Garci nos narra el instante en que el destino se hace irreversible
Gabriel Albiac
«Vine aquí
a matarlos a los dos», proclama la elegante esposa despechada. Y el
detective de mala muerte replica en tono didáctico: «Siga, siga con su
historia. Yo sé cómo se siente. Yo también leo revistas de amor».
Raymond Chandler, que escribe eso, fue el maestro absoluto del diálogo
al cual llamamos «negro». Aunque parece innecesario recordar que lo de
«negro» fue invento del editor Gallimard, al traducir al francés a los
maestros hard-boiled en libros baratos de portada negra: série noire.
Maestro, lo fue Chandler en novela y en relato corto. También en la
rutina del escritor a sueldo para los estudios de Hollywood: así se ganó
la vida. Y él da el canon de un buen guión del género: nunca explicar
nada, dejar que la acción se explique a sí misma, glosarla sólo con las
secas anotaciones marginales de diálogos a filo de gillette. En los
deslumbrantes inicios de la Nouvelle Vague, Jean Luc Godard hizo eso
-antes lo había hecho Jean-Pierre Melville-, con el refinamiento sabio
de quien había visto todo en cine y todo leído en poesía: y el modo con
que los versos de Éluard puntean la derrota circular de Lemmy Caution en
Alphaville, siguen conmoviendo a quien trace su rastro sobre la
pantalla cuarenta y cuatro años más tarde.
En la España tan cinematográficamente provinciana, sólo José Luis Garci se ha atrevido a hacer uso de esa clave. En dos películas que son un desmentido al neocostumbrismo, monótono y subvencionado, que esterilizó a nuestro cine. El crack 1 y El crack 2 rompían (en 1981 y 1983) la previsibilidad de las pantallas españolas. Y Areta, Germán Areta, interpretado por una Alfredo Landa asombroso, apuntaba el perfil de un héroe narrativo no tragado por el omnipresente localismo: un sujeto del universal drama humano, a la manera en que lo son los personajes de Hammett o de Chandler o de Cain. El Crack 0 eleva ahora eso a la altura de aquella «tristeza majestuosa» en la que ponía Racine el esplendor de la tragedia.
La sombra del perdedor Areta se cernía en los dos Cracks previos como la huella de ese destino funesto que persigue al héroe clásico. Silencioso, su ausencia llenaba todas las presencias. Garci nos narra ahora el instante en que ese destino se hace irreversible. Nos lo narra en blanco y negro. Que son los únicos colores que cuadran al hard boiled. Los colores del Huston de La jungla de asfalto que escribió Burnett, los colores del Tourneur de Out of the past. Y la Gran Vía de un Madrid que aguarda, indiferente, la muerte del Franco eterno, se trueca en el fantasma del cual somos todos siervos. Una Gran Vía poéticamente recuperada por Garci en la memoria de quienes la vivimos hace ese medio siglo. Una Gran Vía que ya no existe y que lo explica todo. De Areta y de nosotros.
¿Has estado bebiendo, Areta?, pregunta Garci. Responde el Marlowe, de hace setenta años. O sea, ahora. «Sólo Chanel número 5, besos, el brillo apagado de unas piernas bonitas y la invitación burlona de unos ojos azul oscuro. Cosas así de inocentes».
GABRIEL ALBIAC Vía ABC
En la España tan cinematográficamente provinciana, sólo José Luis Garci se ha atrevido a hacer uso de esa clave. En dos películas que son un desmentido al neocostumbrismo, monótono y subvencionado, que esterilizó a nuestro cine. El crack 1 y El crack 2 rompían (en 1981 y 1983) la previsibilidad de las pantallas españolas. Y Areta, Germán Areta, interpretado por una Alfredo Landa asombroso, apuntaba el perfil de un héroe narrativo no tragado por el omnipresente localismo: un sujeto del universal drama humano, a la manera en que lo son los personajes de Hammett o de Chandler o de Cain. El Crack 0 eleva ahora eso a la altura de aquella «tristeza majestuosa» en la que ponía Racine el esplendor de la tragedia.
La sombra del perdedor Areta se cernía en los dos Cracks previos como la huella de ese destino funesto que persigue al héroe clásico. Silencioso, su ausencia llenaba todas las presencias. Garci nos narra ahora el instante en que ese destino se hace irreversible. Nos lo narra en blanco y negro. Que son los únicos colores que cuadran al hard boiled. Los colores del Huston de La jungla de asfalto que escribió Burnett, los colores del Tourneur de Out of the past. Y la Gran Vía de un Madrid que aguarda, indiferente, la muerte del Franco eterno, se trueca en el fantasma del cual somos todos siervos. Una Gran Vía poéticamente recuperada por Garci en la memoria de quienes la vivimos hace ese medio siglo. Una Gran Vía que ya no existe y que lo explica todo. De Areta y de nosotros.
¿Has estado bebiendo, Areta?, pregunta Garci. Responde el Marlowe, de hace setenta años. O sea, ahora. «Sólo Chanel número 5, besos, el brillo apagado de unas piernas bonitas y la invitación burlona de unos ojos azul oscuro. Cosas así de inocentes».
GABRIEL ALBIAC Vía ABC
No hay comentarios:
Publicar un comentario