La localidad helena cierra una semana de actividades relacionadas con la contienda que tuvo lugar en sus aguas
Fotografía del espectaculo facilitada por la Oficina de Prensa de la Embajada de Grecia en Madrid - Ioannou Dimitris
Al finalizar la batalla de Lepanto, «la más alta ocasión que vieron los siglos», que diría Miguel de Cervantes, las aguas quedaron teñidas de sangre por la enorme cantidad de cadáveres que flotaban allí. «Fue tan sangrienta y horrenda que parecía que la mar y el fuego fuesen todo uno», describió un soldado presente. Sin embargo, en la noche de este sábado, 446 años después de la contienda, lo que se iluminó de rojo fue el cielo allí donde lucharon la Santa Liga, encabezada por España, y el Imperio otomano. Un torrente de fuegos artificiales puso la guinda a la conmemoración de la batalla que celebra desde hace quince años la pequeña ciudad griega de Náfpaktos.
Lepanto es solo una corrupción del nombre griego Náfpaktos. Una pintoresca localidad situada justo al inicio del Golfo de Corinto, que no aparece destacada en las guías turísticas y cuyo pasado guerrero solo se intuye por las hermosas fortificaciones que saltean su geografía, incluido un puerto flanqueado por unas murallas almenadas. En lo alto, los dormidos cañones de bronce permanecen vigilantes, en vano, ante el transcurso del tiempo. La ciudad asciende por una colina adyacente, en una maraña de caminos que alternan casas y jardines hasta llegar a un inexpugnable castillo de inspiración italiana. Aquel 7 de octubre de 1571, algunos de los consejeros del comandante turco, Alí Pasha, le recomendaron que evitara el combate y buscara la protección de los fuertes y baterías repartidas entonces por el golfo de Patras. El turco insistió en presentar batalla.
Portadores de paz
Hoy, la guerra solo visita el tranquilo Lepanto una vez al año. Durante la primera semana de octubre la localidad se vuelca con un programa de actividades culturales (regatas, exposiciones, conferencias, conciertos…), que no quiere ya celebrar la guerra contra los turcos, sino la historia de las naciones latinas. «Somos portadores de paz. Celebramos nuestra identidad y nuestra historia común», señala el presidente de la Ruta de la Batalla de Lepanto. La Santa Liga levantada por el Papa Pío V estaba formada por Venecia, el Imperio español, Génova, el Ducado de Saboya, la Orden de Malta y los propios Estados Pontificios. Todos aliados contra el Imperio otomano, que había causado el abandono de miles de poblaciones pesqueras y que, como en el Levante español, extendió la frase «no hay moros en la costa» para representar el pánico que algunos le tenían a lo que traía cada mañana el Mediterráneo.
«La representación aborda temas diversos que van más allá de la guerra en sí, como son la dificultad de un acuerdo político entre estos países cristianos, el papel de los fanáticos religiosos (en ambos lados) o la irracionalidad de las batallas», expone Dimitris Sioundas, director de la obra teatral desde hace cuatro años. No se trata de un relato probélico o una oda nacionalista.
Y si en el siglo XX dijo Unamuno aquello de ¡que inventen ellos!; en el XXI España lo que grita con su historia militar es ¡que la conmemoren otros! ¿Se imagina alguien que los franceses recordasen en solitario el Desembarco de Normandía? ¿O los estadounidenses la Guerra de Cuba de 1898 sin los cubanos? En otro ejercicio de desidia hispánica, Grecia celebra más que ningún otro país la que tal vez es la batalla más importante en la que España ha participado, con gran peso, y en la que se frenó un maremoto turco que amenazaba con invadir incluso Italia. «Aquí la batalla no es tan estudiada, pero sabemos que fue un pasaje clave para salvar Europa y sus valores. Los griegos solo ofrecieron el escenario para que los españoles vencieran», asegura Giorgos Kaminis, alcalde de Atenas y figura fulgurante en la política griega. Él, como otros políticos y personalidades helenas, no quisieron perderse la celebración del sábado.
El entusiasmo griego contrasta con el escaso interés español por rememorar Lepanto. Solo Alcalá de Henares, cuna de Cervantes, y el pueblo tinerfeño Valle de Guerra (La Laguna) organizan actividades reseñables estos días. «Los españoles conocen la historia de la batalla de Lepanto mejor que los griegos, que lo ven simplemente como otra reivindicación de su orgulloso papel de baluarte de la cultura occidental ante las presiones orientales. Pero también sospecho que muchos españoles no saben que Lepanto está en Grecia», afirma Enrique Viguera, embajador español en Grecia.
Héroes olvidados
Aparte de los escudos de la Monarquía Hispánica que adornan las calles, la representación española estos días en las actividades se reduce a la asistencia del embajador español y a la estatua de Cervantes, combatiente en la batalla, que el año pasado instaló en el puerto el ayuntamiento de la localidad y sufragaron distintas instituciones españolas. Más por decoro que por un sentido práctico, los altavoces que anuncian la representación del sábado lo hacen también en castellano. No en vano, Felipe II pagó la mitad de los gastos de la campaña, puso 90 galeras y 20.000 de los hombres de infantería, entre españoles e italianos de Sicilia, Milán y Nápoles. Álvaro de Bazán, Juan de Austria, Lope de Figueroa y otros héroes olvidados tuvieron un ejercicio crucial en la contienda.
Se pone el sol en Lepanto. Un desfile carnavalesco, a golpe de tambor, advierten la batalla cuando no se han cumplido las ocho y media de la noche. La representación tiene lugar en el puerto. Una voz femenina narra los hechos, que se visten de luces de colores, proyecciones y música bélica para darle la máxima amenidad. Un grupo de actores de la localidad, en su mayoría jóvenes, encarnan versiones circenses de Don Juan, Alí Pasha o Marco Colonna. Por supuesto, no falta el tono sombrío y la voz malvada cuando toman la palabra los otomanos. La delegación turca también brilla por su ausencia en la ciudad, como queriendo respetar todavía el bando con el que el sultán amenazó, bajo pena de empalamiento, al que hablara de la derrota musulmana en 1571.
El público griego vive con emoción muda el espectáculo, en cuyo momento apoteósico se encuentran en medio del puerto dos embarcaciones blancas decoradas a modo de galeras: La Sultana Turca contra La Real Cristiana. Es imposible trasladar la magnitud del auténtico combate. En octubre de 1571, casi medio millar de galeras quedaron entrelazadas en un baño de sangre espantoso. Las 30.000 bajas turcas dan fe del nivel de violencia alcanzado, en una lucha más propia de un campo de batalla terrestre que de uno naval. Los griegos asistieron como testigos de excepción a la lucha frente a su costa. Igual que ahora.
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