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martes, 17 de diciembre de 2019

Cuatro cosas y media que mi generación debería haber aprendido de esta década

Al final de la década sabemos lo que pasó: los movimientos políticos surgidos de la tecnología no llegaron a ninguna parte



Foto: El reloj de la Puerta del Sol durante la celebración del año 2019 que ahora termina y, con él, también concluye la década. (EFE)

El reloj de la Puerta del Sol durante la celebración del año 2019 que ahora termina y, con él, también concluye la década. (EFE)



1. Las innovaciones tecnológicas no nos van a redimir. De hecho, muchas son nocivas

La década empezó con un formidable optimismo tecnológico. En 2010 apareció el iPhone 4 con el lema “Esto lo cambia todo. Otra vez”. Ese año Facebook llegaba a los 500 millones de usuarios (hoy tiene 2.500 millones). Tras el estallido de la crisis financiera y la ya evidente incapacidad de los partidos tradicionales para controlar sus consecuencias políticas, se pensó que la combinación de teléfonos móviles y redes sociales permitiría establecer, además de movilizaciones políticas rápidas y masivas, relaciones políticas profundas que cambiaran radicalmente las viejas jerarquías. A finales de 2010 estalló la Primavera Árabe. En 2011, el 15-M y Occupy Wall Street. En 2010, Enrique Dans publicaba un libro titulado 'Todo va a cambiar'. Al releerlo se advierte el espíritu de la época: la tecnología acabaría con las formas de propiedad intelectual tradicionales, un fin por el que luchaban quienes teorizaban sobre la mal llamada (a su juicio) piratería y al que se resistían las grandes empresas. De hecho, para Dans, internet era un campo de batalla entre el viejo mundo de las industrias tradicionales y unas nuevas expresiones más ágiles e innovadoras que los lobbies de las primeras intentarían destruir. Las redes sociales no harían más que aumentar la épica de esta lucha de los pequeños contra los grandes.

La conversación política ha empeorado por culpa de las redes y el móvil es el nuevo tabaco: ya no nos da placer pero ya no hay manera de dejarlo

Al final de la década sabemos lo que pasó: los movimientos políticos surgidos de la tecnología no llegaron a ninguna parte; la propiedad intelectual es muy parecida a como era entonces y todo lo que era de pago hoy sigue siendo de pago. Ahora, las malvadas grandes empresas son, en buena medida, compañías tecnológicas, de Facebook a Amazon. Y nuestra conversación política, si acaso, ha empeorado por culpa de las redes sociales. Ah, y el móvil es el nuevo tabaco: hemos dejado de sentir placer con él, pero ya no hay manera de dejarlo.

2. Las novedades políticas generan ilusión. La ilusión solo sirve hasta cierto punto

En esta década, los proyectos políticos han proliferado en España. UPyD había nacido antes, pero a principios de la década pareció que podía capitalizar desde el centro el descontento social debido a la crisis y la corrupción. El 'procés' surgió en 2012 para aprovechar la profunda crisis en la que se hallaba entonces España. Su objetivo era conseguir lo máximo posible para Cataluña en términos de autonomía: quizá no la independencia, pero quién sabe cuántas cosas nuevas, como un pacto fiscal a la vasca. El 'procés' engendró también muchas formaciones independentistas que prometían la consecución de la independencia, de la CUP a las sucesivas encarnaciones de JxCat. En 2014 apareció Podemos, para capitalizar el malestar de los jóvenes desde una izquierda que aún estaba muy sometida a los precedentes radicales de la mayoría de sus líderes. También en 2014, Pedro Sánchez fue escogido secretario general del PSOE para dejar atrás la gestión de la crisis de la anterior generación de líderes socialistas. En 2015, Ciudadanos saltó a la política nacional. En 2019 lo hizo Vox.

¿De verdad no echan ustedes de menos a Rajoy ni un poco, aunque nunca se ilusionaran con él? ¿O precisamente por ello?

Todos estos acontecimientos han generado una enorme ilusión entre muchos grupos distintos. Unos al fin se sintieron representados, otros encontraron un objetivo épico para sus vidas, hubo quien simplemente halló trabajo en un lugar en el que sus intereses tenían sentido, otros celebraron que en el país o en algunos de los viejos partidos quedara espacio para la renovación y la reforma. Que cada uno juzgue cómo acaba la década para todos estos nacimientos, renovaciones, revueltas y relevos. Por mi parte, solo una opinión: el PP es el único que no ha generado ilusión en ningún momento de la década. ¿Quién iba a ilusionarse con Mariano Rajoy? Ahora bien, ¿de verdad no echan ustedes de menos a Rajoy ni un poco, aunque nunca se ilusionaran con él? ¿O precisamente por ello?

3. La cultura cambia siempre, pero en esta década tú te has hecho mayor


Mucha gente de mi entorno tiene la sensación de que en estos años la cultura se ha transformado a una velocidad enorme. La música pop-rock, en sus múltiples variantes, ya no ocupa un lugar central en la cultura popular; tampoco lo hace la electrónica; en España, ni siquiera el hip hop. Este espacio lo ocupa la llamada música urbana -“¿en oposición a qué, a música rural?”, nos preguntamos los hombres de mediana edad algo confusos- de tintes latinos. A los roqueros  cuarentones les parece contracultural afirmar que el reguetón es horrible. Los jóvenes de hoy en día han conseguido vestirse de una manera tan ridícula como la nuestra cuando teníamos su edad.

Pero no solo ha sido eso. Las ventas de libros no se han recuperado ni remotamente de la caída de alrededor del 40 por ciento que sufrieron durante la crisis económica, la novela ya no la forma central de entretenimiento elevada y al mismo tiempo popular, y el ensayo es una celda ridícula en el Excel de las cuentas de las grandes editoriales. Se venden muchos menos libros de bolsillo, esa piedra angular de la cultura entre las clases medias. El largometraje de ficción, durante décadas la expresión más noble y exitosa de la cultura audiovisual, está siendo sustituido por las series. Ir al cine ya es casi tan antiguo como ir a la discoteca. Ser hipster ya es casi tan antiguo como ser grunge. Comprar un periódico de papel ya es casi tan antiguo como… No, no hay nada más antiguo que comprar un periódico de papel.

Comprar un periódico de papel ya es casi tan antiguo como… No, no hay nada más antiguo que comprar un periódico de papel

La cultura ha cambiado mucho en esta década, pero es probable que no más que en cualquier otra. Ocurre que esta vez nos ha tocado a nosotros ser espectadores del cambio. Y algo peor: al llegar a puestos de responsabilidad o con cierta visibilidad en la vida pública española, nos hemos dado cuenta de que nuestra formación y nuestros gustos están un poco anticuados, y que con esa posición no se alcanza lo que con cierta ingenuidad muchos llaman la “hegemonía cultural”.

4. Si no sabes un poco de economía estás incapacitado para entender el mundo

Recuerdo cuando, a principios de la década, empecé a no entender los periódicos. ¿Qué era la prima de riesgo? ¿En qué se diferenciaban la deuda y el déficit? ¿A qué se dedicaba exactamente el FMI? ¿En serio que los países trucaban su contabilidad? ¿Qué era un derivado financiero? A eso le siguió otra perplejidad: a medida que avanzaba la década, los economistas empezaron a tener el papel de gurú que en el pasado desempeñaron los periodistas, novelistas o filósofos. Estaban en todas partes y hablaban de todo, y lo hacían utilizando palabras que apenas entendíamos: “ratio”, “marginal”, “distribución”, y enseñando gráficos que no eran fáciles de comprender a la primera.

Pero eso no era todo. Los libros de los economistas se convertían en superventas. En España, los escritos por gente tan colorida como José Carlos Díaz, Leopoldo Abadía, Daniel Lacalle y Santiago Niño-Becerra. En el mundo, Piketty vendía millones de ejemplares de un libro en el que hablaba de la propiedad de las tierras en la Inglaterra victoriana según las novelas de Jane Austen, y de fórmulas matemáticas que demostraban que, a largo plazo, los rendimientos del capital eran superiores a los del trabajo. Brad Pitt protagonizaba una película, 'La gran apuesta', sobre, sí, los malditos derivados financieros.

Quienes no sabíamos nada de economía estábamos incapacitados por completo para entender el mundo

Todo esto demostraba una cosa: quienes no sabíamos nada de economía estábamos incapacitados por completo para entender el mundo, y cabía preguntarse si nuestras ideas políticas se debían a algo más que intuiciones morales o identificaciones tribales. Como demuestra el premio Nobel de economía Daniel Kahneman, eso le pasa incluso a quienes saben de economía. Pero incluso así es mejor saber. Es algo que también deberíamos haber aprendido en estos años centrales de nuestra vida.

Coda: esta década ha supuesto otra vuelta de tuerca al sectarismo. Podemos hacerlo mejor.

Dentro de no mucho, hablaremos de esta década que termina como los años diez. No sabemos aún cómo la recordarán los historiadores, o nosotros mismos, cuando pensemos en ella desde la vejez. Una posibilidad será que la veamos como la del regreso de la polarización política, las discusiones faltonas, los líderes populistas y la intolerancia recíproca. Seguramente todo es verdad, seguramente nada es del todo nuevo. Sería estupendo que, al menos, hubiéramos aprendido algo: que todo es mucho más ineficiente, tedioso, improductivo, sucio, estúpido y carente de elegancia cuando vivimos con odio. Felices años veinte.


                                                             RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ   Vía EL MUNDO

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