Josep Miró i Ardèvol
2. En este sentido la Iglesia no tiene que ver con los asuntos civiles que son los propios de la sociedad secular (Jn 16,16). De ahí que la finalidad de la Iglesia no es sustituir al César, sino hacerlo cristiano, en la medida de lo posible y lo mejor posible, porque forma parte de su tarea de promover el reino de Dios dentro de cada uno de nosotros. Debe forjar a la persona, transformarla, elevarla, purificarla, y convertirla en un cristiano que vive en cristiano y actúa como tal. La Iglesia lo acompaña en medio de la acción.
3. Debe también atender a la dimensión colectiva de Reino, el correlato del obrar como Pueblo de Dios. En esta atención e intervención de la Iglesia como tal, y en el marco apuntado de la diferencia de fines, la Iglesia debe intervenir en la vida pública, incluida la específicamente política, siempre que lo considere necesario para el fin último y sobrenatural del ser humano. Si la Iglesia pierde o confunde esta perspectiva no realiza su misión. Y la puede perder en los dos extremos de la cuestión: confundiendo su papel convirtiéndose en un sujeto que atienden a fines solo mundanos, o bien que calla y obvia su palabra, necesaria porque lo que acaece afecta al fin último del ser humano. En la medida en que la sociedad mundana y sus poderes están más y más lejos de Dios, llegando incluso a la apostasía, más necesaria es la presencia pública de la Iglesia, y más fácil resulta que, por temor o conveniencia humana, ceje en su misión.
4. Y un último apunte. Por su dimensión transhistórica, la Iglesia trasciende a las condiciones culturales de cada momento. Esto no justifica la fosilización, y su propia historia muestra su capacidad de renovarse en sí misma, siendo la referencia la palabra de Dios vivida en la Iglesia. También significa que la desemejanza con la cultura del “mundo”, en realidad la cultura de una de sus partes, no puede ser un argumento válido para razonar los cambios, porque es el mundo el que debe ser examinado a la luz del evangelio de Jesucristo, comprendido desde la Tradición y la enseñanza de la Iglesia.
Cristianos
2. La fe no puede quedar reducida a un espacio segregado del conjunto de la vida humana y de sus relaciones sociales, incluidas las relaciones de producción. Esto es una obviedad.
3. El cristiano actúa en la sociedad de acuerdo con su fe y bajo su
propio riesgo en la tarea de construir un modelo socialcristiano, la cristiandad
de nuestro tiempo. La cristiandad no surge ni está ligada a la Iglesia,
sino que es el resultado de los cristianos vinculados a ella.
4. Esta acción del cristiano en la sociedad es individual, pero a la vez debe ser necesariamente colectiva. Quizás en otros tiempos esta exigencia de comunidad en la acción no era tan imperativa, pero la acción pública, política, del cristiano individualmente, sumergido en una sociedad alejada de Dios, cuando no apostata, está condenada al fracaso, porque solo la vida de la comunidad puede protegerlo, y convertir los esfuerzos aislados en grandes corrientes sociales. La forma que adopte esta comunidad es circunstancial.
5. La tarea pública confiere al cristiano una gran tensión que solo puede equilibrarse con la fe vivida intensamente, que comporta oración y meditación, formación y reflexión junto a otros cristianos compañeros de la experiencia, y con sentido de pertenencia a la Iglesia. La Eucaristía, como gran comunión, es el lugar por excelencia de la vida política.
6. La tensión cristiana actúa en un doble plano: (1) el del cristiano hacia sí mismo y, también, (2) el cristianismo como gran tensor de la sociedad; como horizonte de sentido de la plenitud de lo humano. En la Ciudad de los Hombres ha sido esta tensión la que hizo posible la reconciliación y reconstrucción europea, y los “treinta gloriosos años”, que con todos sus defectos y pecados han construido un momento cenital de la humanidad, porque muestra como después de la gran devastación humana y material que asoló Europa, se pudo reconstruir la fraternidad entre los europeos y dotarlos de una mejora material extraordinaria. Que esa materialidad se desviara de su misión y surgiera la sociedad desvinculada, ni afecta a aquel resultado, ni surge de él, porque su matriz es el inicio de las grandes rupturas que se difunden a partir del “mayo 68”. Como explica Péguy, no podemos confundir una sociedad cristiana pecadora con una sociedad incristiana. Quien peca puede redimirse, quien rechaza el propio sentido del pecado se condena a hundirse en él.
7. Los cristianos no podemos pretender que actuando y razonando como los demás podemos resolver los graves problemas y crisis que se acumulan, y que ellos no resuelven.
8. La afirmación cristiana no puede confundirse con la pulsión del rechazo permanente, la instalación en la crítica a todo, y la imposibilidad de colaborar con todos las personas y grupos, en función de cada caso concreto, y su relación con el conjunto de los fines. Como escribe Romano Guardini en El Señor tratando sobre el Sermón de la Montaña: “Son contrarios a lo que expresa Jesús no solo los que se escandalizan o lo niegan, sino también los mediocres que encubren su debilidad subrayando sus exigencias, los mezquinos beatos, que con su pretexto desprecian los valores del mundo. El único que lo interpreta rectamente es quien conserva serenamente las ideas que se ha formado acerca de cuanto es grande en el mundo, pero que comprende al tiempo, que todo ello es pequeño, impuro, decadente, ante lo que viene del cielo”. La actitud de los cristianos en la vida publica es la de agruparse para la participación, la iniciativa y la propuesta, lo que significa la disponibilidad de proposiciones concretas.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL
Publicado en Forum Libertas.
4. Esta acción del cristiano en la sociedad es individual, pero a la vez debe ser necesariamente colectiva. Quizás en otros tiempos esta exigencia de comunidad en la acción no era tan imperativa, pero la acción pública, política, del cristiano individualmente, sumergido en una sociedad alejada de Dios, cuando no apostata, está condenada al fracaso, porque solo la vida de la comunidad puede protegerlo, y convertir los esfuerzos aislados en grandes corrientes sociales. La forma que adopte esta comunidad es circunstancial.
5. La tarea pública confiere al cristiano una gran tensión que solo puede equilibrarse con la fe vivida intensamente, que comporta oración y meditación, formación y reflexión junto a otros cristianos compañeros de la experiencia, y con sentido de pertenencia a la Iglesia. La Eucaristía, como gran comunión, es el lugar por excelencia de la vida política.
6. La tensión cristiana actúa en un doble plano: (1) el del cristiano hacia sí mismo y, también, (2) el cristianismo como gran tensor de la sociedad; como horizonte de sentido de la plenitud de lo humano. En la Ciudad de los Hombres ha sido esta tensión la que hizo posible la reconciliación y reconstrucción europea, y los “treinta gloriosos años”, que con todos sus defectos y pecados han construido un momento cenital de la humanidad, porque muestra como después de la gran devastación humana y material que asoló Europa, se pudo reconstruir la fraternidad entre los europeos y dotarlos de una mejora material extraordinaria. Que esa materialidad se desviara de su misión y surgiera la sociedad desvinculada, ni afecta a aquel resultado, ni surge de él, porque su matriz es el inicio de las grandes rupturas que se difunden a partir del “mayo 68”. Como explica Péguy, no podemos confundir una sociedad cristiana pecadora con una sociedad incristiana. Quien peca puede redimirse, quien rechaza el propio sentido del pecado se condena a hundirse en él.
7. Los cristianos no podemos pretender que actuando y razonando como los demás podemos resolver los graves problemas y crisis que se acumulan, y que ellos no resuelven.
8. La afirmación cristiana no puede confundirse con la pulsión del rechazo permanente, la instalación en la crítica a todo, y la imposibilidad de colaborar con todos las personas y grupos, en función de cada caso concreto, y su relación con el conjunto de los fines. Como escribe Romano Guardini en El Señor tratando sobre el Sermón de la Montaña: “Son contrarios a lo que expresa Jesús no solo los que se escandalizan o lo niegan, sino también los mediocres que encubren su debilidad subrayando sus exigencias, los mezquinos beatos, que con su pretexto desprecian los valores del mundo. El único que lo interpreta rectamente es quien conserva serenamente las ideas que se ha formado acerca de cuanto es grande en el mundo, pero que comprende al tiempo, que todo ello es pequeño, impuro, decadente, ante lo que viene del cielo”. La actitud de los cristianos en la vida publica es la de agruparse para la participación, la iniciativa y la propuesta, lo que significa la disponibilidad de proposiciones concretas.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL
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