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jueves, 26 de diciembre de 2019

Deja de hablar de Cataluña, estas son las 7 cosas que deberían preocuparte en 2020

La reelección de Trump, la estabilidad china, el (no) final del Brexit, la amistad con Rusia o la batalla por hacerse con tu móvil son algunos de los temas de los que se hablarán en este próximo año



Foto: Donald Trump. (Reuters)

Donald Trump. (Reuters)


La reelección de Trump


En noviembre de 2020 se celebrarán elecciones presidenciales en Estados Unidos. Donald Trump tiene muchas posibilidades de repetir mandato. La economía mantiene un vigor extraordinario, el mercado de trabajo presenta los datos de empleo más positivos de los últimos cincuenta años, el Partido Republicano ha seguido a Trump en su giro ideológico sin ningún cuestionamiento -un giro que deja en un segundo plano dos aspectos clave de su ideología desde Reagan: reducir la deuda y alentar el libre comercio- y su base parece encantada con sus políticas.




Frente a ello, el Partido Demócrata se enfrenta al mismo dilema que los partidos de centro izquierda de todo el mundo: seguir siendo eso, partidos de centro izquierda, o dar un volantazo hacia posturas mucho más estatistas que garanticen rentas mínimas, impuestos a los ricos parecidos a los de los años setenta y un feminismo que vaya más allá de la lucha por la igualdad jurídica y salarial. Algunas de estas cosas suenan bien; otras, menos. Pero en la actualidad ninguna de ellas permite ganar elecciones, como demostró el inmenso fracaso de Corbyn en Reino Unido. Sin embargo, esta lección no la aprenderán los izquierdistas que hoy, como tantas veces, preferirán ser puros a vencedores.

El año en que China seguirá siendo China


En las últimas décadas, una de las preguntas que ha tenido más entretenidos a los occidentales ha sido cuándo y cómo se iba a democratizar China. Para explicar por qué esto era inevitable se aludió a la teoría de la modernización, según la cual a partir de determinada renta per cápita los países se convierten en democracias. También se citaron los precedentes japonés o surcoreano y nuestros liberales más ilusos insistieron en uno de los principios más hermosos de la teoría: que el comercio es un elemento democratizador.

Todo ha resultado ser falso y China, si acaso, no ha hecho más que reforzar su autoritarismo, su nacionalismo y su militarismo desde 2012, cuando Xi Jinping fue elegido secretario general del Partido Comunista Chino. La represión de los uigures -una minoría musulmana- o el intento de integrar aún más a Hong Kong en el régimen del país son solo dos muestras de esta tendencia. La guerra comercial con Estados Unidos ha hecho que muchos occidentales algo ilusos -o dominados por su antipatía por Trump- hayan pensado que China, a fin de cuentas, solo está jugando a ser un imperio y que está siendo víctima de los esfuerzos estadounidenses por mantener su hegemonía. Deberíamos pensarlo mejor, pero el dilema es complejo: ¿hasta dónde estamos dispuestos a cortejar a Trump para que siga siendo el líder del mundo libre?

Simularemos el fin del Brexit


Boris Johnson ha conseguido lo que muchos británicos le pedían: hacer como si el Brexit fuera ya cosa del pasado y abandonar las discusiones que han dominado la vida política y periodística de Reino Unido durante los últimos tres años. ¿Se debía convocar un segundo referéndum? ¿Podía simplemente ignorarse el resultado del primero? ¿Cuántas elecciones eran necesarias para que el país tuviera claro cómo proceder?




El Brexit tendrá lugar el 31 de enero de 2020 y el 1 de febrero Reino Unido ya no formará parte de la Unión Europea. Pero esto no es el final. Es el principio de un procedimiento que, si es muy corto, durará hasta el 31 de diciembre de 2020, y en caso de alargarse podría terminar a mediados de la década que empieza la semana que viene: las negociaciones con la UE para llegar a un acuerdo sobre la relación posterior entre ambas partes.

Será muy difícil. No solo se trata de cuestiones comerciales, sino de asuntos como la inmigración, la seguridad, los expatriados de ambos lados que viven en el otro o el control de los datos personales. Durante este tiempo, Reino Unido será una especie de Estado vasallo: se regirá por las normas de la UE, pero no podrá influir en ellas. Eso será un incentivo para que, si no se llega a un acuerdo exprés, Johnson decida que Reino Unido abandona el marco europeo el 31 de diciembre de 2020 sin un acuerdo. Esto desataría el caos, pero quizás ya todos prefiramos ese caos a seguir hablando de lo mismo.

India renunciará a una parte de su legado laico


Tras su independencia en 1947, India llevó a cabo un admirable esfuerzo de modernización. Su Constitución fue nítidamente laica e hizo posible que el país, décadas después, fuera de manera indiscutible la democracia más populosa del mundo. Este año, sin embargo, ha tomado una dirección no tan distinta a la de otras naciones que han empezado a ver con renuencia el liberalismo que les hizo grandes.




El 9 de diciembre, el ministro el Interior del Gobierno de Narenda Modi, del partido nacionalista Bharatiya Janata, que fue reelegido este mismo año, presentó en el Parlamento del país una enmienda a su ley de ciudadanía. Esta reforma prometía la rápida concesión de la nacionalidad a quienes emigraran a India. Parecía una ley piadosa. Pero solo hacía referencia a los inmigrantes procedentes de tres países: Afganistán, Bangladés y Pakistán. Y a fieles de seis religiones mencionadas explícitamente, entre las cuales no está el islam. ¿Significa esto el fin de la democracia India, una de las historias de mayor éxito de la segunda mitad del siglo XX? Ni mucho menos, pero sí supone un paso más en la dirección autoritaria, nacionalista y antiliberal hacia la que parece encaminarse casi todo el mundo.

Decidiremos qué hacemos con los unicornios


2019 fue un año catastrófico para muchas de las “start-ups” tecnológicas que pretendían salir a bolsa con valoraciones previas milmillonarias: las llamadas unicornios. WeWork, la empresa de alquiler de espacios de oficina, valorada en 45.000 millones de dólares, ha sido el mayor fracaso del año: despedirá a 4.000 trabajadores, su salida a bolsa se ha pospuesto y ha sido necesaria una nueva ampliación de capital para hacer frente a los pagos inmediatos.

Su extravagante consejero delegado ha sido despedido después de que se conociera que, en realidad, la empresa era una monarquía absoluta con planes ilusorios y un esquema de gobernanza propio de la Francia del siglo XVII (sus estatutos le garantizaban que, si era despedido, recibiría un bonus de 1.600 millones de dólares). Ahora su valoración es más bien de 8.000 millones de dólares. Pero no es el único unicornio fallido: ahora el valor de Uber es un 25% menor del que se le atribuía cuando se habló de su salida a bolsa. Las “start-ups” han priorizado un crecimiento rápido y ambicioso a la rentabilidad; en 2020 veremos si, después de estos fracasos, esa estrategia sigue teniendo sentido.

¿Podremos ser amigos de Rusia?


Emmanuel Macron afirmó en 2019 que “el continente europeo nunca será estable, ni seguro, si no facilitamos y aclaramos nuestras relaciones con Rusia”. Eso supuso un giro sorprendente, y el 'establishment' liberal del continente frunció el ceño. En los últimos años parece que hemos decidido vivir una nueva guerra fría, en la que Rusia hace el viejo papel de la Unión Soviética: intoxica con propaganda, seduce las mentes de los europeos más crédulos y sirve como modelo para los desencantados con el liberalismo.




Todo eso es cierto. Pero Macron cree que Estados Unidos no nos ayudará en este conflicto, que los alemanes no tienen ganas de liderar nuestro bando y que en el nuevo mundo la incómoda cooperación entre China y Rusia puede dejar a Europa en un lugar marginal y demediado. La propuesta de Macron consiste, simplemente, en preguntarle a Rusia qué quiere, para así tener al menos algo que negociar y discutir. Pero es probable que la respuesta rusa nos resulte engañosa e inasumible. Aun así, tal vez valga la pena formular esa pregunta.

Tu teléfono, campo de batalla geopolítico


Las élites políticas de Alemania y Reino Unido discuten ahora si van a utilizar tecnología china para el despliegue de sus redes 5G. Serán las que utilizarán los móviles en el futuro inmediato y el espacio en el que se desarrollarán la inteligencia artificial, las máquinas que aprenden por sí mismas y, en definitiva, el mundo de robots al que parece que nos dirigimos.

Estados Unidos está presionando a los europeos para que no utilicen esa tecnología -más barata y que ya se utiliza, por ejemplo, en Alemania-, y recurran a la estadounidense. Trump es un vendedor nato y, en parte, esas presiones se deben a la defensa que hace de las empresas estadounidenses, pero también hay una razón más estratégica. Por mucho que Huawei, la principal empresa china que produce esa tecnología, asegure que no es tan distinta de cualquier empresa occidental, y que su relación con el Gobierno chino es como la de Apple o Amazon con el Gobierno estadounidense, hay motivos para pensar que no es así.




Aún es pronto para imaginar una distopía en la que empollones chinos analizan los datos de los usuarios de móviles occidentales para que luego su Gobierno pueda manipularnos con propaganda política disfrazada de entretenimiento de segunda fila. (Muchos creen que ya vivimos en ese mundo, aunque los manipuladores sean otros.) Pero sí podemos pensar en un escenario en el que China se toma en serio sustituir a Estados Unidos en nuestras mentes, corazones y sistemas operativos.


                                                              RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ  Vía EL CONFIDENCIAL

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