José Francisco Serrano Ojeda
Para Dante,
«despreciar la naturaleza y su bondad» es una agresión contra Dios.
Según las encuestas, el cambio climático es la mayor de las
preocupaciones de los ciudadanos del mundo, por delante de la amenaza
terrorista del Estado Islámico. En España, un 59,5% consideran que es
muy urgente tomar medidas en esta materia. La ecología y el
medioambiente ni son patrimonio de la izquierda ni son banderas que
ahora enarbola la Iglesia para agradar a un progresismo que ha
encontrado ahí una renovada causa con la que pasar factura al
capitalismo destructor y revitalizar la política contra la economía.
Por lo que parece no hay un consenso en el mundo científico sobre algunas de las cuestiones que están en juego. Los expertos prefieren ser prudentes a la hora de declarar estados de emergencia, ratificar que estamos en un punto sin retorno o profetizar apocalipsis. Eso se lo dejan a los activistas con sus agendas ideológicas. Convendría que en los ámbitos de la Iglesia se ayudara a la sociedad a una auténtica y sana defensa integral de la Casa común en el contexto del desarrollo humano integral, tal y como hizo el Papa Francisco en su encíclica Laudato si. Lo digo también por varias de las homilías de días pasados cargadas de tópicos y lugares comunes tomados de los medios propagandísticos. Quizá el profetismo eclesial en esta materia radique también en denunciar los ecologismos idolátricos que divinizan lo creado y se olvidan del Creador.
Como señala uno de los pensadores cristianos, de confesión baptista, que más ha escrito sobre el cuidado de la creación y su supervivencia, Wendell Berry, en su magnífico libro El arte de cuidar la casa común (Nuevo Inicio), no se trata de bautizar la ecología sino de descubrir que la creación «no es en ningún sentido independiente del Creador, que no es el resultado de un acto creativo original hecho y acabado hace mucho», sino la continua y constante participación de toda las criaturas en la obra de Dios. La santidad de vida está más cerca de lo que pensamos del sentido de la preservación de la naturaleza.
JOSÉ FRANCISCO SERRANO OJEDA
Publicado en ABC.
Por lo que parece no hay un consenso en el mundo científico sobre algunas de las cuestiones que están en juego. Los expertos prefieren ser prudentes a la hora de declarar estados de emergencia, ratificar que estamos en un punto sin retorno o profetizar apocalipsis. Eso se lo dejan a los activistas con sus agendas ideológicas. Convendría que en los ámbitos de la Iglesia se ayudara a la sociedad a una auténtica y sana defensa integral de la Casa común en el contexto del desarrollo humano integral, tal y como hizo el Papa Francisco en su encíclica Laudato si. Lo digo también por varias de las homilías de días pasados cargadas de tópicos y lugares comunes tomados de los medios propagandísticos. Quizá el profetismo eclesial en esta materia radique también en denunciar los ecologismos idolátricos que divinizan lo creado y se olvidan del Creador.
Como señala uno de los pensadores cristianos, de confesión baptista, que más ha escrito sobre el cuidado de la creación y su supervivencia, Wendell Berry, en su magnífico libro El arte de cuidar la casa común (Nuevo Inicio), no se trata de bautizar la ecología sino de descubrir que la creación «no es en ningún sentido independiente del Creador, que no es el resultado de un acto creativo original hecho y acabado hace mucho», sino la continua y constante participación de toda las criaturas en la obra de Dios. La santidad de vida está más cerca de lo que pensamos del sentido de la preservación de la naturaleza.
JOSÉ FRANCISCO SERRANO OJEDA
Publicado en ABC.
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