El mito del nacionalismo vasco
consistía en la limpieza y en la transparencia; la política del País
Vasco, a diferencia de la española, jamás había visto un caso de
corrupción
Urkullu pide perdón por el caso De Miguel. (EFE)
Hace justo un año, el lendakari, Iñigo Urkullu,
dijo algo que casi todo el mundo sabe pero que, a lo mejor, ignoran
algunos vascos ultranacionalistas: “No somos más listos, ni más altos ni
más guapos que nadie”. Era la fiesta de Navidad, la tradicional
recepción a la sociedad vasca que ofrece el Gobierno vasco, y la
relajada referencia del lendakari tiene gracia recordarla ahora, justo
después de la sentencia que ha condenado a varios exdirigentes del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Con esa condena, se ha caído el último falso mito del nacionalismo en España;
primero se vino abajo el ‘oasis catalán’ y ahora ha ocurrido lo mismo
con el ‘oasis vasco’. El mito del nacionalismo catalán consistía en
presentar la política catalana como algo ejemplar, por el imperio del
sentido común y el pragmatismo. El oasis catalán era la exaltación el ‘seny’;
frente a la gresca habitual de la política española, en Cataluña, entre
los políticos catalanes, primaban la reflexión y el diálogo. Ya ven
cómo acabó ese carácter especial de conciliación y entendimiento…
El mito del nacionalismo vasco consistía en la limpieza y en la transparencia; la política del País Vasco,
a diferencia de la española, jamás se había visto salpicada por un caso
de corrupción. Mientras que en España se sucedían los escándalos con la
misma frecuencia que entraban y salían los gobiernos, nunca en Euskadi
se conoció un episodio de corrupción política. En aquel discurso de
Navidad del lendakari, Urkullu dijo a continuación, refiriéndose a
aquella imagen mítica: “No somos isla ni oasis, pero debemos preservar los mimbres de nuestra forma de hacer política”. Pues lo que sabemos ahora es que en el País Vasco no existe una forma especial de hacer política,
que los nacionalistas vascos cobran comisiones ilegales como han hecho
otros partidos políticos en el poder, desde que el PSOE de los primeros
años les enseñó a todos el camino.
El llamado caso De Miguel, que es el que ha puesto fin al mito del ‘oasis vasco’,
consiste en una trama organizada en torno al Gobierno vasco para cobrar
comisiones ilegales en la concesión de contratos públicos. Todo lo que
se ha descubierto se conoce gracias a una empresaria, Ainhoa Alberdi,
que se negó a pagar una comisión de 100.000 euros que le exigían. Como
ocurrió también con otros denunciantes en otros escándalos, la
empresaria les siguió el juego a los mangantes para poder grabar sus
conversaciones y entregarlas luego en un juzgado.
Por esa
actuación, la Audiencia Provincial de Álava ha condenado a 15 personas,
entre ellas tres altos cargos del PNV en la época en que el Gobierno lo
presidía Ibarretxe y el partido lo lideraba Iñigo Urkullu. Estos días, a
raíz de la sentencia, que también supera los 1.000 folios, como la de los ERE,
se han publicado varias fotos de los condenados por corrupción,
sentados junto a Urkullu e Ibarretxe en algunos actos del PNV. Dice la
sentencia que ha quedado demostrado que los condenados formaban una trama organizada para cobrar comisiones ilegales
en concursos públicos del área de Cultura del Gobierno vasco, además de
otras adjudicaciones a dedo por las que también cobraban. En resumidas
cuentas, lo mismo que ya hemos escuchado en decenas de casos de
corrupción.
La Justicia resuelve este martes el mayor caso de corrupción con excargos del PNV
Tras
la condena por corrupción en Euskadi, el lendakari y otros portavoces
del Gobierno vasco se han apresurado a decir que lo ocurrido nada tiene
que ver con su partido ni, por supuesto, con el Gobierno vasco; son
—dicen— “actuaciones particulares”, de un grupo de individuos que
"actuaron en busca de su beneficio personal y pudieron valerse de su posición para lucrarse" y que, por supuesto, nada de lo ocurrido tiene que ver con ellos: “Se descarta toda vinculación partidista de los hechos”.
Es
decir, lo mismo que dicen todos los líderes de partidos políticos que
se han visto envueltos en casos de corrupción. Incluso este mismo mes:
los dirigentes del PSOE han dicho que el fraude de los ERE no tiene que
ver con el PSOE, y el sindicato UGT, cuando han procesado a todos sus
exdirigentes en Andalucía, ha asegurado, sin ni siquiera sonrojarse, que
“no es UGT de Andalucía, sino exdirigentes”. El lendakari vasco, lo mismo, con lo cual habrá que volver a repetirlo: en los procesos judiciales por corrupción política, jamás figura una organización completa sino el grupo de individuos que se dedica a esos menesteres, el cobro de comisiones ilegales.
Cuando estallan los escándalos, basta con señalarlos a ellos y repudiarlos.
Y siempre quedará la misma duda: ¿cómo es posible que unos tipos,
ajenos a todo, cobren comisiones por unos contratos que concede un
Gobierno de un determinado partido político? Es decir, que cualquier
espabilado podría pedir una comisión ilegal a una constructora por una
obra pública, pero luego tiene que existir una decisión de gobierno en
favor de esa empresa en concreto y no de otras que, con toda
probabilidad, han podido presentar mejores ofertas. Como se comprenderá,
una trama de cobro de comisiones es imposible que prospere si no existe una implicación efectiva del poder político, aunque luego no se pueda demostrar en un tribunal la participación de todos los eslabones de la cadena.
Se ha acabado, en fin, el mito de la transparencia y la limpieza de la
política vasca y, para convertir esa imagen idílica en algo más grotesco
todavía, ni siquiera pueden esgrimir los nacionalistas vascos del PNV
el valor de haber sido ellos mismos quienes han descubierto la trama de
comisiones ilegales. Este es otro de los grandes misterios de la corrupción política en España,
todos los dirigentes políticos se dan golpes de pecho afirmando que
siempre han perseguido la corrupción en sus partidos. “¡Tolerancia cero
con la corrupción!”, afirman impostando el tono, pero resulta que
ninguno de los grandes escándalos se ha conocido por una investigación
interna o por una denuncia interna. ¿Cómo es posible que entre
compañeros de partido no se observe el enriquecimiento repentino de
alguno de ellos? ¿Cómo es que nunca han recibido ellos las denuncias de
un funcionario o de un empresario? ¿No será que, en realidad, el cobro
de comisiones en toda España es una práctica generalizada? En las
conversaciones grabadas a los comisionistas de la trama de corrupción
vasca, la empresaria denunciante le pregunta a otro empresario, afiliado
al PNV, que cuánto tiene que pagar por la adjudicación del contrato y
este le responde: “Bueno, dentro de lo normal. Teniendo en cuenta el
volumen de lo que era, vamos…”. Hay que subrayar eso. En el oasis del País Vasco, pagar comisiones ilegales era ‘lo normal’. Se acabó el cuento.
JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL
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