Pedro Sánchez y Quim Torra en Pedralbes.
EFE
Siete días después de que el jueves 20 de diciembre de 2018 Pedro Sánchez y cuatro de sus ministros se reunieran en el Palacio de Pedralbes con el president de la Generalitat, Quim Torra, y otros tantos de sus consellers,
en aquella “cumbre bilateral entre los gobiernos de España y Cataluña”
exigida por el independentismo, el líder socialista compareció ante los
medios para hacer balance de sus primeros meses de Gobierno con un
discurso marca de la casa que al desparpajo unió la retórica hinchada
habitual: “Este Gobierno ha hecho más en siete meses por la regeneración
de la democracia, la modernización de la economía y el presupuesto
social que el anterior en siete años”. Sánchez aceptó la humillación de
aquella “cumbre” porque necesitaba el voto afirmativo de PDeCAT y ERC a
los PGE (“que son muy buenos para Cataluña” decía la doña de Cabra, Carmen Calvo)
para 2019, asunto del que dependía su continuidad en Moncloa. Al final,
el separatismo le dio con la puerta en las narices, dijo no a los
Presupuestos, y le obligó a comparecer el viernes 15 de febrero del año
en curso para anunciar la disolución de las Cortes y la convocatoria de
elecciones generales para el 28 de abril. Sánchez “no ha querido
traspasar la línea roja de la autodeterminación” que le exigían los indepes, escribía entonces Lo País.
Un
año después de la cita a ciegas en Pedralbes, el eterno presidente en
funciones se ha negado a comparecer ante los medios para hacer balance
de estos 12 meses en el limbo de la vacuidad más absoluta. Ahora como
entonces, Sánchez sigue necesitando, con más desesperación si cabe, el
favor de los independentistas de ERC para poder ser investido, por fin,
presidente del Gobierno. Sigue anclado al cepo del separatismo, y con él
todo un país de la dimensión de España. Si en diciembre de 2018 pasó
por la afrenta de la foto con Torra en Pedralbes, ahora los
nacionalsocialistas de ERC han elevado la apuesta y le exigen como
primera providencia la libertad de su líder, un señor que ha sido
condenado a 13 años de prisión en sentencia firme del Supremo por los
delitos de sedición y malversación. La diferencia es que si hace un año
no quiso vulnerar “la línea roja de la autodeterminación”, ahora parece
dispuesto a bajarse los calzones hasta los zancajos para que Junqueras
le aplique el correctivo que tenga a bien. Pedro perdió 800.000 votos y 3
diputados (120 en total) el 10 de noviembre, cuando pensaba llegar a
los 150, y es el único líder que bajo ninguna circunstancia podría
permitirse acudir a nuevas generales la próxima primavera. Ese es el
problema. La línea que separa el éxito del fracaso es tan delgada en su
caso, su debilidad es tal, que está dispuesto a pagar el precio que sea
menester con tal de que los enemigos de España le hagan presidente del
Gobierno de España.
Sánchez negocia su investidura con un grado de opacidad inimaginable en un sistema democrático. Ni una explicación. ¿Qué es lo que en realidad está pactando? ¿Hasta dónde está dispuesto a arrastrarse?
Ahora, el falsario pretende poner la Abogacía del Estado a su servicio para que se pronuncie sobre la libertad de Oriol Junqueras, un imposible jurídico en tanto en cuanto acceder a la pretensión de ERC significaría anular el juicio al procés y la correspondiente sentencia (como aquí explicaba el viernes Tono Calleja)
del Supremo, es decir, equivaldría a hacer añicos toda nuestra
arquitectura legal. El pájaro está sometiendo a las instituciones a tal
estrés que las vigas maestras del edificio constitucional podrían saltar
por los aires como las cuadernas de un buque sometido a las tensiones
de un gran temporal en alta mar. La Justicia, por ejemplo, convertida en
felpudo de un político sin escrúpulos necesitado de satisfacer las
exigencias de sus socios. La economía también, con la subida de las
pensiones, la del sueldo de los funcionarios y la revisión al alza del
SMI, para pagar el precio del apoyo de los neocomunistas de Podemos,
ello cuando acabamos de enterarnos de que el déficit acumulado por el
sistema de pensiones entre 2011 y 2018 es ya de 101.000 millones, según
un informe del BBVA Research hecho público esta semana. Destruye las
instituciones, arruina la economía y se fuma un puro.
España duerme, duermen los españoles
Nada
de lo ocurrido en 2019 es comparable a lo que podamos esperar en 2020 y
sucesivos si el tipo consiguiera ser investido presidente con los
apoyos conocidos. Sánchez negocia su investidura con un grado de
opacidad inimaginable en un sistema democrático. Ni una explicación.
¿Qué es lo que en realidad está pactando? ¿Hasta dónde está dispuesto a
arrastrarse? Los medios se mueven con un candil en mitad de la noche,
tratando de interpretar los signos externos que como señales de humo
envían desde Moncloa los edecanes de este “sofista garrulo”, que diría Menéndez Pelayo,
dispuesto a la “espantosa liquidación” de nuestro pasado reciente.
Mientras, el país calla. Y celebra la Navidad aparentemente ajeno a los
riesgos que entraña la aventura personal del sabueso. Como escribía Gabriel Albiac en un memorable artículo reciente en 'ABC': “España
duerme. Duermen los españoles. Lo verdaderamente trágico es que les
importa un pito lo que pase con la nación: su extinción incluso. Los
españoles odian, tal vez, a los Puigdemont,
a los Junqueras, sencillamente porque han alterado la paz de su
sacrosanta siesta. Pero se han hecho a seguir durmiendo en medio del
alboroto. Puede que eso cifre la popular sabiduría: morir durmiendo. Una
muerte placentera, pero muerte”.
Convertido en el último baluarte del régimen del 78, Felipe VI es el objetivo a batir por populistas y separatistas durante 2020
Y nadie sabe qué hacen “las derechas”, a qué esperan para
intentar al menos quebrar este guion infame, ensimismadas en la idea de
heredar los jirones de un país sobre el que, cuando llegue, que nunca
será pronto si es que llega, resultará muy difícil volver a construir un
espacio de convivencia y progreso como el que hemos conocido los
últimos 40 años. Ya es casi una obviedad decir que caminamos a toda
velocidad hacia un cambio de régimen. El PSOE y sus socios (¡qué razón
tenía Albert Rivera cuando hablaba de
Sánchez y su “banda”!) ya han dejado de hablar de alcanzar acuerdos con
ERC “dentro de la Constitución” para referenciarlos dentro de un
genérico “marco normativo” (sic). Convertido en el último baluarte del
régimen del 78, Felipe VI es el objetivo a
batir por populistas y separatistas durante 2020. De lo inevitable
podría salvarnos la demostrada capacidad del “Movimiento Lazi” para
darse patadas en el culo y hacer añicos la mejor oportunidad que los
siglos le depararon en la persona de Sánchez Castejón.
La Junta Electoral Central tiene previsto reunirse este viernes, 3 de
enero, para tratar la petición formulada por PP y Cs de inhabilitar como
eurodiputado a Junqueras y desalojar como presidente de la Generalitat a
Torra, igualmente inhabilitado por
sentencia reciente del TSJC. Momento en el que, quien maneja las riendas
desde Waterloo, podría ordenar la disolución del Parlament para ir a elecciones catalanas ante el riesgo de que la Generalitat quedara en manos del actual vicepresidente, Pere Aragonès, de ERC para más señas, algo que arruinaría casi definitivamente la investidura de Sánchez.
Sánchez vuelve a Pedralbes
Equilibrista
en el alambre, el personaje vuelve a Pedralbes y, lo que es peor, a su
declaración final, dispuesto a asumir todos y cada uno de sus puntos si
un milagro no lo remedia. Ya se han tragado sin pestañear lo del
“conflicto político” entre España y Cataluña, y hablan con desparpajo de
esa “mesa de partidos” cuya formación, en el fondo, equivaldría a
cortocircuitar la prevalencia del Parlamento como instancia en la que
los representantes de la soberanía popular acuerdan las leyes por las
que nos regimos todos. En el horizonte cercano, los famosos 21 puntos
que Torra, por mandato de su jefe, entregó al líder socialista en la
citada “cumbre”. Entre ellos, la exigencia de “reconocer y hacer
efectivo el derecho de autodeterminación”, la necesidad de “una
mediación internacional que facilite una negociación en igualdad”, y el
compromiso de que “la soberanía de las instituciones catalanas no puede
verse amenazada con la aplicación del artículo 155”. Lo cual equivaldría
a reconocer, de facto, la inoperancia en Cataluña del ordenamiento
jurídico vigente en el resto de España. De ahí a la independencia, un
paso.
Difícil ser optimista cara a 2020. Con el viejo PSOE recluido, el tipo que se ha hecho con las riendas del socialismo está dispuesto a aceptar la ruptura de España antes que renunciar al poder
El 30 de diciembre de 2018 calificamos aquí
el 2019 como “un año trascendental, en el que debería producirse el
desenlace del nudo gordiano en el que se debate España: el de la
destrucción del Estado que ampara la Constitución y la consiguiente
balcanización a la que aspiran Sánchez y sus compañeros de viaje
populistas y separatistas, o el rearme de la España democrática que
consagra esa misma Constitución, junto a la voluntad decidida de abordar
la solución del problema catalán mediante la aplicación de la Ley y
solo la Ley, con la intervención de la Generalitat durante el tiempo que
sea menester”. El año que acaba no solo ha sido baldío a los efectos
enunciados, sino que la situación ha empeorado de forma dramática.
Difícil ser optimista cara a 2020. Con el viejo PSOE recluido en las
catacumbas, el tipo que se ha hecho con las riendas del socialismo
español está dispuesto a aceptar la ruptura de España antes que
renunciar al poder. Y aceptar esa ruptura significa acabar con la
Constitución del 78, que es la norma que nos ha permitido vivir en paz
desde la muerte de Franco a esta parte. Significa, en definitiva, acabar
con la democracia. Que los Dioses les sean propicios durante 2020.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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