La rebelión de la masa juvenil identifica contaminación con capitalismo,
dinero con injusticia y naturaleza bruta con edad de oro
Greta Thunberg (i) escucha a un orador mientras ella y otros 15 niños de
todo el mundo presentan una queja oficial sobre la crisis climática.
EFE/Justin Lane
Claro, claro. Quién no quiere que los pajaritos canten y
las nubes se levanten. Con toda esta polvareda de la vida sana ha vuelto
a cobrar fuerza aquello de la madre naturaleza, que daba como mucho
para título de novela. La madre naturaleza, además de una prosopopeya
enternecedora, es un oxímoron, porque si te descuidas te destroza. Incluso sin descuidarte. La vida humana no ha sido más que eso: una incesante pelea contra el mundo natural para tratar de dominarlo y ponerlo a su servicio.
El
decurso evolutivo ha establecido en este bípedo implume una serie de
conexiones neuronales que le han llevado a la cúspide jerárquica del
planeta, donde sigue estando y donde seguirá por mucho, mucho tiempo.
Llegar ahí ha sido un proceso lento y duro, con hallazgos milagrosos
como, por ejemplo, una consideración moral de la existencia que, más
allá de la supervivencia programada, justifica el bienestar (la
felicidad, en suma) como meta de este transito cósmico tan curioso. Eso es el progreso. Y a menudo a pesar de la madre misma.
Optimismo de la especie
Las
conquistas materiales del hombre lo convierten en el objeto más
asombroso del universo conocido. Por mayor o menor casualidad ha conseguido coger un planeta hecho un desastre, todo lleno de maleza y sitios invivibles, y transformarlo
en sistemas de producción y organización (por hablar a la antigua) que
le han permitido en unos siglos de nada triplicar su esperanza de vida y
preocuparse de organizar las próximas vacaciones en vez de andar a la greña con un lobo para comerse un conejo.
Las futuras generaciones de extraterrestres, para cuando nos haya engullido un agujero negro,
mirarán la obra humana con admiración y enseñarán en las escuelas su
evolución portentosa. En realidad, no hace falta esperar tanto. Aquí
mismo hay sitio aún de sobra para el optimismo de la especie, pese al
pensamiento estrecho de los medios, que esta misma mañana hablaban del
grave problema de los pisos vacíos en las ciudades españolas sin indicar
a continuación, y a grandes voces, el porcentaje de gente sin casa en
esas mismas ciudades, que viene a ser una minucia. Y lo peor es que no
lo dicen porque les arruine un titular, que puede que también, sino
sobre todo por la pereza de buscar los datos. Qué manía con los datos.
Esos
mismos medios (de comunicación, sociales o como se les llame) son los
que ahora han vuelto a sacar a la madre naturaleza y sus excrecencias
tópicas con los argumentos sesgados de la intuición y la espontaneidad. Y
lo hacen para difundir y fomentar la llamada ideología ecologista, que como tal ideología es lo más reaccionario que ha vivido la sociedad occidental en mucho tiempo. Pero no se trata en realidad
(perdón por la locución adverbial: la única realidad para esta gente es
su representación mental), no se trata de cuidar el bienestar físico del
entorno para asegurar el bienestar físico de los humanos y otros seres
vivos.
"Llega a la diversión de pedir que se acaben las fábricas, la explotación ganadera, las gasolinas y el dinero. Todo eso que, al parecer, les está rompiendo los sueños"
Eso es como estar a favor de la felicidad o en contra del Alzheimer.
Una cosa es reclamar que el ambiente se cuide más y se evite en lo
posible su deterioro (a ver quién no quiere tener una casa limpia), y
otra es no gritar más solución para ello que abajo el progreso o viva la
naturaleza, que para el caso es lo mismo. Ese giro a la naturaleza, que
suele propugnarse entre jóvenes criados a los pechos del progreso más
puntero, llega a la diversión de pedir que se acaben las fábricas, la explotación ganadera, las gasolinas y el dinero. Todo eso que, al parecer, les está rompiendo los sueños.
Se conoce que esos sueños tratan de volver a cuando el hombre era azador-recolector o, qué digo, recolector solo, que la caza ya saben
bien lo que es la caza. Nos declaramos en rebelión, ha dicho esta mañana
una chica con la cara pintada de rojo, voz campanuda y seria. Y el otro
día un joven de complexión sana manifestaba ante una cámara que, en
fin, más verde de campo y menos verde de esto otro,
y el muchacho se frotaba repetidamente los dedos índice y pulgar, ya
saben. La rebelión de la masa juvenil (un adjetivo este que ya no tiene
que ver con la estricta cronología) identifica contaminación con
capitalismo, dinero con injusticia y naturaleza bruta con edad de oro.
La obra humana se interpreta como un continuado y perverso acto
antinatural y degenerado, que nos ha traído a esta maldita época en que
la tierra, en fin, ya ven cómo está la tierra. La culpa de todo la tiene
la evolución, que ha creado un ser inteligente para echarlo todo a
perder. Muera la inteligencia, qué hostias.
MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ Vía VOZ PÓPULI
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