El problema reside en las carencias de las instituciones y en la mediocridad que impera en la tripulación
Alberto Pérez de Vargas
El desprestigio de instituciones
del Estado, tales como la Administración de Justicia o la Universidad,
no puede conducir sino a la astenia social; la democracia se disuelve en
la oligarquía, como ya aseguraba a principios del pasado siglo, Robert
Michels (1876-1936), en su "ley de hierro de la oligarquía". La
sentencia del denominado "procés" se parece demasiado a una valoración a
la medida de lo que conviene a las circunstancias impuestas por el
ejercicio del poder. Lo sucedido en Cataluña fue un golpe de Estado
fallido con todos los agravantes, ¿cómo si no interpretar la
intervención del Jefe del Estado?; el Tribunal Supremo ha tomado una
decisión (unánime) a beneficio de inventario.
Porque toca, y conviene al
establishment, soslayar la Constitución y quedarse en el Código Penal.
Lo ponía de manifiesto ayer en el diario El Mundo, un compañero de
Universidad (Complutense) y prestigioso constitucionalista, Jorge de
Esteban ("Una sentencia desacertada"): "es imposible que siete juristas
de prestigio lo vean tan claro, salvo que hayan renunciado a defender la
Constitución antes que cualquier ley".
El Gobierno no tendrá que indultar, los condenados
nacen a su pena ya amnistiados. Son reos, pero no tanto como para que se
les acabe el oxigeno. Aun así, ahí está la algarabía callejera y
rutera, tan animada como lo estaría en cualquier caso. Cuando la
autoridad está ausente el desorden se retroalimenta hacia el caos. La
Administración de Justicia ha dado su do de pecho después de tantos
desatinos. La Universidad, a unos niveles de deterioro difíciles de
imaginar hace años, está de momento mostrando sus desafinos y, a no
mediar las hadas buenas o, como decimos los católicos, la Divina
Providencia, su do rematará la faena ofreciéndonos un panorama desolador
que empieza a asomar por el horizonte. Los chiringuitos a granel
ornados en sus frontispicios con la otrora respetada palabra de
universidad, harán caer al personal en la más completa incredulidad
sobre los dictados de tan perniciosos reductos: chiringuitos preñados de
improvisaciones y repletos de ignorantes. Porque ¿qué cabe decir de
unos especialistas que no son capaces de distinguir las voces de los
ecos? ¿Pero cómo pueden decir los rectores que habrá que revisar el
sistema? Será que no quieren entrar en el verdadero problema; que reside
en las carencias de las instituciones y en la mediocridad que impera en
la tripulación.
ALBERTO PÉREZ DE VARGAS Vía EUROPA SUR
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