El líder popular desprecia la propuesta de Ciudadanos y el compromiso patriótico porque prefiere garantizarse el liderazgo de la oposición
El presidente del PP, Pablo Casado. (EFE)
La reunión que van a mantener esta mañana Pablo Casado y Pedro Sánchez en el Congreso tiene garantizado el consenso. El presidente del Gobierno no quiere el apoyo del líder popular. Y el líder popular no quiere ofrecérselo. No cabe mayor ejercicio de lógica bipartidista, ni mayor prueba de temeridad institucional o de patriotismo taimado.
La responsabilidad de Sánchez es mayor porque le ha puesto a Casado un campo de minas —la vicepresidencia de Iglesias, la bendición carcelaria de Junqueras, la interlocución de Bildu—, pero al propio Casado le conviene exagerar la hostilidad del territorio. Y despreciar la mediación de Ciudadanos en la propuesta de un pacto constitucionalista. No porque prevalezca el interés nacional, sino porque el timonel de Génova antepone la estrategia que aparentemente más les convienen al PP y a él mismo.
Pablo Casado desea el Gobierno Frankenstein. Cualquier acercamiento a Pedro Sánchez se lo puede restregar la bancada de Vox y proporcionar a Abascal el liderazgo provisional de la oposición. Es más, la hipótesis de una legislatura accidentada, tumultuaria, efímera, predispondría el crecimiento político y electoral de los populares. Casado necesita al monstruo del que abomina. Y va a cultivar su alumbramiento con el mismo ímpetu que Rivera demostró para favorecer y desear la creación de 'la banda'.
Frankenstein es el perfecto antagonista. O lo sería si no fuera porque la irrupción de la aberrante criatura implica un deterioro de la convivencia política, territorial y constitucional. La culpa es del doctor Sánchez, porque él mismo ha excluido de la trama a los partidos moderados, pero a Casado se le puede y se le debe reprobar la indolencia con que está aceptando la amenaza que supone el hábitat populista-soberanista.
Llama la atención en este mismo sentido el paralelismo que puede establecerse con la ceguera que comprometió la estrategia de Albert Rivera antes de precipitarse los comicios del 10-N. El 'difunto' líder naranja deseaba que gobernara el eje del mal, el lumpen, para recrearse en el papel de gran antagonista y subordinar el protagonismo de Casado.
Es verdad que Sánchez no concedió el menor esfuerzo a la exploración de un pacto con Cs, pero Rivera tampoco lo quería ni intervino con convicción para buscarlo, de tal forma que la repetición electoral le hizo responsable de la ingobernabilidad y abandonó su partido a la indigencia.
Rivera sacrificó el bien patriótico —una legislatura sin Iglesias ni Junqueras— al interés particular. Incurrió en la misma irresponsabilidad que ahora demuestra Casado desdeñando la propuesta de Inés Arrimadas.
La nueva lideresa de Cs sucede a Rivera sin apenas músculo parlamentario, pero su proposición es la más conveniente al interés general. Se trata de apoyar un Gobierno en minoría de Sánchez. Ni siquiera es necesario el adulterio de la concentración. El PSOE se avendría a la vigilancia de los partidos constitucionalistas y al consenso de los grandes acuerdos de Estado. Empezando por el delirio soberanista de Cataluña. Y previniendo los peligros que supone el chantaje de Iglesias y de Junqueras.
No va a ocurrir. Casado padece el síndrome de Rivera. Interpreta que las fechorías de Frankenstein lo acercan a la Moncloa. Y se relame con su papel de gran opositor, consciente de la rivalidad de Santiago Abascal.
Un verdadero patriota se inmolaría incluso en beneficio del interés nacional, pero Casado ha decidido liberar a Frankenstein de sus cadenas. Se ha convertido en el encantador de la serpiente. Así lo demuestra la simplificación de los argumentos que alientan la estrategia del PP.
El primero consiste en reprocharle a Cs que proponga ahora lo que no quiso hacer antes del 10-N. ¿No es de agradecer el cambio de postura de Arrimadas? ¿Qué pretexto infantil o justiciero puede utilizarse para anteponer el atracón de la sopa de letras —PSOE-UP-ERC-PNV— a los errores pretéritos de Cs? ¿Es o no es la de Ciudadanos una oferta sensata y conveniente, independientemente de que Sánchez decida despreciarla?
El segundo argumento radica en que "Sánchez no es de fiar". Ya lo ha demostrado el líder socialista en sus crisis de amnesia, pero el diagnóstico todavía hace más necesario el pacto constitucionalista. Si no es de fiar vigilado, imaginemos cómo puede serlo en manos de Iglesias y Junqueras.
El tercer argumento parece el más elemental. Sánchez no quiere el acuerdo. Se abrazó a Iglesias como un náufrago, blindó el ardid con la militancia y ha transigido con el soborno político de ERC. Los márgenes de rectificación se antojan improbables y milimétricos, pero Casado, orgulloso de su inactividad y de su resignación, ha decidido poner en peligro la Constitución que tanto ama para luego acudir a salvarla de las llamas.
RUBÉN AMÓN Vía EL CONFIDENCIAL
La responsabilidad de Sánchez es mayor porque le ha puesto a Casado un campo de minas —la vicepresidencia de Iglesias, la bendición carcelaria de Junqueras, la interlocución de Bildu—, pero al propio Casado le conviene exagerar la hostilidad del territorio. Y despreciar la mediación de Ciudadanos en la propuesta de un pacto constitucionalista. No porque prevalezca el interés nacional, sino porque el timonel de Génova antepone la estrategia que aparentemente más les convienen al PP y a él mismo.
Pablo Casado desea el Gobierno Frankenstein. Cualquier acercamiento a Pedro Sánchez se lo puede restregar la bancada de Vox y proporcionar a Abascal el liderazgo provisional de la oposición. Es más, la hipótesis de una legislatura accidentada, tumultuaria, efímera, predispondría el crecimiento político y electoral de los populares. Casado necesita al monstruo del que abomina. Y va a cultivar su alumbramiento con el mismo ímpetu que Rivera demostró para favorecer y desear la creación de 'la banda'.
Cualquier acercamiento a Pedro
Sánchez se lo puede restregar la bancada de Vox y proporcionar a Abascal
el liderazgo provisional de la oposición
Frankenstein es el perfecto antagonista. O lo sería si no fuera porque la irrupción de la aberrante criatura implica un deterioro de la convivencia política, territorial y constitucional. La culpa es del doctor Sánchez, porque él mismo ha excluido de la trama a los partidos moderados, pero a Casado se le puede y se le debe reprobar la indolencia con que está aceptando la amenaza que supone el hábitat populista-soberanista.
Llama la atención en este mismo sentido el paralelismo que puede establecerse con la ceguera que comprometió la estrategia de Albert Rivera antes de precipitarse los comicios del 10-N. El 'difunto' líder naranja deseaba que gobernara el eje del mal, el lumpen, para recrearse en el papel de gran antagonista y subordinar el protagonismo de Casado.
Es verdad que Sánchez no concedió el menor esfuerzo a la exploración de un pacto con Cs, pero Rivera tampoco lo quería ni intervino con convicción para buscarlo, de tal forma que la repetición electoral le hizo responsable de la ingobernabilidad y abandonó su partido a la indigencia.
Rivera sacrificó el bien patriótico —una legislatura sin Iglesias ni Junqueras— al interés particular. Incurrió en la misma irresponsabilidad que ahora demuestra Casado desdeñando la propuesta de Inés Arrimadas.
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La nueva lideresa de Cs sucede a Rivera sin apenas músculo parlamentario, pero su proposición es la más conveniente al interés general. Se trata de apoyar un Gobierno en minoría de Sánchez. Ni siquiera es necesario el adulterio de la concentración. El PSOE se avendría a la vigilancia de los partidos constitucionalistas y al consenso de los grandes acuerdos de Estado. Empezando por el delirio soberanista de Cataluña. Y previniendo los peligros que supone el chantaje de Iglesias y de Junqueras.
No va a ocurrir. Casado padece el síndrome de Rivera. Interpreta que las fechorías de Frankenstein lo acercan a la Moncloa. Y se relame con su papel de gran opositor, consciente de la rivalidad de Santiago Abascal.
La
nueva lideresa de Cs sucede a Rivera sin apenas músculo parlamentario,
pero su proposición es la más conveniente al interés general
Un verdadero patriota se inmolaría incluso en beneficio del interés nacional, pero Casado ha decidido liberar a Frankenstein de sus cadenas. Se ha convertido en el encantador de la serpiente. Así lo demuestra la simplificación de los argumentos que alientan la estrategia del PP.
El primero consiste en reprocharle a Cs que proponga ahora lo que no quiso hacer antes del 10-N. ¿No es de agradecer el cambio de postura de Arrimadas? ¿Qué pretexto infantil o justiciero puede utilizarse para anteponer el atracón de la sopa de letras —PSOE-UP-ERC-PNV— a los errores pretéritos de Cs? ¿Es o no es la de Ciudadanos una oferta sensata y conveniente, independientemente de que Sánchez decida despreciarla?
El segundo argumento radica en que "Sánchez no es de fiar". Ya lo ha demostrado el líder socialista en sus crisis de amnesia, pero el diagnóstico todavía hace más necesario el pacto constitucionalista. Si no es de fiar vigilado, imaginemos cómo puede serlo en manos de Iglesias y Junqueras.
¿Qué
pretexto infantil o justiciero puede utilizarse para anteponer el
atracón de la sopa de letras —PSOE-UP-ERC-PNV— a los errores pretéritos
de Cs?
El tercer argumento parece el más elemental. Sánchez no quiere el acuerdo. Se abrazó a Iglesias como un náufrago, blindó el ardid con la militancia y ha transigido con el soborno político de ERC. Los márgenes de rectificación se antojan improbables y milimétricos, pero Casado, orgulloso de su inactividad y de su resignación, ha decidido poner en peligro la Constitución que tanto ama para luego acudir a salvarla de las llamas.
RUBÉN AMÓN Vía EL CONFIDENCIAL
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