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martes, 8 de octubre de 2019

Marlowe en la Gran Vía

Garci nos narra el instante en que el destino se hace irreversible


Gabriel Albiac

«Vine aquí a matarlos a los dos», proclama la elegante esposa despechada. Y el detective de mala muerte replica en tono didáctico: «Siga, siga con su historia. Yo sé cómo se siente. Yo también leo revistas de amor». Raymond Chandler, que escribe eso, fue el maestro absoluto del diálogo al cual llamamos «negro». Aunque parece innecesario recordar que lo de «negro» fue invento del editor Gallimard, al traducir al francés a los maestros hard-boiled en libros baratos de portada negra: série noire. Maestro, lo fue Chandler en novela y en relato corto. También en la rutina del escritor a sueldo para los estudios de Hollywood: así se ganó la vida. Y él da el canon de un buen guión del género: nunca explicar nada, dejar que la acción se explique a sí misma, glosarla sólo con las secas anotaciones marginales de diálogos a filo de gillette. En los deslumbrantes inicios de la Nouvelle Vague, Jean Luc Godard hizo eso -antes lo había hecho Jean-Pierre Melville-, con el refinamiento sabio de quien había visto todo en cine y todo leído en poesía: y el modo con que los versos de Éluard puntean la derrota circular de Lemmy Caution en Alphaville, siguen conmoviendo a quien trace su rastro sobre la pantalla cuarenta y cuatro años más tarde.

En la España tan cinematográficamente provinciana, sólo José Luis Garci se ha atrevido a hacer uso de esa clave. En dos películas que son un desmentido al neocostumbrismo, monótono y subvencionado, que esterilizó a nuestro cine. El crack 1 y El crack 2 rompían (en 1981 y 1983) la previsibilidad de las pantallas españolas. Y Areta, Germán Areta, interpretado por una Alfredo Landa asombroso, apuntaba el perfil de un héroe narrativo no tragado por el omnipresente localismo: un sujeto del universal drama humano, a la manera en que lo son los personajes de Hammett o de Chandler o de Cain. El Crack 0 eleva ahora eso a la altura de aquella «tristeza majestuosa» en la que ponía Racine el esplendor de la tragedia.

La sombra del perdedor Areta se cernía en los dos Cracks previos como la huella de ese destino funesto que persigue al héroe clásico. Silencioso, su ausencia llenaba todas las presencias. Garci nos narra ahora el instante en que ese destino se hace irreversible. Nos lo narra en blanco y negro. Que son los únicos colores que cuadran al hard boiled. Los colores del Huston de La jungla de asfalto que escribió Burnett, los colores del Tourneur de Out of the past. Y la Gran Vía de un Madrid que aguarda, indiferente, la muerte del Franco eterno, se trueca en el fantasma del cual somos todos siervos. Una Gran Vía poéticamente recuperada por Garci en la memoria de quienes la vivimos hace ese medio siglo. Una Gran Vía que ya no existe y que lo explica todo. De Areta y de nosotros.

¿Has estado bebiendo, Areta?, pregunta Garci. Responde el Marlowe, de hace setenta años. O sea, ahora. «Sólo Chanel número 5, besos, el brillo apagado de unas piernas bonitas y la invitación burlona de unos ojos azul oscuro. Cosas así de inocentes».


                                                                                            GABRIEL ALBIAC  Vía ABC

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