Pedro Sánchez y Oriol Junqueras se estrechaban la mano en el Congreso el pasado mes de mayo.
EFE
La sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) sobre la inmunidad de Oriol Junqueras
ha provocado una auténtica conmoción en no pocos españoles dados a ese
primario tremendismo de siglos que arrastramos y que parece no tener
cura a pesar de la modernidad que exhibe nuestra sociedad y el progreso
del que hoy puede presumir. Los españoles, es verdad, somos muy dados al
exceso, y los primeros, los catalanes, los más españoles de entre los
españoles, de modo que el españolismo más castizo, catalán y mesetario,
ha sacado a relucir lo mejor de su florida imaginería verbal para
calificar de “gran victoria” lo ocurrido, los primeros, y de “enorme
ofensa”, los segundos, añadiendo que se trata de “una humillación más” y
de “una falta de respeto” de la UE hacia nuestro país. Hay incluso
quien ha llegado a decir que “se ha convertido en el mayor enemigo de la
unidad de España” y, en consecuencia, nos anima a protagonizar una
reedición cañí del británico Brexit, como si ahora mismo no tuviéramos nada mejor en qué ocuparnos.
Y
aunque es muy cierto que colectivamente hemos vivido días mejores que
el del pasado jueves, la resolución del TJUE, con jueces españoles en su
seno, es una más de las muchas que anualmente factura respecto a los
distintos países de la Unión. Ocurre que esta vez no nos ha dado la
razón, y eso molesta un poco. Pero el lance no altera la situación penal
de Junqueras ni, lo que es más importante, las coordenadas del problema
que el separatismo catalán tiene planteado a la España constitucional.
Cierto que proporciona una alegría momentánea al Movimiento Lazi
que, como rocío de las eras, desaparecerá en cuanto, tras la euforia de
estos días, aterricen en la cruda realidad de un Oriol condenado por
sentencia firme y un Puigdemont que en
buena lógica, y en el caso de acabe recogiendo su acta de eurodiputado,
terminará con sus huesos en una cárcel española tan pronto como la
Justicia remita al Parlamento Europeo el suplicatorio para su
extradición, sin que esta vez quepa tío (belga) páseme el río.
Convendría, pues, analizar lo acontecido con una cierta distancia (la que magistralmente desplegaba aquí el viernes Guadalupe Sánchez), sin dejarse arrastrar por esas emociones tan del gusto separata.
Otra
cosa es que la sentencia de marras permita algunas reflexiones que
tienen que ver, entre otras cosas, con el funcionamiento de nuestras
instituciones, tal que la Justicia, con un Tribunal Supremo
(TS) que no pasa por su mejor momento. La racha de decisiones insólitas
salidas del magín de sus señorías, en sentencias que rozan lo
histriónico (como ejemplo, la reciente relacionada con la cesta de Navidad de las empresas) sería suficiente para avergonzar a cualquier profesional del Derecho entrado en sazón. ¿Qué necesidad tenía el juez Marchena
de hacer la consulta de marras sobre la inmunidad de Junqueras? Basta
con conocer la legislación comunitaria al respecto y desde luego leer la
sentencia (breve y concisa, apta para todos los públicos) para concluir
que el tribunal no podía dar otra respuesta distinta a la que ha dado,
algo que por fuerza tenía que sospechar el señor Marchena. Otro tanto cabe decir del
cúmulo de circunstancias que nos ha llevado hasta aquí. Si Puigdemont es
europarlamentario se debe a la decisión de unos jueces, los del
sedicente TS (Sección Cuarta de la Sala de lo
Contencioso-Administrativo), y del propio Constitucional que, cuando la
JEC había revocado su candidatura, le permitieron concurrir a las
europeas pese a su condición de prófugo de la Justicia y a no tener
residencia legal en España. Y otro tanto cabe decir de Junqueras. Pues
bien, el TS aceptó esas candidaturas y el TC se negó a admitir los
recursos de amparo presentados por PP y Cs.
Con un tipo al frente del Gobierno que ha convertido en sus socios a los enemigos de la Constitución, España está indefensa
La situación no es ahora más grave que la de hace una
semana o hace un mes, o incluso que la de hace un año o hace cinco. Es
la misma de siempre: el mortal desafío que el nacionalismo catalán tiene
planteado a más de la mitad de los catalanes y al resto de la España
constitucional, un jaque mate consistente en lograr la independencia
para ese cuarenta y tantos por ciento de nacionalistas, un envite que
significa la muerte no ya del régimen del 78 y de la España
constitucional, que va de suyo, sino la inevitable balcanización de uno
de los Estados más antiguos de Europa con todo lo que significa en
términos de pérdida de libertad y prosperidad, y ello tras un rosario de
conflictos en cadena que irían mucho más allá de la independencia de
Cataluña y que costarían, fácil es colegirlo, sangre, sudor y lágrimas.
Ese partido, que ya es viejo pero que adquirió nuevos bríos a partir del
verano de 2012, lo ha perdido el Gobierno de la nación por
incomparecencia. No le plantó cara el traidor de Mariano Rajoy, a pesar de la mayoría absoluta de que dispuso, y mucho menos lo va a hacer este aventurero infatuado llamado Pedro Sánchez.
Con un tipo al frente del Gobierno que ha convertido en sus socios a
los enemigos de la Constitución, la unidad y la igualdad entre
españoles, España está indefensa, incapaz de dar respuesta al golpe de
un nacionalismo básicamente reaccionario, como todos los nacionalismos.
Un país prisionero de un paisano
Y
este es el verdadero problema, el de siempre, no la momentánea
llamarada lanzada desde Luxemburgo por una sentencia de la que no
quedará rastro en unos días. Como ha señalado ya alguna gente, resulta
inevitable constatar la inevitable perplejidad que, en instancias de la
UE o en la propia opinión pública comunitaria, sentirán cuando les digan
que el separatismo catalán es gente dispuesta a hacer añicos la
democracia española pasándose la ley por el forro de sus caprichos, y al
mismo tiempo escuchen que esos señores tan malos son los socios que el
presidente en funciones, el tal Sánchez, persigue cual perro a perra en
celo para convertirlos en sus socios de Gobierno. Un mismo país les
persigue y al tiempo les corteja, ¿cómo entender esa contradicción más
allá de los Pirineos? Es la anomalía española, encarnada en un
aventurero de la apolítica que se ha apoderado de uno de los dos grandes
partidos de la Transición y lo usa en beneficio propio sin que ni
instituciones, ni sociedad civil, ni españoles de a pie puedan nada
contra él. Un país prisionero de un paisano. Lo nunca visto desde la
muerte del general Franco.
Lo
que queda de aquel PSOE que gobernó España con visión de Estado, asiste
atónito al espectáculo de un político presto a entregarse al populismo
neocomunista de Podemos y al separatismo de ERC y adláteres. Quienes han
combatido, incluso con la vida, a los nacionalismos radicales no
comprenden nada de lo que está pasando. Es verdad que aquel viejo
partido que, con sus errores, tenía a España en el centro de su
estrategia, ha desaparecido. Los herederos de González y Guerra, pero también de Rubalcaba, Jáuregui y López,
apenas levantan la voz, acorralados. Conscientes de que Sánchez no
ahorra cuchillo cuando descubre un infiel, esperan agazapados a que el
líder supremo se rompa la crisma para, llegado el caso, dar un paso al
frente y tratar de destronarlo. Es la posición de los Page, Vara y, en menor medida, Lambán, mientras la vieja militancia se despacha a gusto en grupos de wasap
en los que es más difícil entrar que en el Concierto de Año Nuevo de
Viena. Entregar la gobernabilidad de España a quien quiere romperla
parece más un crimen que una imprudencia. Pero, ¿para qué sirven unos
políticos valientes en privado y en público acogotados?
El sanchismo se ha constituido en un peligro cierto para la democracia y la convivencia, hasta el punto de que la derrota del constitucionalismo no la dictará el TJUE, sino un tal Sánchez
Agazapado también está el PP. Escondido, viendo la balsa
de piedra deslizarse a la deriva, ante la perplejidad de buena parte de
su electorado. Pablo Casado ha perdido este
fin de semana la que seguramente era su última oportunidad para
abandonar el “síndrome Rivera” y ofrecer a PS la posibilidad de un
Gobierno en solitario, incluso con apoyo presupuestario, y naturalmente
con condiciones. Inés Arrimadas lleva semanas promocionando
valientemente la “Vía del 221”, una solución idéntica en esencia, y lo
hace consciente de que el amo del PSOE jamás aceptará una oferta de este
tipo porque él ya ha elegido, él está con quienes quieren acabar con el
régimen, y porque el PSC no se lo consentiría y aquí manda Iceta, de modo que antes convocaría terceras, cuartas o quintas elecciones (“Sánchez amenazó a Arrimadas con terceras elecciones si Cs no se abstiene”, contaba el viernes Gabriel Sanz)
hasta que los españoles aprendan a votar lo que a él le conviene.
¿Significa esa negativa que el PP haya de cruzarse de brazos esperando
ver desfilar el cadáver de su enemigo, para entonces heredar las ruinas
de un convento del que, por cierto, tal vez no queden ni los restos
dentro de cuatro años? Tanto el PP como Vox están obligados a mover
ficha (“Casado y Abascal son dos derechas de suma cero”, escribía ayer aquí José Alejandro Vara)
y ofrecer alternativas. Aunque se las lleve el viento. Se trata de
ponerle, una vez más, en evidencia, y demostrar que los partidos sirven
para algo más que para desempeñarse como oficina de colocación de
amigos.
Gobierno antes de Reyes
Apenas
48 horas después de que la sentencia del tribunal luxemburgués pusiera
en peligro la investidura, en opinión de no pocos expertos, y a riesgo
de perder las elecciones catalanas a manos de Puigdemont, los
nacionalsocialistas de ERC mostraron ayer su disposición a hacer
presidente a Sánchez, regalo de reyes anticipado para un enfermo de
poder, antes del 5 de enero, ello a expensas de unos “gestos” cuya
literalidad desconocemos pero que podemos adivinar. Sánchez cederá lo
que sea menester con tal de que su Begoña pueda oficiar de primera dama
en Moncloa los próximos años. Como los saltadores de alturas, Pedro es
nuestro campeón olímpico dispuesto a rebasar cualquier listón por alto
que se lo pongan. Junqueras lo ha vuelto a reiterar para que nadie tenga
duda: la independencia es irreversible y el referéndum inevitable. “Nos
hemos ganado el derecho a volver a intentarlo”, mientras Carmen Calvo le ofrece “diálogo dentro del marco democrático” sin mentar la Constitución, y Celaá hace suyo el lenguaje del golpismo, mientras Lastra y Simancas blanquean finamente el edificio bilduetarra. ¿Corolario? El sanchismo
se ha constituido en un peligro cierto para la democracia y la
convivencia, hasta el punto de que la derrota del constitucionalismo no
la dictará el TJUE, sino un tal Sánchez. No vendrá de Luxemburgo, sino
de Madrid.
Un secreto a voces: los mayores enemigos de
la democracia española están en el corazón de las instituciones. La
impericia, la estulticia o la simple traición se sientan al frente de
nuestras instituciones junto a silentes y abnegados cumplidores de su
deber. En el Supremo, por ejemplo. En el alto tribunal hay magistrados
nombrados por partidos que abiertamente desafían la Constitución y
quieren acabar con ella, y que en buena lógica siguen al dictado de
quien los nombra. Los jueces en los tribunales y el eterno presidente en
funciones en La Moncloa. Este es un Estado que ha renunciado a
defenderse, que parece dispuesto a entregarse sin lucha. Desde los
tiempos de Jordi Pujol, la Generalitat se
halla en abierta rebeldía contra el orden constitucional, en manos de
una gente que aprovecha los resquicios legales que el garantismo del
sistema ofrece para destruir el sistema desde dentro, el famoso
“entrismo” leninista, sin que nadie haga algo para impedir la
utilización torticera de la Ley para acabar con la Ley. Por este camino,
pronto terminaremos por cavar la fosa de este régimen con el que, para
ser sinceros, no nos ha ido nada mal. Cuando los países se empeñan en
suicidarse víctimas del veneno del conformismo, efectivamente terminan
consiguiéndolo. La historia está plagada de ejemplos. Al frente del
Gobierno tenemos a un enemigo de los valores constitucionales, un tipo
enfeudado con el nacionalismo separatista, mientras en Zarzuela resiste
el que aparentemente es último resorte de la España constitucional,
callado cual muerto, ¿asustado?, desde su famoso discurso del 3 de
octubre de 2017. ¿Dirá algo el martes capaz de elevar la quebrantada
moral de buena parte de la ciudadanía?
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario