Si tuviese que resumir la acción política, sería: la educación que recibimos, la emancipación, la libertad para formar una familia, disfrutar de una jubilación digna y dejar un planeta habitable
El primer nacimiento registrado en el año 2019. (EFE)
Nogales, Méjico, y Nogales, Arizona, son la misma ciudad separada por una valla fronteriza. Las mismas condiciones naturales
—mismos recursos, idénticas condiciones climáticas—, una cultura casi
idéntica y, a grandes rasgos, la misma población. Sin embargo, las dos
ciudades no pueden ser más diferentes: Nogales, Arizona, tienen una
renta per cápita de 30.000 dólares. Nogales, Sonora, en Méjico, de
10.000. La tasa de escolarización,
el número de universitarios, el índice de criminalidad y hasta la
calidad del sistema eléctrico, son muy diferentes. Casi como el día y la
noche. ¿Cuál es entonces la diferencia entre una y otra ciudad? Según
la conocida tesis de Acemoglu y Robinson ('Why nations fail'), las instituciones.
Demos ahora un salto en la geografía
y también en el objeto de análisis. Una mujer española tiene de media
1.26 hijos. Una francesa 1.96 hijos. Una diferencia de casi el 60%.
¿Pueden explicarlo los factores económicos? ¿Acaso los
demográficos, los culturales? Como es obvio, hay una combinación de
todos ellos. La pirámide poblacional es distinta en España y Francia.
Así que acerquemos el 'zoom' hasta la frontera. Ariège es un
departamento del sudoeste francés, en la región de Occitania. Se
encuentra al otro lado de la frontera de Huesca. Según los datos de Eurostat,
las mujeres de Ariège tienen de media su primer hijo a los 29.9 años.
Las de Huesca, apenas unos kilómetros hacia el sur, a los 32.2 años. Si
nos desplazamos a lo largo de la frontera hacia el Mediterráneo la
situación es la misma. Las mujeres de la región francesa de los Pirineos
Orientales tienen su primer hijo, de media, a los 29.7 años. Las de Lleida a los 31.3. ¿Qué ocurre en esa frontera —que de hecho a día de hoy no existe— que lleva a las mujeres a retrasar en varios años la edad de su primer hijo?
La crisis económica de finales de la pasada década frenó en seco esta tendencia. Quizás lo más interesante ha venido después
El factor económico
es sin duda importante a la hora de explicar la evolución de la
natalidad. La media de hijos por mujer alcanzó su valor mínimo (1.13) en
nuestro país en 1996, repuntando de manera sostenida a partir de
entonces, hasta alcanzar en 2008 una media de 1.44. Fue una década de
intenso crecimiento económico, y también de recepción de intensos flujos de inmigración. La crisis económica de finales de la pasada década frenó en seco esta tendencia. Quizás lo más interesante ha venido después.
Porque pese a la recuperación económica (el PIB ha registrado tasas de crecimiento positivas
desde 2014), la natalidad no se ha recuperado. La edad a la que las
mujeres tienen su primero hijo continúa retrasándose (de acuerdo con los
últimos datos, en la actualidad es de 31.6 años). Los motivos
económicos no aparecen entre los principales factores en las encuestas
cuando se les pregunta a las madres por los motivos para retrasar la
maternidad. Podría deberse, como apuntaba Ángeles Caballero en este
medio hace unos días, a otro tipo de razones. La respuesta podría ser
simplemente que las madres "no quieren". De hecho, "No quiero ser madre" es la principal respuesta (34%) según la encuesta de fecundidad que publicó el INE la pasada primavera.
Hay
ocasiones en que los factores "culturales" en realidad disfrazan
razones de tipo económico. "No quiero ser madre" puede significar muchas
cosas
Los motivos culturales pueden ser un factor explicativo
de peso en algunos contextos. En Irlanda, por ejemplo, la media de
hijos por mujer pasó de 3.77 en 1968 a 1.77 en 2017, coincidiendo además
con un periodo de fortísimo crecimiento económico. La
transformación cultural de la sociedad irlandesa (hacia menos hijos)
pesó mucho más que el dinamismo económico (a favor de tenerlos).
Sin embargo, hay ocasiones en que los factores "culturales" en realidad disfrazan razones de tipo económico.
"No quiero ser madre" puede significar muchas cosas: no quiero serlo
porque no me da la gana. Pero también, no quiero serlo porque pondría en
riesgo mi carrera profesional. O no quiero serlo si voy a tener que
llegar a casa a las nueve de la noche. Es difícil trazar una línea que
separe de forma nítida los factores culturales de los económicos.
De hecho, los datos del INE nos dicen más cosas.
Los problemas económicos y laborales sí aparecen como una de las
principales respuestas de las mujeres que ya han tenido hijos, para
explicar por qué no tienen más. Más de la mitad de las mujeres de entre
35 y 39 años, por ejemplo, dicen que han tenido menos hijos de los que
les hubiera gustado debido a su situación económica o laboral, como señalaba Javier G. Jorrin.
Otro
dato interesante es que sí se ha incrementado con la recuperación
económica el número de familias que deciden tener tres hijos o más. Como
apuntaba Esteban Hernández, los datos de natalidad en realidad
esconden una realidad mucho más profunda de la sociedad española:
porque mientras la mayor parte de la población ha conquistado ya la
libertad de no tener hijos (una libertad escurridiza durante mucho
tiempo debido a factores culturales o religiosos), es sin embargo la
libertad opuesta, la de sí tenerlos, la que está en cuestión para una
parte de la población. Solo una minoría privilegiada se puede permitir tener el número de hijos que quiere. Para el resto, los hijos son un lujo inalcanzable.
Cuando la desigualdad se extiende en una sociedad, se acaba retroalimentando en cada peldaño
Son varios los vectores que están dualizando la sociedad española: el mercado laboral, con una minoría privilegiada con contratos sobreprotegidos a costa de una mayoría precaria que encadena contratos temporales;
la concentración de la población en las ciudades, que actúan como una
fuerza imantada, concentrando las oportunidades profesionales por
efectos de red; los horarios profesionales, las guarderías, los
colegios. Cuando la desigualdad se extiende en una sociedad, se acaba
retroalimentando en cada peldaño.
Así que volvamos al principio: Nogales, Méjico, y Nogales, Arizona.
O, si lo prefieren, Astun, Huesca, y Laruns, Francia. ¿Cuál es la
diferencia? En mi opinión, las instituciones. O los incentivos, que son
los que, al cristalizar con el tiempo, forman las instituciones. Francia
gasta alrededor del 4% del PIB (según datos de la OCDE) en políticas de
ayuda directa a la familia, frente a una media del 2.5% en la OCDE y de poco más del 1.5% en España. No se trata solo de una cuestión de cantidad.
Curiosamente, los países europeos
con las tasas de natalidad más altas (Francia y los países nórdicos)
son también aquellos en los que la tasa de participación laboral de la
mujer es también más alta. El diseño de las políticas de ayuda debe ser
de hilo fino: conseguir desacoplar la decisión de tener hijos de las
carreras profesionales de las mujeres ha sido uno de los grandes logros en Francia y los países escandinavos.
Desde que en Francia la tasa de nacimientos se situó por debajo de 2.1 por mujer,
a finales de los ochenta (considerada la tasa natural de reemplazo de
la población), hubo un debate nacional que trascendió a todos los
partidos políticos. En España, en cambio, hay un sector de la izquierda
incapaz de hablar de "políticas de la familia", y otro de la derecha que
se niega a reconocer la relación fundamental entre la natalidad y su impacto en las carreras profesionales de las mujeres.
Si tuviese que resumir para qué sirve (o debería servir) la política en cinco estaciones vitales,
serían estas: la educación que recibimos, la emancipación (el acceso a
la vivienda y al empleo), la libertad para formar una familia (o para no
hacerlo), disfrutar de una jubilación digna, y dejar un planeta habitable para las generaciones futuras. Ojalá solo tuviésemos que hablar de estas cinco cosas. Porque todo lo demás, si me permiten decirlo, es roña política.
ISIDORO TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
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