Los europeos reciben críticas tanto de París como de los africanos por atrincherarse en bases ultra-protegidas y dejar a los contingentes de los países del G5 Sahel (Chad, Níger, Burkina Faso, Mali y Mauritania), pobremente equipados y entrenados, la ardua tarea del combate
Este año no ha sido diferente de los dos precedentes desde la llegada
de Emmanuel Macron al Elíseo, y el presidente ha querido compartir un comida navideña con
las tropas desplegadas en África. La fórmula ha sido la misma: el
presidente llegó acompañado del chef del Elíseo y su equipo, que
prepararon una cena de alta gastronomía francesa para los militares
desplegados.
Este año la visita de Macron ha sido en Abiyán (Costa de Marfil); en las dos ocasiones anteriores fue a N’djamena (capital de Chad) y Niamey (capital de Níger). Se trata de tres bases militares que sirven el mismo propósito: contener el avance de los yihadistas en África del Oeste y evitar el derrumbe de los débiles estados de la «banda saheliana», la zona situada entre el desierto del Sahara en el norte y África subtropical en el sur.
Francia lucha esta guerra prácticamente sola, y el 2019 ha tenido un coste particularmente elevado: dos miembros de las fuerzas especiales murieron en mayo en una operación de rescate de cuatro rehenes en Burkina Faso, y trece militares más perdieron la vida en noviembre en una colisión accidental entre dos helicópteros.
El gobierno francés parece ser el único de la Unión Europea plenamente consciente de lo que está en juego en el Sahel, la región más paupérrima del planeta. La retirada de su fuerza militar, «Barkhane», compuesta por unos 4.500 hombres, facilitaría el colapso definitivo de los aparatos estatales de Burkina Faso, Níger o Mali. Esto haría de la zona un espacio sin ley que pondría en dificultades aún más serias las poblaciones locales y facilitaría la inmigración clandestina hacia Europa y el tráfico de todo tipo de mercancías ilegales, como armas o droga.
Ante el esfuerzo bélico francés, los países de la Unión quedan de una impasibilidad pasmosa. Incluso España y Portugal, los dos geográficamente más expuestos al riesgo de un Sahel fuera de control, se niegan a intervenir militarmente junto al socio francés. Otros, como Italia, lo fían todo a una línea de defensa geográficamente más cercana y por tanto arriesgada: los países árabes de África del Norte.
España, temerosa de perder militares en acción, se contenta con mantener en Mali unos 300 soldados en misión de formación y asesoramiento al ejército de este país. En la misma línea, otros países europeos, como Alemania o Suecia, participan en la operación MINUSMA de las Naciones Unidas.
Sin embargo, los europeos reciben críticas tanto de París como de los africanos por atrincherarse en bases ultra-protegidas y dejar a los contingentes de los países del G5 Sahel (Chad, Níger, Burkina Faso, Mali y Mauritania), pobremente equipados y entrenados, la ardua tarea del combate. Mali, por ejemplo, ha perdido más de 100 soldados en menos de un mes este otoño.
A pesar de los esfuerzos constantes, París y los países del G5 no ha conseguido que la situación de seguridad del Sahel mejore. Más bien lo contrario, los informes demuestran que la amenaza yihadista se extiende cada vez más. Burkina Faso , un país generalmente considerado como seguro hasta hace poco, ha experimentado un grave incremento de ataques este último año.
Ante la falta de apoyo de Europa, en Francia empiezan a alzarse voces contra la operación militar en el Sahel tanto a derecha como a izquierda del partido de Macron. También entre las poblaciones locales de la región, un sentimiento antifrancés empieza a extenderse después de cinco largos años de combates.
Algunos comentaristas franceses opinan que Francia debería poner fin a Barkhane y defender sus intereses nacionales desde una línea más cercana a la metrópolis en África del Norte o incluso en el Mediterráneo. Una propuesta políticamente muy arriesgada debido entre otros a la dudosa fiabilidad de los regímenes argelino, marroquí o libio.
ForumLibertas.com
Este año la visita de Macron ha sido en Abiyán (Costa de Marfil); en las dos ocasiones anteriores fue a N’djamena (capital de Chad) y Niamey (capital de Níger). Se trata de tres bases militares que sirven el mismo propósito: contener el avance de los yihadistas en África del Oeste y evitar el derrumbe de los débiles estados de la «banda saheliana», la zona situada entre el desierto del Sahara en el norte y África subtropical en el sur.
Francia lucha esta guerra prácticamente sola, y el 2019 ha tenido un coste particularmente elevado: dos miembros de las fuerzas especiales murieron en mayo en una operación de rescate de cuatro rehenes en Burkina Faso, y trece militares más perdieron la vida en noviembre en una colisión accidental entre dos helicópteros.
El gobierno francés parece ser el único de la Unión Europea plenamente consciente de lo que está en juego en el Sahel, la región más paupérrima del planeta. La retirada de su fuerza militar, «Barkhane», compuesta por unos 4.500 hombres, facilitaría el colapso definitivo de los aparatos estatales de Burkina Faso, Níger o Mali. Esto haría de la zona un espacio sin ley que pondría en dificultades aún más serias las poblaciones locales y facilitaría la inmigración clandestina hacia Europa y el tráfico de todo tipo de mercancías ilegales, como armas o droga.
Ante el esfuerzo bélico francés, los países de la Unión quedan de una impasibilidad pasmosa. Incluso España y Portugal, los dos geográficamente más expuestos al riesgo de un Sahel fuera de control, se niegan a intervenir militarmente junto al socio francés. Otros, como Italia, lo fían todo a una línea de defensa geográficamente más cercana y por tanto arriesgada: los países árabes de África del Norte.
España, temerosa de perder militares en acción, se contenta con mantener en Mali unos 300 soldados en misión de formación y asesoramiento al ejército de este país. En la misma línea, otros países europeos, como Alemania o Suecia, participan en la operación MINUSMA de las Naciones Unidas.
Sin embargo, los europeos reciben críticas tanto de París como de los africanos por atrincherarse en bases ultra-protegidas y dejar a los contingentes de los países del G5 Sahel (Chad, Níger, Burkina Faso, Mali y Mauritania), pobremente equipados y entrenados, la ardua tarea del combate. Mali, por ejemplo, ha perdido más de 100 soldados en menos de un mes este otoño.
A pesar de los esfuerzos constantes, París y los países del G5 no ha conseguido que la situación de seguridad del Sahel mejore. Más bien lo contrario, los informes demuestran que la amenaza yihadista se extiende cada vez más. Burkina Faso , un país generalmente considerado como seguro hasta hace poco, ha experimentado un grave incremento de ataques este último año.
Ante la falta de apoyo de Europa, en Francia empiezan a alzarse voces contra la operación militar en el Sahel tanto a derecha como a izquierda del partido de Macron. También entre las poblaciones locales de la región, un sentimiento antifrancés empieza a extenderse después de cinco largos años de combates.
Algunos comentaristas franceses opinan que Francia debería poner fin a Barkhane y defender sus intereses nacionales desde una línea más cercana a la metrópolis en África del Norte o incluso en el Mediterráneo. Una propuesta políticamente muy arriesgada debido entre otros a la dudosa fiabilidad de los regímenes argelino, marroquí o libio.
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