7 de octubre de 2019

ASÍ FUE DON JUAN DE AUSTRIA, UN HOMBRE QUE CAMBIÓ EL DESTINO DEL MUNDO





Novelando lo novelable, y reflejando lo que sabemos sobre el vencedor de Lepanto a través de sus cartas, se acerca Joaquín Javaloys a un mito que fue completamente humano.

Vivió treinta y tres años (1545-1578) con los cuales podría forjarse cualquier mito, cualquier leyenda. Don Juan de Austria es de esos personajes que escribieron la Historia con nombre propio cuando casi todos los nombres propios de la Historia sonaban en español.

El héroe de Lepanto había nacido en realidad en Ratisbona, hijo bastardo de Carlos I y hermanastro por tanto del futuro Felipe II. El Emperador, que había decidido su educación española (llegó aquí con cuatro años), le hizo llamar a su retiro de Yuste cuando sintió cerca la muerte. Y es ahí donde arranca la historia que nos cuenta Joaquín Javaloys en una bien trabada y equilibrada novela histórica (Yo, Juan de Austria, Styria).

Juan de Austria llega a Cuacos de Yuste con once años acompañando a quien cree su tío, Luis de Quijada, mayordomo del Rey. No sabe cuáles son sus orígenes, pero no deja de estremecerse cuando, llevado por primera vez ante su lecho, siente su mirada "dulce, cariñosa y melancólica". Es impresionante el momento en el que Felipe II, tiempo después, le pregunta si sabe quién es su padre: "Me he ruborizado y siento que se me enrojecen las orejas... Me entran ganas de llorar y de salir corriendo". El Rey Prudente le dice enseguida que son hermanos, y la estupefacción da paso al entusiasmo: "Me parece un maravilloso sueño, propio de un cuento de hadas, eso de que yo sea nada menos que hijo de mi héroe, el emperador Carlos", a quien había confesado su deseo de ser "guerrero, para servir a Dios y a Vuestra Majestad".

Éste es el Don Juan de Austria íntimo que nos dibuja Javaloys, al tiempo que le inserta en los periodos decisivos de la historia de España que protagonizó, vistos así bajo su perspectiva, pues está la obra escrita en primera persona. Se basa en buena medida en las cartas personales que se conocen, y que nos presentan un héroe de carne y hueso. No sólo piensa en derrotar al turco o a los moriscos o en sobrevivir políticamente a las intrigas palaciegas de sus enemigos en la Corte, sino también en deseos tan comprensibles como conocer a su madre, Bárbara Blomberg. Ésta llegó a convertirse en un problema para él durante sus últimos años de gobierno en Flandes, a causa de una vida licenciosa que ponía a Don Juan de Austria en boca de todos y mermaba su autoridad en el díscolo territorio.

Yo, Juan de Austria es, más que una novela histórica, historia novelada. Hay que felicitar al autor por su rigor, poco frecuente en el género, al abordar situaciones y personajes. Además su publicación es particularmente oportuna en este año 2009, en el que se celebra el cuarto centenario de la expulsión de los moriscos en 1609. Porque antes de capitanear la victoria de Lepanto, que cambió la historia de Europa y por tanto del mundo, Don Juan de Austria había alcanzado celebridad en la Guerra de las Alpujarras.

Llegó con el encargo del Rey de superar las diferencias entre los jefes militares (Mondéjar, Vélez y Deza) y logró pacificar una zona donde se practicaron todo tipo de crueldades, y donde, como recuerda Javaloys en boca de su protagonista, "los musulmanes seguían esperando que se produjese una invasión de tropas turcas y norteafricanas para enfrentarse en una guerra regular abierta a los cristianos, a los que intentaban expulsar de todo El Ándalus".

A Don Juan de Austria le vemos en estas páginas enamorado de María de Mendoza, con quien tuvo una hija, y tentado por su entorno por lograr su mayor ambición, un reino que -pensaba- se había ganado a pulso y su hermano no le daba, envenenado por Antonio Pérez; le vemos poner en orden la Italia española y fracasar en el mismo empeño en la Holanda que iba pronto a dejar de serlo.

Un retrato completo, ameno y apasionante, de una vida intensa con todos los elementos para capturar la atención del lector desde la primera página hasta la última, en la que nuestro héroe moribundo se acuerda, antes de encomendarse "a Jesús crucificado, sin apenas fuerzas pero con mucha fe", de Magdalena de Ulloa, su educadora y la madre que su elevado origen no le permitió tener.

El Epílogo nos recuerda que a su muerte era el personaje más admirado y popular de Europa, y que finalmente su archivo personal convenció a Felipe II de la lealtad de su hermanastro. Las Notas finales recogen abundantes párrafos del epistolario de Don Juan de Austria, fuente principal de esta excelente obra y garante de su autenticidad histórica.


                                                                                CARMELO LÓPEZ-ARIAS
                                                                                Vía ElSemanalDigital.com

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